Utopiyin, utopiyang

Tras la publicación del cronograma de novelas y películas distópicas que disfrutaremos en Hebraica, en un nuevo Ciclo de Cine y Literatura, el escritor Germán Machado comentó en facebook que hay diferencias entre distopía y antiutopía (y prometió, utópico, contárnoslo con detalle en algún asado). Otro amigo escritor, Sebastián Vargas, tomó la posta y amenazó con traducirnos una nota de la gran maestra Ursula K. Le Guin. Amenazó y cumplió. Compartimos acá esta traducción que nos hizo llegar Sebastián, de la brillante nota de la gran dama de la Ciencia Ficción.


Estas son algunas ideas sobre utopía y distopía.
Los viejos y toscos Buenos Lugares eran visiones compensatorias donde controlar lo que no podés controlar y tener lo que no tenés aquí y ahora: un ordenado y pacífico cielo; un paraíso lleno de huríes; picnic en las nubes. La forma de llegar a ellos era sencilla pero drástica: te moriste.
La construcción secular e intelectual de Tomás Moro en Utopía seguía siendo una expresión de deseo sobre algo que faltaba en el aquí y ahora —control racional y humano sobre la vida humana—, pero este Buen Lugar era, explícitamente, un No Lugar. Solo en tu cabeza. Un plano sin terreno para la construcción.
Desde entonces, la utopía ya no se localizó en la vida después de la muerte sino fuera del mapa, cruzando el océano, del otro lado de las montañas, en el futuro, en otro planeta: un más allá vivible, aunque inalcanzable.
Cada utopía desde Utopía ha sido también, ya sea clara u oscura, real o posible, según el juicio del autor o de los lectores, a la vez un buen lugar y uno malo. Cada eutopía contiene una distopía, cada distopía contiene una eutopía.
En el símbolo del yin-yang, cada mitad contiene en su interior una porción de la otra, lo que denota su completa interdependencia y continua permutabilidad. La figura es estática, pero cada mitad contiene la semilla de la tranformación. El símbolo no representa una estasis, sino un proceso.
Puede resultar útil pensar en la utopía en términos de este antiguo símbolo chino, particularmente si uno está deseando superar la usual presunción machista de que el yang es superior al yin y, en su lugar, considerar la interdependencia e intermutabilidad de ambos como una característica esencial del símbolo.
El yang es masculino, luminoso, seco, duro, activo, penetrante. El yin es femenino, oscuro, húmedo, blando, receptivo y contenedor. El yang es control; el yin, aceptación. Son grandes poderes equivalentes: ninguno puede existir en forma autónoma, y cada uno está siempre en proceso de convertirse en el otro.
Utopía y distopía son ambas, a menudo, un enclave de máximo control rodeado por un entorno salvaje, como en Al otro lado de las montañas (Erewhon) de Thomas Butler, La máquina se detiene de E. M. Forster y Nosotros de Yevgeny Zamyatin. Los buenos ciudadanos de utopía consideran que las tierras salvajes son peligrosas, hostiles e invivibles; mientras que para un distopino aventurero o rebelde representan libertad y cambio. En esto veo ejemplos de la intermutabilidad del yang y el yin: lo salvaje, oscuro y misterioso rodea un lugar luminoso y seguro; los Malos Lugares que luego se convierten en el Buen Lugar: el brillante y abierto futuro que rodea a una oscura y cerrada prisión... o viceversa.
En el último medio siglo, este patrón ha sido repetido quizás hasta el agotamiento; las variaciones sobre este tema se vuelven más y más predecibles, o meramente arbitrarias.
Notables excepciones a la regla son Un mundo feliz de Huxley, una eudistopía en la cual lo salvaje ha quedado reducido a un enclave tan completamente dominado por el supercontrolador Estado-mundial yang, que cualquier esperanza de libertad y cambio resulta ilusoria; y 1984 de Orwell, una distopía pura en la cual el elemento yin ha sido totalmente eliminado por el yang, de forma que aparece, en la receptiva obediencia de las masas controladas, como manipulados delirios de naturaleza y libertad.
Yang, el dominante, siempre busca negar su dependencia del yin. Huxley y Orwell presentan, sin concesiones, el resultado de una negación exitosa. Mediante el control político y psicológico, estas distopias consiguieron una estasis no dinámica que no permite el cambio. El balance es inamovible: un lado arriba, el otro abajo. Todo es yang para siempre.
¿Dónde está la distopía yin? ¿Tal vez, en las historias post-holocausto y la ficción de horror, con sus temblorosos rebaños de zombis; la crecientemente popular visión de colapso social y pérdida total de control, caos y noche cerrada?
El yang percibe al yin solo como algo negativo, inferior, malo; y el yang siempre ha tenido la última palabra. Pero no hay última palabra.
Hoy en día, pareciera que solo se escriben distopías. Tal vez para poder escribir una utopía necesitemos pensar en forma yin. Yo intenté escribir una en El eterno camino a casa (Always Coming Home). ¿Lo logré?
¿Es “utopía yin” un oxímoron, desde el momento en que todas las utopías típicas se basan en el control para funcionar, mientras que el yin no controla? Y sin embargo, es un gran poder. ¿Cómo puede ser?
Solo puedo aventurar hipótesis. Imagino que el tipo de pensamiento que estamos, por fin, comenzando a desarrollar respecto de cómo cambiar los objetivos de la humanidad, desde la dominación y el crecimiento ilimitado hacia la adaptabilidad y la supervivencia a largo plazo, es un paso del yang al yin, y por lo tanto requiere aceptación de lo efímero y lo imperfecto, una paciencia con la incertidumbre y lo provisional, una amistad con el agua, la oscuridad y la tierra.

Ursula K. Le Guin 

20 de abril de 2015

Comentarios

  1. Gracias por cumplir esa amenaza, Sebastián Vargas. Una amenaza yan que, cumplida... es yin.

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