Violencia victoriana
Borramos,
alisamos, unimos y recomponemos imágenes de la realidad no tal como es sino tal
como nos gustaría que fuera. Hasta lo más armonioso y aparentemente normal está
lleno de fisuras que nuestra mente decide no ver: la violencia y la muerte
pueblan la vida humana y son grietas que señalan las contradicciones de los
órdenes que construimos. Libro de
arena publica un artículo que
recorre la violencia y la muerte en la época victoriana a través de la
literatura y algunos de sus textos y personajes más conocidos.
Por Valeria Stroman
Morir en las ficciones
ambientadas, o creadas, en la época victoriana supone tener una disposición de
ánimo particular para lo desbordado, violento, pasional. Implica estar
dispuesto a ser un personaje que, inevitablemente, estará atravesado por
ultrajes y violencias no exentos de la innovación científica. Perpetradores o
víctimas, investigadores o sospechosos, todos los que habiten las ficciones de
índole policial/fantástica que ocurren durante el reinado de Victoria I de
Inglaterra, formarán parte de una construcción de la imagen de la muerte que no
se aleja en demasía de lo fantástico, lo irracional.
El efecto en la recepción de
estos personajes desbordados por la pasión violenta, se profundiza a través del
contraste que los mismos generan en relación al ámbito en que se desenvuelven.
Orden, asepsia, racionalidad, férrea moral y un control estricto en las
diversas manifestaciones de lo humano, conforman el “ambiente vivo” en el cual
aparecerán sujetos que rompen –quebrándose- con una cultura ordenada, reglada,
proba, controladora, y con una incansable fe en el progreso humano a través de
la ciencia y la tecnología.
Quizá no haya casualidad en
el hecho de que un tal Jekyll permita a un respetuoso científico expresar
pulsiones -y satisfacer necesidades-, que no debían ser posibles en el ámbito
de la decorosa sociedad londinense del West end. Tampoco será casual que la
venganza y el amor se extralimiten, por años y años, aún en la lejanía de los
páramos gélidos de Cumbres
borrascosas. Lo insólito, y
siempre lindante con lo fantástico, que caracteriza a los casos que permiten al
respetado detective que comparte domicilio con el Dr. Watson dejar en claro la
supremacía de la razón, parecen más contundentes que la propia racionalidad con
que se los descifra. Y ello tampoco resulta azaroso. En una sociedad tan
reglamentada y ordenada, poco espacio queda para el azar o lo casual. Incluso
los ámbitos de esparcimiento y relajación están normalizados, así como las
conductas en el espacio privado.
Si Londres se configura como
la expresión geográfica de la mentalidad victoriana, ciudad expandida gracias y
debido al éxito de la industrialización inglesa, el barrio del Soho –con sus
prostíbulos y tabernas- aparece como el espacio para la descompresión,
necesario para la supervivencia del orden del próspero West End. La propia
tolerancia del barrio del Soho, con sus peculiaridades, implica una
reglamentación y un ordenamiento tan extenso e instaurado, que abraza aún los
espacios de descomprensión y relax. De este modo, nada, nadie y nunca puede
escaparse del victorianismo rígido, austero e irreal.
¿Y la muerte? Ese territorio
intrínseco a la condición humana, pero sin embargo ajeno, desconocido,
misterioso. La muerte y la pasión animalizada que se le acerca algunas veces,
aparecen como los únicos reductos en los que escapar de un “deber ser”
deshumanizante y severo. De este modo, lo más humano de los personajes que
deambulan por las historias ficcionales ambientadas en la época victoriana, es
su relación con la muerte.
Dar muerte o morir de manera
ajena al control racional, o con una racionalidad organizada de modo que
permita la expresión de las pulsiones, es lo más humano de personajes como los
asesinos que persigue Sherlock Holmes, del misterioso Mr. Hyde, o del propio
Heathcliff que en Cumbres
borrascosas somete a Hareton
a una “no vida” al mantenerlo al margen de la humanización que supone la
cultura. Así, las formas de la muerte en estas ficciones funcionan como
“válvulas de escape” para una realidad agobiante y perseguidora.
La innegable popularidad del
denominado primer asesino serial de la historia, “Jack, the ripper”, sugiere el
interrogante acerca de si las peculiaridades de la muerte en estas ficciones
configuran una “válvula de escape” o expresan una realidad que se escondía,
presionándola, debajo de la alfombra de hilos dorados y pundonorosos de la
cultura dominante.
*Valeria cultiva cactus y malvones en su pequeño jardín, y
le cuesta controlar a los últimos. Sonríe inevitablemente mirando animalitos y
conoce el nombre de todos los perros de su barrio, pero el de ningún vecino
humano. Le gusta el otoño y no le gusta que le digan "Vale", aunque
no sabe bien porqué ni se molesta cuando lo hacen. Adora la música y ama a
Olivia y Félix, sus gatos de tres y cuatro patas respectivamente.
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