Cartas de Manuel Belgrano

Para cerrar el homenaje a Manuel Belgrano por el bicentenario de su muerte, recordamos al prócer desde las palabras de su epistolario con esta nota de Laura Ávila.



Por Laura Ávila


Leer cartas de otras personas puede ser un ejercicio estimulante. Más si son cartas viejas que escribieron gentes reconocidas. Hay algo de voyeurístico en este tipo de lectura, en ese asomarse a textos que pertenecen a un ámbito privado, pero que a veces fueron escritos para una imaginada posteridad, con la esperanza de que tenga lectores más allá de los allegados o los contemporáneos. 
Hay muchos epistolarios  bellos y dignos de leer. Uno que me fascina es “Cartas a Theo”, de Vincent Van Gogh. En esa correspondencia el pintor le escribe a su hermano. Va contando su vida, su búsqueda estilística, la pobreza, la enfermedad, las pequeñas victorias. Sus palabras irradian pasión por su trabajo, sensibilidad y candor.
Las editoriales argentinas no tienen muchos epistolarios en sus catálogos. Cuesta mucho organizarlos. Se necesitan investigadores dedicados y editores que crean en esos diálogos capturados en el tiempo que son las cartas. 
Existe uno, parcial, de Mariquita Sánchez de Thompson, publicado junto a un diario, en donde se cartea con sus hijos durante el exilio rosista. Esas líneas describen su forma práctica de ver la vida y las relaciones humanas, su inteligencia, su postura política, su protofeminismo y también su tilinguería,  además de hacernos conocer detalles jugosos de la vida cotidiana de su época y de su clase social.
San Martín, el prócer más requerido en nuestra literatura, no tiene publicado un epistolario completo, uno que reúna todas sus cartas. 
Quizás se deba a que la correspondencia familiar, según Florencia Canale (chozna de Remedios de Escalada), fue destruida para ocultar adulterios y reproches. También es cierto que las ediciones de sus cartas son en su mayoría publicaciones militares, que privilegian su actividad castrense. Mi epistolario favorito es el que recopiló la excelente historiadora Patricia Pasquali en “San Martín confidencial”. A través de cartas curadas con rigor explora la amistad entre el Libertador y Tomás Guido, el plan del cruce de Los Andes, la estadía en Perú y el exilio en Europa. Esas epístolas traían noticias de un general, pero también eran cartas de un amigo a otro. San Martín era divertido y crítico, hablaba con refranes, repartía chismes del pasado, le buscaba novio a la hija. Todo eso se lo contaba a Guido. En las últimas misivas, San Martín le confiesa que extraña mucho las Provincias Unidas y fantasea con volver. 
Creo que el epistolario más completo de nuestra bibliografía es el “Epistolario belgraniano”, editado por Gregorio Weinberg. Se trata de un libro difícil de maniobrar por la cantidad de páginas que tiene: reúne 255 cartas de Manuel Belgrano, más un apéndice de más de cien misivas dirigidas a Güemes y a Anchorena. 
Las cartas van de 1790 a 1820. Las primeras son para su madre, doña Josefa González Casero, y datan de fines del siglo XVIII, cuando él era estudiante en Europa. En ellas comenta lo inútil que le parecía la Universidad española, los trámites que hacía ante los funcionarios de allá para destrabar la prisión domiciliaria de su padre (Domenico Belgrano estuvo sospechado de ser cómplice de un desfalco aduanero), y termina cada una saludando a sus copiosos hermanos y a sus progenitores, a quienes trataba de usted y encomendaba al Todopoderoso. 
Las cartas atraviesan su período de Secretario del Consulado y nos muestran su etapa de conspirador. Hay algunas muy interesantes dirigidas a la princesa Carlota, la hermana de Fernando Séptimo, a quien Belgrano y otros jóvenes profesionales pretendían erigir como monarca de estas tierras para separarse de España, allá por 1809.
Hay cartas a Moreno y a Saavedra. Cartas a San Martín y a Guido, cartas a Rivadavia, cartas a Güemes. Con él forjó una amistad epistolar, porque se vieron muy pocas veces, pero se escribieron casi hasta la muerte del general. Esas piezas son un lujo. En ellas se revela cómo se repartían las caballadas para que alcanzaran para sus dos ejércitos empobrecidos, por ejemplo. Se mandaban paños para los uniformes, se preguntaban por las familias, y hasta se aconsejaban remedios para sus achaques:
“Compañero y amigo querido –le decía Belgrano el 3 de octubre de 1817—Usted no se cuida; cree que su cuerpo es de bronce y se equivoca; no se debe usted a sí solo, sino a su mujer, hijo y lo que es más, a la Patria”; y en otra del 
10 de Octubre de 1817, desde su campamento en Tucumán, le pasa una receta para que alivie sus dolores de estómago: “Por aquello de poeta, médico
y loco, todos tenemos un poco, vaya mi receta para el cólico bilioso; lo padecí un verano entero desde las 10 de la mañana hasta las 5 de la tarde y no tomaba más alimentos que agua de agraz helada y helados de agraz. Usted  felizmente no necesitará de tanto pues que ya se ha aliviado; pero a precaución, un vasito de helado de ese ácido o de naranja o limón, todas las noches, después de hecha la cocción y verá usted qué tono toma su estómago y cómo se robustece”.
Estas sencillas recetas del vivir resumen mejor que mil panegíricos la virtud y sencillez de este Belgrano, que tomaba los desafíos más terribles como venían y les ponía el pecho, haciéndose un heladito para combatir los achaques de la guerra y el olvido.
 Sus cartas reflejan el pensamiento de un hombre profundo, convencido y dispuesto a compartir un mundo mejor; un profesional dispuesto a gobernar ese mundo nuevo con buen pulso; un educador seguro del capital del conocimiento, un guerrero dispuesto a defender esa revolución de las ideas que estaba haciendo al andar, junto a sus compañeros.
Unas palabras merece el glosador de este epistolario, Gregorio Weinberg. Nacido en 1919, fue un hijo de inmigrantes ucranianos criado en Santiago del Estero. De adolescente se mudó a La Plata y estudió derecho durante un tiempo, pero dejó la carrera y se convirtió en un autodidacta brillante. Al parecer tuvo los mil oficios, casi como el mismo Belgrano. Periodista y escritor, asesor literario, educador en Universidades prestigiosas, investigador de la UNESCO… Además se hizo tiempo para iniciar una colección de epistolarios y documentos raros de nuestra historia.
Este de Belgrano salió en su sello Nueva dimensión argentina. Ojalá alguien tome la posta y edite más epistolarios.


Epistolario belgraniano
Gregorio Weinberg
Taurus, 2001.

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