Vigencias y transformaciones de las bibliotecas
¿Cuál es la función de la biblioteca en tiempos de lo digital?
¿Cómo la afectaron las sucesivas revoluciones que atravesaron la
escritura, la lectura y los modos de reproducción de los textos escritos
a lo largo de la Historia? ¿Qué rol cumplió en la conformación de
nuestra identidad como Nación, y como creadora de lazos sociales?
El
viernes 13 de abril, en la Biblioteca Ricardo Güiraldes, dio inicio una
nueva edición de la Capacitación para auxiliares de Bibliotecas
Comunitarias. Durante el encuentro, los y las participantes conversaron
sobre los cambios y continuidades de una institución que conserva su
vigencia a pesar de las múltiples transformaciones sociales y
culturales.
Por Mateo Niro

No debe ser ocioso dar cuenta que a cada gran proceso de transformación
social –podemos utilizar los mismos hitos que acabamos de nombrar-
existen reacomodamientos en donde pujan sectores más o menos
apocalípticos, más o menos integrados, en términos propuestos por
Umberto Eco.
Tomaremos, necesariamente, el recorrido largo y constante de la
escritura, a veces más con modalidad de cuerpo del texto, a veces más
como nota al pie o atención a la curiosidad. Para eso, hablaremos de la
trasformación de la palabra oral en escritura, de la escritura en texto
cohesivo, de la objetualización del texto en códice, el códice en libro,
el libro en página digital; y, por supuesto, todo esto relacionado a la
institucionalización de la escritura en biblioteca.
ASÍ COMIENZA LA HISTORIA
Noam Chomsky dice que, así como las aves tienen la aptitud de volar
determinada por su biología, los seres humanos tenemos la capacidad de
lenguaje. Pero mucha agua debió pasar para que los mesopotámicos
inventaran lo que sería definitivamente revolucionario –y cada vez que
digamos esto nos referiremos a que nada volvió a ser igual. Nos resulta
sumamente lejano imaginar una vida sin escritura, porque hoy forma parte
de la cotidianeidad más plena y, a su vez, existe hoy una veneración
extraña a la cultura letrada, la que se escribe y la que se lee. Es así
que desde la invención de la escritura y cuando la misma era un
patrimonio exclusivo y excluyente, los escribas en la antigüedad eran
una clase social encumbrada básicamente por esa particularidad,
escribir.
Pero remontémonos a esos orígenes, donde la escritura no era tomada como
una aptitud natural sino más bien lo contrario. En un texto clásico, no
sólo porque se llama Fedro y su autor es Platón, sino también porque se
utiliza con frecuencia para dar cuenta de lo que significó la escritura
para sus contemporáneos, dice Sócrates:
“-Dicen que cerca de Naucratis, en Egipto, hubo un dios, uno de los más
antiguos del país, aquel a quien se consagra el pájaro que los egipcios
denominaban ibis. Este dios se llamaba Theuth; inventó, según se dice,
el cálculo, la geometría, la astronomía, los juegos de ajedrez y dados
y, finalmente, la escritura.
Reinaba entonces en el país el rey Tamo; habitaba la gran ciudad del
Alto Egipto que los griegos llamaban Tebas la egipcia, protegida por el
dios Ammón. Theus vino a su encuentro, le enseñó las artes que había
inventado y le dijo que era necesario propagarlas entre los egipcios. El
Rey le preguntó por la utilidad de cada una de aquellas artes; Theut le
explicó detalladamente sus aplicaciones, y Tamo iba censurando o
aprobando, según le parecían más o menos satisfactorias aquellas
explicaciones. Muchas razones dio el Rey al inventor, en pro y en contra
de cada una de aquellas artes, y sería largo enumerarlas. Cuando
llegaron a la escritura, dijo Theuth:
“Esta invención, ¡oh Rey!, hará más sabios a los egipcios y aliviará
mucho su memoria; yo he descubierto un medio contra la dificultad de
aprender y retener.” “Ingenioso Theuth –respondió el Rey-, el genio que
inventa las artes no es lo mismo que la sabiduría, que aprecia las
ventajas y los inconvenientes de sus aplicaciones. Tú, como padre de la
escritura y apasionado por la invención, le atribuyes un efecto
contrario a su efecto verdadero. En el ánimo de los que le conozcan sólo
producirá el olvido, pues les hará descuidar la memoria; y filiándose
en ese extraño auxilio, dejarán a los caracteres materiales el cuidado
de reproducir sus recuerdos cuando en el espíritu se hayan borrado. No
has hallado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar la
reminiscencia; y por dar a tus discípulos la ciencia, les das la sombra
en ella. Pues cuando hayas aprendido muchas cosas sin maestro, se
creerán bastante sabios, no siendo en su mayoría sino unos ignorantes
presuntuosos, insoportables en el comercio de la vida.”
Esta cita puede llamar la atención por dos razones:
• porque se considera a la escritura un mecanismo artificial cuando los
que convivimos con la cultura letrada podemos proponerlo inmediatamente
como natural
• porque se le cuestiona a la escritura y a la lectura sus efectos
supuestamente nocivos: desmemoria, haraganería, reminiscente, etc.
Si saltamos de una vez dos mil años, encontramos las mismas críticas a
mecanismos tecnológicos tales como la calculadora, la televisión o la
computadora, mientras que la escritura es digna del halago en las
condiciones exactamente contrarias de las de Platón: permite la crítica,
fomenta la fantasía y el uso de la inteligencia en forma plena.
No es la intención generar un cuestionamiento anacrónico a las palabras
del Fedro, pero tampoco dejar de tener en cuenta que cuando hablamos de
escritura nos estamos refiriendo a un mecanismo artificial, externo,
tecnológico que surgió como invención hace relativamente poco en
relación a la cantidad de años que cuenta el hombre.
El homo sapiens lleva tal vez unos 50 mil años erguido sobre la tierra.
Sin embargo, la primera grafía o verdadera escritura que conocemos
apareció por primera vez entre los sumerios en la Mesopotamia apenas
alrededor del año 3500 a.C.
EL CUENTO DE LA ESCRITURA
La primera forma en que se plasmó la escritura parece haber sido la
tableta suelta. El libro mesopotámico, denominado “tuppu”, que ha dado
en latín “tábula” y en español “tabla”, resultaba del uso de la arcilla
como materia prima, cortada en pequeñas tablas, planas y ligeramente
abombadas. Con frecuencia menor, la forma fue de conos, cilindros o
prismas huecos, con un número de caras que oscila entre seis y diez. En
realidad, con estas figuras geométricas se conseguía un volumen, un
conjunto de páginas que formaban una unidad. Quizás podamos pensar de
éstos, el antecedente más próximo al libro como lo entendemos ahora,
mientras que la tabla más próximo al folleto, al documento o a la
pizarra.
Los textos valiosos se grababan en piedra o en metales preciosos, como
el oro, o resistentes y maleables, como el plomo. En fecha temprana, los
dibujos lineales seguían un orden descendente; luego cambiaron de
orientación, con lo que la escritura empezó a correr de izquierda a
derecha.
El barro secado al sol o sometido a la acción del fuego, permitió dar
con ellas. Como ironía, el asalto y la destrucción consiguiente de
ciudades, llevadas a cabo cuando el asaltante quería borrarlas de la faz
de la tierra y del recuerdo por la acción del fuego, ha permitido
conocer, al cabo de miles de años, su historia.
La mayoría de las tabletas disponibles corresponden a documentos
económicos, administrativos y legales: inventarios, hipotecas, recibos,
pagarés, contratos de arrendamientos, de compraventa y matrimoniales,
sentencias judiciales, adopciones.
Es por esto que podemos dar como principales características del libro mesopotámico:
• la brevedad,
• su escasa circulación,
• su carácter anónimo,
• su escasa circulación,
• y la primacía de los valores sociales por sobre los literarios (la literatura seguía siendo oral).
LA ERA DEL LIBRO
El “libro” creado por los egipcios es el primero que utiliza la tinta y
una materia ligera, el papiro, que puede ser considerado como el
antecesor del papel, al que se parece en su aspecto exterior y en una
serie de cualidades: color, flexibilidad, tersura y facilidad para
recibir la tinta sin que se corra. Ya veremos que este elemento va a ser
fundamental para el surgimiento de la primera biblioteca pública.
El formato del rollo de papiro fue útil a la humanidad durante tres
largos milenios: Permitía recoger textos de cierta extensión con la
garantía de integridad de la obra,
• tenía buena apariencia,
• se podía escribir fácilmente con tinta
• y se podía transportar con facilidad.
Pero el inconveniente que tenía el rollo era:
• la dificultad para encontrar un pasaje concreto,
• su fragilidad,
• la necesidad de utilizar las dos manos para la lectura,
• la precisión para ser enrollado de nuevo al terminar la lectura
• y su capacidad limitada si se quería que fuera manejable.
Por ello, al final del Imperio Romano, se inventó el formato libro: el códice. El códice garantizaba:
• más perdurabilidad porque estaba protegido por la encuadernación,
• su almacenamiento era más fácil como así también el transporte por ser plano y tener menos volumen,
• ofrecía una capacidad seis veces superior,
• resultaba más barato y manejable
• y en él se localizaba un pasaje con mayor rapidez.
En la Edad Media, crece el modelo más artístico del códice, ya que se
mejora la encuadernación, la caligrafía y las ilustraciones.
Sobrevolando así como estamos la historia, llegamos al siglo XV, clave
en esta historia. Con el surgimiento de las universidades, se produce
una mayor demanda de libros. Esto generó que se agudizara la necesidad
de mano de obra que permitiera una rápida reproducción de los textos. A
mediados de este siglo XV, Johann Gutemberg, en la ciudad de Maguncia,
junto al Rin, pareció encontrar la solución. Se supone que fue en 1456
que, junto a su socio capitalista, Johann Fust, inventó la herramienta
que multiplicaría de forma considerable la divulgación de la escritura:
la imprenta.
Esta invención, hija dilecta de la máquina, revolucionaría el proceso de
reproducción del texto, dándole un carácter masivo. Eso que antes se
tardaba días enteros, ahora llevaba minutos. Pero lo que puso en crisis
la reproducción técnica, según dice Walter Benjamín, fue el carácter
aurático de la obra de arte, el original. Por primera vez utilizaremos
una palabra que nos va a servir de soporte para más adelante: la
fetichización de aquello que es único e irrepetible, el culto a la cosa.
Ya no va a importar cuál es primero o último de la serie, lo que
importa es lo que ése texto lleva consigo. Otra cita que nos sirve para
dar cuenta del cimbronazo que la invención de la imprenta trajo consigo a
sus contemporáneos, traída por Walter Ong, en su libro Oralidad y
escritura: Hierónimo Squarciafico, en 1477, se quejaba de la imprenta
porque “la abundancia de libros hace menos estudiosos a los hombres”.
Lo que sigue en esta historia es más próximo, la era de la reproducción digital, que ya hablaremos más adelante.
LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA
Ya se han puesto los mojones más importantes de la historia de la
escritura, de forma muy escueta por supuesto. Ahora iremos a la
institución que sumó ese elemento y se constituyó a partir de la
acumulación de ese saber letrado.
Desde la invención de la escritura se planteó el problema de la
conservación de los materiales que se acumulaban. Al alcanzar
proporciones importantes, no sólo en cantidad de materiales sino en
espacios, surgió la necesidad de organización de esos textos para
sistematizar la conservación, la búsqueda y la lectura.
Nosotros nos centraremos en una de éstas, quizás la más grande y también el modelo del que se erigirá la biblioteca moderna.
La fecha precisa de la fundación no se conoce, aunque se supone la obra
se inició en el 290 a.C. Demetrio de Falera recomendó a Tolomeo I Sóter
la idea de establecer un Gran Centro de Investigación en Alejandría con
una biblioteca importante ligada a éste. Demetrio ejerció su influencia
para que éstos decidieran convertir a Egipto en el centro cultural del
mundo antiguo y a Alejandría en la capital de las ciencias, las artes y
de la filosofía. Demetrio recomendó reunir una colección de libros
acerca de la monarquía y el gobierno, además de libros de autores de
todo el mundo que le pudieran servir para entender mejor los asuntos de
la política y el comercio. La estrategia de Demetrio consistía en traer
escritores, poetas, artistas y científicos de todas partes a Alejandría
para enriquecer la biblioteca. La biblioteca de Alejandría fue la
primera en su tipo de carácter universal.
En Alejandría nacieron nuevas disciplinas, como la Gramática y la Preservación de Manuscritos.
Por otra parte, la colección de documentos permitió la transmisión y
traducción de textos clásicos vitales al árabe y al hebreo, donde ellos
se conservaron mucho tiempo después de que los originales se habían
perdido en Europa.
Se supone que la biblioteca, en su apogeo, tuvo unos 700.000
manuscritos, los cuales equivalen aproximadamente a unos 100.000 libros
impresos de hoy.
Los reyes tolemaicos estaban ansiosos por adquirir manuscritos
originales y hacían revisar cada barco que llegaba a Alejandría: cuando
encontraban un libro, éste se llevaba a la biblioteca para que fuera
copiado y la copia se devolvía. En la misma línea, Tolomeo III escribió
una carta “A los soberanos de todo el mundo” pidiendo prestados sus
libros para ser copiados.
Al principio, la Biblioteca estaba cerca del Museo, dentro de los
recintos del palacio real. Medio siglo después, cuando la cantidad de
libros adquiridos sobrepasó su capacidad, se decidió abrir una
dependencia adicional para acomodar los libros sobrantes. Esta
“Biblioteca Hija” estaba en el Templo de Serapis, que se situaba a
cierta distancia del palacio, en el distrito sur de la Ciudad. La
Biblioteca Hija se volvió una biblioteca propiamente dicha y en el
período romano se convirtió en un centro de aprendizaje de gran
actividad.
En tiempos de Demetrio, las bibliotecas griegas eran normalmente
colecciones particulares de manuscritos, como la biblioteca de
Aristóteles. Por eso se considera a la Biblioteca de Alejandría la
primera biblioteca moderna como hoy se entienden las bibliotecas de
carácter universal y de consulta pública.
El Director de la Biblioteca era uno de los funcionarios de más alto
rango y era designado por el propio faraón. Normalmente era elegido
entre las personas más prominentes en Ciencia o Literatura. Calímaco de
Cirene (a partir del 145 a.C.) fue el director de la biblioteca más
famoso de Alejandría y quien creó por primera vez un catálogo al que
llamó “Pinakes” o “Tablas”. Este catálogo no era de ninguna manera
exhaustivo, más bien era un buen índice temático.
Los estantes de la biblioteca pueden haber estado en uno de los salones
de conferencia periféricos, en el jardín, o pueden haber sido alojados
en el Gran Salón. Consistían en casilleros, perchas para los manuscritos
–los mejores de los cuales se untaban con aceite de lino-, o bolsas de
cuero. El pergamino de piel (vellum) se puso en boga cuando Alejandría
dejó de exportar papiro en un esfuerzo por estrangular a su biblioteca
rival más joven, fundada por los Seléusidas en Pérgamo, Asia Menor. En
tiempos de los romanos, los trabajos empezaron a ser escritos en forma
de códice (libro), y se los guardaba en estantes de madera llamados
armaria.
Curiosamente, la biblioteca más famosa del mundo nunca funcionó durante
la era del libro impreso: primero fue la época del papiro, luego la del
códice y hoy, en su reconstrucción, la del disco compacto o la internet.
El primer incendio se produjo en el año 48 a.C., durante el conflicto en
que Julio César se involucró para apoyar a Cleopatra VII en su lucha
contra Tolomeo XIII, su hermano. Se sabe que Marco Antonio compensó a
Cleopatra regalándole los 200.000 manuscritos de Pérgamo. El propio
Museo se destruyó junto con el Palacio Real en el tercer siglo de
nuestra era, durante las disputas por el poder que agitaron al Imperio
Romano.
La Biblioteca Hija sobrevivió hasta fines del siglo IV, cuando un
decreto del Emperador Teodosio (391 d.C.) prohibió las religiones
paganas. Teófilo (Obispo de Alejandría de 285 a 412 d.C.) destruyó
entonces el Serapeum y la Biblioteca Hija por ser la casa de la doctrina
pagana. Los estudiosos sobrevivieron otra generación hasta el asesinato
de Hipatia en 415, el cual marcó el fin de la era escolástica de
Alejandría.
La Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura de las
Naciones Unidadas (UNESCO) financió la reconstrucción, 1600 años más
tarde. El costo fue de 200 millones de dólares. El área cubierta es de
85.000 m2 en 11 pisos, con 8 millones de volúmenes, 50.000 mapas,
100.000 manuscritos y 10.000 libros raros. La biblioteca más grande de
la región renació el día 16 de octubre de 2002.
USO PÚBLICO Y ORGANIZADO
Pero ¿qué es una biblioteca?
El “Poema de los dones”, de Borges, nos permite una aproximación a lo que nos es interesante ahondar:
Nadie rebaje a lágrima o reproche
Esta declaración de la maestría
De Dios, que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
A unos ojos sin luz, que sólo pueden
Leer en las bibliotecas de los sueños
Los insensatos párrafos que ceden
Las albas a su afán. En vano el día
Les prodiga sus libros infinitos,
Arduos como los arduos manuscritos
Que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
Muere un rey entre fuentes y jardines;
Yo fatigo sin rumbo los confines
De esa alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
Y el Occidente, siglos, dinastías,
Símbolos, cosmos y cosmogonías
Brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
Exploro en el báculo indeciso,
Yo, que me figuraba el Paraíso
Bajo la especie de una biblioteca.
Algo que ciertamente no se nombra
Con la palabra azar, rige estas cosas;
Otro ya recibió en otras borrosas
Tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
Suelo sentir con vago horror sagrado
Que soy el otro, el muerto, que habrá dado
Los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
De un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si el indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
Mundo que se deforma y que se apaga
En una pálida ceniza vaga
Que se parece al sueño y al olvido.
(El hacedor, 1960)
Esto, que podría funcionar como buen epígrafe cuando hablamos de
bibliotecas y de Borges, nos permite más bien dar con algunas claves de
aquello que el imaginario resume como biblioteca:
• un saber universal (Oriente y Occidente),
• la convivencia del caos y el orden,
• un espacio físico que lo determina,
• ese saber se acumula en forma de libro y
• ese saber hecho cosa, los libros, que lo cerca.
Sabemos que tanto Paul Groussac como Borges fueron directores de la
Biblioteca Nacional, y más allá de la particularidad de ser ciegos
ambos, nos permite dar cuenta de la otra clave: la biblioteca es una
institución en cuyo espíritu se esgrime el uso social, ese saber que se
dispone, que no es de nadie sino más bien de todos, que se comparte.
Por eso, con la constitución de los Estados Nacionales, se fundaron como
institución basal las bibliotecas nacionales, un templo de la
ilustración que alojarían “el saber universal” y lo pondría a
disposición de todos sus ciudadanos.
Esto se dio en nuestro país con la Biblioteca Nacional fue creada por
decreto de la Junta de Gobierno de la Revolución de Mayo el 7 de
septiembre de 1810.
Las bibliotecas pasaban a significar, como aquella de Alejandría, la consagración del Estado Civilizado.
EL VASO QUE SE DERRAMA
El proyecto civilizador de los estados modernos tuvo en nuestro país una
ley en las que asociaba al Estado con las instituciones civiles con el
objetivo de llegar a cada rincón del nuevo país. Hay un libro muy
interesante que trabaja sobre esos primeros pasos de Tulio Halperin
Donghi que se llama Una nación para el desierto argentino. Uno de los
mecanismos ideados por Sarmiento fue ese: las bibliotecas como
institución misional letrada que en su constitución aliara al Estado con
las fuerzas vivas esparcidas por todo el país. Había que forjar una
nación.
La llamada ley Sarmiento, sancionada el 21 de septiembre de 1870 y
promulgada el 23, plasmaba el objetivo de aquel proyecto y lo impulsaba:
LEY 419
Art. 1 – Las bibliotecas populares establecidas o que se establezcan en
adelante por asociaciones de particulares en ciudades, villas y demás
centros de población de la República, serán auxiliadas por el Tesoro
nacional en la forma que determina la presente ley.
Art. 2 – El Poder Ejecutivo constituirá una Comisión protectora de las
bibliotecas populares, compuesta por lo menos de cinco miembros y un
secretario, retribuido con mil pesos fuertes anuales.
(…)
Art. 5 – La subvención que el Poder Ejecutivo asigne a cada biblioteca
popular, será igual a la suma que ésta remitiese a la Comisión
protectora, empleándose el total en la compra de libros, cuyo envío se
hará por cuenta de la Nación.
Esta ley, por cuyo día de promulgación se festeja en la actualidad el
día de las bibliotecas populares, generó en nuestro país una experiencia
singular en donde las asociaciones barriales se erigieron en derredor
de una institución letrada.
En un trabajo presentado por Luis Alberto Romero y Leandro Gutiérrez en
las “VII Jornadas de Historia de la Ciudad de Buenos Aires”, los
historiadores analizan este fenómeno con una mirada singular, recortando
en el período de su esplendor: entre 1920 y 1945. En estos años, las
sociedades barriales aparecen como fundamentales en la constitución del
nuevo tejido urbano. En ella se confundían los argentinos y los
inmigrantes, aunque esta distinción fue cada vez menos relevante.
Convivían obreros, empleados, maestros, pequeños comerciantes,
profesionales y muchos otros sin ocupación fija. Era, en suma, una
sociedad popular nacida de la atenuación de conflictos posteriores al
final de la primera guerra.
En la constitución de cada una de las sociedades barriales tuvo enorme
importancia un conjunto de asociaciones de distinto tipo: sociedades de
fomento, clubes, asociaciones mutuales, comités de partidos políticos y
bibliotecas populares, cuya proliferación tenía que ver con los destinos
comunes y paliativos a las múltiples e imperiosas necesidades.
Aunque las bibliotecas populares existían, como ya vimos, desde fines
del siglo anterior, su gran crecimiento se produjo entre 1920 y 1945:
1924 y 1930: 46
1930 y 1936: 90
1937 y 1945: 200
Hoy, 45 reconocidas por CONABIP.
En muchos casos surgieron como iniciativa de un grupo de vecinos; a
veces mantuvieron existencia institucional autónoma y otras terminaron
incluyéndose en algún club o, muy frecuentemente, en la escuela, aunque
conservando su identidad. En muchos otros casos, surgieron adosadas a
otro tipo de instituciones –clubes o sociedades de fomento- que
invariablemente creían útil y necesario tener una biblioteca pública.
Entre estas instituciones, la más activa fue el Partido Socialista, que
para 1932 poseía 56 bibliotecas vinculadas a sus centros. La
Municipalidad de Buenos Aires acompañó más lentamente este movimiento
espontáneo, promoviendo sus propias bibliotecas barriales, aunque su
dispersión fue menor, limitándose a los barrios más antiguos y más
poblados.
Además de reunir y prestar libros, estas bibliotecas organizaban
regularmente conferencias, dictaban cursos de cultura general o de
capacitación profesional (como mecanografía), organizaban actividades
artísticas (grupos de teatro, coros o lecturas comentadas), y también
otras recreativas (bailes, picnics, fiestas).
La proliferación, entre otras cosas, también está vinculada a la
alfabetización (en 1914, 18%; en 1938, 7%). Estas bibliotecas generaron
una experiencia singular de cruce entre la cultura erudita y
experiencias sociales vividas por los habitantes de los barrios.
Mensajes de algunas bibliotecas populares:
“centros de la cultura popular donde se forja la mentalidad del pueblo”
Las bibliotecas tenían un sentido misional y funcionaban primordialmente
como agencias transmisoras y divulgadoras de la “cultura” establecida,
creada y localizada en un mundo exterior al del barrio: el de los
intelectuales y, en general, el del saber universal (”La biblioteca es
una institución guerrera de la conquista de la ciencia y la difusión del
saber” – Lema de la Corporación Mitre).
La actividad principal de las bibliotecas –antes mismo que lo
específicamente atinente al libro- eran las conferencias. La verdadera
conferencia estaba a cargo de alguien venido de afuera, del distante
mundo de la cultura, cuya ajenidad precisamente lo erigía en oficiante
de ese rito singular que era la conferencia barrial.
Cito lo que, a modo de conclusión, arguyen Romero y Gutiérrez:
“Las bibliotecas existen para reunir y hacer circular libros. Pero, a
pesar de la proliferación de bibliotecas, los testimonios de la lectura
distan de ser abrumadores. (…) La gran mayoría de los libros que los
bibliotecarios atesoran y a veces exhiben en lujosos anaqueles con llave
no son prácticamente tocados.
Tenemos la paradoja de que existe una sociedad letrada, una cultura
letrada, una red de bibliotecas y, sin embargo, hay una escasa actividad
de lectura en ellas. Pero precisamente la poca lectura es la prueba del
peso de la cultura letrada. Aunque no se leyera o se leyera poco, los
libros cumplían una función esencial, más simbólica que real, en estas
instituciones de la cultura popular. Si las bibliotecas son en realidad
asociaciones solidarias en torno de las cuales se articula la sociedad
barrial, y también agencias culturales de objetivos diversos, su
existencia requiere imprescindiblemente de los libros, que cumplen un
papel aglutinador, justificatorio y legitimador. En nombre de esa suerte
de objeto sagrado es posible desarrollar un conjunto de actividades
que, en realidad, tienen que ver sólo indirectamente con él. Los libros
funcionan, de esta manera, como una cultura objetivada, visible,
mostrable y acumulable. Más que su lectura, su presencia en los estantes
es la expresión directa y sin modificaciones de una cultura que cree y
puede ser exhibida como un logro de la institución y del medio social
todo.
Se trata de un acceso fragmentario y ocasional, pese a que la voluntad
es permanente; de un picoteo asistemático a una cultura que, así
adquirida, es más ornamental que útil. Y sin embargo, en torno de esto
se constituyó una suerte de religión laica, en la que los libros fungían
de objetos sagrados y los conferencistas de celebrantes.”
Según estos mismos autores, luego de 1945, la decadencia de las
instituciones barriales y, especialmente de las bibliotecas, es visible y
acelerada. A medida que se consiguen los objetivos, se satisfacen las
necesidades más urgentes, el interés colectivo va declinando. Las
bibliotecas, particularmente, fueron abandonando su dimensión fomentista
y social y, circunscriptas a lo cultural, tuvieron más dificultades
para sobrevivir.
LAS BIBLIOTECAS EN BUENOS AIRES HOY
Hoy debemos conformar un nuevo estadio de la historia de las
bibliotecas, en donde, con un mapa rígido de situación podemos
distinguir:
• BIBLIOTECAS UNIVERSALES PÚBLICAS: Biblioteca Nacional / Biblioteca del
Congreso de la Nación (la primera, biblioteca de patrimonio y de uso;
la segunda, biblioteca de uso)
• BIBLIOTECAS ESPECIALIZADAS (Bibliotecas de las universidades,
biblioteca de maestros, biblioteca anarquista, biblioteca infantil,
etc.)
• BIBLIOTECAS PÚBLICAS BARRIALES (Con intención y tradición parecida a
la de las bibliotecas populares. Hoy hay 26 en la Ciudad de Buenos Aires
Y dependen del Ministerio de Cultura del GCBA)
• BIBLIOTECAS POPULARES (de las que ya nos hemos referido)
• BIBLIOTECAS ESCOLARES (Existen, por escalafón, en todas las escuelas
públicas y en la mayoría de las escuelas privadas y tienen como objetivo
brindar apoyo a los educandos)
Y dos casos más de las que hablaremos:
• BIBLIOTECAS VIRTUALES
• BIBLIOTECAS COMUNITARIAS
Este panorama nos permite dar cuenta de un cuadro bastante atípico:
• una gran concentración de las instituciones del conocimiento universal
(frente a la expansión a la que hacíamos referencia en la primera mitad
del siglo pasado),
• una especialización del saber,
• la perdurabilidad, no en el apogeo al que nos referíamos, de las bibliotecas enciclopedistas barriales,
• una atomización de las bibliotecas en pequeñas instituciones
informales pero con un sentido dinámico y un objetivo primordial de uso
(la biblioteca que ayuda a hacer la tarea, una biblioteca en una sala de
espera en el hospital, etc.)
• Y la utopía de la biblioteca infinita a través de los soportes digitales-
Todo esto se da en un contexto histórico que nos propone otros mecanismos para acceder al conocimiento:
• el acceso al libro es sensiblemente más sencillo que hace cincuenta
años –sea por la importación, sea por la producción nacional, sea por la
mesa de saldos-;
• la lectura es una herramienta más, y no la única de la información o el ocio;
• Y el acceso a los textos de consulta –enciclopedias, atlas, etc.- es más sencillo a través de la internet.
LAS BIBLIOTECAS COMUNITARIAS
En este mapa, nos encontramos con la novedad de las bibliotecas comunitarias.
¿Qué son las bibliotecas comunitarias? Son pequeñas bibliotecas aliadas a
servicios básicos como la salud, el techo, el deporte, ¿para qué? Para
acceder a la información, para hacer la tarea, para la recreación, ahí
donde la información es imprescindible a través de esa manera, donde la
tarea alfabetizadora es aún fundamental, donde el ocio es indispensable o
impuesto. Éstas ya no tienen un criterio iluminista sino de bien de uso
inmediato. Podemos llamarlas también bibliotecas urgentes.
En la ciudad de Buenos Aires irrumpieron en un período clave y son
consecuencia, entre otras cosas, de la ruptura de los contratos básicos
de los estados modernos: en comunidades vulnerables y necesitadas de
servicios básicos, surge la biblioteca no como institución altanera sino
más bien tímida, que hace buenas migas con el pequeño centro de salud,
el comedor, el parador de chicos de la calle, el hogar de ancianos, la
unidad penitenciaria, el club donde los chicos juegan a la pelota o los
ancianos juegan a las cartas.
Las bibliotecas comunitarias cumplen una función primaria:
• la lectura inicial,
• el acompañamiento al aprendizaje formal,
• la recreación íntima y colectiva, entre otras.
Experiencias próximas similares a la de la Ciudad de Buenos Aires
podemos encontrarlas en Santiago de Cali, Colombia, Curitiba, Brasil y
Las Condes, Chile.
En todas estas experiencias, pero también a lo largo y a lo ancho de la
historia de las instituciones llamadas Bibliotecas, se encuentra un rol
esencial: el mediador, el que aproxima el texto a su lector.
CONCLUSIÓN
Hemos querido reflexionar acerca del panorama de las bibliotecas en
general y en la Buenos Aires del año 2000, intentando dar cuenta de la
convivencia de los distintos mecanismos de lectura institucional y
factual –la narración íntima, el libro y la internet. Hemos tratado de
desangelar al libro de su carácter romántico para otorgarle la idea de
artificio, de mecanismo, de medio y no de fin.
Y quiero cerrar parafraseando a Walter Ong. Cada vez que él hable de
“escritura”, nosotros diremos “lectura”: La lectura, como otras
creaciones artificiales, y en efecto, más que cualquier otra, tiene un
valor inestimable y de hecho esencial para la realización de aptitudes
humanas más plenas, interiores. Las tecnologías no son sólo recursos
externos, sino también transformaciones interiores de la conciencia, y
mucho más cuando afectan la palabra. Tales transformaciones pueden
resultar estimulantes. La lectura da vigor a la conciencia. Para vivir y
comprender totalmente, no necesitamos sólo la proximidad, sino también
la distancia. Y esto es lo que la lectura porta a la conciencia como
nada más puede hacerlo.
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