Margarita Mainé y Federico Lorenz: “Buena parte del ejercicio de memoria es reparar, pero también es convivir con los dolores”

Conversamos, para ir cerrando el ciclo de encuentros sobre LIJ y Malvinas en la Roffo, con dos docentes a los que es mejor no encasillar. De Margarita Mainé, maestra de escritores, podríamos decir que se especializó en escribir para primeros lectores (pero no, porque tiene escrito para todas las edades, incluso algunas novelas juveniles excelentes) y de Federico Lorenz que es un historiador que escribe narrativa histórica especializada en Malvinas, pero tampoco, porque tiene escritas novelas de ficción fantástica, o de ficción histórica que nada que ver con Malvinas, o libros de pedagogía. Conversamos sobre Malvinas y la escritura con dos maestros. Fue una hermosa charla. 




Mario Méndez: ¿Cómo están? Buenas tardes. Vamos a empezar el último encuentro de nuestro ciclo Malvinas en nuestros libros para niños y jóvenes. El lunes que viene, para el grupo que sigue el Laboratorio de análisis y producción de LIJ, hacemos uno virtual con invitados extras que llegaron. Hoy estamos acá en un cierre de lujo con Margarita y Federico. Todos los conocen. Margarita tiene infinidad de libros en nuestra literatura para niños y jóvenes. Especialista para niños que recién comienzan a leer, y también juvenil, pero para chicos chiquitos la descose. Fuimos a la Feria a hacerle de acompañantes con Federico mientras largas filas de niños venían con sus libros. ¡Todavía estamos asombrados!

Además de Margarita, nos acompaña Federico Lorenz Este no es su primer libro para niños. Escritor e historiador especializado en el “temita” de Malvinas, como le dice su señora en broma. Los libros que hoy nos convocan forma parte de una colección ideada por las dos editoras que vinieron acá a verlos, Laura Leibiker y Laura Linzuain, una colección que ha sido muy exitosa y esperamos que lo siga siendo. Una alegría. Vamos a empezar por Margarita, aunque suene un poco machirulo, por lo de “empezar por las damas”. El secreto del abuelo es una novela que se atreve con un tema dificilísimo como es el de Malvinas, para niños chiquitos, que es la especialidad de Margarita, como decía antes. Como ven, en la hermosa tapa de Zaramella, hay un dedo señalando las islas en un globo terráqueo, así que vamos a empezar preguntándole por qué esa tapa y de dónde salió la idea. 

Margarita Mainé: Bueno, en principio, la idea de hablar sobre Malvinas en un libro para chicos surgió de las editoras, que me proponen un Zoom, creo que un 23 de diciembre, yo estaba preparando el arbolito. Me hacen esta propuesta y mi primer impulso es “No”, pero aprendí a llevarme conmigo misma y a no largar un “no” enseguida, sino a tomarme un tiempo para pensar. No me sentía habilitada a escribir sobre Malvinas. Es un tema tan doloroso para tanta gente, inclusive pera mí, que no tengo un familiar que haya ido a Malvinas. Yo tenía veintidós años, y estaba embarazada de mi primera hija. Y lo único que recuerdo es que deseaba que fuera nena, me había agarrado por ahí. Pero bueno, más allá del sufrimiento de todos, yo era maestra de jardín de niños hipoacúsicos y la verdad es que no se tocó el tema. Todos mirábamos para otro lado con los niños pequeños, respecto de la guerra. Con la complejidad que tiene un tema así. Después fui maestra de primer grado, en la época del atentado a la AMIA, y ahí tuve que responder porque los chicos sabían mucho, había muchos chicos de la comunidad judía en la escuela, entonces traían el tema, todos los días teníamos que hablar de eso. Ahí empecé a darme cuenta de que por más que eran chiquitos, querían saber. Yo, particularmente, cuando salía una película sobre Malvinas, libros sobre Malvinas, no quería saber. Entonces, ante el llamado de las editoras me puse a ver todas las películas sobre Malvinas, y a leer libros sobre Malvinas y a investigar. Y la primera sensación fue que yo podía hacer esto. Respecto del globo terráqueo, como siempre les digo a mis lectores, una novela no se compone con una idea sino con una conjunción de ideas. Yo tengo un enorme globo terráqueo. Mi marido es profesor de Historia, y le regalamos uno para el cumpleaños. Teníamos uno chiquitito y viejo en el que había que mirar con lupa para encontrar los lugares. Mis nietos suelen jugar a darlo vuelta. Lo ponemos en la mesita del living que es bajita, y le dan vueltas. Y mi marido juega ese juego de poner el dedo, y donde para se supone que viajó a ese lugar. Y ahí empieza, a veces a dar información y a veces a divagar respecto del lugar. O a sacar otro libro y mostrarles ese lugar. Es un juego hermoso, que yo ni siquiera había registrado. Hasta que apareció la idea de Malvinas y me pareció una buena idea para incorporarla. Por eso Itatí juega con su abuelo, se divierten un montón, el abuelo le canta una tarantela cuando paran en Italia, o le habla de los pececitos de colores en Tailandia, pero cuando el dedito queda en las Islas Malvinas, el abuelo dice que no juega más. Ahí empieza la investigación de Itatí, de por qué el abuelo no quiere jugar más a ese juego, y por qué no quiere hablar de Malvinas. 

MM: Muy bien. Después voy a volver con otras preguntas. Ahora vamos a darle lugar a Federico. Postales desde Malvinas es este hermoso libro que tiene postales, fotos que sacó Federico o fotos que le regalaron. Abrí justo en una hermosísima de una de las maestras que estuvieron antes de la guerra, enseñando castellano en Malvinas. Y este libro propone una llegada al tema de Malvinas, que no sea exclusivamente de la guerra, sino que nos permita conocer Malvinas. Así que voy a empezar por esta sugerencia que me hizo una lectora. Vos viajaste. Seguramente acá, ninguno de nosotros, salvo que haya justo alguien que extraordinariamente fue, conozca Malvinas. Y nos gustaría que cuentes cómo fue rememorar la llegada a Malvinas, para escribir un libro para chicos. 

MMa: ¿En qué año viajaste?, quiero saber yo también. 

Foto: Lili Morales

Federico Lorenz: Bueno. Viajé por primera vez en 2006, la segunda vez en 2012, y la última por ahora, espero, en 2019. Un año antes de que nos tuviéramos que guardar todos. Mi acercamiento a la editorial fue una propuesta de mi concepción tradicional, en el sentido de que hiciéramos cuentos por los cuarenta años de la guerra. Y me la devolvieron multiplicada y con muchísima creatividad, las dos Lauras. En el sentido de pensar en una lógica de textos breves, con el formato de postales, para contar un montón de cosas que no sabemos, sobre Malvinas. En un sentido era fácil. La verdad es que si yo me hubiera quedado solo con el primer viaje, la mayor cantidad de evocaciones hubieran sido de escenarios asociados a la guerra, pero objetivamente, cuando uno toma alguna distancia del motivo original que lo vincula a Malvinas (en definitiva, estamos haciendo todas estas cosas porque son cuarenta años de la guerra), uno descubre un lugar precioso. Malvinas, yo no me voy a cansar de decirlo, es un lugar hermosísimo. Hermoso bajo toda circunstancia. Y para los que nos gusta la Patagonia, puntualmente, está todo condensado ahí. Es un lugar que es la frontera del mundo. Es un lugar en el que, como buen lugar patagónico, el viento no te deja en paz. Un lugar en el que el clima cambia cada cinco minutos durante todo el día, es una cosa impresionante. Y un lugar muy parecido (para mí fue muy llamativo la primera vez), a la Patagonia continental. Nosotros siempre estamos acostumbrados a pensar Malvinas como algo que reclamamos, pero extraño, metafóricamente hablando, al cuerpo nacional. Está usurpado. Recuerdo claramente la sensación del primer viaje. El segundo sábado de cada mes hay un vuelo de LAN, que sale de Punta Arenas y toca en Río Gallegos para ir a Malvinas. Y la verdad es que uno no termina de acomodarse en el asiento y ya llegó. Esa sensación de que están tan cerca, pero mentalmente están tan lejos es una cosa que a mí me impactó mucho. La segunda vez que viajé, claramente fue diferente. Pasaron un montón de cosas en el medio, de discusiones políticas, pero en el punto concreto de Malvinas, cualquier aproximación que se quedara en la guerra no le hacía justicia al lugar. En el sentido de la cantidad de cosas que permitían pensar en la región austral de la Argentina… Historias fascinantes, como la de cualquiera que vive en Patagonia hace años. Cualquier persona que se sienta a contarte por qué se fue a vivir ahí, cómo es vivir, cómo es vincularse con las personas es material no para un libro, para doscientos libros. Porque son historias muy extremas siempre. Ahí tenía el agregado de que era un lugar muy extraño y muy cercano a la vez. Probablemente no cercano por los mismos motivos que yo tenía cuando viajé la primera vez. Entonces, cuando empecé a escribir las Postales… la verdad es que para mí fue escribir acerca de un lugar que quiero mucho. Me sale decir “mi” lugar, pero no en un sentido de soberanía, si se me permite. Es mi lugar porque lo quiero, lo caminé, lo leí, lo comunico, y fue sencillo, dentro de la complejidad de concentrar todo en poco espacio. Eso también era un desafío. Cómo invitar a un viaje dando mucha información, pero sin agobiar. Tenía que ser un cuento de viajero y no de pescador. ¿Vieron cuando se juntan los pescadores y dicen: “yo pesqué este”, “yo pesqué éste”? No. Acá era enganchar contando el viaje, dando la mayor cantidad de información posible para que cada uno y cada una de nosotros tuviera un motivo para vincularse al lugar. Entonces fue muy movilizador. Además, tenía el último viaje ahí nomás. Y después de estar dos años sin poder prácticamente salir de casa. Eso también fue un plus. Y he tenido la suerte de viajar mucho por trabajo, por Patagonia, sobre todo. Y no hay lugar donde me haya sentido más cerca de mi fantasía de niño de viajar que en Malvinas. Eso es estrictamente así, y traté de ponerlo en el libro. 

MM: Y se nota. Que hay como parte de un sueño logrado. Vuelvo a Margarita y seguimos contigo. Cuento lo que hablábamos con Margarita. El que sabe de Malvinas es Federico. Nosotros escribimos una historia de ficción…

MMa: me hubiera venido bien leer el libro de Federico antes de escribir el mío. (Risas). Igualmente, cuando leí el de Federico y el de Mario, encontré el secreto de las editoras, a las que seguimos halagando así nos siguen editando. (Risas). Porque son tres libros distintos, pero son un conjunto. Me parece que se relacionan bien. 

MM: Es verdad. Algo que vos solés usar, como especializada en libros para niños pequeños, que es la relación con los abuelos, que te sale muy bien.  Pensaste en un abuelo que estuvo en Malvinas, y eso es difícil, me parece a mí. Porque, al menos a mí, cuando pienso en los ex combatientes, no pienso en un señor de sesenta y pico de años. 

Foto: Lili Morales

MMa: Yo pensé en eso, porque pensé, primero, que la mayoría de los ex combatientes fueron de las provincias. No fueron de acá, de Capital. Eso es algo muy simbólico, que tiene mucho sentido. Y entonces elegí Corrientes. Porque es una provincia que conozco, pero no tanto, Me gustó el nombre de Itatí, por la virgen de Itatí. Ahí empecé a trabajar la idea. Un ex combatiente, ahora, tiene sesenta años, que es un poco la edad que tengo yo. Yo tengo sesenta y dos, y tengo dos nietos. EL abuelo creo que es un recurso que ya utilicé bastante. Como le dije a Laura, “basta de abuelos”. (Risas). Yo tengo una abuela muy abuela que me marcó, mi mamá fue una abuela espectacular, y yo trato de ser una abuela así. Siempre disponible, siempre a la escucha, siempre al juego. Supongo que por eso es un recurso que sale mucho en mi literatura. En una de mis series tengo una abuela famosa que hace regalos mágicos. Y algo que me pasó, fue que empecé a escribir la historia con este abuelo, lo mostré como muy deprimido. Estaba siempre encerrado… y ahí apareció otra vez la magia de las Lauras que me dijeron que habían pasado cuarenta años, y me preguntaron si podía ser que estuviera tan bajoneado. Podrá ser, porque habrá gente que quedó bajoneada para siempre. Pero ahí se me abrió un mundo para ese abuelo. Y hablé con Rubén Molins, un ex combatiente que me dijo lo mismo. Me dijo que la vida continuaba, que él siempre trataba de mirar para adelante, de agradecer que había podido volver de Malvinas… Un tipo que tiraba para arriba. Yo le pregunté si había hablado con sus nietos de la guerra y me dijo que le costaba un montón. Qué sí, que los nietos sabían que había ido a la guerra, pero que no era un tema que se hablara en la mesa. Todo eso se fue armando con este abuelo, que además talla la madera, como mi marido, que talla madera en un cuartito arriba en la terraza. Héctor siempre aparece por ahí en mis historias. Ahí compuse a Baltasar, este abuelo que si bien es muy amoroso, de jugar y de estar con su nieta, tiene un secreto. Y ahí donde hay un secreto, hay un niño que rasca hasta descubrirlo. 

MM: Está muy bien. ¿Y Rubén Molins lo leyó?

MMa: Sí, antes de editarlo le pedí que lo leyera, porque más allá de las editoras, necesitaba que alguien me habilitara. Lo leyó y me dijo que lo había emocionado mucho, y que le parecía que podía servir un montón para que en las familias se hablara de la guerra. Así que me cerró. 

MM: Qué buena esa aprobación. 

MMa: Sí, ahora estamos Instagram va, Instagram viene. Porque él vive en Córdoba, algún día tengo que ir a visitarlo. Es una persona que indudablemente se ha recuperado. Pero coincidió que cuando yo estaba escribiendo eso, se murió su papá. Y él fue a la casa y encontró las cartas que le mandaba desde Malvinas. Fue muy conmocionante. Me mandó la foto que él le mandaba de él soldadito, a los dieciocho años. Y tanto el hijo de él como mi hijo, cumplían dieciocho años. Así que estuvimos hablando mucho, respecto de qué significaría hoy que a tu hijo de dieciocho años lo mandaran a la guerra. Es como impensable. Y él me decía que tomaba consciencia ahora, que su hijo tenía esa edad, de lo que le habían hecho a él. A esta edad… es un nene. Muy doloroso, pero es una persona muy positiva. Incluso dice que esa experiencia lo habilitó… él trabaja mucho en cooperativas ecológicas, trabaja en una escuela Waldorf también… Tiene un componente muy idealista. 

MM: ¿Volvió y pudo estudiar?

MMa: No sé si estudiar, pero pudo reinsertarse y formar una familia y todo. 

MM: Una de las cosas que charlamos en los encuentros previos, y cuando vino Paula dijo que había que preguntarle a Federico, porque Federico sabe. Cuando Margarita habla de Rubén Molins a mí me surge decir “ex combatiente”, pero hay distintas denominaciones. ¿Por qué? Contanos. 

FL: Porque cuando terminó la guerra se dio la particularidad de que la mayor parte de los que habían peleado en Malvinas eran soldados conscriptos, es decir, gente que fue bajo el régimen del servicio militar obligatorio. Eso abría toda una cantidad de problemas, desde legales hasta, sobre todo, políticos en el ’82. Legales, porque a nadie le pagaban pensión por hacer el servicio militar obligatorio. Hasta el caso Carrasco, era un deber cívico. Los conscriptos no cobran una pensión. Cuando terminó la guerra y se empezaron a conocer las condiciones en las que habían combatido muchos de los soldados, los tratos que habían   recibido por parte de algunos oficiales y suboficiales, las primeras agrupaciones que armaron eran de “ex combatientes” justamente para diferenciarse de la definición de “veterano de guerra” que alude mucho más a lo castrense. Con el paso del tiempo, esa diferencia política tan grande de los ochenta se fue limando. Hoy por hoy, una persona que en los ’80 militaba en una agrupación de ex combatientes, puede referirse a sí misma como “veterano de guerra”. Eso no hubiera sido posible en los ’80, porque también estaba el tema de que la derrota de Malvinas habilitó que se denunciara mucho más abiertamente lo que había sido la represión en la Argentina durante esos años. Creo que es lo más complicado; no el recuerdo de la guerra en sí, si no lo que la guerra habilitó a escala masiva. Es una opinión, por supuesto. Eso en los ’80 estaba muy presente, dividió muchas aguas, y también organizó mucho cómo contar la guerra. Porque la idea del veterano de guerra va mucho más pegada a la historia en términos de efemérides. Cabral que muere salvando a San Martín, el tambor de Tacuarí… Buena parte de nuestras efemérides son militares, están asociadas a la guerra de la independencia. Malvinas no encajaba por completo en ningún lado. Más bien lo contrario. Lo que hizo fue poner en crisis todo eso. Porque las Fuerzas Armadas, que habían ido a Malvinas, eran las mismas que habían reprimido a su propio pueblo. Esa es una contradicción de la que no vamos a salir nunca. Para la historia individual de cada uno de los que combatió, puede ser insuficiente, porque cada uno de ellos se arma la historia que puede para seguir viviendo. Y como vos decías, unos pudieron, otros, no. Eso dificultó mucho las discusiones, porque la sociedad argentina de los ’80, lo que los historiadores decimos “postdictadura”, y en esos años decíamos “la primavera democrática”, metió todo en la misma bolsa, y ese fue un acto de una enorme injusticia. Sobre todo para los conscriptos. Por eso conviven los términos. Pero tiene ese origen político muy concreto del final de la guerra. De querer diferenciarse; y muy rápidamente muchos de ellos empezaron a militar desde una identidad política que también era un problema. Porque en los ’80, una cosa era militar (cuando se levantó la prohibición de la actividad política, ni bien terminó la guerra de Malvinas, justamente), en un partido político, en las juventudes políticas. Pero ellos eran jóvenes que reivindicaban su condición de haber combatido en Malvinas. Entonces ¿qué eran? ¿un poco milicos? ¿un poco menos milicos? Era muy complicado en los ’80 cómo clasificarlos y cómo clasificarse ellos. Cómo posicionarse. Por eso les fue tan complicado. 

Foto: Lili Morales

MM: ¿No hubo ningún partido que los acogiera?

FL: No, partido no. Pero no hubo juventud política de le época que no tuviera una mesa de ex combatientes. Lo que pasa es que la verdad es que a los historiadores no les ha interesado mucho el tema. Digo “los”, no me incluyo claramente en el paquete. La mayoría de las asociaciones de ex combatientes se referenciaban en lo que quedaba del peronismo revolucionario “presentable”. Intransigencia y Movilización, por ejemplo, que era la cara legal de lo que llamaría el “montonerismo legal”, pero es exagerado, o la Juventud Comunista. Encima eso, para la mentalidad que recién salía de la dictadura… me acuerdo, por ejemplo, que para un libro de fotos que hice apliqué un sentido común básico. La guerra fue durante la dictadura. Si durante la dictadura se hacía seguimiento a las juventudes políticas, si busco asociaciones de ex combatientes, en el archivo de la Comisión Provincial por la Memoria, voy a encontrar. Hay una cantera. No te puedo explicar. Y les hicieron seguimiento como juventudes políticas hasta mediados de los ’90. Fíjense qué paradoja en términos sociales. Durante la guerra de Malvinas eran la posibilidad de regenerar a la Argentina, porque “no estaban envueltos en luchas fratricidas”, etcétera. Pero ni bien terminó y se agruparon, otra vez eran quilomberos subversivos. Casi enlazando con tu primera pregunta: por mi trabajo, yo también trabajé muchísimo sobre la represión ilegal y la militancia política revolucionaria. Son como “mis dos temitas”. (Risas). Pero claro, en Malvinas vos tenés el cementerio. Y a diferencia de la represión ilegal, que no hay tumba en la mayoría de los casos, ahí tenés un cementerio de los muertos que la Argentina produjo. Me gusta formularlo en esos términos. No porque me sea grato, creo que es una posición política decir que son muertos que la Argentina produjo. Ahí no se puede negar lo que muchos niegan: que tuvimos una historia violenta, que teníamos una idea de Nación que entró en crisis por el ’82 y por el terrorismo de estado, y que creo que nosotros todavía no salimos mucho de eso. Y por eso a mí no me gusta una imagen tan triste. Este año hice trabajos con mis estudiantes secundarios y lo que ellos traen de las casas es una época muy triste, básicamente, el ’82. No es que no la conociera pero confrontarlo cada vez, te refuerza. A mí me parecía injusto que esa grisura que uno había vivido viniera por completo de un lugar tan bonito. Creo que eso también atravesó el libro. El libro alude, no puede no aludir a la guerra. Porque hay marcas de la guerra en las islas. Como hay marcas del terrorismo de estado en la ciudad de Buenos Aires. Buena parte del ejercicio de memoria es reparar, pero también es convivir con esos dolores y ver qué hacemos con ellos. Me parece a mí. Malvinas es una posibilidad para eso también. 

MMa: Pero para vos, hoy, ¿qué sería más correcto? ¿Hablar de ex combatientes o de veteranos de la guerra?

FL: En ese caso yo respeto la forma en la que ellos se auto perciben. A mí me sale decir ex combatientes, porque históricamente, yo empecé a trabajar con ex combatientes. Pero también entrevisté a muchos veteranos. Por ejemplo, vos podés encontrar que muchos centros de veteranos de guerra de Corrientes, dicen “veteranos de guerra”, y denuncian las mismas cosas que denunciaron los ex combatientes de Chaco o de La Plata, por ejemplo. Ahí entrás en otro plano de discusión que es la disputa política interna alrededor de algo que es nacional. Y es algo de lo que uno, sin querer, con sus trabajos, ha sido parte, lo han metido. Pero no es mi función principal, yo no estuve con la guerra ni nada por el estilo, Ahora, en una cosa tan pesada como esta (pesada en el sentido de que no le es indiferente a nadie), muchas veces te posicionan, no es que te posicionás vos. Claramente, yo puedo decir que creo que la guerra fue un error, creo que hay que reivindicar a los conscriptos, creo que hay que separarlos de los oficiales, creo una cantidad de cosas. Pero de algún modo, esa es mi posición política sobre el tema. Como historiador, tengo que entender que es un tema mucho más complejo. Por ejemplo, si vos lo pensás en términos de relato heroico, yo me acuerdo, siendo chico (tenía once años) de conmoverme por ver a las hijas del primer muerto en la recuperación de la recuperación de Malvinas, y resulta que este primer muerto es un tipo que participó en la represión ilegal en el cordón fabril en Zárate. Esto, imagino, es un ejercicio que cada uno de nosotros debería hacer. ¿Cómo compatibilizo mi empatía por esas niñas que perdieron a su padre, (porque eso es así), con mi construcción adulta de crítica al terrorismo de estado, cuando ese actor histórico encarna las dos cosas? Porque la verdad es que fue las dos cosas. No fue una u otra. Fue las dos. El problema es cuando uno busca un discurso que condense, que es un problema, porque automáticamente significa alinearse. A mí no me gusta alinearme. Me gusta tener ideas claras sobre algo en la medida de lo posible. Pero alinearme, si empecé en el ’76 la primaria y la terminé en el ’83, hubo un gran trabajo de alineamiento, que no es lo mismo que alineación y balanceo. 

Alvar Torales: Las agrupaciones de ex combatientes o veteranos de guerra, ¿son siempre de conscriptos? 

FL: No. De hecho hay muchas que aceptan. Pero algunas asociaciones de ex combatientes tenían en su estatuto, que no podía haber ni suboficiales ni oficiales. Otras, sí. Y eso era un motivo de pelea. Cuando las Fuerzas Armadas vieron que estos pibes se empezaban a organizar para hacer quilombo, rápidamente trataron de cooptarlos. Al punto tal que se funda la Coordinadora Nacional de Ex Combatientes en agosto del ’82, (la guerra había terminado en junio), y ahí nomás con apoyo del Ejército y la Liga de Amas de Casa, (fíjense qué síntesis maravillosa), se crea la Casa del Veterano de Guerra, donde confluyen oficiales, suboficiales y conscriptos. Es una historia fascinante, pero no es el objeto de la charla. 

MMa: No, pero nos interesa todo.

MM: Queremos saber. Vos ya eras maestra en la guerra. 

MMa: Acababa de recibirme nomás. Era una nena con delantal. 

MM: ¿Qué recuerdos te quedaron?

MMa: Yo tengo los recuerdos de juntar cosas para mandar, en todas las escuelas. Vuelvo a contarte, yo trabajaba con niños hipoacúsicos en un jardín donde se trataba de oralizarlos, porque en esa época había una tendencia a que no se hablara con gestos, sino que se oralizara. Al menos en ese instituto en el que yo estaba, que ya no está más. Me habían tomado a mí, que era jardinera recién recibida, para que les hablara a los chicos. Porque los profesores de sordos tienden a la seña, y los padres de los chicos sordos también, a no hablarles. Entonces yo les contaba cuentos, les cantaba, los trataba como oyentes, con buenos resultados. Pero era imposible tener una conversación respecto de la guerra, por ejemplo. Por ahí, si hubiera sido una sala de cinco en un jardín común, podría haber salido el tema. Seguramente. Pero no era el caso, estaba en otro ámbito en ese momento. Lo que recuerdo es estar enojadísima con la guerra, y con los que fueron a la plaza a gritar, el nacionalismo, ¿no? Uno sabía quiénes estaban en la Casa Rosada y que no había que vitorearlos por nada. Desde mi juventud te lo digo, pero lo viví de esa manera. Después, era un tema tan doloroso, y yo no tenía ninguna persona cercana que hubiera ido a la guerra, que por esa razón no me habilitaba a escribir sobre el tema. En otras cosas, después, con el atentado a la AMIA me acuerdo que era cotidiano tener que hablar del tema. Y los chicos preguntaban qué podían hacer. Seis años, un primer grado. Y me acuerdo de que hicimos un enorme cartel que decía “Queremos la paz”, y lo colgamos en toda la calle Vidal, ahí en Belgrano, de una punta a la otra. Y cada chico había pintado alguna letra. Ellos sentían que estábamos haciendo algo. Y yo también. Esos pequeños gestos que uno puede tener. Y la incomprensión de los niños. Si nosotros no comprendemos la guerra imaginate los niños. Yo le pregunté a mi nieto por las guerras y me dijo que eso existe en las películas. Ahora, con la guerra de Ucrania estuvimos hablando y entonces él entendió. Y la verdad es que últimamente se está dedicando a jugar a los soldaditos. Encontró unos soldaditos en la casa de la otra abuela, (Risas) que eran de su tío. Y arma las mesas, las trincheras, y me manda videos. No es un niño violento ni mucho menos, pero me llama la atención que esté jugando a los soldaditos. 

MM: Era algo que en nuestra infancia era común. 

MMa: Mi marido también, pero no los conservamos. Mi nieto se pasa horas. Y mezcla, además. Hay indios, hay soldados…

MM: Romanos con granaderos… (Risas). 

MMa: Y es una guerra que nunca se declara, porque se pasa horas armando esa estructura y después la guarda. 

MM: es probable que metabolice así las noticias de todos los días.

MMa: Yo pienso que sí. Que debe tener que ver con eso. 

MM: ¿Vos Fede, en cambio?

FL: Yo re jugaba. 

Foto: Lili Morales

MM: Vos tenías once, y seguramente tenés recuerdos de la guerra. A nosotros nos invitaron a recordarla, pero es tu tema. ¿Cómo se te ocurrió, como profesor de Historia y después como investigador, que este iba a ser tu tema? ¿Por qué?

FL: La verdad, a esta altura yo diría que cuando me quise acordar estaba acá. No es real. Me parece importante decir que soy historiador, pero porque siempre me gustaron las historias en el sentido amplio del término, y siempre me gustó escribir y contar historias. Me gusta narrar, lo cual no es muy historiográfico en términos estrictamente profesionales. Pero eso es lo que me trae de alguna manera a este libro, o a algún otro de ficción. Era un tema que nadie trabajaba, si uno lo piensa en términos pragmáticos. Era una gran frustración. Yo me doy cuenta de que recuerdo mucho más el día de la rendición o el hundimiento del Belgrano, que el 2 de abril efectivamente. A eso puedo darle precisión ahora. También sé que coleccioné los diarios sobre Malvinas durante la guerra y, de hecho, el primer libro de historia que escribí sobre Malvinas, lo escribí juntando los diarios que coleccioné cuando tenía once años. Usé otras cosas, pero utilicé esos diarios. Y fue en el Profesorado. Cuando empecé el profesorado de Historia me pasó algo que fue complicado en su momento, porque creo que al mes de empezar a cursar, me di cuenta de que me iba a encantar dar clase. No sé por qué, porque uno hace las prácticas bastante más tarde. Pero que también iba a seguir investigando y escribiendo. De algún modo, ese tironeo siempre lo tuve encima. Y tuve la suerte de cruzarme con una muy buena profesora, en el Alicia Moreau de Justo, donde hice el profesorado, que me dijo que si me interesaba, por qué no me ponía a hacer entrevistas. Estaba con eso de lo que se llamaba en esa época “historia oral”. Ahora se dice “historia con fuentes orales”. Pero en aquella época había que legitimar el campo y se decía “historia oral”. Como si fuera una rama especial. Como si la oralidad no hubiera estado en el principio de la historia. Son estos problemas de las quintitas de los historiadores. Empecé a entrevistar veteranos (ven, ahí yo mismo utilicé el término), mientras yo me formaba como profe. Y era muy impactante. Porque ahí te empieza a funcionar otra cosa, que es la brecha entre la historia escrita y la historia narrada y que encarna en una persona. Hay un historiador que a mí me gusta mucho que se llama Marc Bloch, un historiador francés que peleó en la Primera Guerra Mundial, que murió fusilado por los nazis, ya en la Segunda, en la que peleó como resistente, siendo ya un tipo grande. Tiene un libro precioso, al que acá le pusieron un título horrible, Introducción a la historia, pero el título original es Apología de la historia. Y él dice que los historiadores son como los ogros de los cuentos. Donde huelen carne humana, ahí van. Y claro, entrevistar a alguien es oler carne humana. Porque es esto de jugar con los soldaditos, pero ahí es la vida de una persona que está diciendo: “me pasó esto, mi compañero que estaba ahí hizo tal cosa, o tal otra”. Y eso me fue atrapando. Y un día, en el CEPA (no en la Escuela de Maestros, como es ahora), me acuerdo de que preparé una clase sobre Malvinas. Nadie quería hablar sobre Malvinas. Yo no soy un militante malvinero. Es importante también decir esto. Yo amo las Islas, me interesa el tema, pero no soy un militante de la recuperación Eso es muy importante aclararlo. Si uno es militante es importante que se conozca, para saber en todo caso, por qué las queremos, y por qué son tan importantes. Pero creo que es una distinción enorme, porque eso te permite ser más abierto a lo que encuentres si vas. Por lo menos, eso es lo que yo trato de hacer. Y en esta clase, lo que hice, más que una historia de la guerra fue una historia de cómo nos habíamos peleado por cómo contar la guerra desde el ’82. En aquel momento era hasta el año anterior a que viajara. Y cuando terminó la clase, una compañera que venía a cuanto curso daba me dijo que ahí tenía el esqueleto de un libro. Y literalmente, ese es el origen de mi primer libro histórico sobre Malvinas. Para el que usé los diarios estos que les contaba. Y a partir de ahí fue como un envión. Hubo un muy buen momento que fue del 2005 al 2008, me atrevería a decir, que fue esa época en la que por no saber muy bien qué estábamos haciendo (lo que digo corre por mi cuenta), nos dejaban hacer prácticamente de todo en el Ministerio de Educación. Entonces colamos un montón de temas. Pero lo digo bien, así es como suceden las cosas. Así como a veces estás en el momento inadecuado, en el lugar inadecuado, a veces estás en el momento justo, en el lugar justo. Se dio que Sileoni, el actual ministro de la provincia de Buenos Aires, bancara mucho el laburo y que hubiera mucha discusión. Eso es importante decirlo, porque no todos pensábamos igual. Y cuando venían los treinta años del golpe, yo, que ya venía trabajando en esto, les digo que si queremos discutir el golpe en todo el país tenemos que poner Malvinas como uno de los ejes. Porque en muchas provincias, es más importante Malvinas que la represión ilegal. Te guste o no, es así. Y por suerte lo hicimos. Eso potenció muchísimo el trabajo y a mí me ayudó muchísimo a matizar lo que yo pensaba sobre el tema. Porque aprendí muy rápidamente que hay tantas guerras como lugares y personas hay en nuestro país. Y eso es muy importante tenerlo en cuenta. Y por eso las postales son tanto sobre lugares como sobre historias de personas. Hay algunos personajes. Pero más que nada, son los lugares, y cómo uno los puede enganchar con su propia realidad. Porque si no, es una cosa muy de relato estatal nacional porteño. Y Malvinas tiene mucho de eso. “Es un reclamo nacional, soberano, etcétera”. Pero es una guerra sentida de maneras muy diferentes, en distintos lugares del país. Cuando me quise acordar estaba hasta acá en eso. Al punto de poder viajar. Y ahí se te agrega otra dimensión, que es la de los que viven allá. 

AT: ¿Cómo es que se viaja? Porque no es que uno va y compra un pasaje…

FL: Sí, uno va y compra un pasaje. Uno tiene la fantasía (yo también la tuve), de que me iban a pedir una visa… No. Tenés que vencer un prurito, y eso está contado en el libro, que es que te sellan el pasaporte. Si yo voy a Córdoba, no. Bueno, hay que ver cómo viene la mano, capaz que dentro de un tiempo te piden pasaporte cordobés. (Risas). En Malvinas te sellan el pasaporte. Sinceramente, para mí es un problema menor, pero entiendo que haya gente que no viaje por eso. En esto me gusta ser taxativo. Trato de no hacer esto que muchas veces declamamos más que hacemos, que “respeto lo que decís”, pero estoy esperando que termines de hablar para darte con un hacha. Yo creo que hay que respetar lo que el otro piensa y entenderlo. Y eso requiere un tiempo. Algo que acá tratamos de instalar es eso: que en un lugar que depende tanto del ambiente, de la naturaleza, un lugar en el que estás literalmente expuesto a los elementos. Dependés del tiempo.  En Patagonia es común, algo que me molestaba como porteño (es una digresión, pero no lo es): vos arreglás con un comodorense, por ejemplo, que nos vemos a la tarde, y les puedo asegurar que esa tarde depende del viento que esté soplando desde las dos hasta las seis. Vos llegaste con el viento que te tiraba y estuviste a la hora en la que estabas que estar y el otro no, porque “No, había mucho viento”. Aprendés que las cosas tienen otro tiempo. Y lo que aprendí con Malvinas y creo que por eso me tiene tan enganchado, es que si nuestra materia prima, la de los historiadores, son las personas, en un tiempo y un lugar determinado, ahí eso es súper tangible. Por eso digo que me fue envolviendo. Porque yo termino siendo parte de lo mismo que escribo. A veces, uno pierde hasta la noción de dónde está. Ahora mismo, uno habla y esto del lugar que te incluye, pero te incluye poniéndote reglas, porque eso es Malvinas. Es una cosa muy impactante. Fui armando mi recorrido sobre el tema, pero el tema me fue capturando también. Es muy fascinante.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

La lectura del tiempo

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre