El pollito de fuego

En los años del Boom de la la literatura latinoamericana de también hubo espacio para la LIJ Siguiendo la tradición del relato oral infantil, Augusto Roa Bastos juega el juego del relato enmarcado para desplegar una escena en que una narradora cuenta cuentos, reúne a un grupo de niños a los que inquieta con su narración acerca de la verdadera historia del pollito de fuego. Allí los acontecimientos de la ficción no son solo abundantes, multifacéticos, complejos, sino que exhiben el modo en que todo pasa por la palabra: la historia, la repercusión mediática de la historia, la escucha que interpreta y exige otra palabra para el final. Todo es un acontecimiento de lenguaje, tal como nos cuenta María Laura Migliarino en esta nota para Libro de arena. 


Por María Laura Migliarino 
 
Lo primero que me llamó la atención de El pollito de fuego fue su título. ¿De qué otra manera podía ser un pollito que no fuera suave, tierno, amarillo y lo suficientemente adorable como para querer acariciar?  Lo segundo fue su autor, el gran novelista de la literatura hispanoamericana y uno de los más importantes escritores del siglo XX, Augusto Roa Bastos, había dedicado un paréntesis en su escritura a la elaboración de una historia pensada para los niños; un hallazgo increíble. 

Recorriendo los muy pocos comentarios que existen sobre la obra encontramos que en este caso El pollito se ubica dentro de la milenaria tradición de los relatos encajados, donde el narrador elige un momento determinado para iniciar su exposición, elige qué contar, cómo y cuándo, y compone un diálogo entre un adulto y un grupo de chicos que escuchan, preguntan, comentan, interpelan y cuestionan la historia a lo largo de todo el cuento. 

El día en que los pollitos salieron del cascarón Mamá-Pía se dio cuenta de que había empollado un carbón encendido. Entre todos sus hermanos Pipiolín fue el único que nació como un pompón rojo, una brasa viva que supo adecuarse a la vida en la chacra frente al asombro y la mirada atenta de todo el pueblo. 

Si bien la historia fue escrita en el año 1974 muchas de las cuestiones que allí se abordan aún mantienen su vigencia. Y eso es lo que tal vez hace a este cuento un clásico; El pollito de fuego aborda cuestiones inherentes al género humano que dan cuentan de que a pesar del transcurso de los años no hemos cambiado tanto. Pipiolín aprenderá a enfrentar la soledad, los elogios y las burlas de quienes lo discriminan por “ser diferente” y de quienes lo adulan sin reparos. Aprenderá que el amor en familia se teje de querencias, celos y rivalidades. Uno de los datos más curiosos de esta historia es la escena del cigarrillo. Una imagen a doble página cuenta como el pollito alumbra las reuniones familiares y prende los cigarrillos con su plumón. Un hecho absolutamente natural para una edición de hace más de 40 años pero dudosamente correcta para una publicación actual. Otro dato curioso, en sentido inverso, es la escena de la televisión. La noticia del pollito de fuego llega a la ciudad y un buen día la chacra amanece rodeada de camarógrafos, fotógrafos y reporteros con la intención de llevarse la primicia de este pollito-fenómeno. Roa Bastos habla del suceso como una guerra, una invasión, que altera por completo la vida campesina pero que finalmente termina seduciendo a la familia y logra su cometido. Los dueños del pollito ceden la imagen de Pipiolín a cambio de una suma importante de dinero y la prensa, frente a la negativa de que esa imagen se vea solamente como una mancha luminosa, monta una ficción delante de las cámaras con una gallina de plástico y un pollito de paño lenci que es prendido fuego luego de un previo baño con alcohol. Este relato dentro del relato demuestra que la espectacularización de la noticia es un proceso de larga gesta y hace referencia a la explotación exhaustiva de un caso utilizando recursos estilísticos a los fines de que la historia sea más atractiva e impactante. 

Al igual que en el inicio el cuento llega a su fin con la intervención de los chicos: 

“-¡Ah no!- protestó Paulita que estaba dibujando sobre una de sus rodillas la figura del pollito-. Esta historia no puede acabar así. Le falta el final, porque si no, yo no entiendo nada. Empezaste a contarla. Ahora tenés que terminarla.” 

Y aquí, un nuevo relato dentro del relato donde el pollito de fuego se transforma en un hermoso gallo azul para enfrentarse con valentía y coraje a una víbora yarará temida por toda la gente y los animales de la región. 

Roa Bastos, un grande que supo escribir para chicos. 


El pollito de fuego
Augusto Roa Bastos
Ediciones de La Flor, 1974.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre