Paul Auster y las últimas cosas

Libro de arena celebra los 67 años del escritor Paul Auster con un fragmento de su novela El país de las últimas cosas (In the Country of Last Things, 1987) y comparte un comentario del mismo. 

"Estas son las últimas cosas-escribía ella-. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más. Puedo hablarte de las que yo he visto, de las que ya no existen, pero dudo que haya tiempo para ello. Ahora todo ocurre tan rápidamente que no puedo seguir el ritmo.
No espero que me entiendas. Tú no has visto nada de esto y, aunque lo intentaras, jamás podrías imaginártelo. Estas son las últimas cosas. Una casa está aquí un día y al siguiente desaparece. Una calle por la que uno navegaba ayer, hoy ya no está aquí. Incluso el clima cambia de forma continua: un día de sol, seguido de uno de lluvia; un día de nieve, luego uno de niebla; templado, después fresco; viento seguido de quietud; un rato de frío intenso y hoy, por ejemplo, en pleno invierno, una tarde de luz esplendorosa, tan cálida que no necesitas llevar más que un jersey.
Cuando vives en la ciudad, aprendes a no dar nada por sentado. Cierras los ojos un momento, o te das la vuelta para mirar otra cosa y aquella que tenías delante desaparece de repente. Nada perdura, ya ves, ni siquiera los pensamientos en tu interior. Y no vale la pena perder el tiempo buscándolos: una vez que las cosas desaparece, ha llegado a su fin.
Así es como vivo -continuaba su carta-. No como mucho, sólo lo suficiente para mantenerme en pie, no más. A veces me siento tan débil que me parece que no podré dar otro paso. Pero lo logro a pesar de los períodos de abatimiento, me siento activa. Deberías ver qué bien lo hago.
En la ciudad hay muchas calles por todos lados, pero no dos iguales. Pongo un pie delante de otro, luego el otro frente al primero, y sólo espero poder volver a repetirlo todo otra vez. Sólo eso. Me gustaría que entendieras cómo es mi vida ahora: me muevo, respiro el aire que se me concede,  y como lo menos posible. No importa lo que digan los demás; lo único importante es mantenerse en pie.
¿Recuerdas lo que dijiste antes de que me fuera? Me dijiste que William había desaparecido y que por más que buscara nunca lo encontraría. Esas fueron tus palabras. Entonces yo te contesté que no me importaba lo que dijeras, que iba a encontrar a mi hermano. Luego me subí a aquel  barco espantoso y te dejé. ¿Cuánto tiempo hace de aquello? Ya no puedo recordarlo; años y años, supongo. Pero sólo lo adivino; hablando con franqueza, creo que he perdido el rumbo y ya nada podrá arreglarse para mí.
Lo cierto es que si no fuera por el hambre ya no sería capaz de seguir. Hay que acostumbrase a sobrevivir sólo con lo indispensable. Si uno espera poco, se conforma con poco, y cuanto menos necesite, mejor se sentirá. Esto es lo que la ciudad le hace a uno, le vuelve los pensamientos del revés. Le infunde ganas de vivir y, al mismo tiempo, intenta quitarle la vida. No hay salida, lo logras o no lo logras; si lo haces, no puedes estar seguro de conseguirlo la próxima vez; si no lo haces, no habrá próxima vez.
No sé muy bien por qué te estoy escribiendo. Para serte franca apenas si he pensado en ti desde que  llegué. Pero de repente, después de todo este tiempo, siento que tengo algo que decir y que si no lo escribo rápidamente, mi cabeza estallará. No importa si lo lees, ni siquiera importa si vas a leer estas líneas, suponiendo que eso pudiera hacerse. Tal vez te escriba sólo porque no sabes nada, porque estás lejos de mí y no sabes nada.”


El país de las últimas cosas
Paul Auster
Barcelona: Anagrama, 1994


Por María Pía Chiesino

Cuando empecé a leer a Paul Auster, en la década del 90, tenía una especie de disposición inmediata para leer una nueva novela “neoyorkina”, y en mayor o menor medida, alguna historia que remitiera al vínculo paterno. Eso pasaba en La invención de la soledad… en El palacio de la luna… en la Trilogía de Nueva York. Y en cierta medida,  también en Mr. Vértigo o en La música del azar.
Por eso, cuando leí El país de las últimas cosas ese comienzo me desconcertó.
La narradora está viviendo es una especie de futuro distópico, en un país regido por pulsiones de muerte, en el que se supone que debe encontrar a su hermano desaparecido.
Desde una enorme soledad, comienza a escribirle una carta a su ex novio. Una carta que, por otra parte, no sabe si va a enviar. Toda la novela nos relata en primera persona  esa búsqueda, en el curso de la cual la protagonista va encontrarse con diferentes aspectos de esa realidad extrema:  la secta de los corredores que no saben adónde van pero que no dejan de correr hasta que no caen muertos…casas que estaban hoy y desparecen mañana…
En el medio de tanta incerteza, Anna Blume intenta encontrar a su hermano. Busca “vida” en un lugar en el que proliferan las clínicas que se dedican a la eutanasia.
De todas formas, el comienzo es desalentador para los lectores optimistas. Anna no escribe esa carta desde la esperanza. Ni siquiera el aire que respira le pertenece. Toda la novela está marcada por un desaliento que la ubica en una línea que continúa, por ejemplo a  La sequía, de Ballard, otra obra maestra de esos futuros distópicos, en la que todas las acciones se rigen por la sed. En este caso, Anna no deja de escribir porque tiene hambre. Pulsiones cada vez más básicas y planteos cada vez menos complejos en términos existenciales.
Ciertas visiones del futuro son absolutamente pesimistas. Esta no es un dato nuevo para la literatura. Huxley  y Orwell se marcaron esa línea ideológica respecto del futuro de la condición humana.
Lo que me resultó sorprendente en su momento, cuando leí  El país de las últimas cosas, fue que una novela de Auster pudiera ser parte del mismo corpus. No porque Auster sea un  particularmente optimista (no lo es) sino porque nunca pensé que pudiera situar una de sus novelas en el campo de la ciencia ficción. Y este comienzo, no me dejó alternativa. De todas formas, sabemos que Anna está viva y que afirma que lo más importante es “mantenerse en pie” para seguir buscando a su hermano. Más allá del desaliento que atraviesa la novela, esa no deja de ser una metáfora de la resistencia.

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