Habla, memoria

Hoy se cumplen 125 años del nacimiento de Vladimir Nabokov en San Petersburgo. En Libro de arena recordamos al autor de Lolita, con un fragmento de su autobiografía Habla, memoria, en el que se refiere a su primera experiencia de escritura poética. 


Habla, memoria – Capítulo undécimo (fragmento)

“El tipo de poema que yo hacía en aquella época no era prácticamente más que una forma de señalar que estaba vivo, que había experimentado o esperaba experimentar, ciertas emociones humanas de gran intensidad. No era tanto un fenómeno artístico como orientativo, y en consecuencia podía compararse con los signos que se pintan en la roca que está junto al camino o a las pirámides de piedras que marcan un sendero de montaña. 

Ahora bien, en cierto sentido toda poesía es posicional: esforzarse por expresar la propia posición respecto al universo abrazado por la consciencia, es una necesidad inmemorial. Los brazos de la consciencia se estiran y tantean, y mejor cuanto más largos son. Los miembros naturales de Apolo no son las alas sino los tentáculos. Vivian Bloodmark, un amigo mío con tendencia a filosofar, solía decir, en fechas más recientes, que así como el científico ve todo lo que ocurre en algún punto del espacio, el poeta siente todo lo que ocurre en un punto del tiempo. Extraviado en sus pensamientos, golpea su rodilla con un lápiz a modo de varita mágica, y en ese mismo instante, un coche (matrícula de Nueva York) pasa por la calle, un niño golpea la puerta mosquitera de un porche cercano, , un viejo bosteza en un neblinoso huerto del Turquestán, el viento hace rodar un gránulo de arena gris ceniza sobre la superficie de Venus, un tal  doctor Jacques Hirsch de Grenoble se pone las gafas para leer, y además ocurren trillones de minucias parecidas, formando todas ellas un organismo instantáneo y transparente de acontecimientos, cuyo núcleo (sentado en una silla, sobre el césped, en un rincón de Ithaca, Nueva York), es el poeta.

Aquel verano yo era todavía demasiado joven para alcanzar algún grado de “sincronización cósmica” (por citar de nuevo a mi filósofo). Pero, como mínimo, descubrí que la persona que tiene esperanzas de llegar a ser poeta debe poseer la capacidad de pensar en varias cosas a la vez. A lo largo de los lánguidos paseos que acompañaron la redacción de mi primer poema, tropecé con el maestro del pueblo (vuelvo a darle la bienvenida a esta imagen), siempre con un ramillete de flores silvestres, siempre sonriente, siempre sudoroso. Mientras discutía amablemente con él sobre el repentino viaje de mi padre a la ciudad, registré de modo simultáneo y con la misma claridad, no sólo las flores, que empezaban a marchitarse, su ondeante corbata y los negros de las carnosas volutas de sus aletas nasales, sino también la sorda vocecilla de un cuco lejano, y el destello de una sofía posándose en el camino, y la recordad impresión de los cuadros, (figuras ampliadas de plagas agrícolas, y de barbudos escritores rusos) que colgaban en las aireadas aulas de la escuela del pueblo, qur yo había visitado un par de veces: el latido de algún recuerdo absolutamente inconexo (un podómetro que yo había perdido recientemente) surgió liberado de una vecina célula cerebral, y el sabor del tallo de hierba que estaba chupando se mezcló con la nota del cuco y el despegue de la fritilaria, y durante todo ese rato, tuve generosa y serena consciencia de mi propia multiplicidad de consciencia.

Él me sonrió y me hizo una reverencia, (a la efusiva manera de los radicales rusos), y dio un par de pasos atrás, y se volvió, y siguió airosamente su camino, y yo volví a tomar el hilo de mi poema. Durante el breve tiempo en el que había estado ocupado de otras cosas, algo parecía haberles ocurrido a las palabras, que ya había conseguido enhebrar: no parecían tan lustrosas como antes de la interrupción. Cruzó mi mente cierta sospecha de que quizás estuviese manipulando cosas postizas. Por fortuna, este frío parpadeo de percepción crítica no duró. El fervor que había estado tratando de expresar dominó de nuevo  la situación y permitió que su médium volviese a la vida ilusoria. Las filas de palabras a las que pasé revista estaban de nuevo tan relucientes, con sus hinchados pechos y elegantes uniformes que, taché de simple capricho la flaqueza que había percibido por el rabillo del ojo.”


Habla, memoria
Vladimir Nabokov
Anagrama, 2006.

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