La palabra de adiós
¿En qué consiste la fuerza del secreto? ¿Cuál es la relación entre la palabra del escritor y el misterio de la existencia? ¿Cuál es el lugar de la madre, lo no dicho, el deseo? Libro de arena comparte el fragmento referido a la “Madre” incluido en Cada vez que decimos adiós, de John Berger, en el que estas y otras preguntas se hacen visibles. Guardiana de lo que inquieta ¿no es la literatura ese horizonte donde todas las preguntas se elevan?
“Ahora ya casi no me asusta la oscuridad; mi padre murió hace diez años y mi madre hace un mes, a los noventa y tres años. Tal vez ha llegado el momento de escribir una autobiografía. Mi versión de la vida ya no puede lastimarlos. La autobiografía comienza con la sensación de estar solo. Es una forma huérfana. Pero no quiero escribir una autobiografía. Todo lo que me interesa de mi vida pasada son los momentos comunes. (…)
Durante mi vida adulta, las únicas
ocasiones en las que nos gritamos en alguna discusión fueron momentos en que
ella creía que yo quería ser quijotesco.
Cuando pasé los treinta, me dijo por
primera vez que desde que yo había nacido ella había deseado que fuera
escritor. Los escritores que ella admiraba de joven eran Bernard Shaw, J.M.
Barrie, Compton Mackenzie, Warwick Deeping, E.M. Dell. El único pintor que
realmente admiraba era Turner, tal vez porque había pasado su infancia en las
riberas del Támesis.
No leyó la mayoría de mis libros.
Porque trataban de temas que le eran ajenos o porque-bajo la influencia
protectora de mi padre-pensaba que podrían perturbarla. ¿Por qué sufrir con la
sorpresa de algo que, si permanece oculto, es placentero? Para ella el hecho de
que yo fuera escritor no estaba calificado por lo que yo pudiera escribir. Ser
escritor era ser capaz de ver el horizonte donde, en cualquier caso, nada es
demasiado claro y todas las preguntas están abiertas. Para ella, la literatura
poco tenía que ver con la vocación del escritor. Era sólo un derivado. Un
escritor era alguien que conoce los secretos. Tal vez, hacia el final, ella no
leía mis libros para que permanecieran más secretos.
Si su deseo de que yo fuera
escritor-y ella decía que surgió la noche que yo nací- se realizó alguna vez,
no fue porque hubiese muchos libros en nuestra casa (había pocos), sino porque
quedaba mucho que quedaba sin ser dicho, mucho que yo debía descubrir por mi
cuenta con mis pocos años: la muerte, la pobreza, el dolor de los otros, el
sexo…
Tuve que descubrirlo todo allí,
dentro de la casa o mirando por las ventanas.-hasta que me fui, , más o menos
preparado para el mundo exterior, a la edad de ocho años. Mi madre nunca
hablaba de estas cosas, pero no ocultaba el hecho de que podía reconocerlas.
Para ella, sin embargo, eran secretos que debían ser vividos pero nunca
mencionados ni develados. (…)
Así, mi madre me enseñó muy poco, al
menos en el sentido más habitual del término: ella como una maestra de la vida
y yo como un aprendiz. Imitando sus gestos aprendí a cocinar carne al horno,
limpiar apios, preparar arroz, elegir hortalizas en el mercado. De joven había
sido vegetariana. Más tarde desistió porque no quería imponer esa disciplina a
sus hijos. ¿Por qué ra vegetariana?, le pregunté una vez mientras comía la
carne asada del domingo, mucho después, cuando empecé a trabajar como
periodista. Porque no me gusta matar. No decía nada más. Yo podía entenderlo o
no. No había nada más que decir.
Llegado el momento, (sólo lo
comprendo ahora mientras lo escribo) decidí visitar mataderos en distintas
ciudades del mundo y me convertí así como en un especialista en el tema. Lo no
dicho, lo que no podía ser enfrentado, me atraía. Y yo me dejaba llevar. Al
matadero, y a muchos otros lugares y situaciones.
El último, el mayor, el más oculto de
mis secretos cuidadosamente elaborados fue su propia muerte. Por supuesto, yo
no fui el único testigo. De sus seres más próximos, fui tal vez el más alejado,
el más remoto. Pero ella sabía, pienso, con confianza, que yo iría más allá.
Sabía que si alguien podía convivir con un secreto en la casa, ése era yo,
porque era el hijo que ella había deseado que fuera escritor. (…)
¿Sobre cuántas muertes-aunque hasta
ahora nunca la de mi propia madre-habré escrito? Los escritores somos, es
cierto, los secretarios de la muerte."
Cada vez que decimos adiós
Ediciones de La Flor, 2004
Hola, buenos días. No sé cómo contactarme con la biblioteca porque no me atiende nadie el teléfono. No sé si cambiaron el número o qué pasó. Me gustaría saber si hoy se va a dictar el curso El puente de la lectura, ya que hay paro docente. Mi mail es denu.mf@hotmail.com
ResponderBorrarMuchas gracias.
Denisse