Brevísimos relatos de Ana María Shua

En la literatura argentina, ya encontramos ficciones cortas en la obra de Borges y en la de Julio Cortázar. Ambos autores han practicado el relato breve que por lo general ocupa aproximadamente media carilla, en El hacedor y en Historias de cronopios y de famas. Si nos enfocamos en el microrrelato, la extensión es aún más breve. Nos referimos a  unos pocos renglones, a la máxima concentración y al juego intertextual con otros textos o con discursos sociales.
Cuando nos adentramos en estos relatos mínimos, podemos encontrarnos con personajes de la literatura muy conocidos por los lectores o con elementos de la vida cotidiana (una pelota, una bañera, un insecto) que adquieren la centralidad de personaje porque se los permite el tipo de formato.
Quien contribuyó más exhaustivamente al desarrollo del género en nuestro país es sin dudas Ana María Shua. En algunos de sus textos publicados en La sueñera, la apelación a lo onírico es la excusa que permite el encuentro con los hechos más absurdos y disparatados. Compartimos algunos microrrelatos de este libro, un clásico ineludible.


1
Para poder dormirme cuento ovejitas. Las ocho primeras saltan ordenadamente por encima del cerco. Las dos siguientes se atropellan, dándose topetazos. La número once salta más alto que lo debido y baja suavemente, planeando. A continuación saltan cinco vacas, dos de ellas voladoras. Las sigue un ciervo y después otro. Detrás de los ciervos viene corriendo un lobo. Por un momento la cuenta vuelve a regularizarse: un ciervo, un lobo, un ciervo, un lobo. Una desgracia: el lobo número treinta y dos me descubre por el olfato. Inicio rápidamente la cuenta reegresiva. Cuando llegue a uno, ¿logrará despertarme la última oveja?

16
En la oscuridad confundo un montón de ropa sobre una silla con un animal informe que se apresta a devorarme. Cuando prendo la luz, me tranquilizo, pero ya estoy desvelada.  Lamentablemente, ni siquiera puedo leer. Con la camisa celeste clavándome los dientes en el cuello me resulta imposible concentrarme.

20
Con petiverias, pervincas y espinacardos me entretengo en el bosque. Las petiverias son olorosas, las pervincas son azules, los espinacardos parecen valerianas. Pero pasan las horas y el lobo no viene. ¿Qué tendrá mi abuelita que a mí me falte?

38
Antes de despertarme riego los helechos y vuelvo a poner en su lugar las historias que saqué del archivo. Barrer no me gusta: prefiero encargárselo a los otros. Cuando me vuelva a dormir quiero encontrar todo en orden.

66
Considéreme usted un sueño, dice el señor K, con voz infinitamente suave para no despertarme, mientras corre en puntas de pie por la habitación. El muy ingenuo pretende hacerme creer que no lo es.

70
Con una mueca feroz, chorreando sangre y baba, el hombre lobo separa las mandíbulas y desnuda los colmillos amarillos. Un curioso zumbido perfora el aire. El hombre lobo tiene miedo.  El dentista también.

108
Yo contra los huevos fritos no tengo nada. Son ellos los que me miran con asombro, con terror, desorbitados.

111
Me adelanto a una velocidad fulgurante, ya estoy en área penal, desbordo a los defensores, el arquero sale a detenerme, me escapo por el costado, cruzo la línea de gol, me voy contra la red.  El público grita enloquecido. Flor de golazo, comentan los aficionados. Flor de patada, pienso yo, dolorida, mientras me alzan para llevarme otra vez a la mitad del campo.

127
Mi casa es fresca y cómoda. Sus paredes perfumadas y jugosas. Me llevan hasta ella muchísimos caminos que he aprendido a excavar con mis propios dientes. Mi vida entera tiene sabor a manzana y solo me faltan proteínas para ser totalmente feliz.

176
Durante cien años durmió la Bella. Un año tardó en desperezarse, tras el beso apasionado de su príncipe. Dos años le llevó vestirse y cinco el desayuno. Todo lo había soportado sin quejas su real esposo, hasta el momento terrible en que, después de los catorce años de almuerzo, llegó la hora de la siesta.

238
Cuando mi sillón predilecto avanza por el living con los brazos extendidos y el paso decidido pero torpe, sé que se trata de un sueño. Vaya a saber qué pesadilla lo tiene otra vez así, sonámbulo.

250
La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de gravedad.



La sueñera
Ana María Shua
Minotauro, 1984.

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