Ángeles Durini: “A veces se te aparece un personaje y es cuestión de seguirlo, a ver adónde te lleva”
Para
cerrar el ciclo que en el Laboratorio de Análisis y Producción de Literatura
infantil y juvenil le dedicamos al terror, invitamos a Ángeles Durini, que ha
transitado el género con su saga de Demetrio Latov (homenaje a Drácula) y con
dos títulos de la colección Tren Fantasma: Embrujos y Espíritus perdidos, además
del libro álbum Frasco gitano, con
ilustraciones de Gustavo Aimar, que anda en los bordes del género. Del terror,
entonces, hablamos en particular. Y de la literatura, por supuesto, en general.
Y fue una hermosa charla.
Mario Méndez: Buenas tardes. ¿Cómo están? Acá estamos,
cerrando con la presencia de Ángeles Durini el ciclo de terror, aunque no es
“terror, terror”, lo que Ángeles escribió. Ya vamos a hablar de eso con más
detalle. Primero la presentación. Ángeles Durini es una talentosa escritora,
amiga de hace muchos años…
Ángeles Durini: Vos fuiste de mis primeros amigos en
este ambiente.
MM: Así es. Nos conocimos en el 2001 o 2002, o
por ahí, participando del primer premio de El
barco de vapor de SM, la primera
entrega del premio. Quedó la famosa anécdota de cómo el niño de Ángeles, que ya
es un señor grande, se comió todos los sanguchitos de la entrega; era una cosa
terrible, una especie de pacman. (Risas). Bueno, Ángeles es profesora, egresada
del Instituto Summa, con especialización en Literatura Infantil y Juvenil.
AD: Sí, por eso lo elegí. Yo había empezado
Letras y había largado, y estaba sin saber qué hacer con mi vida, porque quería
estudiar Letras. Quería estudiar teatro, también, pero la timidez me pudo más.
Y en el diario había una entrevista que le hacían a Dora Pastoriza de
Etchebarne, que era la directora del Instituto Summa, y había trabajado con
Martha Sallotti, que ya había muerto. Y era el único profesorado que tenía
especialización en literatura infantil y juvenil, que era lo que yo quería
hacer, así que me fui hasta Caballito y me anoté. Eran cuatro años. Como ya
había empezado otra carrera y dejado, antes de que pasaran los cuatro años me
casé y empecé a tener hijos. Así que los últimos años lo fui ralentando, pero
lo terminé.
MM: ¿Terminaste los cuatro años en tiempo y
forma?
AD: El último año, no. La parte de las prácticas
y las observaciones me acuerdo de que la cursé con Guillermo Höhn. Coincidí
también con Mario Lillo y la mujer de Mario en esa época, Gloria, con la que
estudiamos una de las materias, y nos llevamos bárbaro.
MM: Mirá vos. Guillermo Höhn vino hace uno o dos
años, es el editor de Pictus. Escritor también, escribe fantasy, más que nada. Y Mario Lillo, poeta y cuentista, al que
algún día vamos a traer, está especializado en libros para primeros lectores.
Incluso, es uno de los que hizo las Bebetecas de la Ciudad. Iba a contar algo
más de la biografía, pero va saliendo en la charla. Vos te metiste en Letras,
sabiendo ya y queriendo escribir para chicos.
AD: Sí. Yo siempre quise hacer eso. Además de un
montón de otras cosas, que algunas fui haciendo y otras no. Pero eso nunca lo
abandoné. Porque mi abuela me contaba muchísimos cuentos antes de que supiera
leer y escribir. Era una súper narradora, contaba muy bien, y te atrapaba. Yo
era feliz escuchándola. Me sentí muy identificada en el libro La frontera indómita, en el que Graciela
Montes cuenta que su abuela le leía muchos cuentos y que ella se metía. Bueno,
es la misma sensación. Te olvidabas del mundo y estabas ahí. Y yo decía que iba
a ser escritora, para escribir esos cuentos, que eran cuentos folklóricos, era
imposible escribirlos. Ese deseo de escribir siempre lo tuve. A mi madre
también le gustaba mucho escribir.
MM: Sabiendo que era escribir para chicos.
AD: Sí, yo quería escribir esos cuentos. Después,
uno va escribiendo lo que le va saliendo. Pero eso sí o sí lo quería hacer.
MM: Eso es interesante, porque, en general, me
parece que la mayoría de los escritores y escritoras que escribimos para
chicos, llegamos a la literatura infantil y juvenil escribiendo primero para
adultos. Me parece que en el caso de la mayoría fue así.
AD: En general, sí. A mí tampoco me gusta
escribir con ataduras. Después de un tiempo uno se va dando cuenta de que algo
puede ser para chicos y otra cosa, no. Pero uno escribe porque le gusta
escribir. No es que yo me niego a escribir para adultos. De vez en cuando
escribo, pero muy poco. Quedé muy enganchada con esos primeros momentos. Y con
esos primeros cuentos.
MM: Y después, en el profesorado, ¿qué
estudiaban? ¿Qué les leían? ¿Qué tenían que investigar?
AD: Teníamos Folklore. A Pablo Medina lo conocí
ahí; él tenía un quiosquito en el Summa. Iba con un chico joven, al que a veces
dejaba encargado, y vos podías mirar libros ahí, comprar algunos, y nos decía
que fuéramos a la calle Venezuela, donde había una súper librería. Entonces un
día fui, y me lo encontré, y me estuvo hablando de un montón de cosas. Vos
viste cómo es Pablo, que te cuenta todo. Charlamos un montón. Y teníamos la
materia Folklore, dedicada a la literatura, y era muy interesante, porque ahí
veías y empezabas a desgranar los cuentos tradicionales. Estudiabas las cosas
que se repetían, los motivos, eso era muy interesante. El tema de la bruja, los
arquetipos, las acciones, un poco Propp, las tres pruebas, lo que se va
repitiendo en los cuentos. Después vimos a Marc Soriano, en ese libro sobre los
cuentos de Perrault que es una belleza. Ahí volví a encontrar algo. Porque mi
abuela me contaba La Cenicienta, con tres noches de fiesta. Y en la
primera de esas noches, ella lleva un vestido de luna; la segunda noche lleva
un vestido de sol, y la tercera un vestido de estrellas. Para mí, el vestido
más lindo era el vestido de estrellas. La primera y la segunda noche logra
salir con el zapatito y la última, no. Y Marc Soriano, en su libro analiza tres
noches. Y era así como me lo contaba mi abuela, yo volví a encontrarme con eso.
Después uno va leyendo y se pregunta por qué una sola noche, si eran tres.
MM: ¿Es la versión de Perrault la de las tres
noches? ¿O hay otra?
AD: Sí, porque Soriano analiza los cuentos de
Perrault. Tendría que volver a leer bien cómo es eso. Y capaz que no eran
vestidos de sol, de luna y de estrellas y eso lo inventó mi abuela. No sé;
tendría que volver a leer bien uno y otro. El de Soriano sobre Perrault lo
conseguí acá, así que lo tengo.
MM: ¿Acá en La Nube?
AD: Confieso que tuve que fotocopiarlo porque no
había más. Me lo prestaron acá mismo. Porque no había más, estaba agotadísimo.
MM: Cuando es así, se permite.
AD: Y Bruno Bettelheim también habíamos visto,
que analiza los símbolos de una manera más moderna y más psicoanalítica.
MM: Vamos a seguir preguntando para gente que
está ahora estudiando en la UNSAM. Como hay invitadas de Colombia y hay gente
que por ahí no sabe, La Nube no se fundó acá. Era un caserón muy viejo y muy
lindo en la calle Venezuela, lleno de recovecos… Entonces bueno, egresaste del
profesorado de Literatura, con orientación en Literatura infantil en Suma, y
después pasaron varios años hasta que salió tu primer libro.
AD: Sí. Yo en realidad empecé a publicar grande.
Siempre escribía medio a escondidas. Fue una etapa en la que tuve cuatro hijos
muy seguidos. Así que no podía escaparme mucho de mi casa, porque eran todos
muy chiquititos. Pero había logrado ir los jueves al taller de Susana Cazenave.
Los jueves a la tarde eran exclusivos para mí, porque yo me iba al taller, los
disfrutaba un montón, y ahí empecé a conocer a un montón de autores que recién
salían, como María Teresa Andruetto, Marina Colasanti, que se ha dedicado a los
cuentos de hadas de una manera muy personal. Ahí éramos un grupo que
escribíamos, hice varios talleres con Susana Cazenave como coordinadora.
Seguíamos escribiendo, mandábamos a concurso, no pasaba nada… Mandé “Un millón
de pajaritos en vuelo”, que sacó una mención en Colihue, cuando ganó Verónica Sukaczer.
Y fue el primer cuento que salió publicado.
MM: ¿En la colección de El pajarito remendado?
AD: No, las menciones salieron en Libros del
Malabarista. Está en el mismo libro en el que está “El árbol florecido de
lilas”, de María Teresa Andruetto. Yo no lo podía creer, pero bueno, está
en el mismo libro. El que ganó fue el que después vos me publicaste en Amauta,
del pueblo que se muda del otro lado del horizonte. Ese fue mi primer cuento
durante varios años. Recién, años después, mi primer libro fue este, ¿Quién
le tiene miedo a Demetrio Latov?, en 2002.
MM: Que fue finalista del primer concurso de El
barco de vapor, que ganó Rafaela.
Asistente: Lo estamos leyendo ahora en cuarto grado.
AD: ¡AH! Porque ahora salieron los desafíos.
Espero que les guste…
Asistente: Sí, está buenísimo. Además, justo hay uno de
mis alumnos que viene solo a la tarde. Y es un pibe al que durante un tiempo no
lo han mandado a la escuela. Y al protagonista, Latov, también. “Soy yo”, me
decía. (Risas).
Asistente: A mí me pasó algo parecido, porque había un
nene que era muy blanco, y en la descripción los otros chicos lo cargaban, le
decían que era él.
MM: ¿Ya llegaron hasta el final en los dos
cuartos estos?
Asistente: No. Recién empieza la escuela.
AD: ¿Recibieron libros?
Asistente: sí, son cuarenta y tres chicos.
AD: Porque en algunas escuelas me dijeron que
habían recibido uno solo.
MM: Se los lee la maestra y a otra cosa… Yo entré
a la página Web de la Ciudad, para ver de qué se trataban los Desafíos. Después
te lo reenvío. En realidad me mandaron a un link. Es como una guía didáctica,
de trabajo, a la que le pusieron Desafíos. Bueno, así que el primer libro
entero, tuyo, es ¿Quién le tiene miedo a Demetrio Latov?, que inicia una
trilogía. Y el segundo deba haber sido Patagonia. ¿O no?
AD: Patagonia fue después del 2005. En el 2003
salió éste de la gallina; y después en el 2004 el de Comunicarte, porque salió
el de Los niños del Mercosur; Frasco gitano salió como en 2007…
MM: Sopa de gallina es de una editorial
que ya no existe, ¿no?
AD: No. Era muy chiquita, y justo una amiga
empezó a trabajar ahí; un desprendimiento de los de Guadal, pero no duró mucho.
MM: Parecía una apuesta al libro álbum…
AD: Sí…
MM: Con una letra muy chiquitita…
AD: Sí, dejaron la letra que yo mandé;
evidentemente no tenían mucha experiencia.
MM: Tiene dibujos muy lindos.
AD: Sí, de Horacio Gatto. Hace cosas muy lindas.
Pero hicieron cuatro o cinco libros…
MM: ¿Y éste no lo recuperaste para ofrecerlo?
AD: Éste puedo recuperarlo, ya pasaron un montón
de años y el contrato era por pocos años.
MM: Te preguntaba por Patagonia; recién
mencionaste a Susana Cazenave. Y lo cuento para los que están estudiando
literatura infantil y juvenil, y porque vale la pena conocerla, Susana fue una
especialista muy importante, sobre todo como profe, como inspiradora de varias
autoras. Entre las más destacadas me parece que están vos y Paula Bombara…
AD: Paula fue alumna de ella varios años. Susana
era profesora de Lengua y Literatura. Había preparado a varios profesores,
porque ella daba no me acuerdo qué materias en el profesorado. Pero además
tenía su taller en el de Bratosevich, que a lo mejor algunos escucharon
nombrar, que era un profesor importante de la universidad, con el que Susana
trabajaba. Yo no hice taller con él. Hice taller de dramaturgia con Alfredo
Rosembaum, y con Susana la parte de infantil y juvenil muchos años. Era una
mina que sabía muchísimo. Y se le ocurrió que aparte del taller hiciéramos la
experiencia de escribir algo juntas. Éramos seis. Nos pusimos de acuerdo en dos
o tres cosas, y empezamos. Una escribió un capítulo… en ese momento no existía
todavía el mail, así que nos juntábamos cada tanto en una casa y le pasábamos
la fotocopia a la otra. Era una historia medio fantástica que sucedía en Puerto
Madryn…
MM: “El enigma de los rastros” que está
acá en Patagonia, tres viajes al misterio. Ahora nos seguís contando,
pero el libro está firmado por el Grupo Periplos…
AD: Le habíamos puesto Periplos la publicación,
que era artesanal, sacábamos una por estación: otoño, invierno… Sacábamos una
publicación artesanal por estación: otoño, invierno, primavera y llegamos justo
a cuatro, las cuatro estaciones. Era todo artesanal, y nos llevaba bastante
laburo. Logramos hacer este cuento largo, esta nouvelle… Unas chicas egresadas habían viajado a Puerto Madryn, y
el muchacho que atendía la heladería resultaba ser un centauro al que ellas le
veían solamente la parte de arriba. Había toda una cosa con la mitología y con
este ser fantástico. Me acuerdo de las peleas también, porque te une mucho y al
mismo tiempo hay mucha discusión. Además, ¿quién la iba a contradecir a Susana?
Era la profe. Más allá de que ahí estábamos fuera del taller…
Asistente: ¿Era como una escritora más?
AD: Ahí sí. Porque armamos esas revistas
artesanales y entonces cada una tenía un librito que hacíamos con cartón,
publicábamos un cuento de cada una, y el sexto libro fue este, que también
sacamos artesanalmente. Era de todas. Empezaba con un romance incipiente, entre
la protagonista y este chico centauro; nosotras queríamos que terminaran juntos
pero Susana se negó terminantemente; dijo que eso no podía ser. Entonces el
centauro se tuvo que ir, y vino otro muchacho a salvar la situación. Me acuerdo
de que eso fue una pelea. Y nadie se animaba a contradecirla. (Risas).
MM: Es difícil, y nosotros lo hemos vivido, pasar
de escribir, que es generalmente una actividad individual, a escribir a varias
manos… Seis…
AD: Fue muy lindo cuando vos me dijiste que
querías hacer un libro en el que las historias sucedieran en el sur. Y ahí te
dije que lo único que tenía listo era algo que habíamos hecho en grupo, y por
suerte te gustó y lo aceptaste.
MM: Es muy linda la historia. Y de esas otras
cinco… Bueno, Susana ya no está con nosotros…
AD: Mora tampoco. Mora era médica…
MM: ¿Ninguna siguió escribiendo?
AD: Cada tanto Irene me manda un mail diciéndome
que me va a mandar cosas que está escribiendo. Tenía historias muy lindas. Es
maestra, ya jubilada. Trabajó mucho en el sur en una escuela en la que todos
los chicos eran mapuches. Ella vivía ahí, y tiene unas historias lindísimas
para contarte y algunas las escribió, como cuentos. Eran preciosos pero no
sé… Ahí quedó…
MM: Vos tomaste la posta.
AD: Yo no abandoné; yo seguí y seguí…
MM: Seguiste y ya que estabas… yo tengo estos, La
katana perdida, me falta Playa de almas, que es una novela juvenil…
AD: El que no traje es el que publiqué con Adela,
La concertista sonámbula.
MM: La de los deditos… Playa de almas es
una novela juvenil muy linda, muy recomendable. La saga de Demetrio…
AD: Bajo el ala del sombrero… que es una
novela que me publicó Karina en Cántaro. Son personajes salidos de cuadros de
Magritte, el que tiene el hombre con bombín con la manzana. Bueno, el personaje
principal es un hombre muy, muy formal, que no tiene comunicación con nadie
salvo con su sombrero. Hace un viaje con su sombrero y va a encontrarse con una
dama que es igual a una de un cuadro de Magritte que no sé cómo se llama, pero
que es una que está de blanco, tiene unas flores y no le ves la cara. Juego un
poco con los personajes sacados de ahí. Mirando cuadros de Magritte.
MM: ¿Y esa fue una propuesta de Karina
Echevarría?
AD: No, eso lo fui escribiendo. Me enganché
mirando cuadros de Magritte, jugando mucho con el absurdo; es una novela en la
que hay mucho juego con el absurdo. A algunos les encanta y a otros, no, como
pasa en la vida. A Adela le encantó, por ejemplo.
MM: Claro. Me acuerdo de que los dibujos eran
medio raros. Alguna vez te lo dije en otra entrevista. Llegaste a los de
terror, que es de los que más vamos a hablar ahora, de la colección Tren
Fantasma, que son Embrujos y Espíritus perdidos, pero ya en los
cuentos que no eran específicamente del género siempre hay algo medio
inquietante en tu literatura. Esa es como una característica. Por ejemplo, Frasco
gitano. Un libro muy ilustrado. ¿Lo conocen?
Asistentes: No.
MM: Con dibujos de Gustavo Aimar. Es para niños
pequeños, pero Ángeles se permite un final muy inquietante.
AD: Totalmente abierto. En la editorial también
se lo permitieron. Porque puede pasar que en la editorial te digan que les
encantó, pero te dicen que cierres el final. Se los cuento rápidamente para que
entiendan de qué estamos hablando. Una nena, Paloma, muy chiquita a la que la
mamá bañando, le pregunta qué es eso, mientras señala algo arriba del espejo.
La mamá le dice que es un frasco que una vez le regaló un gitano. Un frasco muy
bonito, pero como está muy alto es imposible que la chica pueda alcanzarlo. La
chica ve que brilla y no puede agarrarlo, entonces la mamá se lo alcanza. Y le
cuenta que una vez, cuando ella era chica, estaba en la playa y un gitano se lo
regaló. La nena le pregunta si pueden abrirlo, y la mamá le responde que no,
que el gitano le dijo que no lo abriera. Que después no lo vio más, que los
gitanos se fueron y que ella se quedó con el frasco. Vuelve a guardarlo; y la
nena se muere de intriga. Un día en el que los padres están durmiendo la siesta
va y trata de alcanzarlo, y no puede. Se va a trepar a un banquito y escucha
ruidos, entonces se va. Otra vez que los padres están durmiendo, ahí sí se
trepa al banquito y logra agarrarlo pero se le cae. Por suerte se le cae en la
alfombrita, entonces no se rompe, pero queda abierto. La nena mira y de golpe
empieza a salir un tul, el frasco empieza a tener colores diferentes, medio
violeta, medio azulado. El tul va para la ventana, y prendido al tul hay un
nene chiquito que va con los ojos cerrados. Y después una nenita agarradita del
tul, y después una calesita, y un monito de esos de madera que hacen “chin
chin”, y después una viejita que está cosiendo. El tul se va yendo, y la otra
punta ya se desprende del frasco, entonces Paloma rápidamente se agarra. Y
cuando la mamá está abriendo la puerta ve que Paloma se está haciendo chiquitita
y se le van cerrando los ojos. Bueno, el cuento termina ahí. Como no dice que
la mamá abre la puerta, yo le pedí a Gustavo Aimar que en la ilustración se
viera eso.
MM: Para que sea menos inquietante…
AD: Que la mamá la vea. Entonces las interpretaciones
pueden ser miles. Hay gente que interpreta cosas muy tristes y horribles. Y
otros, todo lo contrario. Lo ven como una apertura a la fantasía, desde
animarse a abrir un libro y leer… hasta decir que la madre se quedó con la
prohibición, y que la nena se anima a jugar, a la fantasía, o lo que fuera.
Otros lo asocian con la muerte o con la desaparición. Me acuerdo de que cuando
me invitaron a presentar este libro en Rosario, había un montón de nenitos, y
había un narrador que iba contando. Y a medida que contaba se escuchaba una
vocecita allá a lo lejos que decía: “¿Y la mamá?”. Yo además estaba nerviosa,
porque era una de las primeras presentaciones, no había estado muchas veces
frente a chicos. Y la vocecita cada tanto repetía: “¿Y la mamá?” (Risas). Y al
final Cristian termina de narrar y dice: “La mamá es ella, y me señala a mí.
(Risas). Y yo dije que la mamá se agarró del tul también, y se fue a jugar con
la nena, y después volvieron. Pero nunca me voy a olvidar de esa vocecita que
preguntaba por la mamá.
MM: Yo tengo una anécdota con esto. Recién miraba
la dedicatoria, que decía “A Martina y Violeta”, que son mis hijas, “Ojalá les
gusten estas páginas. Ángeles, 2007”. Mi hija más chica todavía no había
cumplido los cinco. Y recuerdo que le leí el cuento y quedó con los ojos
grandes, y la frase fue: “Los cuentos no terminan así”. (Risas). La aterró. Así
no terminan.
AD: Confieso que intenté darle un final en el que
la madre entraba, la agarraba… pero era solo para dejarme tranquila a mí. Pero
no. Hay que dejar que termine el cuento y ver qué pasa.
Álvar Torales: Si entraba la mamá y rescataba a la niña era
más de Disney…
AD: Claro. Bueno, ¿qué pasa? Que la madre se las
arregle. Es lindo irte un rato volando. A lo mejor no volvés más, y a lo mejor,
sí. Esa era un poco la idea. Las ilustraciones de Gustavo Aimar son bellísimas.
Además, se las arregló, porque todo sucede en un baño, para hacer un baño
precioso.
MM: Este libro sigue circulando…
SD: Este libro sigue circulando porque fue a las
bibliotecas de escuelas, y no solo en Buenos Aires. Porque yo tengo libros en varias
bibliotecas en Capital, no tanto en otras provincias, pero ese creo que fue a
todos lados.
MM: Lo otro que quería preguntarte mientras
narrabas… ¿seguiste haciendo teatro?
AD: Sigo haciendo ahora en un grupo muy cerca de
casa; un taller que dirige mi sobrina que es egresada de la U.N.A., que es
directora teatral. Con muchos juegos, somos un grupo chiquito. Porque necesito
poner el cuerpo en algo artístico. Porque en la escritura la mente te vuela,
pero además me encanta el teatro, es una de las cosas que me hubiera gustado
hacer.
MM: Anticipo del encuentro del lunes que viene.
¿Has escrito teatro?
AD: Yo he escrito teatro.
MM: ¿Hay algo publicado, o se me escapa?
AD: Se te escapa, porque no hay. Hice muchos años
de dramaturgia con Alfredo Rosembaum, que es director de teatro, y que da
clases también en la U.N.A. a los estudiantes de actuación y de dirección. Ahí
escribía más, después abandoné un poco. Sí gané un premio. La Municipalidad de
Buenos Aires me dio un segundo premio por una obra de teatro para chicos, antes
de publicar estos libros. El primer premio fue a Hugo Midón, así que… (Risas).
MM: Está muy bien. ¿Y no se lo llevaste a Cecilia
Repetti, para la colección de teatro?
AD: Se lo tendría que llevar. Alguna vez lo
presenté en Colihue, no me dieron mucha bolilla (cuando ellos publicaban
teatro)…
MM: Hay todo un tema, porque se vende menos.
AD: Sí. Hicimos, con un grupo que armó mi
hermana, que en ese momento estaba haciendo mucho teatro, un grupito e íbamos a
diferentes escuelas. Lo dimos mucho. Yo era más que nada la utilera, pero
fuimos a un montón de escuelas dándolo. Durante dos años.
MM: Pensalo. Porque viste que está esa colección
que dirige Cristian Palacios, que va a ser nuestro próximo invitado…
AD: Es buenísimo. No se la pierdan porque
Cristian es un tipo sumamente interesante.
MM: Es una colección de teatro para niños, así
que estaría bueno que se lo lleves.
AD: Sí, me encantaría retomar. De vez en cuando
me pongo a escribir algo, pero muy poquito. No fue algo que mantuve. En una
época sí lo hacía mucho, pero está ahí todavía.
MM: ¿Lo encontrás más difícil que escribir
narrativa?
AD: No. Todo es cuestión de hábito. Tenés que
fijarte, estás muy enfocado en lo que se ve. También podés jugar con lo poético
y que el director o la directora se arregle para hacer las cosas. Pero me gusta
que el texto no sea un guion sino que esté cuidado. Yo creo que el teatro es
parte de la literatura.
MM: ¿Y sos de leer teatro?
AD: En una época, un montón. Ahora menos.
MM: ¿Qué te gusta? Ya de paso nos metemos un poco
en lo de la semana que viene…
AD: Cristian les va a hablar mucho más. De la
colección que dirige leí varios. Leí una obra de Cortázar que mi sobrina había
propuesto que leyéramos. Ahora no me acuerdo de cómo se llamaba. Es bastante
extraña; están en un restorán, hay un tipo que quiere mandar una encomienda con
cosas, y hay unas conversaciones muy absurdas. Y cuando era chica, Moliere me
encantaba. Ahí sí que leía mucho teatro, y después seguí, pero la verdad es que
ahora lo tengo un poco abandonado. Me encanta García Lorca, sus obras para
títeres, que es un poco en lo que se inspiró Doña Rosita y Don Cocoliche, que
son personajes de él.
MM: Claro, pero no es teatro…
AD: No, es una novela, pero sí le robé los
nombres de los personajes, de una obra para títeres de García Lorca, en la que
están Doña Rosita, Don Cocoliche. Es como una farsa. A ella quieren casarla con
un viejo rico, y está el novio. Ella, por supuesto, quiere casarse con el
joven. Ella está siempre detrás de la reja de una ventana y por ahí van
apareciendo los personajes.
MM: Este se publicó en Ecuador, porque Libresa es
ecuatoriana. ¿Acá también circula?
AD: Circulaba, pero ahora no. Tenían
representante, después no… Esas cosas de las editoriales, así que más que nada,
en Ecuador. Sé que acá compraron algunos para bibliotecas. Son cuestiones
editoriales, nunca sabés qué pasa con eso.
MM: Bien. Vamos a ir metiéndonos en el terror,
lentamente. Primero con Demetrio.
Demetrio es un homenaje al Drácula de
Bram Stoker. Seguís la cosa epistolar y los diarios. ¿Cómo se te ocurrió? ¿Y
cómo después pudiste hacerlo tipo saga? ¿Habías pensado en algo?
AD: No, saga no. Cuando empecé a escribirla no
pensaba más que en escribir una novela. Éste salió bastante antes de que se
pusieran de moda, y de que saliera Crepúsculo.
Eso lo aclaro, porque después se pusieron re de moda.
MM: ¿Cómo no aclararlo? Después piensan que
andamos afanando… (Risas).
AD: ¿Todos le afanamos a Drácula de Bram Stoker? Sí. Las semillas salieron de ahí, pero
hicieron furor los vampiros un tiempo después. En realidad, yo todavía no había
leído la novela Drácula. Pero cuando
éramos chicos nos fascinaba ver las películas de terror, y éramos muchos
hermanos. En esa época había una sola tele. Y cada vez que daban eso, mi vieja
se escapaba, y mi viejo y todos nosotros moríamos por las películas de
vampiros. En esa época daban “Sombras tenebrosas”, que era una serie de la cual
después Tim Burton hizo la película. Él la veía, igual que yo…
Asistente: Yo también la veía… Era chiquita pero me
gustaba…
AD: ¡Bien! Era bien tétrica. Y con todos mis
hermanos nos quedábamos, porque la daban re tarde. Yo era chica para acostarme
tan tarde, pero la veía…
Asistente: Era el permitido que podíamos ver en familia.
AD: La daban como a las doce de la noche, no era
tan permitida. Permitido en tu casa; con nosotros, mi vieja nos decía que nos
fuéramos a dormir. Ni pensábamos. Yo ya era la sexta de siete, y se daban por
vencidos. (Risas). En realidad, me había anotado para hacer guiones de
televisión en un taller, y empecé a hacerlo…
MM: ¿Con Luis Buero, no?
AD: Sí.
MM: Yo también lo hice. (Risas).
AD: Yo después abandoné. Pero bueno, una vez,
para la clase siguiente tenía que inventarme una serie, que fuera semanal, y
empecé a acordarme de las series que veía cuando era chica. La primera, Los locos Adams. Y bueno, esa cosa de
que ellos están cómodos en su casa, pero viene alguien de afuera y los ve
raros. Toda esa cosa de cómo te ven los demás, cómo veo yo a los demás… En mi
casa soy normal. ¿Si salgo de mi casa soy normal? Y todas las rarezas. La que
tiene un libro precioso con eso es Isol, con Secretos de familia. La nena que se da cuenta de que en su familia
son puercoespines. Y va a dormir a la casa de la amiguita y cuando se levanta
se da cuenta de que ellos son osos. Ese es el secreto de cada familia. Como uno
mira a las otras familias. Y ahí empecé a imaginarme el personaje. Viste que a
veces se te aparece un personaje y es cuestión de seguirlo, a ver adónde te
lleva…
MM: Es linda esa idea…
AD: Ahí fue cuando empecé a escribir. La idea se
la escuché a la Andruetto o a alguna otra. La robé porque es así. Cuando es
así… (Risas).
MM: Cuando tomo las ideas de los demás, son
propias, ya está.
AD: Yo me pregunté por qué me había venido la
imagen de un varón si soy mujer. No era una chica, era un chico. Tengo otros en
los que el personaje es una chica, pero en este me aparece un chico. Y bueno,
empezó a llenarse de cosas de mi infancia también. Yo todavía no sabía cómo se
llamaba. Y empecé a pensar que no podía ser que todavía no hubiera leído Drácula, que está escrito mediante
diarios y cartas. Y lo leí.
MM: ¿Te gustó?
AD: Sí; me dio mucho miedo. Me lo compré en
castellano, por supuesto, no en inglés. Pero una versión gorda. Supongo que
sería la original…
MM: Una buena traducción…
AD: Una buena traducción y me dio escalofríos. Me
gustó que estuviera escrita así, que no apareciera un narrador, que te vas
enterando mediante los diarios. Y yo había visto una película (no leí nunca la
novela) que es Entrevista con el vampiro.
Además de que estaban re churros. Brad Pitt era el vampiro que se quedaba con
culpa, Tom Cruise, y Antonio Banderas. Estaban todos. (Risas). Y está esta cosa
del vampiro que se confiesa que siente culpa. El que es entrevistado…
MM: Tiene toda una saga. Ann Rice es la autora.
AD: No la leí, así que no puedo decir. Eran los
años noventa, ahora todo ya está visto, pero cuando salió la película (en
realidad la novela se hizo famosa por la película) que sí llegó a todos lados,
la cosa era ver cómo un personaje tradicionalmente malo por dentro, y la culpa
del personaje (porque Drácula es malísimo, por eso no hay diario de él; no
sería interesante, “quiero morfarme a todos”). En cambio acá, el vampiro que
cuenta su historia empieza a contar las maldades que hizo y tiene mucha culpa.
Y el otro que sigue vampiro vampiro. ¿Qué pasa cuando uno ve un personaje
tradicionalmente malo que no es así? Tiene más ambigüedad, qué le pasa, qué siente…
Pero bueno, este es un chico de lo más inocente. Ni siquiera culpa, porque no
hizo nada. Pero sí tiene esa cosa del secreto. Como dije, se me fueron colando
muchas cosas de cuando era chica. Mis viejos eran muy sobre protectores,
entonces no nos querían decir muchas cosas. Y cuando les preguntábamos por qué
no habían hablado de algún problema nos decían que no nos querían preocupar.
Era un sentimiento que de chico te daba rabia: que no te trataran como más
grande apareció de alguna manera, cuando Demetrio después se va enterando de lo
que los padres le ocultaban.
MM: Para los que no leyeron Demetrio… es muy
linda la idea de que son vampiros pero no ejercen “la vampirez”. Y que para eso
toman ese remedio que inventaste, el Sanrecol…
AD: Vos sabés que a los chicos les encanta…
Cuando yo lo escribía dije que tenía que pensar una excusa para explicar que
están los parientes enterrados en el jardín. Un poco como pasaba con Sombras
tenebrosas, que tenían el cementerio en el jardín. Pero si estos empezaban a
levantarse se convertía en otra novela. Entonces los regamos con un remedio.
Asistente: Yo lo trabajé con un cuarto grado en el 2010
o por ahí, cuando el Gobierno de la Ciudad regalaba el ejemplar…
MM: Tres por uno, famoso.
Asistente: Como se habían enganchado tanto, cuando
escribiste la segunda parte y seguían tan enganchados pudieron comprarla, pero
ya no la trabajé en el aula; se la llevaron. Y entre ellos estaba el cuchicheo
de que había cosas que a Demetrio no le contaban. “A mí tampoco me cuentan mis
papás las cosas de casa. Me entero por mi hermano más grande”. Era un ir y
venir con el personaje de Demetrio que a ellos les fascinaba. Y lo de que los
regaban…
MM: Eso es buenísimo. La idea de que después de
hablar con los abuelos, y los bisabuelos que están ahí enterrados, pero con el
riego del Sanrecol se mantienen.
AD: Yo me imagino como una especie de coro griego
como el del teatro, que pueden opinar, cantan y aconsejan, pero no pueden
cambiar el curso de la historia. Entonces los tenía ahí.
MM: Como espectadores privilegiados que no
intervienen…
AD: Claro.
Asistente: No pueden moverse de ese sitio…
MM: Están enterrados.
AD: Están ahí, y al regarlos con eso quedan como
paralizados.
Asistente: Están surgiendo hipótesis sobre qué es el
Sanrecol. A mí se me ocurrió hacerles hacer un ejercicio y que escriban qué es
el Sanrecol. Vamos a ver qué dice cada uno. Qué hipótesis tiene…
Asistente: ¿Tiene algún sentido “Sanrecol”?
AD: En realidad, no. A mí me sonó a remedio.
Cuando era muy chiquita tuve una infección en las amígdalas, y me operaron. Y
me daban remedios homeopáticos. Cada cinco minutos tenía que tomar la
pastillita. Entonces estaba jugando, y me llamaban para tomar los remedios, lo
odiaba. Hasta el día de hoy creo que no tomo una aspirina. Y bueno, volcar esa
rabia que me daba en estos personajes. Se lo había dado a leer a una amiga,
cuando lo estaba terminando de escribir, y me dijo que no le gustaba mucho el
nombre del remedio. Me propuso otro, y era más nombre de antídoto. Mucho más
lindo, pero esto es un remedio, no es un antídoto.
Asistente: Es como un somnífero. ¿Para qué es?
MM: Era para que no se les despierten los
instintos vampíricos. Son vampiros, pero los vampiros no están muertos. Son
muertos vivos. El vampiro no muere, entonces están enterrados pero están vivos…
AD: Era toda una complicación. Porque el vampiro
normalmente tiene su sarcófago, lo abre cuando se le da la gana. A estos los
enterraron bajo tierra. Digo, ¿a cuáles enterramos y a cuáles no? ¿Cuándo
murió? ¿Cuándo no murió? En ese momento me hice unas elucubraciones…
Asistente: Algunos están diciendo que es un alimento de
ellos. Ni un remedio ni algo que los inhibe…
MM: De alguna manera es un alimento. Porque no
salen a chupar sangre porque los riegan con Sanrecol.
AD: Es sacada de una planta, bien natural, bien
clorofílica la cosa.
Asistente: Por lo de “recol”, lo
asociamos con las coles. Las coliflores.
AD: Habría que ver, porque hay remedios que
terminan en “col”.
AT: Hace un momento hablaban del Drácula de Stoker, que sería malvado…
AD: Sí, es malísimo…
AT: A mí me parece un personaje atormentado, más
que malvado. Sufre.
MM: Sí, pero hace sufrir también.
AD: No sé si se enamora en el libro. En las
películas hay algunas que son más fieles que otras, pero en el libro es malísimo.
Sí, es un tipo con una conversación encantadora. Porque cuando llega este
Jonathan Harker, lo hace pasar, y conversan, y el visitante piensa en cómo sabe
ese tipo. Claro, sabe porque viene viviendo hace miles de años. Tendría que
volverlo a leer, porque cuando el tipo quiere atrapar a alguien es muy
seductor. Si lo vuelvo a leer por ahí capto otra parte.
MM: Se confunden las películas. Si vos ves la de
Coppola, que supuestamente es muy fiel, es un tipo muy enamorado de Mina…
AT: De Lucy…
AD: A Lucy la convierte en vampiro. En Mina como
la protagonista femenina, hay algo muy fuerte. Pero mientras tanto, ya se la
había despachado a Lucy.
MM: Hay que comer. (Risas).
AD: Habría que volver a leer esa parte, ver qué
le pasa con Mina. ¿No?
AT: Tal vez sea malo, porque maldades hace, pero
yo lo veo como sufriente a través de los siglos.
Asistente: Y como sanguinario.
MM: Sanguinario, justamente, sí.
Asistente: Yo me acuerdo de que en la versión que leí,
al principio aparecía la historia real, esto de que empalaba a los enemigos…
MM: Vlad Tepes, el empalador…
AD: Porque dicen que las leyendas salieron un
poco de ahí. Pero si bien no hay demasiadas pruebas, creo que este… ¿qué era? ¿Turco?
MM: No, peleaba contra los turcos. Era un noble
cristiano que peleaba contra la avanzada otomana, y cuando los vencía, los
empalaba. Era muy común. Acá lo hicieron con los aborígenes araucanos. A
Caupolicán lo empalaron.
Asistente: Los turcos te cortaban la cabeza, cada uno
con su costumbre.
AD: Preferiría que me cortaran la cabeza antes de
que me empalen. Pero bueno, en Transilvania parece que te muestran el castillo,
podés ir como turista; no sé qué historia te contarán.
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