Gabriela Margall: “La literatura infantil es la base de lo que fui”

En esta primera parte de la entrevista, Gabriela Margall, novelista e historiadora, nos habló de sus dos pasiones: la literatura y la historia. Nos contó de sus encuentros con los lectores jóvenes, de sus proyectos, de las fuentes que utiliza, del ninguneo que se ha hecho de las fuentes femeninas en la Historia argentina (fuentes que historiadoras como ella rescatan), y de la importancia que tuvo en su formación la literatura para niños, a la que Gabriela sigue amando.



Mario Méndez: Buenas tardes. Gabriela Margall está aquí con nosotros. Es una gran alegría. Como siempre, en cada presentación hago una breve biografía. Gabriela es Profesora, egresada con honores, de Historia, en la Universidad de Buenos Aires, donde fue docente, Jefa de Trabajos Prácticos, para mi sorpresa (me enteré hoy), en la cátedra de Historia del Cercano Oriente. Yo me la imaginaba dando clases sobre unitarios y federales, pero no: hablaba de Nippur de Lagash.

Gabriela Margall: Algo así, sí.

MM: Es autora de diez novelas ya publicadas, y de una undécima a punto de salir, de la que nos va a contar algo, seguramente. Tiene novelas ubicadas como sagas en la Segunda Invasión Inglesa…

GM: En la Primera también.

MM: Sobre Manuelita Rosas, y su famoso romance con Terrero, y otras historias, que también son dos: La Princesa de las Pampas y La hija del tirano. Tiene una novela ubicada en el primer Centenario, Lo que no se nombra, y una que es la última que leí, que es El secreto de Jane Austen, donde hay una cosa muy interesante, para mi gusto, de meta literatura.

GM: Exactamente. Así la han descripto, y me parece que está bien.

MM: La protagonista, que es una suerte de alter ego de Gabriela, es una profesora de Historia, que escribe su primera novela, y que está en la disyuntiva de dedicarse a ser historiadora, doctorarse, ser investigadora del CONICET… o novelista. Y tiene una novela breve, que la tiene una compañera a la que se la presté, que es Los que esperan la lluvia, que de tus novelas es la que más ha recorrido los colegios.

GM: Exactamente.

MM: Bueno, vamos a empezar por ahí, porque como lo digo en cada encuentro, en este ámbito que es La Nube, y que es el ámbito de la literatura para niños y jóvenes, estamos cerrando un año que inaugura una mirada diferente, que es la de la Literatura sin Fronteras. Autores que no se dedican a escribir para niños y jóvenes, pero que han sido tomados por ellos. Así que la primera pregunta es tu opinión sobre la LIJ, y tu experiencia con Los que esperan la lluvia en los colegios.

GM: Empecemos por la segunda, y después tiramos la opinión. La experiencia con mis novelas leídas en colegios es maravillosa. Parece un cliché decir: “qué lindo que los chicos lean”, pero no. Es hermoso. Llegar a un colegio y que te reciban esos ojos. A mí me leen los chicos más grandes del secundario. Incluso, algunos tienen entre diecisiete y veinte años. Depende del lugar adónde vaya una. La recepción es energética. Yo vuelvo cansada a mi casa, pero no cansada mal, sino con el cansancio de haber recibido muchísima energía. Sobre todo después de haber leído mi novela “Los que esperan la lluvia”, que es una nouvelle con características particulares. Está protagonizada por un hombre, lo que hace que los varones del curso se interesen, porque si está protagonizada por una chica les cuesta más, y además es una historia de amor, entonces les gusta a las chicas. El efecto “viento y lluvia”, ya que estamos hablando. Es una novela que apasiona mucho, porque es la historia entre un mulato y su “dueña” blanca. Y es la historia de dos que se quieren revolucionar, en la época de la Revolución de Mayo, y lo que pasa entre ellos dos. Al final sobre todo, como todo lo que tiene que ver con lo adolescente, los pone en un estado de reacción apasionada. “¿Cómo puede ser que los protagonistas hagan esto o lo otro?” Volver a casa con esas reacciones es maravilloso. También hay otras novelas que son leídas, como Ojos color pampa, que es más larga y tiene las mismas reacciones. “¿Cómo puede ser que la protagonista elija a este y no al otro?” Los pibes opinan, preguntan por qué hice esto o lo otro, vienen con sus propias opiniones a cuestionarte. No vienen con medias tintas, ni les da vergüenza acercarse al autor. Por otro lado, la mayoría de las veces he ido a colegios que son de La Matanza, a uno privado y varias veces a un colegio público, en Laferrere, que queda muy cerca de donde yo vivo. Y al encontrarme en ese lugar, siendo yo además habitante de allí, nos salimos un poco de la literatura y de lo que tiene que ver con la obligación de leer y empieza la historia personal. A quién le gustaría ser escritor, a quién le gusta leer… Porque cuando yo era chica y estaba donde están ellos, quería ser escritora. En mi caso era un secreto muy guardado, y siempre me imagino que detrás de esas miradas, de esos ojos gigantes, que miran al “famoso” que se acercó, hay un escritor o escritora, esperando dar el paso de una vez, y publicar. Es una experiencia muy movilizadora en ese sentido, de tratar de encontrar un espejo, un chico que quiera ser escritor, como me pasó a mí, alguna vez. Hay una anécdota de Alma Maritano que influyó en mi vida para siempre, y me puso acá, adonde estoy, hablando con ustedes,

MM: Alma Maritano es la rosarina…

GM: La rosarina sí. Murió el año pasado.

MM: Acá estuvo Sandra Siemens, que la consideraba su gran maestra.

GM: Para los que nacimos a fines de los setenta, e hicimos la secundaria a principios de  los noventa, Alma Maritano era lectura obligatoria: El visitante, Vaqueros y trenzas, En el Sur… Toda una generación leyó a Alma, así como esos chicos me están leyendo a mí… es muy raro y muy fuerte.

MM: ¿Cómo la conociste a Alma?

GM: Yo no la conocí, personalmente. La conocí porque fuimos con el colegio a Rosario, a conocer a Alma Maritano. La conocimos en una plaza de Rosario. Los dos cursos del colegio tuvimos una especie de entrevista con ella, y me comparo totalmente cuando voy a conocer a los chicos. Y ahí Alma en un momento preguntó si alguno escribía, o quería ser escritor. Es la misma pregunta que hago yo cuando voy a los colegios. Yo no respondí, en ese momento, yo no hablaba. Tenía catorce años y ya en ese momento quería ser escritora. Pero tuve la fortuna de que varios compañeros dijeron que sí.

MM: Ellos. No te señalaron a vos…

GM: No. Nadie supo que yo quería ser escritora hasta mucho tiempo después, más o menos a los veintiocho años. Era algo muy guardado por mí, pero tuve la fortuna de que varios compañeros lo dijeran. Y en ese momento Alma pregunta si alguno tenía problemas para escribir. Porque ella era muy conocida además por tener talleres de escritura para adolescentes. Y yo tenía un problema… Yo nunca tuve el problema de la página en blanco. No sé lo que es la página en blanco. Yo agarro la página, escribo y escribo. Tenía problemas, sí, para continuar la historia. Y ese día tuve la doble fortuna de que una compañera dijera que tenía el problema de que se trababa cuando escribía. Y Alma dijo que había recursos para continuar escribiendo. Nunca dijo cuáles, y sigo sin saberlos hasta el día de hoy. Pero me quedó grabado que había recursos. Y si era así, yo iba a investigar por alguna parte. Y los encontré.

MM: ¿Fuiste a talleres?

GM: Muchísimo tiempo después, incluso, de haber publicado. Y no de narrativa sino de dramaturgia. Con Papatino, en el Cultural San Martín, y con Kartun.

MM: Dicen que Kartun es maravilloso.

GM: Te deja embarazada. Te deja embarazada de una obra. (Risas).

MM: ¿Te parece?

GM: Salís con una obra encima. Es maravilloso. Tiene una energía diferente Kartun. Tiene una energía capaz de transmitirte algo que debería medirse con algún aparato tecnológico. No se puede medir con palabras. Te dan ganas de escribir, incluso cuando lo escuchás.

MM: Acá estuvo Claudia Piñeiro, que hizo taller con él.

GM: Sí, leí la entrevista. Muchos hemos pasado por él. Aunque sea un cursito o una charla con él, y de repente tenés cinco o seis ideas para escribir algo.

MM: Entonces, esto que nos dicen cuando visitamos escuelas, que los chicos no se lo olvidan más, en tu caso con Alma fue así.

GM: No solo no me olvido más, sino que fue central en mi idea de ser escritora, porque yo tenía ese problema de que no podía terminar lo que quería escribir.

MM: ¿Por qué? ¿Te desparramabas?

GM: Calculo que no sabía adónde iba. O no sabía cómo transitar ese camino. Había escrito diez páginas, quería llegar a un lugar, pero no sabía cómo hacer ese trayecto. Me trababa. Y en algún momento, entre los quince y los dieciséis, hice el salto y terminé algo. Una obrita de teatro, que fue mi primer texto terminado, y que nunca más verá la luz. Pero para mí fue el primer salto. Había que terminar algo…

MM: Si no, difícil que publiques.

GM: Sentí que si había terminado algo, podía terminar otra cosa.

MM: ¿Y ahí empezaste con el cuento?

GM: Ahí empecé con el cuento, como calculo que todo el mundo hace cuando uno es niño. Pero siempre con la idea de la novela, mi género es la novela.

MM: Tenés algunos cuentos…

GM: Sí, tengo algunos que salieron de propuestas para participar en antologías. Pero respeto el cuento como un formato muy particular, muy hermoso, con muchos maestros, y que no es el que más me atrae o el que más fácil me sale.

MM: ¿Y para leer? ¿Te gusta leer cuentos?

GM: Sí, pero prefiero la novela. O la nouvelle. Me gusta cuando el autor se toma tiempo para contar y desarrollar algo. Y el cuento no es cuestión de tiempo, es cuestión de otra cosa. Me gusta el tiempo de conocer al personaje, de entenderlo. Un poco como hace Tolstoi. Como si fuese un diamante. Viéndolo en todas sus facetas, como en Ana Karenina, o en La guerra y la paz. Un personaje al que uno termina conociendo como si fuera gente de su propia vida. El autor los entendió tanto… Madame Bovary, de Flaubert… Tiene tantas facetas que uno lo termina conociendo. Esa es la novela que me gusta, y la que intento escribir.

MM: Igual, te queda una parte de la pregunta…

GM: Qué pienso de la LIJ… Primero que deberían cambiarle el nombre. No me gusta que le digan LIJ… Suena feo, suena a “lija”.

MM: Lo mismo me dijo Mempo el miércoles pasado, y me lo dijo Ema Wolf antes.  Mempo dice que la literatura no puede ser infantil o juvenil, sino que es más interesante definirla por el destinatario. “Para niños” o “para jóvenes”.

GM: La literatura infantil es la base de lo que fui. Yo tengo dos estantes en mi biblioteca que son los que están ordenados, porque el resto es un desastre. Uno de los estantes es donde están mis novelitas publicadas, y donde están los clásicos que considero fundamentales en mi escritura y en mi vida como escritora. Ahí está Silvina Ocampo, están Borges, Roberto Arlt, Manuel Puig, Jane Austen, Louise May Alcott, Lewis Carroll, y seguramente algún otro infantil. Pero esos dos, seguro. Para mí es lo mismo Puig que Lewis Carroll, en ese sector de mi biblioteca. Son textos que uno lee cuando es niño, porque tienen ciertas particularidades que los hacen “presentables” para un niño. Pero no sé si es literatura infantil, o literatura para niños. O literatura que uno lee cuando es niño. También pienso en toda la colección Billiken, o en la Robin Hood, que le robaba a mi mamá. Son parte de mi biblioteca y de lo que soy. Son parte de la estructura general de la escritora que se sienta a escribir. Lo que leía cuando era chica es tan importante como lo que leo ahora. Recién te comentaba que estaba leyendo un libro de entrevistas a David Lynch. Para mí, las dos cosas son vitales, no podría separarlas. No sé si esto responde a la pregunta.

MM: Sí, largamente. ¿Y qué pasa con la apropiación? Porque Los que esperan la lluvia vos no lo escribiste para jóvenes…

GM: No.

MM: Sin embargo los jóvenes lo leen con mucho entusiasmo. Primero debe haber sido una sorpresa. ¿O no?

GM: El entusiasmo de los chicos, no. Sorprende, sí, la energía con la que es leída. Me encanta. Qué mas quisiera yo que la mayor cantidad de público pudiese leer mis novelas… A veces hay más prejuicio de los docentes en darles ese tipo de novelas. No voy a hacer nombres… Una amiga es profesora de Historia, trabaja en colegios y a veces ofrece mis novelas a las profesoras de Literatura. Sobre todo, Los que esperan la lluvia, porque tiene esas características que nombré antes: es cortito, es un protagonista hombre, es una historia de amor… tiene varios puntos para atraer al público adolescente. Las profesora de Letras lo lee y dice que no, que tiene demasiado sexo. Vos leíste la novela. No tiene escenas explícitas, descriptivas, como puede tener otra de mis novelas.

MM: No. Me parece que la imaginación es más poderosa.

GM: Tiene escenas de erotismo. Yo te pregunto… a un chico de entre diecisiete y veinte años, ¿le vas a tener que ir a explicar algo?

MM: No, en absoluto.

GM: Entonces, ¿de quién es el prejuicio o los límites que surgen? Al pibe le va a encantar leer eso. Y realmente, no tiene escenas explícitas como si puede haber en otras de mis novelas. Pero por las dudas, por si viene algún padre que cree que a su hijo de dieciséis años jamás le pasó ninguna de esas ideas por la cabeza, la profesora dijo que no. También hay otras profesoras que las dan, sin ningún problema, y los chicos las reciben muy bien, y se apropian  de una manera en la que quizá no se apropian los lectores más grandes.


MM: Todas las novelas (menos El secreto de Jane Austen que igual la usa como contexto) anclan en la historia. ¿Qué pasa con la Historia con estos chicos? Porque junto con Matemática, debe ser una de las materias más resistidas…

GM: No solo pasa con los chicos. Viene gente grande que me dice que tenía pesadillas con la profesora de Historia, que no les gustaba… Para mí la Historia era fácil, amo de verdad la Historia. La amo hasta el punto en el que a vos te sorprendió que yo estudiara “Asiriología”, el Código de Hammurabi, las pirámides de Egipto… Yo estudiaba eso. Para estudiar eso tenés que amarlo, si no, no lo hacés. Es muy complicado obligarse a estudiar eso. Lo que yo me propongo cuando escribo las novelas es transmitir ese amor que tengo por la Historia, o esa concepción que tengo de la Historia. Que no sea algo distante y lejano. Lo que llamamos Historia, era la vida de esas personas. Lo que nosotros vivimos como presente es el futuro para la gente de dentro de cien años, y para ellos va a ser Historia. Para nosotros es presente, es vida. Esa es la concepción de Historia que yo transmito o intento transmitir en mis novelas. Y creo que se les hace mucho más fácil leerlo, al punto de que casi no lo reconocen como Historia. Hay novelas históricas en las que no reconocés que es Historia… como El nombre de la rosa, que es casi perfecta en términos históricos, no hay errores. O La revolución es un sueño eterno, de Rivera. Ese es mi objetivo cuando me siento a escribir. O uno de mis objetivos: que no se note que es Historia, que se note que es presente para las personas que están viviendo ese momento. No hay que pensarlo como un final, como cuando uno estudia Historia, como algo que pasó. Uno sabe que hubo una Revolución de Mayo. Entonces tiene que escribir como si los personajes no supieran que va a haber una Revolución de Mayo. La sospechan, la presienten, son parte de algo que se está movilizando abajo, pero no tienen que saber efectivamente que fue en Mayo. Podría haber sido en Junio, en Agosto o en cualquier otro momento. Para los personajes, el futuro tiene que ser una incógnita. Suena muy lindo, pero a la hora de sentarte a escribir es complicado.

MM: Hay mucha investigación…

GM: Sí, claro. Es la mitad del trabajo.

MM: ¿Y por qué elegiste esos dos períodos?  Uno es el de las Invasiones Inglesas, y el otro es el del gobierno de Rosas.

GM: El período de las Invasiones Inglesas, porque se cumplían los doscientos años. Las dos novelas salieron junto con los aniversarios. Una salió en el 2006, la otra en el 2007. Aparte, porque es un período muy lindo de la historia de Buenos Aires sobre todo. Es una historia épica. La ciudad de Buenos Aires se construye a sí misma una historia, que cuando uno va, por ejemplo, a Río Cuarto (fui a presentar la novela allá), se encuentra con una calle que se llama Avenida Sobremonte. Yo pensaba que acá estaba pasando algo raro. Porque para los porteños, Sobremonte es el virrey que se escapó con las arcas del gobierno. Se va a Córdoba, donde se establece y establece la capital del Virreinato. En Córdoba Sobremonte tiene un lugar que no tiene en Buenos Aires.

MM: Acá se lo estigmatiza.

GM: Acá es el tarado que abandona Buenos Aires.

MM: Leí por ahí que es lo que debía hacer. ¿O no?

GM: Claro. Se lo defiende diciendo que era lo que debía haber hecho, defender las arcas del Estado, (de la Corona), proteger el tesoro real y evitar que los ingleses se lo llevaran. O podría haber defendido la ciudad. Que es algo que toma para sí mismo, y que es uno de los antecedentes de la Revolución de Mayo, cierto sector de la élite de Buenos Aires, que lleva a la conformación de las milicias urbanas, que después se van a convertir en los ejércitos revolucionarios. Los patricios, los húsares de Pueyrredón… Es un período muy interesante de la historia porteña, que tiene un “final feliz”, porque los ingleses son expulsados, porque tiene toda una épica que es muy entretenida. A mí me parecía que era un período muy interesante para escribir una historia de amor, con esas condiciones que tiene el género de la novela romántica. Diferente del período de Rosas, que es un momento, por lo menos para mí, muy áspero para trabajar. Cuando yo nombro a Sobremonte, todos saben que huyó con el tesoro. Si yo nombro la época de Rosas, se puede armar un libro muy grande en poco tiempo, porque cada argentino tiene su opinión sobre Juan Manuel de Rosas. Y porque el período de Rosas tiene una historia de amor clásica, que está en la cabeza del público argentino, que es la historia de Camila. Y la historia de Camila es una tragedia. Yo me muevo dentro del género de la novela romántica, que suele tener un final en el que la pareja termina junta. Lo que se llama “el final feliz”. Y se me hacía complicado escribir un final feliz dentro del período de Rosas. Porque era una época muy trágica para cualquiera de los dos lados, una época de exilio, de traiciones, de asesinatos, de gente que muere, de gente que se aleja, de niños que se consideran argentinos pero que nacen en Montevideo, Río de Janeiro o Santiago de Chile. Es una época muy difícil, entonces tomo una serie de atajos literarios. Cuando escribo esta novela, ya estaba más preparada que cuando escribí Si encuentro tu nombre en el fuego. Entonces, lo que hablamos con mi editora, fue que iba a escribir sobre la época de Rosas, pero sobre 1851. El final. Cosa de trabajar poco. Voy a escribir sobre el momento en el que Rosas es derrotado. Porque a mí la figura de Rosas no me atrae. Por eso quería escribir sobre ese momento. Y quería escribir también sobre qué pasaba después de la derrota. Porque lo que pasa no es lo que esperaban, y es  también la derrota de esas  ilusiones de “cuando el Tirano se vaya”. Quería escribir sobre la tristeza del período post rosista. Es un período complicado, entre 1852 y 1861, en el que Buenos Aires es un Estado separado de la Confederación Argentina. De hecho, en la historia se las conoce como “las dos repúblicas”. Hay dos países diferentes. Quería escribir sobre ese período. Los personajes estuvieron veinte años esperando que Rosas se fuera, para terminar separándose. No consiguieron la unidad. Me gustaba mucho ese período. Tiene un precio. Hay un par de lectoras que saben cuál es. Yo lo llamo “Capítulo 12”. Y también circula en la novela una frase: “Es el mundo en que vivimos”, que era lo que yo quería retratar. Es como yo concibo la historia. Hay un precio que pagar por vivir la vida que vivía esta gente. Con eso me reconcilio con el período de Rosas, que para mí es un período muy difícil de escribir. No sé si volveré.

MM: Está buena la elección del momento final, porque es dramático, justamente.

GM: Como dijo Alma Maritano, “hay recursos”.

MM: Me lleva al tema del género y el poder. Vos hablás de Manuelita como continuadora de Encarnación Ezcurra, la mujer de Rosas, y de María Josefa, de la que yo no tenía información…

GM: María Josefa Ezcurra.

MM: Que era amante de Belgrano. ¿También tenía parte del poder?

GM: Sí. Hay un libro muy hermoso si quieren leer, que se llama Mujeres de Rosas, de María Sáenz Quesada, en el que escribe sobre cada una de las mujeres de Rosas. En parte es un libro pionero de los estudios de género, que pone en el escenario a las mujeres. Encarnación Ezcurra es la esposa de Rosas, y es la mujer que lo acompaña y lo ayuda en el ascenso al poder. María Josefa Ezcurra es la hermana de Encarnación, y está comprobado que fue amante de Belgrano (ella estaba casada, él no), y tienen un hijo, de hecho. Si alguno me ayuda… Porque me sale Mariano Rosas, pero no es.

MM: ¿Pedro no era?

GM: Pedro. Ella es la madre. Como no lo podía tener, por lo que se acostumbraba en esa época, se lo da a la familia para que lo críe como lo que era. Un agregado. Un pariente no pariente. O un pariente pobre pero pariente al fin. Ella no tiene el poder que tenía Encarnación, que en 1833 movía los hilos del poder federal apostólico, como se lo llamaba en esa época, contra los federales cismáticos, que eran los federales enemigos de Rosas. María Josefa tiene influencia sobre Rosas, su cuñado, pero no tanta como Encarnación, que es vital. Y Manuela tiene otra figura que es la de una especie de Primera Dama, a pesar de ser la hija. Y yo digo que por ese lugar que ocupa Manuela, el que disponía era Tatita. Porque Rosas era un señor con ideas propias. Y una de esas ideas, era que no podía casarse con Máximo Terrero, que era el novio de Manuela. Todo el mundo sabía que estaban de novios y enamorados. Pero Manuela no puede casarse con él hasta que Rosas es derrotado en la batalla de Caseros. Ellos se exilian en Inglaterra, y aun así, teniendo Manuela treinta y cinco años, Rosas no da su aprobación para el casamiento. Ella ya había pasado ya la mayoría de edad, así que podía casase con Máximo… Un aguante Máximo…

MM: Aparte para la época, treinta y cinco años era una mujer grande…

GM: Era una chica ya solterona, que a esa edad ya no podía ser descripta como “la niña”. En mi libro La princesa de las pampas, que era uno de los apelativos de Manuelita, sostengo que ella era la primera unitaria, era ella la primera que quería que el padre se fuera del poder, para poder casarse de una vez con Máximo. Y es lo primero que hacen al llegar a Inglaterra. Se casan. La figura de Manuela es muy interesante, muy llena de fantasía…

MM: Incluso hay cosas perversas.

GM: Sí, mucha cosa perversa. José Mármol estaba escribiendo desde Montevideo (donde estaban concentrados todos los unitarios), y decía que Rosas la maltrataba, que dormía con su hija en la cama, cosas que no se sabe si eran ciertas. Era un depósito de fantasía Manuela. Hay embajadores que se enamoran de ella, que le piden casamiento. Era muy bonita, era muy limitada por su padre, y era depositaria de unos afectos que por ahí, una mujer común de treinta y cinco años no lo hubiera sido jamás. Pero bueno… estaba en el poder, cercana a Rosas, era la que escribía las cartas, “Señor Estanislao López, mi tatita le manda saludos, y le manda a decir que envíe los ejércitos”.  (Risas). Hay cartas así de Manuela. Maravillosas. Pero son cartas dictadas. Ahí está puesta la voz de Rosas, a pesar de que diga “mi tatita”. En cambio, Encarnación es “Yo te mando a decir a vos que el círculo de Juan Manuel no sirve para nada, y que acá la única que sostiene soy yo”. Es otra voz, muy diferente a la de Manuela.


MM: Hoy me decías que hay historiadores reviendo esto de que la fuente femenina no está muy explotada.

GM: Entre esos historiadores, yo.

MM: Siguen siendo minoría…

GM: Sí, por supuesto. Hay estudios de género que se vienen haciendo en Argentina desde los años ochenta en Historia que son poco conocidos. Hay momentos en los que hay un público más interesado. Me imagino que en este momento debe haber varios estudios de género en preparación, por el contexto de la época. Pero hubo una época, en la que había una Historia de la Vida Privada, y una Historia de las Mujeres a fines de los noventa. Hubo mucha publicación de ese estilo por suerte. Ahora la publicación retrocedió un poco, pero se siguen haciendo, Los estudios de género siguen existiendo, y existe la necesidad de ir a buscar la fuente. Ese documento que nos habla de la época y nos permite reconstruir determinado período histórico. La mayoría de los períodos históricos están reconstruidos en base a voces masculinas, Y no es porque no haya voces femeninas, sino porque los historiadores han salido a buscar las voces de los hombres. “Vamos a buscar la voz de Belgrano, porque era el más importante”. Pero ya que abrimos el juego, y dijimos que nos interesa la historia de la vida privada, o que nos interesa la historia de la vida cotidiana, o la de las clases populares, también podemos ir a buscar para reconstruir esta historia, a Mariquita Sánchez, que sí es una fuente, con un cuerpo documental muy considerable. Por ejemplo, hay un diario de Mariquita Sánchez escrito a Esteban Echeverría, con quien tenían una relación muy cercana. Entre 1839 y 1840 Le cuenta el período del intento fracasado de invasión de Lavalle a Buenos Aires para intentar derrocar a Rosas. Y esa fuente no se utiliza. Cuando uno lee sobre ese período se leen las Memorias del General Paz, aparecen los documentos posteriores de Lavalle cuando se fuga y se va a Salta y Jujuy, donde finalmente lo matan. Pero no se utiliza ese documento de Mariquita Sánchez. ¿Y por qué? Porque es mujer. Porque su voz no está considerada como autorizada para contar un período militar de la historia. Entonces estamos en un proyecto en el que estamos tratando de contar la historia a partir de fuentes con voces femeninas. Es muy difícil, pero es hermoso. Y estamos en eso.

MM: ¿Y Encarnación dejó documentación?

GM: Sí, dejó algunas cartas, sí. A veces se pierden. A veces hay que trabajar con esos documentos y ver qué es lo que pasa. A veces los mismos protagonistas destruyen documentos, a veces parientes (hijos, nietos) destruyen documentos. A veces, historiadores a los que no les conviene cierta información, destruyen documentos. Sé de historiadores del Cercano Oriente, que encontraban documentos tallados en piedra que contradecían a la Biblia, y los destruían.

MM: ¿Estás hablando del siglo XIX?

GM: Siglo XX. Sé de historiadores de comienzos del silgo XX que tenían acceso a la fuente directa porque eran nietos, o tenían algún tipo de relación más directa, que se dedicaron a destruir material a lo loco. Pero por ejemplo hay fuentes judiciales, y entonces podemos construir una historia de la violencia de género, si queremos. Hay denuncias de violaciones y hay juicios manuscritos, donde se escuchan las voces de las mujeres. Hay material. Es todo un movimiento de historiadores e historiadoras en general. Si no vamos a buscar nuestras fuentes al pasado, a veces se complica.

MM: Hay que hacer el laburo.

GM: Hay que hacerlo.

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