El simple arte de matar

El 23 de julio se cumplen 135 años del nacimiento de Raymond Chandler, uno de los maestros (el otro es Hammett) del policial negro estadounidense. Para recordarlo, el tema de Libro de arena en el mes de julio es Literatura y delito. Abrimos  las publicaciones del mes con fragmentos del artículo "El simple arte de matar", de Raymond Chandler.


El simple arte de matar


(…)

“El relato policial, por varias razones, puede ser objeto de promoción en muy raras ocasiones. Por lo general se refiere a un asesinato, y por lo tanto carece del elemento promocionable. El asesinato, que es una frustración del individuo y por consiguiente una frustración de la raza, puede poseer -y en rigor posee- una buena proporción de inferencias sociológicas. Pero existe desde hace demasiado tiempo como para constituir una noticia. Si la novela de misterio es realista (cosa que muy pocas veces es), está escrita con cierto espíritu de desapego; de lo contrario nadie, salvo un psicópata, querría escribirla o leerla. La novela de crímenes tiene también una forma deprimente de dedicarse a sus cosas, solucionar sus problemas y contestar sus preguntas. Nada queda por analizar, aparte de si está lo bastante bien escrita como para ser buena literatura de ficción, y de todos modos la gente que contribuye a las ventas de medio millón de dólares nada sabe de esas cosas. La búsqueda de la calidad en la literatura es ya bastante difícil para aquellos que hacen de esa tarea una profesión, sin tener que prestar además demasiada atención a las ventas anticipadas.

El relato de detectives (quizá será mejor que lo llame así, pues la fórmula inglesa sigue dominando el oficio) tiene que encontrar su público por medio de un lento proceso de destilación. Así lo hace, y se aferra a él con gran tenacidad, y eso es un hecho; las razones por las cuales lo hace exigen un estudio de mentalidades más pacientes que la mía. Tampoco es parte de mi tesis la de que constituya una forma vital e importante del arte. No existen tales formas vitales e importantes del arte; sólo existe el arte, y en muy escasa proporción. El crecimiento de las poblaciones no aumentó en manera alguna esa proporción; no hizo más que acrecentar la destreza con que se producen y expenden los sustitutos. 

Y, sin embargo, el relato detectivesco, aun en su forma más convencional, ofrece dificultades para ser bien escrito. Las buenas muestras de arte son mucho más raras que las buenas novelas serias. Mercancías de segunda fila sobreviven a la mayor parte de la literatura de ficción de alta velocidad, y muchas de las que jamás habrían debido nacer se niegan, lisa y llanamente, a morir. Son tan perdurables como las estatuas que hay en los paseos públicos, e igualmente aburridas.”

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“Hemingway dice en alguna parte que el buen escritor compite sólo con los muertos. El buen escritor de relatos detectivescos (a fin de cuentas tiene que haber unos pocos) compite no sólo con los muertos no enterrados, sino también con todas las multitudes de los vivientes. Y en términos casi de igualdad, porque una de las cualidades de ese tipo de literatura consiste en que lo que hace que la gente la lea nunca pierde el estilo. Es posible que la corbata del protagonista esté un poco pasada de moda y que el bueno y canoso inspector llegue en un carricoche y no en un sedán aerodinámico, con la sirena aullando, pero lo que hace cuando llega es el mismo antiguo ocuparse de comprobaciones de horas y de trozos de papel chamuscado, y de quién pisoteó la vieja y querida planta en flor que crece bajo la ventana de la biblioteca.”

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“Todos los escritores de relatos de detectives cometen errores, y ninguno sabrá nunca tanto como debería. Conan Doyle cometió errores que invalidaron por completo algunos de sus relatos, pero fue un precursor, y a fin de cuentas Sherlock Holmes es sobre todo una actitud y algunas docenas de líneas de un diálogo inolvidable. Los que realmente me tumban son las damas y caballeros de lo que Howard Haycraft (en su libro Murder for Pleasure) llama la Edad de Oro de la ficción detectivesca. Esa edad no es remota. Para los fines de Haycraft, empieza después de la Primera Guerra Mundial y dura más o menos hasta 1930. Para todos los fines prácticos, todavía existe. Dos terceras o tres cuartas partes de todas las narraciones detectivescas publicadas todavía siguen la fórmula que los gigantes de esa era crearon, perfeccionaron, pulieron y vendieron al mundo como problemas de lógica y deducción.”

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“…hay un argumento de Agatha Christie que presenta en primer plano a M. Hercules Poirot, el ingenioso belga que habla en una traducción literal de francés escolar, según el cual, mediante el adecuado empleo de sus «pequeñas células grises», M. Poirot decide que ninguno de los ocupantes de determinado coche-cama había podido realizar el asesinato por sí solo, y que por lo tanto todos lo cometieron juntos, y entonces divide el proceso en una serie de operaciones simples, como si montara una batidora de huevos. Pertenece al tipo garantizado para convertir la mente más aguda en pulpa. Sólo un idiota podría adivinarlo. Hay argumentos mucho mejores de estos mismos escritores y de otros de su escuela. Puede que en alguna parte exista alguno que realmente soporte un examen atento. Sería divertido leerlo, aunque hubiese que volver a la página 47 para refrescar la memoria en cuanto al momento exacto en que el segundo jardinero trasplantó a una maceta la begonia rosa de té que ganó el primer premio.”

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“Esta novela clásica de detectives no aprendió nada ni olvidó nada. Es la narración que uno encuentra casi todas las semanas en las grandes revistas satinadas, con bonitas ilustraciones, y que prestan su debido homenaje al amor virginal y al tipo correcto de artículos suntuarios. Quizás el ritmo se haya hecho un tanto más rápido y el diálogo un poco más voluble. Se piden más daiquiris helados y menos vasos de oporto añejo y anticuado; hay más ropas de Vogue y decorados de House Beautiful, más elegancia, pero no más veracidad.”

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“Los muchachos que apoyan los pies sobre el escritorio saben que el caso de asesinato que más fácil resulta solucionar es aquel con el cual alguien ha tratado de pasarse de listo; el que realmente les preocupa es el asesinato que se le ocurrió a alguien dos minutos antes de llevarlo a cabo. Pero si los escritores de este tipo de ficción escribieran sobre los asesinatos que ocurren en la realidad, también estarían obligados a escribir sobre el auténtico sabor de la vida, tal como es vivida. Y como no pueden hacerlo, fingen que lo que hacen es lo que se debe hacer. Y ésa es una petición de principio... y los mejores de ellos lo saben.”

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“No es fácil decidir ahora, aunque tenga importancia, cuán original fue en verdad Hammett como escritor. Fue uno en un grupo, el único que logró el reconocimiento de la crítica, pero no el único que escribió o trató de escribir verdaderas novelas de misterio realistas. Todos los movimientos literarios son así: se elige a un individuo como representante de todo el movimiento; por lo general es la culminación de éste. Hammett fue el as del grupo, pero no hay en su obra nada que no esté implícito en las primeras novelas y cuentos cortos de Hemingway. 

Y, sin embargo, por lo que sé, es posible que Hemingway haya aprendido algo de Hammett, y también de escritores como Dreiser, Ring Lardner, Carl Sandburg, Sherwood Anderson y él mismo. Hacía tiempo que se llevaba a cabo un desenmascaramiento más o menos revolucionario, tanto en el lenguaje como en el material de la literatura de ficción. Es probable que comenzara en la poesía; casi todo comienza en ella. Si se desea, se puede remontar hasta Walt Whitman. Pero Hammett aplicó ese desenmascaramiento al relato detectivesco, y éste, debido a su gruesa costra de elegancia inglesa y de pseudo elegancia norteamericana, fue muy difícil de poner en movimiento. 

Dudo que Hammett tuviese algún objetivo artístico deliberado; trataba de ganarse la vida escribiendo algo acerca de lo cual contaba con información de primera mano…”

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Hammett escribió al principio (y casi hasta el final) para personas con una actitud aguda y agresiva hacia la vida. No tenían miedo del lado peor de las cosas; vivían en ese lado. La violencia no les acongojaba. Hammett devolvió el asesinato al tipo de personas que lo cometen por algún motivo, y no por el solo hecho de proporcionar un cadáver. Y con los medios de que disponían, y no con pistolas de duelo cinceladas a mano, curare y peces tropicales. Describió a esas personas en el papel tales como son, y las hizo hablar y pensar en el lenguaje que habitualmente usaban para tales fines. 

Tenía estilo, pero su público no lo sabía, porque lo desarrollaba en un lenguaje que no se suponía capaz de tales refinamientos. Pensaron que estaban recibiendo un buen melodrama carnal, escrito en el tipo de jerga que creían hablar ellos mismos. Y en cierto sentido así era, pero al mismo tiempo era mucho más…”

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“Puede que El halcón maltés sea o no una obra genial, pero un autor que es capaz de esa novela no es, en principio, incapaz de nada. En cuanto a que un relato detectivesco puede ser tan bueno como ése, sólo los pedantes negarán que podría ser mejor aún. 

Hammett hizo algo más: hizo que resultase divertido escribir novelas de detectives, y no un agotador encadenamiento de claves insignificantes…”

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“Y hay todavía por ahí algunas personas que dicen que Hammett no escribía relatos detectivescos, sino simples crónicas empedernidas de calles del hampa, con un superficial elemento de misterio dejado caer como una aceituna en un martini. Son las ancianas aturdidas -de ambos sexos (o de ninguno) y de casi todas las edades- que prefieren sus misterios perfumados con capullos de magnolia y no les agrada que se les recuerde que el asesinato es un acto de infinita crueldad, aunque los que lo cometen tengan a veces el aspecto de jóvenes de la buena sociedad, profesores universitarios o encantadoras mujeres maternales, de cabello suavemente encanecido.”

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“El realista de esta rama literaria escribe sobre un mundo en el que los pistoleros pueden gobernar naciones y casi gobernar ciudades, en el que los hoteles, casas de apartamentos y célebres restaurantes son propiedad de hombres que hicieron su dinero regentando burdeles; en el que un astro cinematográfico puede ser el jefe de una pandilla, y en el que ese hombre simpático que vive dos puertas más allá, en el mismo piso, es el jefe de una banda de controladores de apuestas; un mundo en el que un juez con una bodega repleta de bebidas de contrabando puede enviar a la cárcel a un hombre por tener una botella de un litro en el bolsillo; en que el alto cargo municipal puede haber tolerado el asesinato como instrumento para ganar dinero, en el que ninguno puede caminar tranquilo por una calle oscura, porque la ley y el orden son cosas sobre las cuales hablamos, pero que nos abstenemos de practicar…”

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No es un mundo muy fragante, pero es el mundo en el que vivimos, y ciertos escritores de mente recia y frío espíritu de desapego pueden dibujar en él tramas interesantes y hasta divertidas. No es gracioso que le asesinen por tan poca cosa, y que su muerte sea la moneda de lo que llamamos civilización. Y todo esto sigue sin ser suficiente.”


El simple arte de matar
Raymond Chandler
Bruguera, 1980.

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