Traficante de almas

El 10 de febrero pasado se cumplieron 75 años del estreno en Broadway de Muerte de un viajante, de Arthur Miller, dirigida por Elia Kazan. En Libro de Arena recordamos este aniversario con esta nota de María Fiorentino, que tuvo la enorme fortuna de ser espectadora, también en Broadway, de la versión en la que el inolvidable y enorme Philip Seymour Hoffmann representó a Willy Loman. Así lo recuerda para nosotros.

                                          

Por María Fiorentino


El 10 de febrero de 1949, 75 años atrás, se estrenaba en Broadway Muerte de un viajante, obra cumbre de Arthur Miller. 

El miércoles 28 de marzo de 2012, a las 14 horas, en medio de un temporal lluvioso, estoy en el teatro Ethel Barrymore de Nueva York esperando ver la misma pieza protagonizada por Philip Seymour Hoffman. 

La boletería indica que las 1058 entradas están agotadas y, en el momento en que escribo estas líneas, me entero de que 71 días después de la fecha que estoy narrando, ese teatro batió un récord de ventas desde que inauguró en 1929. ¿Debido a Mike Nichols que dirige o a Philip que protagoniza? 


Ese gordo me pone sucia. Me lleva con él por laberintos y sótanos de comprensión, mugre y piedad. Es el actor que a nada le hace asco. Oficia con absoluto convencimiento y obsesión. Es un actor que tiene lo que más amo en la profesión: criterio. Es mío. Ese hombre es mío. Ustedes creen que se sientan a ver un filme con un gran actor, pero yo sé que estoy frente a la gema trágica. Ese hombre sabe muchos secretos y con cada personaje sabe más cosas ocultas y también sufre. Lo sé porque lo amo: es un hombre que sufre. 


Como en todo clásico, el público sabe que va a ocurrir un suicidio. No es incógnita el final. Habrá un suicidio. El de Willy Loman. Que tiene 63 años y es interpretado por un actor de 45. Que entra al escenario sin una gota de maquillaje, de truco de envejecimiento. Gordo, muy gordo. Ese actor serio (cuenta Ethan Hawke que cuando trabajaron juntos dirigidos por Lumet, siendo tan amigos como eran, tuvo miedo de su seriedad y sus reproches por las bromas que él hacía para caer simpático), ese actor serio, repito, se deja caer durante la obra en una silla y dice texto de la obra de una manera muy particular. Dice “Estoy gordo” y lo dice seriamente pero, de algún modo propio, logra hacer complicidad con el público como si hablara de él mismo y, en la mitad del drama, una estruendosa carcajada acompañada por un aplauso de 1508 personas que al mismo tiempo están lagrimeando, rompe la convención, asiente a la gordura con amor. El actor baja la cabeza y el silencio del púbico vuelve. 

Yo también lloro, sonriente y calmada, desde que entró a escena. Estoy en la segunda fila y puedo ver sus manchas de sudor en las axilas de la camisa mientras el gordo, como puede, salta y habla con su hijo jugando a la pelota y entonces -podría decir que por deformación profesional lo veo venir- sucede. El accidente. Al actor más raro del mundo se le escapa la pelota, como a cualquiera porque, en principio es un actor. Se escapa en un envión formidable, rompe la cuarta pared, volando hacia mí. Que, como si la estuviera esperando, extiendo las manos, la recibo y la sujeto. Veo sus ojos sobresaltados, esa agitación que nos provoca a los actores el error, la falla, el accidente. Pienso que eso es un regalo. El mundo se detiene para él, lo sé como actriz, porque el error te detiene horas aunque sea un segundo. Y en ese segundo que son horas la espectadora y el actor se miran mientras él aguarda un segundo que le parecen horas a que yo le devuelva la pelota. Yo que digo “Dios Mío” como lugar común tantas veces, pienso religiosamente “Dios Mío, pasarle la pelota a PSH”. Su tez enrojecida, la pequeña boca entreabierta, las manos expectantes y abiertas hacia mí. Dios Mío, que se caiga el teatro en este mismo instante, que se detenga el mundo. Le devuelvo la pelota y agradece cerrando con fuerza la boca, como guardando las palabras que no dijo.  

Y pienso que tal vez solamente hice toda la enorme tramitación que presupone un viaje a Nueva York, para tener la gracia de pasarle la pelota a ese actor. PSH. 


Tengo el corazón levemente corrido a la mitad del pecho. Late muy fuerte. Estoy viva. Impregnada. Porque ese ángel estafa, miente, seduce, te arrebata, y sos terreno ganado. Conquistado. Te afana el corazón, la mente. Te muestra todo ese talento con la misma sencillez con que mi mamá evalúa la calidad de una berenjena. Te impregna.  

Ese hombre es mío. 





Sobre la muerte de Philip Seymour Hoffman. DATA DURA 

Hijo de padres separados. Padre empleado de Xerox, madre Jueza. Quería ser atleta. Béisbol, fútbol americano, lucha libre. Una lesión sufrida en una práctica, lo hizo repensar sus objetivos. En segundo año  

del secundario, interpretó a Willy Loman (Muerte de un viajante) y sus compañeros quedaron boquiabiertos. En la Universidad de Nueva York obtuvo el título en Arte Dramático y empezó una internación de rehabilitación por su adicción a las drogas y el alcohol, que lo venían haciendo entrar en pánico, según sus propias palabras.  

Ethan Hawke dice que nunca en su vida lo vio tomar a PSH antes de volver a hacer Muerte de un viajante. 

Esa obra lo torturó, dice un amigo. Hiciera lo que hiciera, sabía que a las ocho de la noche tendría que enfrentarse con lo mismo. Cuando terminó me dijo que no quería volver a trabajar en teatro por un tiempo. 

Dirigió y estrenó la pieza de un amigo con éxito, y su mujer le alquiló un departamento a dos cuadras del que compartían, para que sus hijos no lo vieran alcoholizado o drogado. 

Todos sabemos que, finalmente, murió con una jeringa en su brazo un domingo 2 de febrero del 2014, a los 46 años. 

(Fuente Rolling Stone, marzo/2014, nota de David Browne). 


PERO ATENCIÓN. Data dura mía. 

Mi amor por ese hombre que sufría me lleva al siguiente detalle: en la película del año 2008, “Synecdoche, New York” de Charlie Kaufman, PSH interpreta a un director teatral que intenta llevar a escena Muerte de un viajante, sin éxito, dirigiendo a un actor que tiene 44 años y al que en una pasada general le da la siguiente instrucción: “No tengas en mente que eres un actor joven interpretando a un hombre mayor que intenta comprender por qué quiere morir. Porque la verdadera tragedia consiste en que tú, un hombre joven y yo y todos terminaremos en ese mismo lugar de desolación” 

 

Su vida fue atravesada por Muerte de un viajante. ¿Y qué otra cosa es un actor sino un viajante? 

Un viajante que trafica almas. 


Comentarios

  1. Que lindo María encontrar una nota tuya, que hermoso que es leerte. Graciosa y Emocionante como vos, no podría ser de otra manera la anécdota.

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