15 años de la muerte de Isidoro Blaisten
Hoy se cumplen 15 años de la muerte de Isidoro Blaisten, uno de los mayores cuentistas argentinos. Había nacido en Concordia, el 15 de enero de 1933. Lo recordamos con "La suerte de la fea la linda la desea", un micro cuento publicado en su libro Antología Personal.
LA SUERTE DE LA FEA LA LINDA LA DESEA
Era
más fea que lobizón con redecilla, pero tenía suerte. Compraba una rifa de
Navidad y se sacaba todos los huérfanos de Dickens, compraba un número de la
tómbola de Bruselas y se sacaba todos los repollitos, compraba un billete de la
lotería de la Rioja y se sacaba todos los caudillos.
Caminaba por la calle, procurando que el mundo no la vea, y a su paso
encontraba de todo: lebreles de plata, caduceos de oro, diademas de berilo,
tiaras de ópalo, sayales de púrpura.
Tanto había acumulado, que nadaba en la abundancia: crawl, pecho,
espalda, mariposa, over, cualquier estilo.
En
cambio, la pobre linda que tenía piel de alabastro, cutis de colegiala, labios
de coral, dientes de perlas, boca de grana, cuello de cisne, ojos de azabache,
caderas hospitalarias, senos turgentes y cintura de avispa, no pegaba ni una.
Vestida de percal, para ganar el pan amargo y duro, iba cual todas las
mañanas camino del taller.
Y
aconteció que, una mañana de primavera en que había en el aire violines
elitrosos, la vio el príncipe azul.
No
bien la vio, detuvo el corcel, ató las bridas al pie de la media estatua de Don
Quijote sita en Lima y Avenida de Mayo y caminó presuroso detrás de la linda.
—Linda, dinos el motivo de tu encanto y atractivo —dijo el príncipe azul
en cuanto estuvo al lado de la linda.
—Mi
secreto es evidente —dijo la linda—. No tengo niente. Voy cual todas las mañanas
para ganar el pan amargo y duro, camino del taller.
—¡Cómo así! —exclamó el príncipe Federico (el príncipe azul se llamaba
Federico)—. La crisis no debe recaer sobre las espaldas de la clase obrera. La
variable de ajuste no puede ser el salario de los trabajadores.
—Así
es la vida, Federico —dijo la linda—. Ya sabes por ti mismo muchas cosas y
otras irás sabiendo lentamente.
A
todo esto, lentamente, en sentido contrario, avanzaba la fea. A cada paso
levantaba del suelo relicarios de ébano, incensarios de madreperla, jofainas de
lapislázuli, pebeteros de malaquita, mariposas de obsidiana.
No
bien el príncipe azul vio lo que andaba levantando la fea, giró sobre sí mismo,
abandonó a la linda, se puso a la par de la fea y dijo:
—Paloma, casate conmigo, si vieras el nido que tengo escondido cerquita
de aquí.
—Al
registro civil —chilló la fea, levantando un aguamanil de peltre con su
correspondiente jarra del siglo XVII y un solideo de pana labrada del siglo
XVI—. Al registro civil.
El príncipe
se demudó.
—Antes —dijo—, celebremos la fecha con un aire de júbilo que cumpla la
parábola. Vayamos al Grill Oriente a tomar una sidrita.
Fueron. Desde la otra esquina la linda los vio cruzar. Se sintió más
triste que un domingo a las seis de la tarde. Se sintió una basura.
—¡Manliba mi suerte perra! —sollozó. Y siguió cual todas las mañanas
camino del taller.
Después de la sidrita, el príncipe azul desató el corcel y subió a la fea
a la grupa con todo su cargamento, y partieron al galope rumbo al registro
civil.
La
noche de bodas, la fea comenzó a desnudarse. Fue no más terminar de verla
desnuda y el príncipe cayó fulminado, muerto de desolación.
A la
semana la fea escribió un libro. A la semana lo publicó: se llamaba Mi vida
junto al príncipe y fue best-seller mundial. Cobró de regalías, neto, un millón
doscientos cincuenta y siete mil dólares con cero sesenta.
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