Fragmento de "Un maestro", de Guillermo Saccomanno

En "Un maestro" Guillermo Saccomanno nos presenta la historia del maestro Orlando Balbo, en uno de los textos de no ficción más importantes de los últimos años. Libro de Arena comparte un fragmento en el que el protagonista se refiere a la importancia que tuvo para él la lectura cuando era un preso político en el penal de Rawson.


“Por suerte hubo un tiempo en que pudimos leer. Nos pasaban un listado de libros, uno elegía tres y después te traían cualquiera. La biblioteca era muy buena. Porque, al salir en libertad, ningún preso retira sus libros, esos que le trajo la familia. Había mucha literatura latinoamericana. Me impactó mucho Agustín Yañez, Al filo del agua. Y también La muerte de Artemio Cruz. Me atrajo esa escritura esmerilada que tiene. Y un capítulo en el que Fuentes relata la historia de la humanidad. Pero lo que más me asombró, y fue todo un hallazgo, que en letra chiquita tenía anotado el nombre de un preso que lo había tenido en sus manos: Envar el Kadri. También descubrí que había unos puntos y unos guiones en sus páginas. Era un sistema de escritura. Los puntos y los guiones estaban sobre determinadas letras. Se lo comenté a los compañeros. Me dijeron que le preguntara a los montos. Era una clave. Pero no pudimos decodificarla.
También había cantidad de novelas policiales. Si eran malas, no nos importaba. Las leíamos igual. Me sorprendió cuando encontré un libro de cuentos policiales argentinos. Estaba medio desencuadernado, sin tapas. El investigador era un tal Daniel Hernández. Tardé en advertir que el autor era Walsh. Otra vez encontré una biografía de Jesús. Un compañero del ERO, Llorens, caído en Tucumán, me aconsejó que me fijara con atención en ese libro. Adentro, intercalado, estaba el Manifiesto Comunista.
Hasta que un día la dirección del penal seleccionó un montón de libros. “Esto es lo que envenena las  cabezas”, dijo un carcelero. Nos formaron a todos. Y quemaron los libros. Me acordé de Giordano Bruno. El que quema un libro, quema a una persona. En última instancia, a Giordano Bruno lo quemaron por su pensamiento. NO obstante, como el organizador de la quema era un idiota, muchos libros buenos sobrevivieron. Además teníamos la literatura en la memoria. Como en esa novela de Bradbury, la memoria vino en nuestra ayuda. Pasábamos horas contando lo que recordábamos de alguna novela leída. Y no pocas veces, si el libro había sido leído por más de uno, mejoraba la discusión y el placer, enormemente. Pronto íbamos a perfeccionar esta estrategia de resistencia. De esta forma muchos libros sobrevivieron a la quema de “la Biblioteca de Alejandría”. Entre ellos, uno de Nazim Hikmet.
Todas las noches a las ocho nos cerraban las celdas y quedábamos aislados hasta el día siguiente. El encierro se cumplía así: debíamos permanecer en la puerta de la celda con las manos a la espalda y la vista clavada en el piso. Cuando el celador se detenía frente a uno, había que dar un paso atrás. Entonces venía el portazo que sonaba como un tiro. Asi, celda por celda. Mientras esperábamos nuestro turno, cada preso recitaba con el pensamiento, como una plegaria, una poesía de Hikmet. No creo que haya un solo preso en Rawson que haya olvidado esta poesía:

Acaban de sonar
las nueve de la noche.
Las puertas de las celdas pronto van a cerrarse.
Se hace largo, esta vez, un poco largo:
con sus noches,
sus días,
y sus tardes. Pero si el hecho de vivir, querida,
significa que esto ha de prolongarse,
vivir, querida mía,
tiene tanta importancia como amarte”.


Un maestro - ll Formación - Capítulo 13




Un Maestro
Guillermo Saccomanno
Planeta, 2011

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