A cien años de la publicación de "Ulises" de James Joyce
El día 2 de febrero de 1922, la norteamericana Sylvia Beach, de la librería Shakespeare and Co, publicó el Ulises de James Joyce en París. Fue el primer paso de dos décadas de debates literarios, traducciones -incluyendo al castellano por José Salas Subirat- y el nacimiento de un mito literario moderno.
James Joyce nació el 2 de febrero de 1882 en Dublin, tanto el día como el lugar adquieren un carácter simbólico cuando se considera que se empeñó en que la fecha de su cumpleaños número cuarenta coincidiera con la aparición completa de su más famoso relato, Ulysses, el que le adjudicó el nombre de un clásico moderno, que fue objeto de censuras, debates, opiniones favorables y adversas que abarcaron inicialmente dos décadas, entre los años veinte y treinta del siglo pasado, y que siguieron desarrollándose desde diversos enfoques: atención a los procedimientos compositivos, relación entre literatura y contexto social, textos de vanguardia, entre las referidas a esa escritura, además de otras más bien despreciables como las referidas a la “moralidad” de la obra y por tanto estigmatizada por procaz, irreverente y cosas por el estilo. De modo que el polémico texto soportó todo tipo de opiniones, menos la indiferencia. La versión completa de la novela, que ya James Joyce le anunciaba a su hermano Stanislaus, como un proyecto concebido aproximadamente en 1905, fue publicada en febrero de 1922 por la norteamericana Sylvia Beach, en París. Su librería parisina Shakespeare and Co. era un punto de encuentro de autores en el 12 de la calle Odéon, entre los años 1919 y 1941 en que fue cerrada por la ocupación nazi. No sólo era una librería en que podían conseguirse libros que hoy se llamarían “de culto” y obras censuradas y por tanto sin circulación, sino que también era un punto de encuentro de escritores coincidentes en la capital cultural de entonces como Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Ezra Pound, Gertrude Stein, entre otros. Hemingway rememoró esa época de explosión vanguardista en A Moveable Feast (París era una fiesta).
EDICIÓN ORIGINAL DE 1922
En un día del hombre están los días
del tiempo, desde aquel inconcebible
día inicial del tiempo, en que un terrible
Dios prefijó los días y agonías
hasta aquel otro en que el ubicuo río
del tiempo terrenal torne a su fuente,
que es lo Eterno, y se apague en el presente,
el futuro, el ayer, lo que ahora es mío.
Entre el alba y la noche está la historia
universal. Desde la noche veo
a mis pies los caminos del hebreo,
Cartago aniquilada, Infierno y Gloria….
EN EL CONTINENTE
Joyce, exiliado voluntariamente de su patria, residía en París desde 1920 y había estado trabajando en la obra que venía concibiendo después de sus poemas Chamber Music (Música de cámara), los cuentos que integraron el volumen Dubliners (Dublinenses), las novelas en que surge el personaje de Stephen Dedalus, en una primera redacción marcada por un tono duro y realista en Stephen Heroe y la reelaboración de la historia del protagonista que en una suerte de novela de aprendizaje- Portrait of the Artist as a Young Man (Retrato del artista adolescente) llega a una elección ante las posibilidades que se le ofrecen -Iglesia, Nación, Estado-. Para Joyce el camino es, según Seamus Deane, “que mientras que el servicio es al arte, el arte mismo está en servicio de 'el alma de Irlanda'”. Puede ser totalmente discutible esta afirmación teniendo en cuenta algunos escritos ácidos e incisivos de Joyce sobre “el alma de Irlanda” como su comentario a la obra homónima de la activista del “Renacimiento Celta” (“Celtic Rewival”), Lady Gregory, benefactora por otra parte de Joyce. Y, sin embargo hay en la escritura joyceana, en su defensa del arte, un ineludible anclaje en un suelo particular, propio e intransferible: la ciudad natal, amada hasta el colmo de haberse convertido en su insignia, a fuerza de denostarla y de siempre volver a ella en lo que más le importaba: las palabras vehiculizando dudas, transgresiones, representando sitios, revelando pasiones, haciendo de esa ciudad provinciana una capital literaria semejante a la Florencia de Dante Alighieri, al cual, por otra parte, admiraba y seguía sin reservas.
Y, sin embargo hay en su elección, junto con la del arte para sí, la de la patria y todo lo que tuviese que ver con alguna forma de trascendencia anclada en un suelo definitorio: Dublin, ciudad natal, ciudad amada y odiada, ciudad capaz de contener un mundo: punto de partida y llegada, anclaje definitivo en un territorio nacional y universal, síntesis de un sustrato histórico y de todo lo que pudiera apropiarse de otros ámbitos: por tanto, ni adhesión a un nacionalismo chauvinista que rechaza, pero tampoco desasimiento del lugar de pertenencia. Tal la encrucijada que se evidencia en el Retrato, en Ulises y que luego iba a potenciarse en el estallido lingüístico que supone El velorio de Finnegans (Finnegans´Wake).
IRLANDESES DETRÁS DE UN LIBRO
Antes de la edición de Sylvia Beach, ya estaba circulando parcialmente, por entregas, Ulysses. La Little Review de Estados Unidos comenzó a publicar los primeros capítulos en 1918 al igual que la británica The Egoist. La censura hizo que ambas entregas se interrumpieran. Una tal Asociación para la Supresión del Vicio nortemericana llevó la denuncia a la corte, el fallo fue que no siguieran publicándose los capítulos de esa obra. Y, como diría Joyce de los irlandeses, al público “más les interesa el escándalo que la literatura”, con lo cual paradójicamente se colaron y fueron bien recibidos, pese a esas prohibiciones, ejemplares de la novela, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos (aunque las requisas fueron devastadoras en término de ejemplares publicados) y la obra precedió su disponibilidad a su fama, con lo cual el nombre del autor y de su obra se conocían mucho antes de que en 1933 se levantara la prohibición en Estados Unidos, luego en el Reino Unido y tal vez como una ironía de la historia, en último lugar en Irlanda, a cuya cultura Joyce aportó su talento sin concesiones. En medio de los impedimentos circuló una edición pirata que al parecer Joyce consintió con tal de que se difundiera su texto.
Los formalistas rusos hablaban de la “serie literaria” y de la “serie social” y de cómo una podía influir en la otra. En general, la serie social tendría la preminencia, pero, en cuestiones de formación de imaginarios, hay otros registros. Así se podría pensar que el famoso día en que se ubica el Ulises dio como resultado que en Dublin (y luego se replicó en otros sitios) se instituyera el Bloomsday, celebrado todos los años el día 16 de junio, desde 1954. En el día inaugural participó el escritor irlandés Flann O´Brien, seudónimo de Brian O´Nolan, quien mereció la admiración de Joyce. Fue uno de los impulsores de la fiesta en la cual los participantes recorren las calles dublinesas siguiendo el camino de los personajes. El preciso mapa de Joyce de la ciudad, inscripto en la novela, no deja dudas acerca del camino a seguir.
El poeta irlandés, Patrick Kavanagh (1904-1967), en su poema “¿Quién mató a James Joyce?” refiere con humor cierto destino de Joyce como objeto de academia y de celebraciones más bien folklóricas. "¿Quién mató a James Joyce?/ Yo, dijo el comentarista,/ maté a James Joyce/ para mi graduación".
DUBLIN
En el prefacio a su novela Inmaturity un también importante escritor irlandés, George Bernard Shaw (al que por otra parte Joyce no dejó de cuestionar por una de sus obras de teatro), escribió: “James Joyce en su Ulises ha descripto con una fidelidad tan inmisericorde que el libro apenas puede soportarse, la vida que Dublin ofrece a sus jóvenes, o, si se prefiere a la inversa, lo que los jóvenes pueden ofrecer a Dublin. Sin duda es muy similar a la que otros jóvenes pueden ofrecer en la moderna civilización urbana. Pero cierta burla irrespetuosa y un empequeñecimiento que confunde lo noble y lo serio con lo bajo y lo lúdico me parece peculiar a Dublin”.
La descripción de Shaw de la mezcla de lo alto y lo bajo, lo serio y lo cómico, parece especialmente apropiada para Joyce al punto de que algunos intérpretes sugieren que tal rasgo cultural fue incorporado por él a su arte. Claro que tal hipótesis focaliza en una visión local, que se vería cuestionada por la “universalidad” que Joyce pone en juego en su construcción literaria. En todo caso, podría pensarse que ciertos rasgos de la idiosincrasia irlandesa, o dublinense, o de ciertos sectores de esta ciudad, abonarían el uso de giros lingüísticos, parodias, juegos de palabras, burlas e incorporación de hablas remitibles a ese ámbito donde podrían incluirse, en la referencia a los personajes con cierto grado de lecturas, recurrencias a otras lenguas, como el latín, por ejemplo, dada la influencia de la educación religiosa. Pero además el acudir a otras lenguas, por asociaciones fónicas o semánticas, condice con ese Joyce que en uno de sus ensayos hablaba de la importancia del conocimiento de los idiomas y que a la larga se vio realizado en sus traducciones y en sus propios relatos podría decirse desde Dubliners. Con todo, la descripción de Shaw de la mezcla entre lo noble y lo bajo, lo serio y lo cómico bien describe lo que se nos presenta en Ulises. Valga un ejemplo: “Bloom pasó por lo de Barry. Ojalá pudiera. Un momento. Ese hacedor de milagros si yo hubiera. Veinticuatro abogados en esta firma. Los conté. Litigio. Amáos los unos a los otros… pero por ejemplo el tipo que aporrea el bombo. Su vocación: la banda de Micky Rooney”
UN DÍA EN LA VIDA
El relato de Joyce, como se sabe, está fijado en un día, ya emblemático, 4 de junio de 1916, cuando Joyce conoció a su compañera de toda la vida, Nora Barnacle.
“El 16 de junio de 1904, día que más adelante sería elegido para situar la acción de Ulysses, fue el lugar de convergencia de diferentes aspectos de la vida de Joyce”, señala Richard Ellman en su monumental biografía, James Joyce. Fue entonces, siguiendo a Ellmann, en que Joyce empezó a elaborar la teoría de que Shakespeare no era el príncipe Hamlet sino el padre de Hamlet. La discusión acerca de Shakespeare, inclusive preguntándose por la posibilidad de un Shakespeare irlandés, se encuentra, por ejemplo en el episodio de “Las rocas errantes”: “Si quiere saber cuáles son los acontecimientos que proyectan su sombra sobre el período infernal de Rey Lear, Otelo, Hamlet, Troilo y Crésida, trate de ver cuándo y cómo se alza la sombra. ¿Qué es lo que reblandece el corazón de un hombre, náufrago de las peores tormentas, puesto a prueba como otro Ulises, Pericles, príncipe de Tiro?"
La referencia a “otro Ulises” abona la estructura de la novela: “Ningún libro es más sistemático en sus esquemas, correspondencias y referencias cruzadas. Y es también diseñado para crear varias clases de incertezas en el lector… la paradoja está en el hecho de que el diseño es efectivo en este aspecto porque está tan sistemáticamente organizado” señala Seamus Deane. Lo que se evidencia al ver simultáneamente el esquema joyceano de su relato –día, hora, estilo narrativo, colores, etc.- en contraposición con el torrente narrativo que hace a los personajes recorrer palmo a palmo la ciudad, los encuentros y desencuentros, las sensaciones, estados de ánimo, etc. en ese día marcado por una suerte de entidad simbólica.
La estructuración rígida contrasta con la variedad de estilos y registros lingüísticos sumados en un argumento resumible: el recorrido de los personajes por Dublin –Stephen, Leopold Bloom y Molly- todo eso integrado (y aquí podemos decir está el quid de la cuestión, la clave) a una incisiva totalidad que –en la fragmentación- involucra la tradición narrativa occidental.
TRADUCCIONES Y VALORACIONES
A lo largo de diez o quince años a partir de la publicación, fuera y dentro del mundo de habla inglesa, Ulises fue la obra más discutida, denostada y admirada en un lapso que va de los años veinte a treinta del siglo XX. Al año siguiente de la publicación era traducida al francés, años después, en 1927, se publica la traducción al alemán, y junto con eso, empiezan a aparecer traducciones de obras anteriores. En 1926 aparece la traducción que llevó a cabo Dámaso Alonso con el seudónimo de Alfonso Donado del Retrato…
Al año de la publicación, T. S. Eliot, en su ensayo "Ulysses, Order and Myth" ("Ulises, orden y mito") de 1923, declaró: “Considero que este libro es la expresión más importante que ha encontrado nuestra época; es un libro con el que todos estamos en deuda, y del que ninguno de nosotros puede escapar.” Eliot apreció que “al valerse del mito, de la manipulación de un paralelismo continuo entre lo contemporáneo y lo antiguo, Joyce persigue un método. Un modo de dominar, de ordenar, dar forma y significado al inmenso panorama de futilidad y anarquía que es nuestra historia contemporánea. Es un método vislumbrado ya por Yeats -otro irlandés vinculado con Joyce- y de cuya necesidad creo que fue Yeats el primer contemporáneo que tuvo conciencia. Es, creo sinceramente, un paso a la posible representación artística del mundo moderno”. En el mismo año, este poeta norteamericano de nacimiento, pero luego residente en Inglaterra, publicaba otra de las obras fundamentales de la literatura del siglo XX, The Waste Land (La Tierra Baldía).
Pero la positiva valoración de varios autores –Ezra Pound, George Bernad Shaw, Valery Larbaud, Ernst Hemingway- chocaban contra la media de lectores norteamericanos, escandalizados por lo que veían como blasfemias, obscenidades y cosas así, “indecentes”.
Además de las objeciones por el contenido moral, estuvieron las literarias, la tal novela estrambótica era cuestionada por violar las leyes del género por su carácter fragmentario, sus mezclas discursivas, y procedimientos como el stream of conciousness o “flujo de conciencia” o “monólogo interior” para poner en escena lo que, sin puntuaciones ni comas, ni ordenamiento temporal o espacial, iba pasando por la mente de los personajes como el que cierra la novela, el de Molly Bloom. No faltó quien lo calificase de “bolchevismo literario”. En su ensayo “James Joyce: Un Epitafio” del crítico Harry Levin, publicado en la revista cubana Orígenes en 1946, afirma este: “El standard elevado de la mediocridad competente que caracteriza a las artes en una época de museos y maquinarias, hace muy fácil la expresión del yo y muy difícil decir algo nuevo.”
ULISES EN CASTELLANO
La primera traducción fue realizada por un empleado comercial, José Salas Subirat. Juan José Saer, en un ensayo que le dedica, menciona que por el año 1967, Borges, invitado a Santa Fe para hablar sobre Joyce, recordó que pòr los años cuarenta lo habían invitado a integrar una comisión para traducir Ulises. Ya en 1939 Borges había valorado la novela diciendo que había allí “sentencias, párrafos, que no son inferiores a los más ilustres de Shakespeare o de Sir Thomas Browne”. En medio de las reuniones y discusiones de los traductores, se enteraron de que había sido publicada una edición argentina en 1945. publicada por Santiago Rueda, precisamente de Salas Subirat. Dice Saer: “Sería inadmisible que quien se abocase a una segunda traducción del Ulises al castellano pretendiese ignorar que existe ya la primera y tal parece haber sido la actitud del profesor Valverde” ([José María Valverde quien publicó la novela traducida en España en 1976 y que recibió el Premio Nacional de Traducción) quien, dice Saer “no dice una palabra de la traducción de Salas Subirat”. Despuès de la tercera traducción de Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas, apareció en 2017 otra del argentino Marcelo Zabaloy, sumamente cuidada y anotada. Esta historia de traducciones castellanas recuerda las varias versiones, correcciones y reformulaciones en inglés que la obra fue teniendo en el tiempo al punto que tampoco en el idioma original haya una versión definitiva. Podría conjeturarse que tal es el destino de lo que inicialmente Joyce titulara “Work in Progress”. O sea, que sigue haciéndose, como todo clásico.
>BORGES Y JOYCE
En 1925 Jorge Luis Borges tradujo la última hoja del Ulises, es decir el final del famoso monólogo interior de Molly Bloom, un fluir textual sin pausas ni puntuaciones, que fue publicado en la revista Proa (año segundo, enero, número seis). La editorial argentina Nora Barnacle, cuyo nombre, como es obvio, alude a la compañera de Joyce, en homenaje al centenario de la primera edición completa de la novela de Joyce, ha publicado un libro bilingüe que de un lado incluye la traducción de Borges y del otro el fragmento original de Joyce. Se trata de una edición numerada y está disponible desde el 2 de febrero de este año.
Si bien Borges finalmente no participó en el fallido proyecto de traducción para el que fuera convocado, y comentó despectivamente la traducción de Salas Subirat sin que conste que la haya leído, y pese a sus cambiantes opiniones sobre Joyce, entre el máximo encomio hasta cierto desdén, no olvidó a quien, certeramente, vio como un hito fundamental en la literatura del siglo XX. Joyce, por motivos difíciles de elucidar, fue incluido en la caprichosa Antología de la Literatura Fantástica, que armaran junto con Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. En el capítulo inicial de Ulises, mediante una cita de Oscar Wilde, hay una clara alusión al realismo que metódicamente intenta evadir la mencionada antología. En El retrato de Dorian Gray se lee: “la aversión del siglo XIX por el realismo es la ira de Calibán al ver su cara en un espejo”. Buck Mulligam le cita a Stephen Dedalus la última parte de la frase y agrega: “Si Wilde estuviese vivo para verte”. Al margen de esta controversia respecto del realismo, Borges no olvidó a Joyce. En Elogio de la Sombra (1969) le dedica un poema, “James Joyce” que indefectiblemente alude a Ulises:
En un día del hombre están los días
del tiempo, desde aquel inconcebible
día inicial del tiempo, en que un terrible
Dios prefijó los días y agonías
hasta aquel otro en que el ubicuo río
del tiempo terrenal torne a su fuente,
que es lo Eterno, y se apague en el presente,
el futuro, el ayer, lo que ahora es mío.
Entre el alba y la noche está la historia
universal. Desde la noche veo
a mis pies los caminos del hebreo,
Cartago aniquilada, Infierno y Gloria….
FUENTE: PÁGINA 12
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