Cien años del nacimiento de J.D. Salinger

Ayer se cumplieron cien años del nacimiento de J.D. Salinger, una de las voces más potentes de la literatura estadounidense de posguerra, a pesar de que publicó muy poco y en un corto tiempo. Para recordarlo compartimos estas palabras de María Pía Chiesino.



Por María Pía Chiesino

La vida de J.D. Salinger estuvo marcada de manera drástica por la Segunda Guerra Mundial: participó del desembarco de Normandía, y de episodios posteriores muy sangrientos, como la masacre del bosque de Hürtgen.
Mientras revistaba como soldado y agente de inteligencia, Salinger llevaba de un lado para otro los originales de su gran novela, El guardián entre el centeno.
A través de la mirada de Holden Caulfield, un adolescente angustiado, querible y rabioso, Salinger escupe su mirada sobre la hipocresía de la sociedad estadounidense.
Cuentos como “Un día perfecto para el pez banana”, dan cuenta de la imposibilidad del norteamericano medio para asomarse a la oscuridad, al abismo emocional de quienes habían regresado de Europa en 1945, y habían sido testigos  no solo de la muerte de otros soldados tan jóvenes como ellos, sino del espanto ante la condición humana que les produjo haber asistido a la apertura de los campos de concentración.
Cuando publicó su novela, en 1951, Salinger tuvo un éxito y un reconocimiento inmediatos. Era una historia intensa y brillantemente narrada. El sueño que cualquier productor de Hollywood quería llevar a la pantalla. Varios se lo pidieron. Salinger se negó sistemáticamente. Y pocos años después, eligió apartarse de la vida social y recluirse en el pequeño pueblo de Cornish, en una casa rodeada por árboles y por un muro, para evitar el asedio de la prensa.
Salinger, la biografía coral de Shields y Salerno, hace foco en esa vida cotidiana que el novelista decidió ocultar hasta su muerte, a los 91 años.
A través del testimonio de ex combatientes, de su propia hija, de algunos periodistas con quienes accedió a hablar, y de algunas de las mujeres (siempre mucho más jóvenes que él), con las que se relacionó, se intenta probar que el “juego” de Salinger, pasaba por esconderse y aparecer cada tanto para que se hablara de él. Se lo presenta como un hombre contradictorio.
¿Alguien puede jactarse de no serlo o haberlo sido alguna vez?
Personalmente, tiendo a pensar en él como en alguien que después de tener que participar en las batallas de la Segunda Guerra, tuvo que dar otra batalla, esta vez personal, para evitar que  la poderosa industria cultural de los Estados Unidos, se llevara puesto lo que quedaba de su persona.
Desde la década del 50 invirtió sus esfuerzos en huir de la prensa escrita y de los fotógrafos, que a falta de entrevistas, los medios enviaban para capturar aunque fuera una imagen en el mercado del pueblo o paseando a su perro.
Hubo otras cosas que no pudo evitar, como que el asesino de John Lennon declarara que para comprender las razones que explicaban el crimen había que leer El guardián entre el centeno.
Pero no se hizo cargo, ni salió al cruce de semejante atrocidad. La vivió como tantas otras personas en todo el mundo: a través de los diarios y la pantalla de televisión.
La soledad de Salinger (que se hizo budista practicante) fue, a mi entender, una manera de plantarse frente a las atrocidades de la Segunda Guerra y sus consecuencias personales y sociales, que tuvieron como responsables al poder político y militar de los Estados Unidos, no a personajes como Holden Caulfield, o Seymour Glass.
Le tocó en suerte  vivir esa experiencia extrema, que se tradujo en una narrativa inquietante y perturbadora, marcada por la violencia, y que le sirvió para poner en palabras todo aquello sobre lo que no había podido decidir. Además, se dio el lujo de no ser un sobreviviente que paseara las consecuencias de su desgracia por los medios masivos.
NO lo necesitó. Cualquier persona lectora, medianamente entrenada, habría entendido todo en la respuesta que le da el pequeño Holden Caufield a un compañero que le pregunta si la que lleva puesta es la gorra para cazar ciervos:

“-Es una gorra para cazar gente-le dije-. Yo me la pongo para matar gente.”
   
Esta frase, salida de un veterano de guerra  que no volvió a agarrar un arma en su vida, debería haberle sobrado a los medios para entender que lo único que quiso Salinger después de la guerra era vivir tranquilo. Y aceptar que esa decisión los dejaba afuera de su vida para siempre. Si la prensa quería hablar de J.D. Salinger, ahí estaba ( y estuvo, y va a seguir estando), su literatura.

El guardián entre el centeno
J.D. Salinger
Alianza Editorial, 2010.

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