La Redacción, de Evelyne Reberg

“Hice algunos ensayos de escritura sobre mi borrador. Escribí: “Conmiseración”…”Suspiro”. “Commiseración”. Preferible con doble m. Si hubiera podido hasta hubiera puesto tres...la letra se veía fina, negra, especial, original (la profe siempre quiere trabajos “originales”). Estaba ya muy reanimado a pesar de que mi madre me gritaba: “Tu silla está sobre una sola pata. ¡te vas a matar!”…El material de trabajo es lo que cuenta, ya es la mitad de la tarea.

Ya sólo faltaba encontrar ideas. Me puse a reflexionar.

Mi madre sostiene que para hacer una redacción hay que comenzar por algo que uno conozca. Y además, la profe dice que hay que ser sincero. Original y sincero, dice. La profe tiene las manos llenas de anillos y los cabellos rojos; por eso la llamamos Pachulí Chinchilla.

Yo no conozco a ningún trabajador. Todos se quejan del trabajo, de los compañeros, pero todos continúan trabajando para ser jefes…Pensé en el vendimiador con su hoz, aunque no veo pasar muchos vendimiadores delante de nuestro edificio de apartamentos, pero aparecía uno en el dictado de esa mañana. Pero “cuidado…” me dije “astuto zorro, cuidado…”¡copiar del dictado es pésimo para la nota. ¡Me arriesgo a sacar dos sobre diez! (…). El tema de la redacción anterior había sido “un nómada en el desierto”. Me dije: “Prudencia, prudencia…nada de domesticar serpientes de cascabel en la cueva de Alí Babá. La suerte me sonreía: precisamente en nuestra biblioteca, hay un enorme libro sobre el Sahara, no lo abrimos nunca, es un regalo de los colegas de papá. Pues bien esta vez el libraco iba a servir para algo, al menos de la página 53 a la 55… Estaba decidido a hacer solo, sin padre ni madre ni Espíritu Santo, la redacción campeona de las redacciones, la que rompería la barrera del sonido; e imaginariamente copiaba y recopiaba pasajes enteros, transpirando como si me encontrara en el desierto del Sahara, e inclusive me tomé el trabajo de cambiar las palabras del libro para que la profe creyera que yo había hecho la redacción, y hasta cuidé la escritura. Y luego, sobre carbones ardientes, ¡esperé los resultados! ¡Pobre optimista! ¡otra vez supernal! Me enteré, con estupefacción, de que era necesario que hiciera un esfuerzo de imaginación y que merecía un tres, pues “una redacción no es un ejercicio de copia” y que finalmente se me daría un cinco “por pura bondad del corazón”.

Al empezar mi nueva redacción ya no tenía mucho entusiasmo, pero me lancé de todas maneras; no tenía otra opción. Entonces comencé por plantear el tema en la introducción:

Un día, al pasar por la calle, vi…

Esto me hizo soñar con el auto nuevo que vamos a comprar, me gustaría tanto que compráramos el Renault 15 GTL usado que vende nuestro vecino…Es rojo brillante. Tiene ventanas automáticas, radio casete y un montón de aditamentos maravillosos…
Un día vi pasar por la carretera, una campesina. Sus grandes ojos brillantes centelleaban como un Renault con sólo 35.000 kilómetros…

Corregí y escribí en su lugar:

…como el diamante más puro…

Releí mi frase: comenzaba bien. Me gustan las frases en las que hay diez mil palabras bellas por minuto. Me dije que, con semejante impulso, iba a poner además mi frase de la suerte, la que inventé hace dos años y que desde entonces me sigue a todas partes:

El tejado puntiagudo de la iglesia se dirigía como una flecha hacia el cielo estrellado.

La pondría como telón de fondo de la campesina. Para darme algunas ideas suplementarias prendí la tele. En ese momento pasaban, precisamente, un grupo folklórico que se zarandeaba. Pensé que la campesina podría bailar conga en medio de los campos. Añadí esta idea, releí el conjunto y llamé a mi madre. No todos los días puede sentirse orgullosa de su hijo. Ya la veía elevándose del suelo en éxtasis: “¡Genial!¡Original!” Pero leyó y dijo en un tono más bien neutro:
-No está mal para comenzar…Continúa, de todas maneras…”


La Redacción
Evelyne Reberg
Norma (Colección Torre de Papel),1997.

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