Hasta siempre

Libro de arena continúa su homenaje a Julio Cortázar. Esta vez desde su mirada política, que se fue metiendo en su literatura. En los primeros años de la década del 60, Cortázar fue convocado por la Casa de las Américas para ser jurado de un concurso en Cuba. Allí se interiorizó en la causa revolucionaria, que generó su adhesión a la ideología socialista. Es por eso que ante el asesinato del Che Guevara escribe acongojado la siguiente carta.

París, 29 de octubre de 1967

Roberto, Adelaida, mis muy queridos:

Anoche volví a París desde Argel. Solo ahora, en mi casa, soy capaz de escribirles coherentemente; allá, metido en un mundo donde sólo contaba el trabajo, dejé irse los días como en una pesadilla, comprando periódico tras periódico, sin querer convencerme, mirando esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los mismos cables y entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones. Entonces me llegó telefónicamente tu mensaje, Roberto, y entregué ese texto que debiste recibir y que vuelvo a enviarte aquí por si hay tiempo de que lo veas otra vez antes de que se imprima, pues sé lo que son los mecanismos del télex y lo que pasa con las palabras y las frases. Quiero decirte esto: no sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no me queda más que silencio, hasta quién sabe cuándo; si te envié este texto fue porque eras tú quien me lo pedía, y porque sé cuánto querías al Che y lo que él significaba para ti. Aquí en París encontré un cable de Lisandro Otero pidiéndome ciento cincuenta palabras para Cuba. Así, ciento cincuenta palabras, como si uno pudiera sacarse las palabras del bolsillo como monedas. No creo que pueda escribirlas, estoy vacío y seco, y caería en la retórica. Y eso no, sobre todo eso no. Lisandro me perdonará mi silencio, o lo entenderá mal, no me importa; en todo caso tu sabrás lo que siento. Mira, allá en Argel, rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño para llorar; había que estar en un baño, comprendes, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del buen vivir en una organización internacional. Y todo esto que te cuento también me avergüenza porque hablo de mí, la eterna primera persona del singular, y en cambio me siento incapaz de decir nada de él. Me callo entonces. Recibiste, espero, el cable que te envié antes de tu mensaje. Era mi única manera de abrazarte, a ti y a Adelaida, a todos los amigos de la Casa. Y para ti también es esto, lo único que fui capaz de hacer en esas primeras horas, esto que nació como un poema y que quiero que tengas y que guardes para que estemos más juntos.

Che 

Yo tuve un hermano.
No nos vimos nunca 
pero no importaba.
Yo tuve un hermano 
que iba por los montes 
mientras yo dormía. 
Lo quise a mi modo, 
le tomé su voz 
libre como el agua, 
caminé de a ratos 
cerca de su sombra. 

No nos vimos nunca 
pero no importaba, 
mi hermano despierto 
mientras yo dormía, 
mi hermano mostrándome 
detrás de la noche 
su estrella elegida.

Ya nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida. Hasta siempre, 

Julio


Publicado en Fervor de la Argentina de Roberto Fernández Retamar, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 1993.

Para ver más cartas publicadas de Julio Cortázar, click aquí-Centro de Documentación Epistolar-.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre