Impresiones sobre “El cadáver de la Nación”, de Néstor Perlongher

Una de las miradas más potentes sobre la figura de Eva Perón es la de Néstor Perlongher en "El cadáver de la nación", ese gran texto poético y político. Compartimos el poema y la lectura de Mariana Baranchuk.



Por Mariana Baranchuk*

Poema lacerante, difícil, hiriente como cadáver profanado.

¿Qué es la Eva de Perlongher? Me pregunto en ese suceder en que cada quién elige su Eva y postula qué sería si viviera, y lo más probable es que sería quien era con muchos más años de experiencia acumulada. Como todas y todos nosotros, pero siendo Eva, evita, Ella, esa mujer.

El poeta casi no la nombra en el texto pero la enuncia en el título: ella es El cadáver de la nación. Fiereza hecha letra desde el comienzo, bancatelá -pareciera gritar de entrada- ella está muerta, más que muerta, es un cadáver toqueteado.

Recién muchas líneas después dirá “Eva”. Porque nombrarla en el escenario que le montó duele, porque a partir de pronunciar el nombre la escritura devela cierta ternura que antes no se quería dejar entrar.

Y las voces de otros invocando a esa mujer, a la diosa, a la santa y “…evitar que flote evita” y recién ahí permite la entrada de la primera persona para llorar y querer resucitar a su Eva: “Quiero que me dejen a solas con su muerte y en el laboratorio sustituir su sangre cancerosa por horchata de orquídeas amazónicas”

En el tercer tiempo le da voz a la propia Evita, o se transforma en ella en el sentido del transformista y Eva-Perlongher es quien habla con el peluquero que la peinó luego de que el doctor Ara la embalsamara, para indicarle cómo quiere ser vista “Aranda hágame los rulos…”, los rulos son de Eva.

El poema en este apartado se torna, íntimo, preciso, femenino. Tremendamente femenino. Para luego volver la omnisciencia con el tono de un contador de cuentos que va llegando al cierre de su relato: “Le hizo cortar para su madre una larga mecha de los sedosos cabellos de Eva y así despidióse el peluquero”.

¿Qué es la Eva de Perlongher? Vuelvo a preguntarme y viene a mi memoria una pequeña escena de la película “Eva Perón: la verdadera historia” de Juan Carlos Desanzo con guion de José Pablo Feinmann, donde Paco Jamandreu frente a una Evita moribunda le dice: "Sabe que pasa señora...ser puto, ser pobre o ser Eva Perón, en este país despiadado, es la misma cosa". Y volver desde ahí a un Perlongher poeta, puto, militante trotskista admirador de Eva Perón y de Rosa de Luxemburgo en un país despiadado.
Un Perlongher que con su estilo neobarroso señala a una nación que desparrama cadáveres mancillados y los desaparece. El de Eva incluido.



"El cadáver de la nación", por Néstor Perlongher

1. Zombi
El poder, sus botones de harmalina, no
da para trepar (ya desgarrando) los pliegues o
sayales de la santa, en lapa escayolada, momi-
ficada o muesca, des-garrando, a dos ojos
cejijuntos, en balde mito, rito que te frustra,
porque ella no se inmuta, desde lo alto
de su nariz quebrada al salir (ser sacada) del
cajón, zombi escarlata, nylon Revlon, flecos
kanekalon, uñas que la manicura, con un esmero
de película, talla, tajea un corredor de
alambres.

Ya que capturan al que se acerca o mira a-
penas con un mucílago de red, todo el poder de
la mirada u ojo de dios no alcanza para
cortar, menguar el flujo de la potencia he-
dionda, tripas de bicicletas en manubrio,
cilicio de cilindro, al “interior del país”
adosaría su soirée, convulso, si tardes
en las rocas bañadas o teñidas (tañidas) por
los rizos de la espuma, ahogando des-
aparecer, impresentable, chueca por
los clavos o clavijas del cajón, que al
traspasarle el muslo la levitaban renga, re-
portando su escueto escote al comisario
de manzana o de pera óntica, en Belgrado
granoso, granuja descarado quien manijas
(ya yerto) sustentó a la yaciente en trans-
migrar, del Bajo a la vereda, del Pozo al
Bajo, del Combate trascendental, un
coup poudre*, la locura/lujuria verti-
ginosa, vertical de incienso y toques
de torva simpatía, yerbas quemadas en
crematorio, el cabo de los hornos, su
agitar

tembladeras y enroques, no da para
siquiera sostener en el aire la sombra
de esa mujer
sin destrabar los doraditos o estuques
que fueron acumulando los peronios, sus súbditos
tostados en La Perla (Ensenada) Punta Lara
o Baldía, los que tirando hasta achinarla un
poco las comisuras de los párpados en gro-
tesca conmiseración o reverencia, altares
erigieron en torpes casillas de chapa,
con ojos chingados por la nube de polvo (un
coup l’air*) pepino de zumbí grosera
zumba en sus encajes de novia de suburbio
Balmaceda Archie Moore muía de espanto
so aparecida cabe de cáscara para
toda esa crispación de proletario en landas
de esplendor salamesco.

Saudades de la Fundación Primera y
generosas fetas de membrillo con guinda y
celofán plateado, la Diosa no
se muere.

Aunque escalemos el Monte Athos con romilar
aunque olisqueemos en los estoques de hojarasca las joyas
aunque con ácido depilemos su
bozo, de cristal, en el cisco
del cáncer o en la pantorrilla cuya costra
en tazones de níquel adorada, con sangre de
tranviarios, no transporta
la escolopendra de sus vísceras a
bandera rosarina en chanfles de
monzón, deliberadamente feísta?

No deja de insuflar a los huecos la pompa
de lo vano, como un bretel
de polvo: coup n’âme


2.
Golpea a los tres días en un descuido de la muchedumbre el vidrio que se agolpa en los pasillos nudos descascarando el esmalte de nácar natural que ha pasado (un desliz) obedeciendo sus indicaciones antes del desmayo el cristal los cuidadores de la ALN creen que se empaña y lo destapan para pasarle una rejilla embebida en alcohol o en el vinagre del olivo. Ella los ve desde lo alto suspendida gritando la traición no se deja desmerecer por esos que la manosean aprovechando su yertez y un rulo apenas como consecuencia de la infiltración del aire en la atmósfera cerrada y casi fría del boudoir artificial ya que Ara había cautelosamente rociado con el gas de la inmovilidad la yacencia del cuerpo en esa veinteañera eternidad celeste desde el cielo contempla oh impotente los esbirros pasándole en la ñata (después en el maggiano devenir partida) avinagrado banlon con membrete de la Fundación y el bokor* vestes negras alaridos como hélices los brazos agitando en la noche del pasillo las colas de las bolas de las minas que lloran en la noche el atajo partido de su muerte imperial quiere impedir que le aireen los poros pero toda su magia es impotente para evitar que flote evita sobre las coronas de calas las corolas de los trabajadores inclinados sobre el espejo lacrimal la limpian no era no para abrirla y que penetren las toses de los pobres en la artificialidad de los estanques sino que quiero que me dejen a solas con su muerte y en el laboratorio sustituir su sangre cancerosa por horchata de orquídeas amazónicas y brujerías incorporadas al hechizo de los pómulos aunque ella desee sonreír desde lo alto donde se ve yacer en el estuche como una joya en jade no podrá ya que en esos sulfiles con la ayuda de una noble europea en horas libres le haremos con brocatos un sudario bordado reemplazando al que tiene que le deja al aire —libre no— las pantorrillas mostrando para mayor contorsión de los subditos la huella o la mordida de los rayos la falta de los tules de dermis necrosada que la hermana ha guardado por vicio de macabro coleccionar macetas en una cristalera en la vitrina estuche con el cual ha hecho la cordillera en huida a Chile o a lo mejor dejólos disimulados entre peplos de diario en la repisa de la misma manera que el cadáver cuando ya se ha tornado peligroso porque ella desde lo alto viene a tirar los hilos del títere o las gomas que la atan a la falsa histeria traicionada de su rictus en la impotencia de su involuntario errar.

3.
Aranda hágame los rulos con la delicadeza de una onda cetrina nívea en su rubor amar el illo el bigudí sujéteme con un papelito disimulado en la tintura de la entretela para erguir el mamotreto del rodete hasta una altura suficiente para espantar las engrupidas junto a mi lecho que no digan que se me bajó el copete siquiera yerta hágalo digno Aranda hágame los rulos no me lo deje entrar al puto de la cabeza contra el piso al que se arrastra como un saurio al que inclina la sien (sus doraditos) frente al primer moreno de la guardia téngame en guardia contra él que mis muchachos son sensibles que no se enteren que ha tocado mis carnes casi necrosadas con esos dedos que han hurgado braguetas en el Rosemarie o en la penumbra del Eclaire que no me chanten al revuelo el revoleo de su anillo en los pasillos populares y sobretodo que no hieda a pobre semen el tocado la redecilla del rodete el tibio tul que ha de velar, una vez tiesa, estas pupilas que han visto desfilar carrozas y las verán desde lo alto de lo más bajo donde muevo la cítara de la multitud Aranda hágame los rulos y disimule las hebillas entre los tropos del cabello para que a quien las encuentre se les disuelvan en las yemas.
4. 
un valioso broche escudo peronista de piedras preciosas
Pedro Ara
Nadie más que yo compuso sus peinados.
“En cuanto me muera, quíteme el rojo de las uñas
y déjemelas con brillo natural”.
Armada de sus trebejos de manicura
doncella de la estancia, plata y nácar
¿envolver en sus manos el rosario?
“Yo no soy quién —le contesté— para decidir
en esos detalles”.
Atarle la peluca a los galones
sustituir el fleco de la hombrera por cabellos de mucus
el liquen de su bozo, el mucilaginoso titilar
acompañé día y noche para impedir que le inyectasen
en los ruleros grumos que pudieran dificultar el embalsamamiento
o frunces en la almohada que pareciesen tigres al acecho
le hizo cortar para su madre una larga mecha de los sedosos
cabellos de Eva. Y así despidióse el peluquero.

São Paulo, mayo de 1989

(de Hule)

*Mariana Baranchuk es Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Magister en Comunicación y Cultura por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Es además, periodista, docente universitaria (UBA, UNQUI, UNPAZ) y poeta.

Hule
Néstor Perlongher
Ediciones Último Reino, 1989.

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