Melina Pogorelsky, Florencia Esses y Carolina Tosi: “A veces lo difícil es animarse."
Las “Nuevas voces” de la literatura infantil y juvenil se
explayan sobre innumerables temas que dan cuenta de las problemáticas actuales que
atraviesan el campo de la producción, edición y difusión de los textos literarios. Libro de arena presenta esta entrevista que forma parte de los Encuentros con autores de
literatura infantil y juvenil organizado
por el Programa Bibliotecas para armar.
En la segunda parte de la charla que Mario Méndez coordinó en la Biblioteca La
Nube con Melina Pogorelsky, Florencia
Esses y Carolina Tosi, se habló de los inicios duros del escritor que
publica por primera vez, del papel que cumple el editor, y de la función de las
críticas. Además, para cerrar el encuentro leyeron fragmentos de sus obras.
MM:
Bueno,
esto ha sido todo. Muchísimas gracias. (Aplausos).Melina
Pogorelsky, Florencia Esses y Carolina Tosi.
Mario
Méndez: Ya que estamos hablando de proyectos, concursos,
libros que todavía no están respondidos, ¿cómo ven, siendo “nuevas voces”, la
inserción en el mundo editorial? ¿Les ha costado? ¿Les cuesta? ¿Qué les parece?
Carolina
Tosi: Creo que el inicio siempre es complicado porque uno
se tiene que dar a conocer. Mi caso fue especial porque fue Mario el primero
que me editó, y en ese sentido creo que tuve una gran ayuda. Después, con otras
editoriales, por ejemplo, en el caso de los libros de Uranito, mandé los textos por convocatoria, como si fuera un
concurso interno, y los fueron eligiendo. Yo creo que una vez que uno publica
dos o tres libros, ya se va haciendo como una red y la inserción es más
sencilla. Más allá de que yo por ser editora ya conocía gente desde antes, y no
sé si fue más sencillo, pero tenía este ida y vuelta… En ese sentido creo que
la inserción es complicada para arrancar, pero una vez que hay una muestra de
lo que uno hizo, se puede ir avanzando mucho mejor.
MM:
¿Flor
o Melina?
Florencia
Esses: No sé, para mí fue recontra difícil, pero a veces lo
difícil para uno es animarse y mostrar, y pensar que lo que tiene escrito está
bueno. Todas las primeras cosas que hicimos con Graciela, las tenía
Graciela, pero cuando tenía que mostrar sola… no es lo mismo. Ahora es
menos difícil. De todos modos, creo que en general no es tan difícil como
antes. Cuando la escuchaba a Natalia Méndez el otro día que ella decía que
recibía y no miraba el currículum… la muestra de que es más fácil es la
cantidad de editoriales que hay y la cantidad de libros de diferentes personas
que hay. Hay un montón de gente, por suerte.
MM:
Sí, en realidad me parece que hay pocas
editoriales que se fijan en el currículum, por así decir…
FE:
Sí,
la representación del editor ahí sentado, con cara de malo, cada vez la tiene
menos en la cabeza uno.
MM:
En
general los editores tienen caras de buenos… (Risas).
FE:
Y
esa representación sobre qué le tiene que llevar, o qué le tiene que decir,
tampoco.
MM:
Eso
tiene que ver un poco con la autocrítica excesiva.
Asistente:
La
relación con la crítica que uno tiene…
FE:
No
es fácil. Por ejemplo, a mí con La Sopa
de Carola, me habían dicho que no, y Mario a los cuatro días me dijo que
sí, y yo estaba feliz, pero en cada uno de esos “no”, uno se pone mal.
Asistente:
A
eso me refiero. A que a pesar de una crítica, uno pueda llevar el libro y
seguir sosteniéndolo.
Asistente:
Te
puede pasar que alguien te critique algo y que lo guardes en un cajón…
FE:
O
que no te contesten. ¡Lo presentás, y pasa un año y nada! Y quizás no es que no
le gustó. Quizás ni siquiera lo leyó, y también pasa al revés, que cuando te
van diciendo que sí más seguido, uno se siente más contento y más seguro para
mostrar que después de muchos “no”. Pero pasa eso. Te dicen que no lo habían
leído. Y yo ahí esperando, y haciéndome la cabeza pensando que no le gustó…
Asistente:
¿Qué
hacés cuando no recibís respuesta?
FE:
Antes
esperaba un montón. Ahora pregunto más seguido, por mail. Una editora una vez
me dijo que yo cada “tantos” meses tenía que preguntar, porque si no pregunto es como si lo abandonara… También
depende con quién. Si lo conocés, si no lo conocés,
CT:
Lo
que pasa es que creo que depende de las editoriales. Cuanto más grande es la
editorial hay lectores críticos, más instancias de elección y tenés que
esperar… Te pueden decir que les gusta tu texto pero que tenés que esperar dos
años porque por el momento ya está completo el plan editorial… y ahí ves si te
conviene o no.
Asistente:
Ojo
que también hay que aprender que existen ciertos códigos…
Melina
Pogorelsky: A mí me ayudó mucho que siempre hubo
alguien que me dijo cómo actuar: “decile”, “insistile de parte mía”, “se
olvida”, o “a ese no le vuelvas a preguntar”. Siempre hay como padrinos mágicos
que ayudan. A mí eso me ayudó, me abrió puertas. Y después, el apostar a
editoriales chicas es más fácil, y Natalia que de verdad a mí me dio una mano.
Me publicó en Edelvives sin que yo tuviera nada muy masivo o conocido, y dos veces.
CT:
En
algún momento el texto se encuentra con alguien que te dice que sí, o con
alguien que te dice que no y entendés por qué no, y qué hay que hacer para que
funcione.
MP:
Me
parece que lo más complicado es entender en qué lugar puede ir lo tuyo. Porque
al principio, yo mandaba todo a cualquier lado, y después empecé a estudiar los
catálogos, a darme cuenta de que estaba mandando poesía adonde hacían teatro, o
cosas para muy chiquitos donde hacían cosas para chicos más grandes o al revés.
Si uno estudia una colección va a ver qué hay y qué no hay, también. Cuando uno
escribe quiere publicar. Y si uno se encapricha con algo que no va… hay que
acomodarse. (Risas)
CT:
Cada
libro tiene su espacio, y no sé si su editorial… pero en todo esto de que haya
tanta variedad está lo positivo. Uno pude pensar dónde puede ir un texto que es
“raro” y quizás encontrás una editorial dispuesta, pero hay que tener
paciencia, porque pueden tardar.
FE:
También
a veces es al revés: cuando te piden y no tenés nada, o cuando te piden para
ayer.
MP:
Tampoco
es necesario que uno tenga que decir que sí. (Risas).
MM:
¿En
qué proyectos concretos andan en este momento?
MP:
Yo
estoy escribiendo poesías para bebés. (Risas). Venía en una búsqueda así, de
hacer algo para adentro, sin pensar en qué editorial podía ir, si después lo
iba a publicar o no… necesitaba volver de toda la temporada “manualera” que te
deja con una escritura un poco extrañada, no es tanto tuya como una escritura “al servicio de” y hace poco
fui a la charla que dio Yolanda Reyes, que fue una cosa hermosa. Yo fui
embarazada y ella hablaba de la primera infancia y las primeras poesías, y
llegué a mi casa y empecé. A mí me sirvió mucho porque había pasado un embarazo
complicado, con reposo, difícil, y fue la actividad que me permitió conectarme
más y pensar en positivo. Después estuvo todo bien, por suerte. Así que estoy
como volviendo a eso: a escribirle a la panza, a las nanas, a los bebés, a todo
eso), y también estoy preparando un libro de poesías para Abran Cancha.
MM:
Flor…
FE:
Acabo
de terminar una versión de El gato con
botas…
MM:
¿Con
un destinatario ya pedido?
FE:
Algo
nuevo, sí. Y ahora… en realidad, lo que quiero aprender es a escribir más
novelas, tranquila y con tiempo. Algo que me guste. Siempre digo lo mismo,
igual.
Asistente:
Policiales…
FE:
¡Y
el nuestro, claro!
MM:
Falta
un cuento…
FE:
Pero
como vos dijiste que no había apuro me relajé… (Risas) El detective Pistón, va a salir en Amauta, por suerte. Son tres
cuentos que me divertí haciéndolos. Voy con los perdedores últimamente. Este
detective… en realidad no es perdedor… Para mí, en este trabajo es bueno que
nunca te falte un amigo que acepte leer lo que escribiste. (Risas).Mariana Kirzner
lo leyó antes para ver si estaba bien. Este detective tiene como clienta a una
familia. Un superhéroe…y dos hermanas mellizas… me queda una colgada y tengo
que hacer algo lindo. Después de esto, tengo que empezar de nuevo.
CT:
Yo
hace poco terminé un cuento que es para primeros lectores, que ya está en etapa de ilustración. Es una
historia que pensé que me iba a costar que me publicaran porque es el caso de
una nena que va al colegio, ella es del norte del país, se muda a una ciudad y
tiene todo un tema con la mirada de los otros, por la forma que tiene de
hablar. Entonces, la nena empieza a pensar cómo hacer para que no se rían de
ella. Y decide no hablar más. Entonces va escondiendo las palabras.
Pero bueno, por suerte es
un libro que ya tiene editorial. Y por otro lado, otra editorial me había
pedido una novela y tengo que empezar a escribirla. Tengo la idea en la cabeza
así que si todo viene bien, empezaré con eso.
MM:
Bueno,
antes de que lean, porque trajeron algo para leer, puede ser de lo édito o de
alguna cosa inédita., ¿alguna pregunta del estimado público?
Asistente:
(Graciela Repún): Yo quería hacer un comentario. Yo no
estoy de acuerdo con algo que se dijo de las “nuevas voces”. Me parece que
estaban esperando una María Elena Walsh, y hay una cada tanto. Una Elsa
Bornemann, hay una cada tanto. Todos los demás laburamos como podemos y nos
sale un libro bueno, o muy bueno. Hay de todo. Por suerte hay. Y hay muchos que
están escribiendo hace años, y haciendo rupturitas, o rupturas. El tema es
que no sé quién puede leer todo eso
(Risas). Entre esas cosas, me parece que el libro de Meli es maravilloso, no
solamente por el tema sino por cómo está tratado. Es un libro delicioso que
merece que lo publiquen. Nosotros lo saboreamos clases a clase con lo que fue
generando y realmente nos parecía delicioso.
MM:
Lo
que se dijo del tema de las causas no sé si sobre el rechazo, pero sí sobre
cierto cuidado…
Asistente:
(Graciela Repún): Es todo original. Desde lo sintético,
cómo un capítulo es pura poesía porque tiene dos frases nada más, está lleno de
cosas maravillosas. Yo creo que hay que seguir buscando acá o afuera porque ese
libro merece publicarse.
MM:
Sí,
se va a publicar. Seguro.
Asistente:
(Graciela Repún): Con respecto a Flor, y lo de los chicos
chiquititos, la gente no sabe lo difícil que es lograr que sea poético, bello,
renovador, y para que a los chiquitos les guste, lo disfruten y lo sientan como
suyo. Las dos tienen esa capacidad y en
esa franja es impresionante lo que hacen. Yo estoy muy contenta con este ciclo.
Yo tuve que cambiar mis clases de día, y varios de los que vinieron son
compañeros de Meli que vinieron a verla. Y valía la pena, porque realmente
hacen cosas bellísimas.
Asistente
(María Laura Dedé, autora): Lo que yo quiero
rescatar de las chicas es el trabajo. La perseverancia. A las dos las conocí e
un taller por el 2006
FE:
No
hace falta la edad (Risas)
Asistente
(Mariana Kirzner, autora): Hace mucho tiempo que vienen
escribiendo y trabajando. Y está bueno.
Asistente:
De
Caro ya quiero leer el libro que contó y el que no publicó también (Risas).
¿Por qué editorial sale?
CT:
Por
Edebé.
MM:
Alguien
más quiere hacer un comentario… una pregunta
FE:
¿Puedo
llamar a mi hija que no sé dónde se metió?
MM:
Daniela…
Dany…
Nena:
¿Qué?
MM:
¡Ahí
está! (Risas) ¿Quién empieza?
FE:
Muchas
gracias por la invitación…
MP:
Sí.
Es muy emocionante estar acá.
MM:
Es
un gusto. Un placer. Bueno, ¿Quién va a leer? Las tres van a leer así que…
MP:
Yo
quiero leer un poco de Begonia. Este
libro que se llama Begonia, Azucena y
Margarita en busca de la Laguna Chiquita,
tengo que cortar un poco el comienzo porque si no, no se va a entender. Azucena y Margarita son dos hermanas. Begonia
es prima de ellas, se conocen desde muy chiquitas. Ahora son tres viejitas. Y
desde chicas veraneaban junto a su abuela en un lugar llamado Laguna Chiquita.
Bueno, lo leo. Este es uno de los primeros capítulos. “Cuando Begonia no era
una señora sino apenas una nena, viajaba cada verano a la casa de su abuela en
Laguna Chiquita. Begonia pensaba y pensaba pero no lograba entender por qué el
pueblo de la abuela se llamaba así. Si no tenía una laguna chiquita. Ni laguna
chiquita, ni laguna grande, ni lago, laguito o lagote. En Laguna Chiquita no
había más agua que la que salía de las canillas. “Los nombres son así, sólo
nombres”, le decía la abuela. Pero Begonia no estaba de acuerdo. Y no era de
extrañar. Tan parecida a una flor se sentía ella, tan rico olían siempre sus
primas Azucena y Margarita, tan coloridas les gustaba estar siempre a las tres…
“Los nombres no son sólo nombres” respondía Begonia. Y continuaba preocupada
siempre con las mismas preguntas. “Abue, ¿estás segura de que no había antes
una laguna? ¿No se habrá secado? ¿No estará escondida? ¿Y si es tan chiquita
que nadie la encuentra?” “No, Begonia, no hay laguna en Laguna Chiquita”.
Begonia no le creía. La abuela tenía que saber algo. “No hay laguna, no hay
laguna, no hay laguna, no hay laguna”. El recuerdo de la voz de la vuela llega
desde un tiempo lejano a confundirse con el traqueteo del tren. “No hay laguna,
no hay laguna, no hay laguna, no hay laguna”. La señora Begonia coloca la
postal como señalador, y cierra el libro que eligió para el viaje. La próxima parada
será en Laguna Chiquita. Lleva años planeando este encuentro. Más años que los
que puede contar con sus dedos. Ni juntando dedos con Azucena y Margarita
alcanzaría. Pero la señora Begonia no lo duda. Esta vez encontrarán la laguna.
Chiquita, mediana, grande, lago, laguito, lagote, en algún lugar se esconde.
Tan segura está, que hasta lleva malla, toalla y sombrilla.”… Esta edición
incluía planos de la laguna… Este capítulo se llama “Pálpitos”: “Azucena y
Margarita esperan ansiosamente en la estación. En momentos llegará su prima
Begonia. Ya marcaron en el plano todos los lugares donde esperan encontrar
pistas. Margarita apostaría cualquier cosa a que el secreto de la laguna se
esconde en la pileta del Club Social y Deportivo. Azucena, en cambio, tiene un
pálpito. Algo le dice que en “El café de los Narcisos” las podrán ayudar. ¿Por
dónde empezar? ¿Cuál de las hermanas estará más cerca de resolver el misterio?
Margarita dice que cuando ella está segura de algo, siente como un fuego en la
panza, y ahora lo siente. Azucena afirma que cuando ella tiene razón, le late
la oreja izquierda, y ahora le late. Pero cuando Begonia llega, no tiene ningún
pálpito. Lo que tiene es hambre. Por eso empiezan por la pizzería. Las tres
primas mastican fainá y ríen a carcajadas. Begonia llora, de tan tentada que está. Margarita se agarra la
panza y Azucena emite ronquidos como si fuera un chancho. El mozo las mira. Ya
es la hora de cerrar. Pero va postergando el momento de llevarles la cuenta
porque sus risas también lo divierten. ”No me reía así desde el último verano
en la casa de la abuela”, dice la señora Begonia. “La noche en que la abuela descubrió el pozo que habíamos
hecho debajo de su cama, recuerda Azucena. “Casi nos mata, pobre abuela. Ese
fue el fin de nuestra investigación”, dice Margarita. “Pero cómo se reía cuando
le contamos que estábamos buscando la laguna desaparecida, ¿se acuerdan?” La señora Begonia habla, ríe, llora, todo a
la vez. “Todas nos reíamos, creo que yo me hice pis” agrega Margarita. Y las
tres estallan en carcajadas. Como si entre esa noche y ésta no hubieran pasado
cincuenta años y no un día. A veces, reencontrarse es como haberse visto ayer.
El mozo tiene la cuenta, pero les lleva más fainá”.
Después sigue, y lo que
les quería mostrar es que termina con una postal de Azucena, Begonia y
Margarita, que tiene un mensaje para los chicos, para los lectores, y que es mi
abuela Berta con dos de sus hermanas en una foto viejísima que me venía cuando
estaba escribiéndolo, y se lo mostré a la editora y me dijo que lo pusiéramos.
CT:
Voy
a leer “¿Cuándo llegamos?”, que es
uno de los cuentos del libro de Amauta que editó Mario. “A Lucas le encanta
viajar. Pero muchas veces, en el medio del camino se empieza a aburrir. Cuando
pasa eso, Lucas se pone de mal humor y enseguida pregunta: “¿Falta mucho?
¿Cuándo llegamos?”. Algunos días, Lucas viaja en colectivo. En la parada se
divierte tratando de adivinar cuándo llega el suyo. Primero se fija en el color.
Rojo, no. Azul, no. Verde, ¡sí! Después lee el número. Treinta y siete, no.
Setenta y nueve, no. Cuarenta y cinco y sí. Es ese. Entonces, Lucas y su mamá
estiran el brazo, y el colectivo se detiene. Cuando suben él pone las monedas
en la máquina… (Era de la época que no había SUBE (Risas) voy a tener que
cambiarlo (Risas)…) saca el boleto y después lo guarda en el bolsillo. Lo que
más le gusta a Lucas es sentarse del lado de la ventanilla, mirar hacia la
calle y sentir el viento en la cara. Pero solo está contento por un corto rato,
hasta que se aburre y pregunta: “¿Falta mucho? ¿Cuándo llegamos?”.
Otros días, Lucas viaja
bajo tierra. Sí. Después de bajar unas escaleras y cruzar el molinete, él y su
abuelo se detienen en el andén, detrás de la línea amarilla. Lucas espera
ansioso divisar las luces en el final del túnel y escuchar el “Chuchuchuuuuuh”.
“¡Ahí viene, abu!”, anuncia Lucas. Cuando por fin lo ve y lo oye. El subte es
como una lombriz de metal muy ruidosa. Cuando el subte llega, las puertas se
abren y Lucas corre a sentarse. Se entretiene leyendo los carteles que están en
letra mayúscula, y adivinando cómo se llama cada nueva estación. Pero en el
trayecto, Lucas no puede ver nada a través de las ventanas porque todo está
oscuro. Entonces no tarda en aburrirse y pregunta: “¿Falta mucho? ¿Cuándo
llegamos?”.
A veces los tíos llevan
a pasear a Lucas en el auto, que es rojo y bastante viejo. Van a la plaza, al
Zoológico, a la pista de bicicletas, y también al teatro. Lucas se sienta
atrás, al lado del primo. Cantan, juegan, se pelean, se ríen. El tío Mario toca
la bocina, y la tía Elsa les cuenta chistes para entretenerlos. Pero Lucas
pronto se aburre de las canciones, los chistes, y los bocinazos. Está ansioso
por llegar y pregunta: “¿Falta mucho? ¿Cuándo llegamos?”.
Los fines de semana, el
papá pasa a buscar a Lucas para llevarlo a su casa. Lucas arma su mochila y van
juntos hasta la estación a tomar el tren. Siempre eligen el primer vagón,
porque les gusta estar cerca de la locomotora. A Lucas le encanta ver los
árboles, las casas, la gente, desde el tren… Pasan tan rápido. Parece que las
calles, las personas, los techos fueran los que se movieran. En el tren hay
muchos más vendedores que en el colectivo y el subte. Hay vendedores de todo.
De pañuelos descartables, de hebillas, de lapiceras, de pastillas, de libros,
de tijeras, y hasta de linternas. “¡Para la dama y el caballero!”, gritan
algunos vendedores. “¡Para el niño y la niña!”, gritan otros, El viaje en tren
es entretenido, y Lucas se divierte saludando a través de la ventana. “¡Chau,
chau!”, grita casi sin parar. Pero como el trayecto es demasiado largo, Lucas
se cansa de saludar tanto. Y por eso, en el momento menos pensado pregunta:
“¿Falta mucho? ¿Cuándo llegamos?”.
Pero hay un viaje que a
Lucas nunca lo aburre ni lo pone de mal humor. Es cuando viaja sobre el
majestuoso tigre de Bengala. Entre los caballos, las llamas, los hipopótamos y
los leones, siempre lo elige a él. Al majestuoso. Cuando Lucas se sube al tigre
naranja de rayas negras, lo abraza fuerte y ya no quiere bajarse. Nunca quiere
llegar. Desea que ese viaje por la selva no termine. Quiere seguir dando
vueltas y vueltas, y ganarse la sortija. Por eso, cuando viaja en el majestuoso
tigre de Bengala, pregunta: “¿Me puedo quedar un ratito más?”.
FE:
Leo
este que escribí hace millones se años y surgió trabajando en un taller con
Graciela en el que trabajamos con cuentos de animales. Se llama Como la mona.
“Como la mona estaba
como la mona, llamó al perro. Con tanta mala suerte que el perro estaba en un
día de perros. “Si yo estoy como la mona y vos estás en un día de perros, mejor
vamos a dar una vuelta manzana”. En la esquina se encontraron con un gato que
usaba una vincha con orejas largas. “Yo estaré como la mona y vos en un día de
perros, pero no por eso vamos a aceptar
gato por liebre”, dijo la mona, y siguieron caminando. (Risas) Entonces la mona
que estaba como la mona y el perro que estaba en un día de perros se
encontraron con un lobo que tenía la boca abierta. “Yo estaré como la mona y
vos en un día de perros, pero no por eso vamos a meternos en la boca del lobo”,
dijo la mona, y siguieron caminando. Después de tanto caminar la mona y el
perro estaban bastante cansados. “¿Y si dormimos un poco como cocodrilo al
sol?” propuso el perro que tenía un día
de perros, señalando con su patita a un cocodrilo que dormía en la vereda. “No,
dormir, no. Cocodrilo que duerme los transforman en cartera” (Risas). La mona
que estaba como la mona y el perro que estaba en un día de perros andaban de
mal en peor y no sabían qué hacer para matar el tiempo. En ese momento
escucharon un: “Miau, miau, miau.” “Acá hay gato encerrado”, dijo la mona
“¿Cómo sabés?” preguntó el perro. “Me lo contó un pajarito” “Ah”, dijo el perro
abriendo la boca, “¿A vos te gusta comer moscas?” “No” “Entonces mejor cerrala,
que en boca cerrada no entran moscas”
(Risas). La mona que estaba como la mona y el perro que estaba en un día
de perros fueron a ver de dónde venía el maullido. Caminaron hasta la esquina,
donde encontraron una caja. La mona abrió la caja y un gato negro salió de un
salto. “¿Por qué te encerraron en esta caja?”, le preguntó el perro al gato.
“Con la pinta de buenito que tenés… si hasta usás guantes”, siguió diciendo el
perro. “Lo que pasa es que hay mucha gente que no sabe nada de bichos y no sabe
que gato con guantes no caza ratones, y además piensan que como soy negro
traigo mala suerte”. “La gente debería leer más cuentos con bichos” pensó la
mona. “¿Quieren venir a mi casa a jugar?” preguntó el gato. “Sí”, contestaron
la mona que ya no estaba como la mona y el perro que ya no tenía un día de
perros. Desde ese día, cuando la mona está como la mona y el perro tiene un día
de perros se van a jugar a la casa del gato. Y que nunca falte un gato para
lamer el plato, o divertirse un rato”.
(Aplausos).
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