Hermann Hesse, 100 años.

 
Hoy se cumplen cien años de la muerte del novelista, cuentista y poeta suizo-alemán Hermann Hesse.  Fue autor, entre otras novelas, de  Peter Camenzind, El juego de abalorios y Narciso y Goldmundo-  La obra de Hesse se popularizó entre el público joven de  nuestro país, en los años  '70, con la difusión de tres novelas: Demian, Siddhartha y El lobo estepario, (en la que hay una fuerte carga autobiográfica). Recordamos a Hesse con cuatro  de sus poemas.



En la niebla

¡Qué extraño es vagar en la niebla!
En soledad piedras y sotos.
No ve el árbol los otros árboles.
Cada uno está solo.

Lleno estaba el mundo de amigos
cuando aún mi cielo era hermoso.
Al caer ahora la niebla
los ha borrado a todos.

¡Qué extraño es vagar en la niebla!
Ningún hombre conoce al otro.
Vida y soledad se confunden.
Cada uno está solo.



Esbozos
 
El viento del Otoño crepita frío entre los juncos secos,
envejecidos por el anochecer;
aleteando, las cornejas vuelan desde el sauce, tierra adentro.
 
Un viejo solitario se detiene un instante en una orilla,
siente el viento en sus cabellos, la noche y la nieve que se acercan,
desde la orilla en sombras mira la luz enfrente
donde entre nubes y lago la línea de la costa más lejana
todavía refulge en la cálida luz:
aúreo más allá, dichoso como el sueño y la poesía.
 
La mirada sostiene con firmeza en la fulgurante imagen,
piensa en la patria, recuerda sus buenos años,
ve palidecer el oro, lo ve extinguirse,
se vuelve y, lentamente, se dirige
tierra adentro desde aquel sauce.




Lobo estepario


Yo, lobo estepario, troto y troto,
la nieve cubre el mundo,
el cuervo aletea desde el abedul, pero nunca una liebre, nunca un ciervo.

¡Amo tanto a los ciervos!
¡Ah, si encontrase alguno!
Lo apresaría entre mis dientes y mis patas,
eso es lo más hermoso que imagino.

Para los afectivos tendría buen corazón,
devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles,
bebería hasta hartarme de su sangre rojiza,
y luego aullaría toda la noche, solitario.

Hasta con una liebre me conformaría.
El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche.
¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar
una pizca la vida está lejos de mí?
El pelo de mi cola tiene ya un color gris,
apenas puedo ver con cierta claridad,
y hace años que murió mi compañera.

Ahora troto y sueño con ciervos,
troto y sueño con liebres,
oigo soplar el viento en noches invernales,
calmo con nieve mi garganta ardiente,
llevo al diablo hasta mi pobre alma.




Antiquísima imagen de Buda erosionándose en el barranco de un bosque japonés.

Templado y demacrado por los dones
de las lluvias y heladas abundantes,
tus piadosas mejillas están verdes de musgo,
tus párpados caídos, silenciosos
se acercan al final, al dócil disolverse,
a la extinción de todo en lo informe sin límites.
Aún anuncian tus gestos derruidos
la nobleza de tu misión real,
y ahora busca en el fango, en la tierra, en la humedad,
el culmen de su significado;
será raíz mañana, rumor de la arboleda,
será agua espejeando el puro cielo,
ondulante en la hiedra, las algas, los helechos:
imagen de los cambios en la unidad eterna.



 


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