Sobre el amor

Hoy se cumplen quince años de la muerte de Corín Tellado, quien contribuyó como nadie a la difusión de novelas y relatos sobre el amor romántico. Con más de 5000 títulos marcó la manera de vivir los vínculos amorosos de varias generaciones, sobre todo de mujeres. En su homenaje, en Libro de arena publicamos este texto de Liria Evangelista que  se refiere a la importancia que tuvieron las historias de Corín Tellado en la “educación sentimental” de las mujeres de su familia, junto con el bolero y las lecturas de Louise May Alcott. Además propone una reflexión sobre la posible pervivencia de esa mirada romántica en el amor actual.


Por Liria Evangelista

A esta altura de la vida, tan cerca de cumplir los 60 y tan lejos de la infancia y de la adolescencia, podría afirmar —casi con certeza, pero me reservo el “casi”— que cada generación tiene sus modos y sus formas de amar. Los cuerpos se disponen, se tocan, se rehuyen, se silencian, se repelen y se acoplan en un horizonte iluminado por la historia. Historia que es de los cuerpos y de las lenguas que los hablan. Los gestos del encuentro entre cuerpos —erótico, amoroso —tendrían las formas de las lenguas que los hablan o los silencian. ¿Y si ese “casi” contuviera algo perdurable sobre el amor, algo que se supiera y se sintiera inmutable en el vendaval de la historia? ¿Cómo se habla y se habló sobre el amor? ¿Qué historias nos contaron? ¿Qué restos quedan, si alguno, de las formas de amar que sin darnos cuenta aprendimos?

Parque Chas en los años 60 era el aire luminoso de la infancia. La voz de mi madre asegurando “que en la vida hay amores que nunca pueden olvidarse” y que cuando las bocas se cerraron con un beso “pasaron muchas muchas cosas”. Tito Rodríguez y Javier Solís fueron la educación sentimental de mi madre. Y las novelitas de Delly que había leído en su juventud y que habían quedado tiradas en la piecita de la terraza de la casa de la abuela, amarillas y gastadas, con olor a amor nunca consumado: Orietta y Corazones Enemigos. Había huérfanas que desconocían su identidad, nobles que se enamoraban de muchachas pobres y que debían luchar contra su clase para que el amor triunfara. Deshechos de las décadas del 30 y del 40 que yo leía en las largas tardes de las vacaciones de verano. Y Corín. Cientos de novelitas de Corín Tellado que mi tía Leticia escondía debajo de su cama y cuya lectura era el único motivo por el cual yo dejaba que me arrastraran a los domingos aburridos de Quilmes, tan lejos de mi mundo, tan lejos de mi casa.

En el barrio y en la escuela, las nenas nos prestábamos el álbum de oro de Susy Secretos del Corazón. Faltaban casi veinte años para que la poeta Susana Villalba hiciera de esa matriz amorosa grito de guerra y cuerpo sexuado. A mí me fascinaban los besos y pasaba horas calcándolos con plumín y tinta china. En la oscuridad del cine del barrio imaginaba que alguna vez los besos húmedos de Sandro me estarían destinados.

Oh la educación sentimental y erótica de las chicas de mi generación: Susy y Sandro, las novelas de Migré y Mujercitas, cuerpos niños que querían ser a la vez un personaje de Corín Tellado y Jo March. Palito Ortega cantaba un amor en el aire que nacía del aire mientras las tormentas de la historia tronaban en la voz de los adultos y en la pantalla en blanco y negro de la televisión. El Cordobazo, el Luche y Vuelve, Ezeiza, la muerte de Perón proponían a mis ojos niños otros cuerpos, otras sangres, otras pasiones que sin embargo coexistían extrañamente con las vírgenes erotizadas de las novelas rosas.

Entrados los 70 la adolescencia atravesó los silencios de la muerte y me donó otros secretos: la virginidad perdida y la lectura de El Segundo Sexo. No nacíamos mujeres, Corín, Susy, Josephine March. Resultó que mujeres nos hacíamos y que el orden de los cuerpos iba a hacer estallar un universo que perdía y ganaba en sentidos. ¿Cómo dar cuenta de los cuerpos arrojados al río? De miles de lectoras de Corín quedarían restos de uñitas pintadas, piecitos jóvenes atados con alambre: son tus Cadáveres, Perlongher los que empezarían a hablar. En el mundo de los vivos las noches se pobablan de otras mujeres—literarias y reales—que se transfiguraban en  poderosos seres de deseo.

Pienso en la niña que calcaba besos, en la que en Quilmes anhelaba ser amada como sólo se amaba en las novelas de Corín. Pienso en la voz de mi madre, en los boleros de Tito Rodríguez y de Javier Solís, todas las matrices de cierto aprendizaje del amor, de cierto ordenamiento de los cuerpos. La historia de estas décadas se inscribió en mi cuerpo desplegado en amores, amantes, orgasmos, partos, menopausia, es decir, en todas las variantes de la carne. Pienso en todas las que peleamos por el derecho al goce, por nuestras libertades, las que seguimos peleando por derechos aún no conquistados, por la libertad de explorar palabras nuevas, de hacer estallar las viejas, de mezclarlas, retorcerlas, revisarlas. La renovada libertad de ejercer ahora y siempre la palabra.

Y me pregunto por los restos, lo que queda de ese aprendizaje que hubo que empezar a desandar en eso de hacerse mujer. Me pregunto por las formas del amor, por las que murieron, por las que aún perduran. Me pregunto cuánto rosa perdió la novela de nuestras vidas, cuánto rosa —si acaso—guardamos todavía.


*Liria Evangelista: Es Licenciada en Letras por la UBA, docente, escritora y crítica literaria. Nació en Buenos Aires en 1961. En 1998 publicó Voices of the Survivors, testimony,mourning and memory in post-dictatorship. Argentina (Garland Publishing New York), y en 2009 su novela La Buena Educación (Buenos Aires, El fin de la noche). Editorial Paradiso publicó en 2012 su primer libro de poemas, Una Perra. En 2013, Borde Perdido Editora publicó en Córdoba, Argentina, el libro de poesías y relatos Niña Soviética, reeditado en 2015. En 2018 publicó Sangra en mí (Modesto Rimba, Buenos Aires). Ese mismo año, Borde Perdido reeditó la novela La Buena Educación en edición ilustrada.

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