Sobre el amor
En pocos días se cumplen diez años de la muerte de Corín Tellado, quien contribuyó como nadie a la difusión de novelas y relatos sobre el amor romántico. Marcó, con más de 5000 títulos, la manera de vivir los vínculos amorosos de varias generaciones, sobre todo de mujeres. En su homenaje, Libro de arena propone recorrer la novela rosa durante todo abril. En este primer texto Liria Evangelista* se refiere a la importancia que tuvieron las historias de Corín Tellado en la “educación sentimental” de las mujeres de su familia, junto con el bolero y las lecturas de Louise May Alcott. Y propone reflexionar sobre la posible pervivencia de esa mirada romántica en el amor actual.
Por Liria Evangelista
A esta altura
de la vida, tan cerca de cumplir los 60 y tan lejos de la infancia y de la
adolescencia, podría afirmar —casi con certeza, pero me reservo el “casi”— que
cada generación tiene sus modos y sus formas de amar. Los cuerpos se disponen,
se tocan, se rehuyen, se silencian, se repelen y se acoplan en un horizonte
iluminado por la historia. Historia que es de los cuerpos y de las lenguas que
los hablan. Los gestos del
encuentro entre cuerpos —erótico, amoroso —tendrían las formas de las lenguas
que los hablan o los silencian. ¿Y si ese “casi” contuviera algo perdurable
sobre el amor, algo que se supiera y se sintiera inmutable en el vendaval de la
historia? ¿Cómo se habla y se habló sobre el amor? ¿Qué historias nos contaron?
¿Qué restos quedan, si alguno, de las formas de amar que sin darnos cuenta
aprendimos?
Parque Chas en los años 60 era el
aire luminoso de la infancia. La voz de mi madre asegurando “que en la vida hay
amores que nunca pueden olvidarse” y que cuando las bocas se cerraron con un beso
“pasaron muchas muchas cosas”. Tito Rodríguez y Javier Solís fueron la
educación sentimental de mi madre. Y las novelitas de Delly que había leído en
su juventud y que habían quedado tiradas en la piecita de la terraza de la casa
de la abuela, amarillas y gastadas, con olor a amor nunca consumado: Orietta y
Corazones Enemigos. Había huérfanas que desconocían su identidad, nobles que se
enamoraban de muchachas pobres y que debían luchar contra su clase para que el
amor triunfara. Deshechos de las décadas del 30 y del 40 que yo leía en las
largas tardes de las vacaciones de verano. Y Corín. Cientos de novelitas de
Corín Tellado que mi tía Leticia escondía debajo de su cama y cuya lectura era
el único motivo por el cual yo dejaba que me arrastraran a los domingos
aburridos de Quilmes, tan lejos de mi mundo, tan lejos de mi casa.
En el barrio y en la escuela, las nenas nos
prestábamos el álbum de oro de Susy Secretos del Corazón. Faltaban casi veinte
años para que la poeta Susana Villalba hiciera de esa matriz amorosa grito de
guerra y cuerpo sexuado. A mí me fascinaban los besos y pasaba horas
calcándolos con plumín y tinta china. En la oscuridad del cine del barrio
imaginaba que alguna vez los besos húmedos de Sandro me estarían destinados.
Oh la educación sentimental y
erótica de las chicas de mi generación: Susy y Sandro, las novelas de Migré y
Mujercitas, cuerpos niños que querían ser a la vez un personaje de Corín
Tellado y Jo March. Palito Ortega cantaba un amor en el aire que nacía del aire
mientras las tormentas de la historia tronaban en la voz de los adultos y en la
pantalla en blanco y negro de la televisión. El Cordobazo, el Luche y Vuelve,
Ezeiza, la muerte de Perón proponían a mis ojos niños otros cuerpos, otras
sangres, otras pasiones que sin embargo coexistían extrañamente con las
vírgenes erotizadas de las novelas rosas.
Entrados los 70 la adolescencia
atravesó los silencios de la muerte y me donó otros secretos: la virginidad
perdida y la lectura de El Segundo Sexo. No nacíamos mujeres, Corín, Susy,
Josephine March. Resultó que mujeres nos hacíamos y que el orden de los cuerpos
iba a hacer estallar un universo que perdía y ganaba en sentidos. ¿Cómo dar
cuenta de los cuerpos arrojados al río? De miles de lectoras de Corín quedarían
restos de uñitas pintadas, piecitos jóvenes atados con alambre: son tus
Cadáveres, Perlongher los que empezarían a hablar. En el mundo de los vivos las
noches se pobablan de otras mujeres—literarias y reales—que se transfiguraban
en poderosos seres de deseo.
Pienso en la niña que calcaba besos,
en la que en Quilmes anhelaba ser amada como sólo se amaba en las novelas de
Corín. Pienso en la voz de mi madre, en los boleros de Tito Rodríguez y de
Javier Solís, todas las matrices de cierto aprendizaje del amor, de cierto
ordenamiento de los cuerpos. La historia de estas décadas se inscribió en mi
cuerpo desplegado en amores, amantes, orgasmos, partos, menopausia, es decir,
en todas las variantes de la carne. Pienso en todas las que peleamos por el
derecho al goce, por nuestras libertades, las que seguimos peleando por
derechos aún no conquistados, por la libertad de explorar palabras nuevas, de
hacer estallar las viejas, de mezclarlas, retorcerlas, revisarlas. La renovada
libertad de ejercer ahora y siempre la palabra.
Y me pregunto
por los restos, lo que queda de ese aprendizaje que hubo que empezar a desandar
en eso de hacerse mujer. Me pregunto por las formas del amor, por las que
murieron, por las que aún perduran. Me pregunto cuánto rosa perdió la novela de
nuestras vidas, cuánto rosa —si acaso—guardamos todavía.
*Liria Evangelista: Es Licenciada en Letras por la UBA, docente, escritora y crítica literaria. Nació en Buenos Aires en 1961. En 1998 publicó Voices of the Survivors, testimony,mourning and memory in post-dictatorship. Argentina (Garland Publishing New York), y en 2009 su novela La Buena Educación (Buenos Aires, El fin de la noche). Editorial Paradiso publicó en 2012 su primer libro de poemas, Una Perra. En 2013, Borde Perdido Editora publicó en Córdoba, Argentina, el libro de poesías y relatos Niña Soviética, reeditado en 2015. En 2018 publicó Sangra en mí (Modesto Rimba, Buenos Aires). Ese mismo año, Borde Perdido reeditó la novela La Buena Educación en edición ilustrada.
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