“La cosecha” de Flannery O’Connor

Mañana, 3 de agosto, se cumplen sesenta años de la muerte de Flannery O'Connor, una de las escritoras fundamentales de la literatura del sur estadounidense del siglo XX. Libro de arena la recuerda con un fragmento de cuento "La cosecha", incluido en los Cuentos Completos, publicados por Ediciones de Bolsillo en 2007. 


“Era un alivio quitar las migas de la mesa, y, si la señorita Willerton debía escribir un relato, antes que nada tenía que pensarlo. Casi siempre pensaba mejor sentada delante de la máquina de escribir, pero, por el momento, tendría que conformarse con lo que había. En primer lugar, debía pensar un tema para el relato que iba a escribir. Eran tantos los temas sobre los temas sobre los que se podía escribir un cuento, que a la señorita Willerton nunca se le ocurría ninguno. Era siempre la parte más difícil de escribir un cuento, ella siempre lo decía. Dedicaba más tiempo a pensar en algo sobre lo que escribir que a la escritura en sí. A veces descartaba un tema tras otro, y, a menudo, tardaba una o dos semanas en decidirse por alguno…(…)”¿Y un panadero-se preguntó-, será un buen tema?” “Los panaderos extranjeros eran muy pintorescos”, pensó. (…)

La señorita Willerton se sentó delante de la máquina de escribir y lanzó un suspiro. ¡A ver! ¿En qué había estado pensando? Ah, sí. Ummm. Los panaderos. No, los panaderos mejor no. Tenían poco de originales. Los panaderos no producían tensión social. La señorita Willerton clavó la vista en la máquina de escribir. A S D F G …sus ojos recorrieron las teclas. Ummm. “¿Y los maestros?” se preguntó la señorita Willerton. No. Por Dios, no. Los maestros siempre hacían  que la señorita Willerton se sintiera rara.(…)Además, los maestros no eran oportunos. Ni siquiera representaban un problema social.

Problema social, problema social. Ummm. ¡Los aparceros! La señorita Willerton nunca había intimado con ningún aparcero pero, reflexionó, como tema tendría tanto arte como cualquier otro, ¡y le permitirían conseguir ese aire de trascendencia social que tan útil resultaba en los círculos que esperaba conocer en sus viajes. “Siempre puedo sacarle partido-refunfuñó-al tema de la lombriz intestinal.” ¡Ya le iba saliendo!

¡Sin duda! Movió los dedos con nerviosismo sobre las teclas sin tocarlas. Después, de repente, empezó a escribir a gran velocidad. 

“Lot Motun-registró la máquina-llamó a su perro.” Una pausa abrupta siguió a la palabra “perro”. La señorita Willerton siempre se esmeraba en la primera oración. “La primera oración-decía siempre-le venía como… ¡como un chispazo! ¡Tal cual!-decía, y chasqueaba los dedos-, ¡como un chispazo!” Y sobre la primera oración construía su relato. “Lot Motun llamó a su perro.”, le había salido automáticamente a la señorita Willerton, y al releer la frase, decidió no solo que “Lot Motun” era un nombre adecuado para un aparcero, sino que hacer que llamara a su perro era lo mejor que se podía esperar de un aparcero. “El perro levantó las orejas y, con el rabo entre las patas se acercó a Lot.” La señorita Willerton había escrito la frase antes de que le diera tiempo a advertir sus error: dos “Lot” en un mismo párrafo. Resultaba desagradable al oído. La máquina de escribir retrocedió chirriando y la señorita Willerton escribió tres X sobre “Lot”. Entre líneas anotó a lápiz: “Su amo”. Ahora ya estaba lista para continuar. “Lot Motun llamó a su perro. El perro levantó las orejas y con el rabo entre las patas se acercó a su amo.” “Y también tengo dos “perros”-pensó la señorita Willerton-. Ummm. Pero decidió que eso no molestaba tanto al oído como dos “Lot”.

(…)

La oración “Lot Motun llamó a su perro”, tenía un toque cáustico y seco que seguido de “el perro levantó las orejas y con el rabo entre las patas se acercó a su amo.”, le daba al párrafo la salida que precisaba. 

“Lot tiró de las orejas cortas y raquíticas del animal y se revocó con él en el barro.” A lo mejor, reflexionó la señorita Willerton, eso era un poco exagerado. Pero, según le constaba, el que un aparcero se revolcara en el barro entraba dentro de lo razonablemente posible. En cierta ocasión había leído una novela que trataba de ese tipo de personas, en la que se había hecho algo tan feo como aquello y, a lo largo de tres cuartas partes de la narración, cosas mucho peores. Lucía la había encontrado mientras limpiaba uno de los cajones del escritorio de la señorita Willerton, y, después de hojear unas cuantas páginas al azar, sujetó el libro entre el pulgar y el índice, lo llevó hasta el horno y los echó a fuego.

-Willie , esta mañana cuando limpiaba tu escritorio encontré un libro que Garner debió de dejar allí para hacerte una broma-len dijo la señorita Lucía más tarde-. Fue horrible, pero ya sabes como se comporta Garner.Lo he quemado.-Y luego con una risita ahogada añadió-: Estaba segura de que no podía ser tuyo.

La señorita Willerton estaba segura de que no podía ser de nadie más que de ella, pero no se atrevió a aclararlo. Lo había encargado directamente a la editorial, porque no quería pedirlo en la biblioteca. (…)

La señorita Willerton se apoyó en el respaldo. Era un buen comienzo. Ahora planificaría la acción. Había que incluir una mujer, claro. A lo mejor, Lot podía matarla. Ese tipo de mujeres siempre sembraba cizaña. Incluso podía provocarlo para que terminara matándola por libertina y, después, quizá a él lo perseguiría a mala conciencia.

Si debía tomar ese rumbo, sería necesario dotarlo de principios, aunque no sería demasiado difícil dárselos. Se preguntó de qué manera introduciría ese aspecto, en vista de toda la atención que el relato debía dedicarle al amor. Tendría que poner algunas escenas bastante violentas y naturalistas; el tipo de detalles sádicos que una leía en relación con esa clase de gente. Era un problema. Sin embargo, la señorita Willerton disfrutaba con esos problemas. Lo que más le gustaba era planificar las escenas pasionales, pero, cuando llegaba el momento de escribirlas, siempre empezaba a sentirse rara y a preguntarse qué diría su familia cuando las leyeran.(…) Pero la señorita Willerton no podía pensar en eso ahora; debía darle forma a su personajes.

_Caray, gracias-dijo Lot-y le sonrió con esos bonitos dientes-. Tú sí sabes cómo prepararla. Verás-le dijo-, estuve pensando…Podríamos marcharnos de esta granja arrendada y tener un lugar decente. Si este año conseguimos ganar algo, podríamos comprarnos una vaca y empezar a construirnos una casita. Imagínatelo Willie, imagínate lo que sería.”


Leer el cuento completo



Cuentos completos
Flannery O´Connor
Debolsillo, 2007.

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