Blancanieves en blanco y negro

Las heroínas no son todas iguales, ni siquiera las más divulgadas y conocidas. Todas, incluso Blancanieves pueden presentarse bajo una nueva luz, dejar viejas debilidades, adoptar nuevas actitudes, como ocurre en Blancanieves (2012) de Pablo Berger. Los clásicos de la literatura y del cine tienen su lugar en Libro de arena.


Por Belén Leuzzi

No sé exactamente a partir de qué edad uno conoce la historia de “Blancanieves y los siete enanitos”. A veces es de tan pequeños, que parece que fuese de toda la vida. Pero lo cierto es que este cuento de los hermanos Grimm ha sido replicado miles y miles de veces, de distintas maneras.
Y, en la era de la reproducción técnica, se ha llevado a la pantalla grande en más de una ocasión. Ya sea con dibujos animados o con personas, con el protagonismo más puesto en Blancanieves o  en la madrastra, o incluso, en personajes agregados como el cazador. Pero en su mayoría, podríamos decir que la producción cinematográfica es estadounidense. Es por eso que ha captado mi atención una versión ciertamente original del cine español.
Se trata de Blancanieves (2012) de Pablo Berger ambientada en el sur de España de la década de 1920. Una película muda en blanco y negro, con una impresionante fotografía y una banda sonora que va del oído directo al corazón, fue definida como un “melodrama gótico”. El director ha tomado los aspectos tradicionales más significativos de la región, como lo son el flamenco y la corrida de toros, y los ha expresado de una manera que se asemeja a esos planos del cine expresionista alemán. Sus tomas captan vivazmente la atención y vamos siguiendo la trama engorrosa de esta Blancanieves española.
Pero no es una frágil joven que canta por el bosque, sino que es “Carmencita”, una chica que además de bailar flamenco y jugar con su amigo gallito, se va convirtiendo en una torera excepcional, al igual que su padre. Y Carmen no se enamora de un príncipe que vela por ella, sino que es ella quien toma las riendas de su vida como en la tauromaquia. Pero este carácter deja lugar también al amor a sus amigos enanos, especialmente a uno en particular, y también resulta ser piadosa con los toros, pidiendo el indulto correspondiente.
Con quien no se tendrá compasión es con la madrastra llamada Encarna, quien realmente encarna el estereotipo de malvada actual: sumamente vanidosa, codiciosa, cínica, y podríamos incluso decir hasta sádica.
El personaje está muy bien logrado desde su preocupación estética, con un maquillaje algo exagerado y un vestuario apretado y de encaje, absurdamente provocativo. 
Y en esta interpretación libre de Blancanieves no podía faltar el elemento fundamental de su letargo: la manzana envenenada. ¿Despierta o no? Tanto no se puede contar, para eso es mejor verla, ya que, como dice el avance de la película: “Nunca antes te contaron el cuento así…”

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