Mercedes Pérez Sabbi: " Mentimos para decir la verdad… esa es una fórmula que usamos casi todos los escritores."

De los cuentos de miedo con que se inició en el mundo de las publicaciones, del vínculo indisoluble con el universo del relato infantil, de la importancia del juego y la curiosidad, habla la escritora Mercedes Pérez Sabbi, en la entrevista  del 22 de septiembre en La Nube. En la charla, coordinada por Mario Méndez, también comentó acerca de la intimidad de la elaboración de sus textos, del papel del libro impreso en la constitución de la lectura de profundidad, y la construcción del pensamiento complejo a la que lleva, como contracara de la lectura superficial que propician otros medios de comunicación y la cultura del zappinng. Libro de arena publicará la segunda parte el viernes próximo.






















Mario Méndez: Buenas tardes. Es un placer y una alegría estar acá, con la amiga Mercedes Pérez Sabbi, de quien estuvimos charlando mucho el lunes pasado. Espero también que hayan leído mucho en estos días. Algunos compañeros compraron libros, otros ya la habían leído. La propuesta, como siempre, es conversar, de la literatura infantil como eje, de la literatura en general, del panorama de nuestra literatura actual, y de los temas que vayan saliendo. Gracias por venir, Mercedes.

Mercedes Pérez Sabbi: Gracias a vos, por este espacio, por la  convocatoria, y a ustedes por estar aquí, porque es un espacio de escucha muy especial. Habitamos un lugar demasiado ruidoso, en el que estos espacios que se crean son importantes.

MM: Si te parece, vamos a ir de lo general a lo particular, antes de llegar a cada libro. Entonces, empezamos contando algo de tu biografía. Mercedes es  Psicopedagoga Y Licenciada en Ciencias de La Educación, ¿las dos cosas?

MPS: Cuando sos Licenciada en Ciencias de la Educación, podés ejercer la psicopedagogía, haciendo cursos especiales.

MM: ¿De la U.B.A?

MPS: No. Empecé en la U.B.A, en la dictadura y terminé en una privada. Si no, no hubiera terminado. Después sí hice varios cursos de posgrado en la U.B.A. porque sentía que había algo que hubiera querido terminar y no había podido ser.

MM: Sos maestra también. ¿Ejerciste?

MPS: Sí, ejercí como maestra. Comencé en González Catán, en el Barrio Independencia, en el kilómetro 29. Siempre lo recuerdo. Viajaba todos los días dos horas para ir y dos horas para volver. Había quince cuadras de tierra, y tenía unos alumnos a los que quería muchísimo. Y ellos también a mí, porque esto es así, recíproco. El amor se transfiere y se devuelve con más amor. Los días de lluvia llegaba rápido, porque me resbalaba… era todo barro. Lo recuerdo como un momento de mucha, mucha alegría por todo lo que me dieron esos chicos. Mi cuento Golmito, uno de mis primeros cuentos publicados, surge de esas vivencias.

MM: Y además ganabas fortunas. (Risas). Eso tampoco lo olvidemos.

MPS: Quiero recordar que cuando me inicié como maestra, que eran los años de la dictadura, podían pasar entre tres y cinco meses de trabajo, en los que los docentes no cobrábamos. Llegaba un momento en el que, entre el viaje y lo que necesitaba para mantenerme, no me alcanzaba. Los chicos se dieron cuenta y empezaron a hacer un fondo en el que cada uno traía moneditas para ayudarme. Pero no querían que los dejara. Impresionante ese amor.

MM: Mucho de ese trabajo social y con chicos de barrios como este que contás está reflejado en tu literatura. El otro día leíamos Sopa de estrellas, y veíamos esto. Pero ya vamos a llegar a Sopa de estrellas en detalle. Bueno, ejerciste como maestra, como acabás de contarnos, como psicopedagoga…

MPS: Como asesora pedagógica, muchos años. Es más, soy jubilada como Licenciada en Ciencias de la Educación, haciendo asesoría pedagógica en escuelas secundarias.

MM: No lo cuentes eso. (Risas) ¿Públicos y Privados?

MPS: Todos públicos.

MM: Una cosa que quizá no aparece mucho en las biografías, es que has pasado por la función pública, y todos los autores que te conocimos en esa función estábamos conformes y contentos de que vos mediaras en el Plan Nacional de Lectura.

MPS: Sí, tres años. Tres años de mucho trabajo, una tarea muy interesante, pero el trabajo de la gestión tiene otros vericuetos invisibles desde el afuera, que el cuerpo los recibe. Estuve desde el 2008 hasta el 2011. Aprendí muchísimo, y debo agradecer que eso me permitió conocer a muchos colegas. También estar en un lugar visible para mediadores de lectura. Porque si bien yo tengo muchos textos escritos hace mucho tiempo, mis textos no eran muy conocidos, ni circulaban de manera masiva. Coordinar las acciones del PNL me llevó a un lugar de visibilidad que agradezco, y a conocer mucha gente maravillosa. Nosotros nos conocimos ahí.

MM: En realidad, no. Nos conocimos, por esas casualidades, en una escuela pública de Chacarita, en la que habían leído Sopa de estrellas y El tesoro subterráneo.

MPS: ¡Tenés razón!

MM: Después, nos tratamos mucho más en el Plan.

MPS: Cierto, nos cruzamos en una escuela de Chacarita. Esta tarea de escribir es fundamental en mi vida, y no siempre se tiene la posibilidad de publicación. Me acuerdo que de joven leía mis textos a mis alumnos, a mis hijos, a sus amigos, como para comunicarme y ver qué pasaba. Una vez, una nena de once años, hija de una amiga, me preguntó qué era lo más me gustaría que me pasara. Y yo le dije que me gustaría que me publicaran un cuento, “algo” de lo que tenía escrito. Cuando eso pasó (primero me publicaron dos cuentos en una antología, luego otros dos…), quería algo más. Y llegó la publicación de una novela. Y así seguí, paso a paso. Texto a texto. Escribir es como un motor de sentidos en mi vida, es ese “algo” que una nunca termina de alcanzar. Si no, estaríamos fritos.

MM: ¿Cuáles fueron esos primeros cuentos?

MPS: Fueron dos cuentos, Golmito y Secretas ceremonias de un jardinero, que salieron en una antología que se llamaba Con los pelos de punta, de la Editorial Orión. Fue uno de esos momentos únicos, porque después de esa publicación, siguieron otras. Después de expresarle mi deseo de ser publicada a aquella nena de once años, me di cuenta de que tenía que llevar mis textos a alguna editorial. Recordemos que había máquinas de escribir, no había Internet, había que llamar por teléfono, solicitar una entrevista… No era tan accesible llegar a una editorial, tampoco se conocían muchos concursos… Ahora, con Internet, todo eso se facilita, de alguna manera. Rememoro el momento de presentar mis escritos a una editorial, como un instante un tanto mágico. Recuerdo que le pregunté a mi marido dónde le parecía que podía presentar mis cuentos, y él, que es periodista y escritor, me dijo que Orión estaba publicando cuentos para chicos y novelas. La verdad es que en ese momento Orión tenía una colección muy interesante. Estoy hablando de fines de los años ochenta.

MM: Entonces hace bastante que empezaste.

MPS: Sí, hace bastante. Siempre pienso en la idea de destino que dice Borges… habla de destino como esa infinita operación incesante de millones de causas entreveradas. No sé cuántas causas entreveradas hubo en “mi destino” de escribir, pero en aquel momento de búsqueda, la editorial Orión quedó titilando en mi cabeza. Era la editorial de Poldy Bird. Los Cuentos para Verónica en ese momento eran un boom. Recuerdo que fui como psicopedagoga a una de las Ferias del Libro a pasar un documental sobre orientación vocacional. Fui con mis chicos y los cuatro chicos de una amiga porque ambas éramos las autoras del documental. Éramos una banda. Estando ahí, escucho por el parlante: “Firma Poldy Bird”. Entonces le dije a mi amiga que atendiera a los chicos, y me fui a hacer la cola para llegar a Poldy que estaba firmando. Era una cola interminable. Yo no había comprado ningún libro. No sabía qué hacer y decidí quedarme hasta lograr decirle algo sobre mis textos. Y le dije: “Poldy, te voy a decir algo. Tengo unos cuentos que me gustaría que leyeras.” “¿Ahá?” me dijo. “Sí, y te van a gustar mucho.”

MM: Así nomás le dijiste.

MPS: Sí, había que hacerse autobombo. (Risas) Ella volvió a decirme: “Ah, ¿sí?”, como diciendo “¿Qué hacés acá?” Me preguntó de qué eran, y le dije que “de miedo”. Me preguntó: “de mucho miedo”. Afirmé con mucha decisión e ipso facto me dijo que se los llevara a la editorial, que estaba en Paraná al 900.

MM: ¿Ella era la editora de Orión?

MPS: Sí, se había hecho cargo después de la muerte de su primer marido, Martín Renaud, creo que se llamaba. Entonces preparé cuatro cuentos. Máquina de escribir, carbónico, todas esas cosas. Me pasé el fin de semana pasándolos, los llevé, y a los dos días, al llegar a mi casa, mis hijos me dicen (contentos y a los saltos porque sabían del tema) que me habían llamado de la editorial. Les dije que no me hicieran bromas, y les pregunté quién me había llamado. Me dijeron que era una señora que se llamaba Poldy. Y entonces me di cuenta de que era cierto. Hablamos y Poldy me dijo que los cuentos le habían encantado, que quería publicar dos en una antología de autores nacionales y dos en otra de autores clásicos. Luego me llamó para decirme que quería que hiciera un libro con cuentos míos solamente.

MM: ¿Y ese libro cuál fue?

MPS: Se llamó La Hora del Miedo. Eran 14 Cuentos.

MM: ¿Ya los tenías?

MPS: No todos, me puse a trabajar. Creo que trabajé un año sin cesar. Después escribí una novela, Corazones de menta, también en Orión, que la reeditó Del Naranjo recientemente. Norma Huidobro siempre quiso esta novela. Y así comenzó esta historia. Después, traté de llegar a otras editoriales; tarea  difícil porque me decían que tenían originales hasta el techo para leer. Era complicado. En La Nación de los chicos salieron publicados cuentos míos porque con Oche Califa compartíamos una de las antologías y nos conocíamos. Así fue como comenzó todo, por supuesto de que había un deseo muy, muy fuerte…
(En ese momento, Pablo Medina acerca una edición de Corazones de menta, la edición de Orión).

MM: Perdón… ¡qué grande Pablo! Mirá… Corazones de menta, Colección Tobogán. Mirá vos… ¿y esto de que año es? No había ni ficha de catálogo… 1996. Y Cuentos de terror y misterio, noviembre del ’90, la primera edición.

MPS: Entonces esto que te cuento fue en el ’88 u ’89.

MM: Gracias Pablo. Una reliquia. Los tenés, me imagino. ¿Los guardaste?

MPS: Sí, sí.

MM: Acá está Murillo, maestro de Franco Vaccarini. Mercedes Pérez Sabbi, Álvaro Menéndez Leal…

MPS: Hubo una edición anterior en la que habían puesto mal mi apellido.

MM: Pepe Murillo, Edgar Allan Poe, Silvina Ocampo, Horacio Quiroga y un cuentazo de ciencia ficción que leí en el secundario. Cuentos de terror y misterio, de Orión. ¿Y de Orión a qué editorial fuiste?

MPS: A otras editoriales como Errepar, Sigmar… Algunas no muy grandes, que se las llevó la crisis del 2001. Luego Sudamericana, SM, Abran Cancha, Andrés Bello, Comunicarte, Crecer Creando, OQO (en gallego, catalán y castellano), Quipu, Edelvives, Macmillan…

MM: Llegando a los noventa, con una democracia comenzada no hacía mucho, ¿llegás a la literatura infantil desde la literatura para adultos, o siempre escribiste para chicos y jóvenes?

MPS: Siempre escribí para chicos, porque con ellos tengo un vínculo especial. Tengo una relación con la infancia en la que está presente esa cosa mágica de los comienzos. Y eso me encanta. Los inicios, la curiosidad, la sorpresa es propia del universo infantil. Tengo textos considerados para más grandes, incluso premiados, pero ha sido con los niños donde he podido lograr y sostener un vínculo. Es con la literatura infantil donde me permito jugar.

MM: Está bueno eso, y sirve para un tema que venimos tratando acá, en estas reuniones, hace rato. Esto del crecimiento y el conocimiento con el tema de la literatura juvenil.

MPS: Yo quiero aclarar algo… que una escribe, y si lo que hace es literatura, no es excluyente. Puede gustar a chicos y grandes. Me cuentan que en contextos de encierro, en las cárceles, los libros más leídos son cuentos infantiles. Ya sea porque tienen que leérselos a los hijos cuando van a visitarlos, o ya sea porque nunca tuvieron contacto con nada que tuviera que ver con la literatura. Es interesante, saber que en las cárceles, las bibliotecas infantiles son las más leídas.


MM: Un paréntesis… Con Bibliotecas para Armar armamos cuatro bibliotecas en Devoto, e hicimos, con Ayar Blasco, que es un cineasta, un corto que hacían los presos. Y ellos eligieron libremente, el Pinocho de Gianni Rodari, de Cuentos para escribir a máquina. ¿Se acuerdan de que tenía tres finales diferentes? Los presos de Devoto eligieron un final, hicieron una animación, entre otras cosas, porque querían mostrárselo a los chicos, sus hijos, o nietos en algunos casos.

MPS: Creo que además se contactan con una infancia que no tuvieron.

Asistente: Puede tener que ver con dejar volar la imaginación en un contexto tan opresivo.

MM: Hoy salió en Página 12  un estudio sociológico que hizo la Universidad de Tres de Febrero sobre cárceles de la Argentina y de los países limítrofes. Escuché una nota al sociólogo que la dirigió. Y cuentan algunos datos que uno no tiene, acerca de dónde proviene la mayoría de los detenidos. Hay un enorme porcentaje de gente que no conoció al padre, o a la madre, o a ambos. Obviamente, un altísimo porcentaje de gente que no pasó por la escuela ni primaria ni secundaria. Eso explica también, de alguna manera, esa necesidad del cuento infantil.

MPS: Es un espacio creativo. Además, no circuló el afecto. Y con el libro, circula.

MM: El sociólogo explicaba esto, justamente. Que vemos el final de la historia, pero que la cosa empezó allá donde los afectos no estuvieron. Decías entonces, que escribías para todos, pero que tenés un vínculo especial con lo infantil.

MPS: Sí. Con los disfraces que uno inventa para este tipo de ficción. Yo comparto con el psicoanálisis, con la filosofía que uno se disfraza para decir la verdad. Sucede que a veces, cuando los chicos me preguntan cuánto hay de verdad en mis libros, con la necesidad de que les cuente, les digo que hay pedacitos de verdad que están disfrazados, cambiados. En la ficción, “lo verdadero” está de una manera en la que a mí me cuesta descubrir dónde está. Los chicos suelen preguntarme ¿cuándo me hice escritora? Y esa pregunta me hizo y hace reflexionar mucho… Creo que se inicia a partir de sentir que la palabra tiene valor y comenzó en mi infancia, a partir del vínculo con mi abuelo. Yo nací en su casa, él me puso el nombre. Mi abuelo era poeta. Así que el valor de la palabra literaria, estaba en su voz. En su afecto y en eso de ser la elegida. Creo que ahí empecé a sentir que la palabra tenía un valor. Mentimos para decir la verdad… (dice el psicoanálisis). Creo que el hecho artístico es un disfraz, tal vez hecho a retazos, como los arlequines… Recuerdo que cuando tenía cuatro años, mi abuelo y mi abuela (Mercedes, también), se fueron a España. Eran esos viajes en barco, que tardaban un montón de tiempo. Imagínense para mí lo que fue que mi abuelo se fuera tanto tiempo, cuatro, cinco meses. Entre el tiempo de viaje y el que se quedaron, yo me imagino que había pasado una eternidad sin mi abuelo. Recuerdo que en ese momento estaba la poliomielitis, y todavía no había vacuna. Me levanto una mañana y digo que no puedo caminar. Frente a esa situación, llaman al médico, pensando que era algo grave. Le había agarrado a una amiguita mía, una vecina. Yo decía que no podía caminar. Y el médico decía que yo no tenía ningún síntoma. Me ofrecían una muñeca de regalo si caminaba. Y yo decía que no podía caminar. Tengo recuerdos de levantarme a la mañana y pensar: “¿Hoy camino o no camino?” Y no caminaba. Fue toda una situación de mucha angustia… Cuando supe que mi abuelo estaba por llegar, empecé a dar pasitos y a caminar, pienso que fue para ir corriendo a recibirlo cuando arribara el barco. Yo creo que ahí empecé a hacer ficción. Porque en realidad, yo no podía caminar sin mi abuelo. Era una cosa impresionante. Mi abuelo me traía la palabra, y si él no estaba, la imposibilidad de moverme. Creo que ahí están los nudos. Y creo que tardé en saber qué era lo que me hacía feliz. A los dieciocho años trabajé en una oficina, en una compañía de seguros, y tengo un cuento de terror que se llama “Los jueves de Mariela”, tomado de esa experiencia como empleada. Imagínense cómo lo viví. Yo no quería eso, sentía que me moría ahí. Sentía que mi vida no servía para nada y lloraba como cuando se había ido mi abuelo. Ahí supe que eso no lo quería más. El jefe de personal, me dijo que en realidad “esto” era el mundo. Y que ahí iba a encontrar todo, lo bueno y lo malo. Y me di cuenta de que era verdad. Miren lo que les cuento… Una compañera había hecho desaparecer todas las pólizas de la sección marítima para responsabilizarme. Voy a decirlo claro… ella estaba celosa porque era amante del jefe y yo era más joven y bonita. Yo tenía diecisiete, dieciocho años, y a esa edad hay que ser muy fea para ser fea. (Risas). Por esos celos, triangulares, pasaban cosas increíbles. Todo me desaparecía… Cuando me dijeron que esas pólizas tenían que estar listas en uno o dos días, un compañero cincuentón, pequeñito, lleno de alergias, se quedó todo un día rehaciendo las pólizas con mis iniciales para ayudarme. Retomo lo que me había dicho el jefe de personal, que el lugar era una muestra de “todo”. Porque que una persona se quede días poniendo las iniciales de otra, en un trabajo, está hablando de una calidad humana, de un darse cuenta de cuán injusta era la situación. Lo había hecho en silencio. Era cierto que ahí, en esa oficina estaba “todo”, pero parte de ese “todo” no me gustaba. Y eso hizo que después yo insistiera en buscar un trabajo como maestra, que no era fácil de lograr. Empecé en González Catán, con mucho sacrificio por la lejanía… Pero yo sabía que, lo otro, no. Que mi camino iba por otro lado. Me encantaba escribir, el teatro…

MM: Comentamos el lunes pasado que fuiste del primer elenco del teatro Catalinas Sur.

MPS: Sí, era murguera. Yo hacía de Amira Yoma, tengo unas fotos en las que estoy siguiendo una valija gigante (risas). Yo no sé si alguien vio las obras de Catalinas, hay unos muñecos gigantescos… Vivir en Catalinas toda esa experiencia de creación colectiva, participar de la obra Venimos de muy lejos, que sigue en cartelera, me dio letra, vivencias para escribir Hojas amarillas para una Violeta, en Errepar. Reeditada actualmente por Quipu como “Cartas amarillas de La Boca a Rosario”.

MM: Quipu te ha publicado mucho. Además de Cartas amarillas… hoy me estabas contando de una saga que tenés. Contanos un poco.

MPS: Yo miro la hora. ¿Hasta qué hora tenemos?

MM: Hasta las diez de la noche. (Risas). Hasta las ocho. Dos asesinos, un muerto y tres obleas, un muy lindo título, se ha continuado. ¿Cómo es eso?

MPS: Dos asesinos, un muerto y tres obleas, tiene un título muy ganchero. Los chicos apenas leen que hay un muerto y que hay dos asesinos, quieren ese libro. Si no saben qué son las obleas no importa. Si hay dos asesinos, lo quieren. Esta es una historia que en realidad surge de cuando fui psicopedagoga en González Catán, en una salita de salud que dependía del hospital que estaba en San Justo. En esa salita había psicólogas y psicopedagogas que trabajábamos con los chicos de la zona. Era lunes. Esto lo recuerdo, porque escribí esta historia a partir de este episodio que nos sucede. A la salida de la salita, iba con una compañera de trabajo y aparecen tres nenes, y nos dicen: “Doña, doña, ¿nos da plata para comprar el pan?”. Yo les dije que hacía calor, y les pregunté si querían un helado. Dijeron que sí, y nos fuimos todos a la heladería. Uno de los nenes, de ocho o nueve años, puso las manitos sobre el mostrador, y mi amiga vio que tenía las uñas despintadas. Le tomó la manito y le dijo: “¿Pero cómo? ¿Un varón con las uñitas pintadas?”. Se puso colorado o colorada, no sé… tenía el pelo cortito… y dijo despacio: “Es que soy nena”.  Miramos al que seguía, de la misma edad, y nos dijo: “Yo también soy nena”. Miramos al otro, más pequeño, y nos dijo: “Yo soy varón”. Entonces estábamos con dos nenas y un varón. Fue muy fuerte. Parecían tres varones. Eran dos nenas, que para sobrevivir en la calle y en esa situación, tenían que “ser varones”. Fue un impacto muy fuerte. Yo pensaba qué se podía hacer por esas chicas. Fue un golpe muy fuerte el que recibí…Volver a mi casa sabiendo que estas chicas, que jugaban como “la Raulito” a la pelota, y tenían ropa de varón estaban en la calle…. Claro que en algún momento se pintaron las uñitas. Necesitaban de su género. Ahí surge Dos asesinos, un muerto y tres obleas, y surge al momento de pensar qué pasaría, si un chico de clase media alta de Buenos Aires, quedara un día en la calle. Y en la novela sucede, que por un malentendido, dos chicos  quedan en la calle. Y esa es la trama central de la novela. Los chicos van a estar durmiendo en Constitución, van a estar arriba de un tren, transitan los peligros que puede haber para dos chicos una noche en la ciudad. Ahí empiezan a ser vistos como sospechosos, porque cuando empiezan a estar sucios, ya pasan a ocupar el lugar de “la otra categoría”. Ya están del otro lado. En la novela hay un chico, Gaby, que en realidad es una nena. En ¿Donde está la pequeña Zi zi?, (la saga de Dos asesinos…), Gaby, que pasa a ser Gabriela, está asumida como una nena.
MM: ¿La que está adoptada?

MPS: Sí, Gabriela. En realidad, a Gabriela le cuesta estar en una casa, con las costumbres de una familia que ella nunca tuvo.

MM: Esta es ¿Dónde está la pequeña Zi Zi? Acaba de salir, ¿no?

MPS: Salió este año.

MM: ¿Y cómo fue esto de hacer una saga a pedido?

MPS: Fue difícil. Yo había escrito Dos asesinos… hace mucho tiempo. Y cuando Quipu me pregunta si tenía una novela, les dije que sí, que tenía Dos asesinos, un muerto y tres obleas. La leyeron, les encantó, la editaron, y parece que gustó tanto a los chicos, que querían saber cómo seguía, y que pasaran más cosas: me llamaron de la editorial, y me dijeron que por pedido del público infantil, esa historia tenía que continuar. Yo no la pensé para que continuara. Es más, si yo la hubiera pensado así, quizá la familia de Joli no adoptaba a Gabriela… No sé…. Porque en la saga Gabriela está viviendo en la casa de Joli. En ¿Dónde está la pequeña Zi Zi?, sigue siendo la nena de la calle que comienza a convivir con una familia de clase media alta, con un hermano al que quiere, y con el que a la vez no sabe cómo engancharse. Pienso que eso resultó ser un desafío interesante para desarrollar. Incluso hay un partido de fútbol (de varones, obvio) en la escuela donde Gabriela es integrada medio por casualidad. Les cuento que las nenas de González Catán jugaban al fútbol mejor que los varones. Y en la novela, ella se engancha desde lo que sabe hacer…

MM: Y la descose. Bien. Así que estas dos novelas, con una cuestión policial, pero además con un costado social, tienen una relación fuerte con la que leímos el lunes pasado, y de la que quiero que hablemos bastante, que es Sopa de estrellas, un libro muy bello, con unas ilustraciones magníficas de Luciana Fernández en el que te metés, como casi con toda tu literatura, con lo social.

MPS: Toda. Corazones de menta también. Hasta está la guerra de Vietnam…

MM: Sí, lo mencionás. Y en Florinda no tiene coronita, también.

MPS: El tema del género… En Florinda pongo en evidencia la educación sexista, que si bien tiene su origen allá lejos y hace tiempo, ha dejado sus marcas hasta nuestros días.

MM: No hay una cuestión social “macro”, pero también está.

MPS: Está el tema de la autoridad despótica y el lugar de la monarquía. No creo que los reyes de España, en este momento quieran editar este libro.

MM: Después te quiero preguntar algo de España que nos quedó colgada el lunes pasado. Pero vamos a Sopa de estrellas. Te metiste con un tema fuerte, que es el de los chicos que están trabajando de cartoneros. ¿Vos dirías que es un pibe de la calle, o que es un chico que cartonea, o ambas cosas?

MPS: Es un niño que no tiene más que a su perro. “Blas empuja un carrito de tres ruedas para juntar cartón. Con él va Roco, su perro. Blas y Roco son callejeros. Tienen el pelo duro y ojos marrones”.

MM: Sí, así comienza. Muy bellamente. ¿Qué respuesta has tenido de los chicos chiquitos, a los que está dirigida esta colección, supuestamente. Ese es otro tema…

MPS: Esas son cuestiones editoriales. Tengo que decir que cuando vi que era para chicos a partir de cuatro años, me pregunté qué podía suceder. Pensé que para tan chicos era muy fuerte, que podían sentirse mal; un prejuicio de mi parte porque con Sopa de Estrellas pasa algo increíble. Los chicos lo quieren y mucho. Pienso dos cosas: que por un lado, los chicos descubren una nueva realidad, una realidad donde hay otros chicos que no tienen los derechos que ellos sí tienen pero que igual juegan como ellos. Descubren eso, algo que los iguala. Y a la vez, se sensibilizan, los moviliza la vida de los personajes, con esa historia de desamparo y hambre. El jugar, los une. Porque como dice Michel Leiris: los niños tienen la capacidad poco común… de transformar en terreno de juego el peor de los desiertos. Y esto es lo raro y maravilloso de la infancia.  Hay padres que no quieren que esta historia de desamparo sea vista… Hay padres que en la Feria del Libro suelen preguntarme de qué trata el libro, y después de contarles brevemente el argumento, me dicen: “¡Ay, no! ¿No tenés uno de princesas?”. (Risas) Hay otros padres que me dicen que les encanta Sopa de estrellas; esos padres piensan en formar a sus hijos con espíritu crítico, con una mirada no sesgada de la realidad. Y esto tiene que ver con las imágenes que tenemos de la infancia. Porque si pensamos que en la infancia todo tiene que ser bueno, lindo, colorido, y lleno de estrellitas, estamos mostrándoles muy mal el mundo en el que están viviendo. Yo creo que los chicos tienen que ser parte de una sociedad que se pregunte cómo está armado el mundo. No mostrarles que todo es diversión. Es importante que los chicos se movilicen, que se hagan preguntas y pregunten, que no estén formateados para ser niños consumidores, “niños shopping”… Yo me pregunto si puedo transformar algo desde el pequeño lugar que ocupo en la sociedad. Y creo que sí, porque cuando los chicos leen alguno de mis libros, alguna pregunta, alguna modificación en la capacidad de mirar la realidad se suscita. Pienso que algo ocurre. No en todos, por supuesto, pero en muchos a los que se los habilita para que esto pase, sí. Para que puedan preguntar y seguir indagando. Para que no pasen por la calle y si hay un chico tirado no lo vean porque es parte del paisaje. Si se naturaliza el desamparo de un niño, tenemos que saber que algo está mal para que eso pase.

MM: ¿Y en las escuelas? Lo han recibido, porque yo te vi con este libro en una escuela. ¿En qué grado lo leen, normalmente?

MPS: En primero, segundo… hasta tercer grado.

MM: ¿Y tus experiencias con los chicos de esas escuelas cómo son?

MPS: Impresionantes. Ahí se ve realmente, que de alguna manera la literatura les permite jugar con el imaginario y poder ponerse en la piel del otro y crear valores. Estás formando, porque si enseñás a mirar la realidad de una manera acotada, unidireccional, espectacular y todo esto que nos quieren mostrar, “el sabor del encuentro”, si miramos la realidad sólo desde ese lugar, estamos formando una personalidad que no se va a comprometer en ningún espacio. El arte tenemos que hacerlo todos, no sólo los que escribimos, los que pintan, los que hacen teatro. Creo que en cada una de las actividades que realicemos, tenemos que poner ese plus artístico que tiene que ver con lo interior de cada uno. Con hacer una tarea diferente. Cuando yo decía que en la oficina me moría, era porque en ese lugar no podía ser yo. Ese era el sentimiento. Que ahí me moría, que estaba alienada. Pero sí me sentía feliz en la escuela, porque siendo docente, era creativa. Podía poner ese plus para construir con los otros, y si bien no estaba publicando, me sentía parte de un proceso distinto. Y podía ser yo, con ellos. Yo digo que el arte es salvador, es lo que nos hace mejores, nos proyecta como personas en lo más esencial. Cuando digo eso, a veces me contestan que no todos pueden ser artistas. Y yo creo que sí, porque puede haber un científico, que se va a destacar porque va a poner algo creativo de él, único en lo que está realizando. Que tendrá que ver con las leyes de la ciencia, pero hay un plus que puso. Hace tiempo, unos chicos españoles, amigos de mis hijos, que estaban viviendo temporariamente en Buenos Aires, y me veían escribir y trabajar hasta las dos o tres de la mañana haciendo los muñecos para alguna obra de teatro, guardando las escenografías en los camiones…, no podían entender que no cobrara por tanto trabajo. Me preguntaban cuánta pasta ganaba, y cuando les decía “nada” me miraban extrañados. Y cuando fui a visitarlos a Barcelona, pude entender muchas cosas que pasaban. Que hay una juventud ahí que se está haciendo trizas. Porque no hay pasión, como tenemos acá. Es tan fuerte lo mercantil, el neoliberalismo atraviesa las capas temporales a rajatabla, marcándolos a fuego. Que yo insista con la literatura, con el libro y no con cualquier soporte técnico es porque la literatura, el libro construye subjetividad… Dicen que no importa el soporte. Yo creo que sí es importante el soporte. Porque si bien podemos leer desde una computadora, y yo lo hago muchísimo, hay algo que el soporte tecnológico sigue fijando en cuestiones que tienen que ver con la simultaneidad y con la fragmentación. Que es propia de este universo digitalizado, veloz, donde hasta los lazos afectivos son lábiles, no se construye. Aparecen nuevos modelos cuando todavía no están asentados los viejos. Esta cosa veloz, fragmentada, está sostenida por ese soporte tecnológico. ¿Por qué el chico busca siempre el mismo libro en el mismo lugar? Porque ahí hay algo que permanece. En el otro, no. Puede desaparecer en cualquier momento, puede aparecer cualquier cosa con solo apoyar un dedo. Esta construcción comienza desde muy pequeños. Tengo una nieta de veintidós meses. Ella, siempre que me visita, va a buscar los cuatro libros de Sopa de estrellas que hay en la biblioteca. Y abre los cuatro en la misma página. Y deja los cuatro así, abiertos en el piso en la misma página. Cada vez que viene hace eso, y yo me quedo pensando. Dice: “Nene duerme. La luna en el cielo”, etc. Quiere que permanezcan ahí. Me saca la Tablet, toca y cambia. Pero vuelve y quiere que los libros sigan ahí. Yo digo que ese acto es la comprobación fáctica de mi teoría. Esta imagen, cada vez que la va a buscar, la encuentra. En cambio, lo digital es como un juego que pasa. Entonces, el soporte no da lo mismo, porque el libro, como dice Emilia Ferreiro, fija la lengua. Fija la realidad. Lo otro es lábil. Entonces, creo que tienen que estar las dos cosas, no una sola. Por eso sostengo que el soporte libro de papel es importante. El libro digital tiene otros reconocimientos, por ejemplo trasladar miles de volúmenes en un celular. El libro digital tiene otros usos, interesantes también, pero distintos del libro-papel.


MM: Es muy interesante. En el libro digital, la cosa también se mantiene, pero es cierto que se puede modificar, se puede agrandar la letra…


MPS: Te modifica todo. ¿Qué pasa si un día no lo tenés porque se te perdió el archivo? No funciona de la misma manera. Y además está la fragmentación. Hace años que se instaló el zapping: cambio, fragmentación, simultaneidad. Pensemos que vamos a tener una generación que constituyó su pensamiento con el zapping y es una incógnita cómo esa generación estructura su pensamiento para entender la realidad. El libro tiene secuencialidad. Es una historia que empieza y que termina. Lo otro, no. Se puede estar mirando simultáneamente tres o cuatro cosas a la vez. Además, los chicos que están ahora en la secundaria, tienen más capacidad que nosotros para captar la simultaneidad. Me acuerdo de que una vez, en la escuela secundaria donde trabajaba como asesora, un chico estaba con un walkman, escuchando un partido de futbol, en una oreja. Y estaba la profesora de Lengua dando la clase. La profesora le llamó la atención, y que pidió que le dijera lo que ella estaba explicando. Y el pibe se lo dijo perfecto. Ella igual le pidió que apagara el walkman, y él le dijo que no hacía falta, que igual le entendía todo. Fuera de la clase, cuando la profesora me contó lo ocurrido, me dijo, con cierta pesadumbre, que lo peor de todo era que el pibe tenía razón, que podía hacer las dos cosas, y ella no. (Risas). Nosotros no logramos esa simultaneidad. Ahora bien, esa simultaneidad hace que el conocimiento sea más superficial. No es profundo. Es como el punto atrás en el bordado. Vamos hacia atrás, después hacia lo profundo y salimos hacia adelante. Y ahí construimos un nuevo aprendizaje, y así se forma el inconsciente, también. Como si fuera un punto atrás. Eso de ir por debajo de la tela, es llegar a lo profundo y construir un anclaje. En cambio, con la modalidad zappinera, (rápida, veloz y fragmentaria) esto no ocurre y el conocimiento es superficial. El joven de hoy, que como cualquier joven de todas las épocas busca construir su identidad, está expuesto a un supermercado de fantasías de identidades que rápidamente cambian. Velocidad y fragmentación son las constantes de una realidad zappinera. La permanencia se logra en un tatuaje, por ejemplo. Hay una pobreza de recursos simbólicos, No de objetos materiales.  (Me imagino un cuarto infantil lleno de juguetes con un niño que no juega. Me imagino a un joven frente a una biblioteca que no sabe que necesita). Faltan las palabras que hagan posible la narratividad que nos constituye como sujetos. Por eso sostengo que la literatura, que el libro, el objeto libro es quien sostiene el hilo secuencial de la narratividad frente a la performance de fragmentación y velocidad que ofrece la tan mentada posmodernidad.

Comentarios

  1. Me encantaron las palabras de Mercedes, gracias por tan valiosas reflexiones sobre la literatura y su impacto en la niñez, los niños shopping...etc, me anima en mi trabajo diario como bibliotecaria escolar.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre