La larga cosecha
A noventa años de la primera edición de la novela fundadora del género negro norteamericano, la obra de Hammett se convirtió en un clásico que no envejece, por su forma de representar el modo en que se construyen las sociedades contemporáneas en relación con los factores de poder.
Por Hernán Carbonel*

Contextualicemos: Black Mask era lo que hoy llamaríamos un
pulp fiction, ediciones baratas
orientadas a un público de escaso poder adquisitivo. En general revistas
pequeñas, hechas con la pulpa de la madera (de ahí su nombre), encerraban un
lenguaje directo, sin eufemismos, con uso de argots callejeros, descripciones y
diálogos breves y punzantes.
En esa revista fue publicada por
primera vez Cosecha roja –de cuya
primera edición se cumplen 90 años-, en cuatro entregas mensuales, entre
noviembre de 1927 y febrero de 1928, bajo el nombre original de Poisonville.
El género
Fue Hammett quien “sacó al crimen
del jarrón veneciano y lo arrojó al medio del callejón”, según palabras de su
gran discípulo, Raymond Chandler. Libró al detective del cuarto cerrado, en ruptura
con el relato de enigma, y puso la sordidez en la punta de su nariz. El crimen
no era ya ese elemento extraño a las sanas
costumbres de la época victoriana, sino que pasa a ser un producto social
de los años ‘20.
En el policial negro, el crimen es
ley y la ley es el crimen. Se han roto el respeto por la propiedad privada, la
razón y la moral; el fin justifica los medios y ya no se puede defender al
Sistema pues es el Sistema el que está infecto. Como parte de ello, la policía
en tanto institución, ya es no objeto de confianza. He aquí donde entran en
escena los detectives privados, y otros estereotipos propios de un género en
formación acorde a los tiempos que corren: el hombre rico de guantes blancos –pero
con las manos sucias-, la mujer ambiciosa, seductora, sin escrúpulos (hoy, tal
vez, objeto de la violencia de género) y un detective que ya no fuma en pipa
junto al fuego mientras se enreda en devaneos metafísicos, sino que se la pega
en la calle, se banca la parada –y un
par de sopapos, claro- y ejerce un romanticismo apático, al borde del
nihilismo. Cínico y solitario, pasa del dinero.
La novela

Luego de escribir ese inagotable
clásico que es El halcón maltés, un
par de novelas más y algunos relatos, y tras ser aceptado en las fuerzas
armadas para la Segunda Guerra Mundial, acercarse a organizaciones de izquierda
y ser perseguido por el macartismo, Hammett se convirtió en un Bartleby: dejó de escribir, dejó de
publicar.
Pero dejó, también, y entre tantas
otras cosas, la ironía como una marca indeleble del policial negro: “Quien lo
ha matado”, pregunta el protagonista de Cosecha
roja. “Alguien que tenía una pistola”, le responden.
Las traducciones
En el foro abretelibros.com aparece este comentario de un usuario: “Una
duda existencial. A ver, creo que estoy leyendo la traducción de Fernando
Calleja (...) y me he bajado [de] la red la de Rafael Marsán, que es muy muy
diferente. No hay más que ver los principios”.
Cierto.
Vayamos a tres ejemplos. Los dos
citados: la edición de la revista Club del Misterio (Bruguera, Barcelona,
1981), con traducción de Rafael Marsán; la de la Serie Negra de Alianza
Editorial (Planeta, Barcelona, 1985), traducción de Fernando Calleja; y sumemos
la de la Colección Rastros (Acme, Buenos Aires, 1946), en versión de J. Román.
Haciendo un copy paste intensivo, y salvo excepciones, las traducciones no
difieren demasiado. Podría armarse así:

Es él quien ejerce el don del
habla popular; quien “tenía la costumbre de convertir las erres en diptongos”,
quien “cambiaba en diptongos otras erres”. Es en él donde entra a tallar el uso
de cierta jerga: “decía soido por
cerdo, loido por lerdo y poino por perno”, “como le ocurre a casi
todos los nativos de Brooklyn”. Fonéticas propias de ciertas regiones –como los
cubanos colocan una ele en lugar de la erre al final de ciertas palabras o los
madrileños dicen Madrís-. “Así que me
importó poco su manera de nombrar la ciudad”, o “no preste atención a lo que
hiciera con el nombre de la ciudad”.
Atento a los giros del lenguaje
oral, el oído del protagonista se centra en las erres: “Luego volví a oír el
mismo nombre de boca de hombres capaces de pronunciar bien las erres”. “Más
tarde escuche a otros hombres capaces de vérselas con las erres pronunciar el
nombre de igual manera”. O “Más adelante oí que la pronunciaban de igual forma
otros hombres que no tenían la misma dificultad de los nativos de Brooklyn”.
(En manos de Román, la cita a la ciudad-condado es la única ubicación
geográfica dentro de las tres traducciones.)

Ambas conjugan lo humorístico
(humor, retruécano, cómica), lo vulgar (bajos fondos) y el argot (jerga,
fonética) propio de un determinado grupo social. Calleja, en cambio, elige
quedarse con un giro netamente borgeano: “no vi en ello sino un ejemplo más de
ese inane donaire que suele inspirar los retruécanos de la germanía”. Sic.
Principio y final coinciden: unos
años después - unos años más tarde - pocos años después / fui a Personville y /
comprendí el exacto significado de esta palabra - comprendí mejor el porqué -
tuve oportunidad de rectificar mi juicio.
Personville (ciudad personal,
podríamos arriesgar, acertadamente, una vez que sepamos de qué va la novela y
quién es Elihu Willsson) se convertirá en Poisonville: “ciudad venenosa” o
“ciudad ponzoñosa”.
Nada que no se vea hoy en
cualquier rincón de este bendito mundo.
*Hernán Carbonel nació -y vive- en Salto,
provincia de Buenos Aires. Estudio Comunicación Social en la UNLP. Actualmente
escribe para el suplemento literario de La
Gaceta de Tucumán y para la revista Acción
Cooperativa. Produce y conduce programas de radio y da talleres de lectura.
Publicó los libros Antiguos dueños de la
tierra (en conjunto con Mario Méndez y Jorge Grubissich, Ediciones Amauta),
El chico que no crecía y otros cuentos
(Galerna Infantil) y la investigación periodística El caso Arroyo Dulce, que lleva prólogos de Antonio Dal Masetto y
Sergio Pujol. Ha colaborado, también, en varios medios gráficos y digitales, y
algunos cuentos suyos fueron publicados en antologías.
Comentarios
Publicar un comentario