La voz y el silencio
Una obra es impensable fuera de su relación con su autor, su sociedad, su historia, el conocimiento tácito de sus normas y sus hábitos, de lo que puede ser dicho al mismo tiempo que de lo indecible. Los escritores, los poetas están para quebrar los límites impuestos, para hacer ver estas y otras prohibiciones. Escriben para repensar el silencio. La invitación a leer las reflexiones del escritor mexicano sobre Sor Juana y su obra cierra la semana dedicada a Octavio Paz. Libro de arena propone un inicio, un fragmento del prólogo que el propio autor escribiera en la edición de 1991 a Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, para seguir leyendo.
En
otras sociedades, por encima de la cofradía anónima de los lectores normales,
hay un grupo de lectores privilegiados que se llaman el arzobispo, el
inquisidor, el secretario general del Partido, el Politburó. Esos lectores
terribles influyeron en sor Juana Inés de la Cruz tanto como sus admiradores.
En su Respuesta a sor Filotea de la Cruz nos dejó una confesión: «no quiero
ruidos con la Inquisición». Los lectores terribles son una parte -y una parte
determinante- de la obra de sor Juana. Su obra nos dice algo pero para entender
ese algo debemos darnos cuenta de que es un decir rodeado de silencio: lo que
no se puede decir. La zona de lo que no se puede decir está determinada por la
presencia invisible de los lectores terribles. La lectura de sor Juana debe
hacerse frente al silencio que rodea a sus palabras. Ese silencio no es una
ausencia de sentido; al contrario: aquello que no se puede decir es aquello que
toca no sólo a la ortodoxia de la Iglesia católica sino a las ideas, intereses
y pasiones de sus príncipes y sus órdenes. La palabra de sor Juana se edifica
frente a una prohibición; esa prohibición se sustenta en una ortodoxia, encarnada
en una burocracia de prelados y jueces. La comprensión de la obra de sor Juana
incluye la de la prohibición a que se enfrenta esa obra. Su decir nos lleva a
lo que no se puede decir, éste a una ortodoxia, la ortodoxia a un tribunal y el
tribunal a una sentencia.
Esta
sumaria descripción de las relaciones entre el autor y sus lectores, entre aquello
que se puede decir y aquello que es indecible, omite algo esencial: con
frecuencia el autor comparte el sistema de prohibiciones -tácitas pero imperativas-
que forman el código de lo decible en cada época y en cada sociedad. Sin
embargo, no pocas veces y casi siempre a pesar suyo, los escritores violan ese
código y dicen lo que no se puede decir. Lo que ellos y sólo ellos tienen que
decir. Por su voz habla la otra voz: la voz réproba, su verdadera voz. Sor
Juana no fue una excepción. Al contrario: sus contemporáneos percibieron muy
pronto, en su voz, la irrupción de la voz otra. Ésa fue la causa de las
desdichas que sufrió al final de su vida. Porque estas transgresiones eran y
son castigadas con severidad; y más: no es extraño que en algunas sociedades
-como la Nueva España del siglo XVII- el escritor mismo se convierta en el
aliado y aun en el cómplice de sus censores. En el siglo XX, por una suerte de
regresión histórica, abundan también los ejemplos de escritores e ideólogos
transformados en acusadores de sí mismos. Esa semejanza entre los años finales
de sor Juana y estos casos contemporáneos me hicieron escoger como subtítulo de
mi libro el de la sección última: Las trampas de la fe. Confieso que esta frase
no se aplica a toda la vida de sor Juana y que tampoco define el carácter de su
obra: lo mejor de ella misma y de sus escritos escapa a la seducción de esas
trampas. Pero me parece que la expresión alude a un mal común a su época y a la
nuestra. Vale la pena subrayarlo y por eso la he mantenido: aviso y
escarmiento.
La
obra sobrevive a sus lectores; al cabo de cien o doscientos años es leída por
otros lectores que le imponen otros sistemas de lectura e interpretación. Los
lectores terribles desaparecen y en su lugar aparecen otras generaciones, cada
una dueña de una interpretación distinta. La obra sobrevive gracias a las
interpretaciones de sus lectores. Esas interpretaciones son en realidad
resurrecciones: sin ellas no habría obra. La obra traspasa su propia historia
sólo para insertarse en otra historia. Creo que puedo concluir: la comprensión
de la obra de sor Juana incluye necesariamente la de su vida y de su mundo. En
este sentido mi ensayo es una tentativa de restitución; pretendo restituir a su
mundo, la Nueva España del siglo XVII, la vida y la obra de sor Juana. A su
vez, la vida y la obra de sor Juana nos restituye a nosotros, sus lectores del
siglo XX, la sociedad de la Nueva España en el siglo XVII. Restitución: sor
Juana en su mundo y nosotros en su mundo. Ensayo: esta restitución es
histórica, relativa, parcial. Un mexicano del siglo XX lee la obra de una monja
de la Nueva España del siglo XVII. Podemos comenzar.
OCTAVIO PAZ México, a 31 de marzo de 1991
Fragmento de:
Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe.
Octavio Paz
Barcelona, Seix Barral, 1982
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