Un monumento construido con la palabra

El pasado mes de febrero se cumplieron 220 años del nacimiento de Victor Hugo. También este año se conmemoran 160 años de la publicación de la que quizá sea su novela más importante: Los miserables. Mas allá de la importancia que tenga en la extensa obra del autor francés, se trata sin dudas, de una de las grandes novelas de todos los tiempos. Libro de Arena celebra ambos aniversarios con un recuerdo de lectura de María Pía Chiesino.


Por María Pía Chiesino


Los Miserables no es una novela. Los Miserables es un monumento construido con la palabra.

La novela nos refiere la historia de parte de la vida de sus personajes, y además (en ese cuerpo textual que supera las 1300 páginas), el narrador nos cuenta la batalla de Waterloo, hace comentarios sobre los chicos que se crían en las calles de París, reflexiona acerca de la pertinencia o no de usar una “jerga” como el caló en la escritura de una novela, describe el funcionamiento del sistema cloacal parisino y critica que no se haga un aprovechamiento económico de los desperdicios…

A medida que leemos Los Miserables tenemos la sensación de que el narrador quiso hablar de TODO. No creo que sea casual que el ensayo de Vargas Llosa sobre esta novela lleve por título La tentación de lo imposible.

Ante la necesidad de hacer una reseña o comentario se complica pensar en  un recorte pero no significa que sea imposible. Y en tren de recortar, para escribir algo acerca de esta novela, no puedo menos que centrarme en su personaje más importante, Jean Valjean. Este personaje hará un recorrido  que le permitirá  (a pesar de haber pasado casi veinte años de su vida en la cárcel por robar pan para sus hermanos), redimirse no sólo ante los demás sino, y fundamentalmente, ante sí mismo.

El momento en el que se presenta a Jean Valjean reflexionando sobre su propia vida, a comienzos de la novela, no presenta su una gran capacidad de análisis, y su odio profundo hacia una justicia que sólo sirve, a su entender, para golpear al más débil.

El narrador pone estas reflexiones en la mente de un personaje “ignorante” pero no “imbécil”.

A lo largo de la novela, el personaje roba, devuelve lo robado, se arrepiente, cambia su nombre para no ser atrapado, es elegido alcalde de un pueblo al que administra con justicia, vuelve a la cárcel y vuelve a huir. Y se transforma en un padre cuando rescata de la miseria a la hija de una prostituta muerta. Este será el acto de redención civil por excelencia que llevará adelante y que coronará toda su vida. Jean Valjean, el delincuente, morirá como un santo.

Este crecimiento inmenso del personaje, no podría sostenerse, si el mismo no tuviera la capacidad analítica que le otorga el narrador. En realidad, podría pensarse que es inverosímil que un personaje sin estudios pueda reflexionar sobre sí mismo, sobre la sociedad y sobre la justicia, de la manera en que Valjean lo hace. Es cierto.

Pero el narrador necesita que su personaje tenga esta capacidad, para poder hacer este recorrido. Por eso distingue la ignorancia de la imbecilidad. Y por eso, cuando Jean Valjean se presenta ante los lectores, sus pensamientos son los que corresponden a un ex presidiario que siente que la sociedad y la justicia de Francia, le arruinaron la vida.

Las juzga y las analiza desde el odio. En ese momento de la novela, no puede sentir otra cosa. A pesar de haber pagado su culpa, la sociedad lo señala y lo rechaza. Es, para todos, el criminal, el que acaba de salir de la cárcel, el objeto de todos los rechazos y el blanco de todas las sospechas. Para casi todos.
No lo juzga de esta manera, el obispo Myriel, que es el único que le da alojamiento en su casa, alimento, abrigo. A pesar de esto, y del agradecimiento que siente, Jean Valjean, no podrá evitar robarle…Pero cuando el obispo, no sólo lo perdone, sino que ni siquiera lo denuncie, las amargas reflexiones sobre la maldad de la sociedad y la justicia humanas, se irán modificando.

Jean Valjean sentirá arrepentimiento, y empezará su camino a ser ese hombre bueno y caritativo, el buen padre de Cosette, esa niña a la que  rescata de una casa que es el infierno mismo, y a la que educa como una persona de bien.

No podría haber mejor redención para el personaje. Y esto sería imposible si, al comienzo de la novela, ese joven, apasionado e inteligente, no hubiera sentido el odio más profundo, hacia una sociedad que rechazaba a las personas que roban por hambre.

Poder pensar que castigar con la cárcel ese delito, es la peor cara de la moneda de la justicia humana, es lo que le permitirá, poco a poco, y a lo largo de toda su vida, transformarse en un hombre justo.



Los miserables
Víctor Hugo
Losada, 2008.


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