TRUMAN CAPOTE: Un niño cumpliendo cien años
Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Truman Capote. Libro de arena lo celebra con esta nota en la que María Fiorentino recuerda cómo fue su primera lectura de la obra de Capote. Y nos refiere cómo llegó a ser para ella, un eje, una marca, un autor fundamental.
En el barrio sur de la ciudad de Rosario, donde nací, se leía Intervalo, El Tony y D’artagnan.
Le sumo las policiales de Rastros y Pandora que leía mi padre, donde pude leer autores que mucho más tarde y más grande encontraría en el Séptimo Círculo.
En mi casa había tres fanatismos: el de mi madre por el cine (llevaba un diario de las películas que veía) y el de mi viejo por el teatro y la poesía. El cuarto era el peronismo. Y el primero también.
Ambos eran obreros de la Carne, Swift Rosario. Pero mi viejo tenía una biblioteca no muy grande pero si ecléctica. Poesía española (aprendí a leer con Lorca) Rostand y su Cyrano, tratados de leyes laborales, Freud, Omar Viñole, Héctor Gagliardi, Leoplán, con un señor que se llamaba Walsh que escribía relatos policiales.
Un día cerca de mis catorce años exploré el estante más alto con libros pequeños que estaban apilados y hallé el de la foto que acompaña este relato.
Opté por leer el cuarto y último relato en primer lugar.
Era Niños en día de cumpleaños, de Truman Capote.
No podía parar: un tipo que escribía comenzaba un relato anunciándome: Ayer por la tarde el ómnibus de las seis arrolló a Miss Bobbit y, cuarenta y cinco páginas después, para finalizar el cuento escribía: le gritamos, cuidado, nuestras voces, relámpagos en la lluvia, pero Miss Bobbit que corría hacia esas lunas de rosas no pareció escuchar. Así fue cómo la arrolló el ómnibus de las seis.
Me derrumbé llorando sobre la mesa. ¿Cómo podía morir una criatura de una forma tan horrible? Volví hacia atrás para leerlo de nuevo. Y fue allí donde encontré que me lo había avisado. De entrada.
Fue la primera vez que leía alta literatura (no, mi vecino de quince me había pasado el Lobo Estepario de Hesse) pero en todo caso fue la primera vez que un libro me hizo salir a la peatonal después de la escuela a revisar los libros de viejo en los lugares que conocía buscando más de Truman Capote.
En general comprábamos libros de viejo, eran más baratos y tenían historia.
Todo lo que hallé de él fue una fortuna en mi vida de lectora. Fue el primer autor del que quise leer absolutamente todo. Incluso tengo una anticipación de A Sangre Fría que es Se oyen las Musas, donde hace una nota periodística de la primera gira de un musical norteamericano en la Unión Soviética.
Su vida social me tenía sin cuidado. Sus adicciones también. Supe de ellas al final de su vida. Pero en algún momento de la mía, siendo ya mujer de treinta y pico, se me acercó un amigo querido, el gordo Oscar Viale, con quien compartía mis escritos, me regaló Música para camaleones.
“Alguna vez te tenía que madrugar con Capote”, me dijo. Y agregó:
“Así tenés que escribir vos. Así”
Me tenía más confianza que la que yo me tengo.
Música para camaleones merecería crónica aparte. Como no da, puedo decir que hace muy poco vi un reportaje donde Juan Sasturain hablaba de su amor por Capote y aconsejaba a quien no le hubiera entrado hacerlo por ese libro que, paradójicamente es sino el último, uno de ellos.
Capote es un niño que hoy cumple cien años y que desde sus primeros conoció todos los trucos y las posibilidades, misérrimas y felices, no le hizo asco a nada y pudo llevar adelante su sabiduría y sus padeceres al extremo de alertar a otros niños de catorce a que le vida podría llevarte a ser arrollada por el ómnibus de las seis, sin que vos te dieras cuenta, por detenerte a mirar rosas.
Bendito seas. Feliz cumpleaños.
Postdata: Se han realizado tres filmes sobre la vida de Truman Capote.
Con respecto a la mejor interpretación que se llevó un Oscar, tengo esto para decir: no me sorprendió, reafirmó mi creencia de que PSH era una rara avis, y me dejó una expresión para los productores:
“Hablame del physique du role si sos guapo”
MARÍA FIORENTINO
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