200 años de la primera edición de Frankenstein, de Mary Shelley



Por María Pía Chiesino

Se cumplen doscientos años de la primera edición de Frankenstein o el Prometeo Moderno,  la gran novela de Mary Shelley, que acaso sea la que inaugura la ciencia ficción como género.

La tradición popular, ha restringido la historia que se narra en la novela a sus elementos más escalofriantes: la criatura gigantesca armada con trozos de cuerpos muertos, la resurrección conseguida por medio de la electricidad, su fealdad casi repulsiva, la violencia que dirige hacia el creador y los miembros de su familia.

Cuando se lee la novela de Mary Shelley, si bien estos elementos están presentes y a la vista, resulta imposible, no pensar en otros problemas mucho más complejos, y que pueden llevar a los lectores a preguntarse quién es en realidad el monstruo de la historia que se desarrolla ante sus ojos.
¿Es la criatura, que no tuvo la menor responsabilidad en haber sido creada? ¿O es Víktor Frankenstein, que enceguecido por la soberbia de su saber, no tuvo en cuenta los alcances del desmedido proyecto científico en el que trabajaba?

Frankenstein no expresa la menor objeción moral para trabajar con los cuerpos muertos, que sin dudas deben haberle vendido los ladrones de tumbas, populares en la época. Pero se manifiesta espantado ante la desmesura y la fealdad de la criatura a la que ha dado vida. Y por si eso fuera poco, además de exponerlo al escarnio público por su aspecto, se niega a darle una compañera.
La fealdad y la soledad son los dos estigmas con los que el científico ha marcado a su criatura. Y se rehúsa a lo único que le pide para que la vida le resulte más llevadera: una mujer.
Se comprende entonces que ese conflicto que se presenta sin salida (Frankenstein comienza a fabricarla pero se arrepiente y la destruye), dé lugar a una cadena de crímenes por venganza, que la criatura ejecuta materialmente, pero que tienen en el científico al responsable intelectual. Por no haber asumido la responsabilidad que le cabe como creador, deberá hacerse cargo de la que le corresponde por no tener en cuenta las necesidades de su criatura.

Ilustración original de la edición de 1831.
Frankenstein es una novela epistolar, en la que los lectores asisten al dilema moral que se les presenta, desde tres enfoques: el del capitán Walton (al que se relató la historia), el de Viktor Frankenstein y el de la criatura nacida de la experimentación. La multuplicidad de planos narrativos permite adentrarse en la complejidad de la historia que se relata, y que a nuestro juicio, tiene como nudo el cuestionamiento acerca de la responsabilidad del creador.

No es nuestra intención que los lectores reciban una conclusión “digerida” acerca de lo que plantea la novela. Creemos que esta criatura que está cumpliendo doscientos años, (y que no mereció ni la compasión de su creador), merece que quienes todavía no conocen su historia, lean la novela de Mary Shelley y reflexionen acerca de ella.

Una mención aparte merece la historia de la autora: hija del filósofo William Godwin y de la escritora feminista Mary Wollstonecraft, que murió de fiebre puerperal días después de darla a luz, Mary Shelley creció en una familia en la que se propiciaba la lectura. Fue por esto una lectora inquieta, y en la adolescencia asistió como testigo a las tertulias intelectuales que organizaba su padre. Allí conoció a Percy Shelley, casado y mayor que ella, y ese fue el marco en el que comenzaron una historia de amor apasionada e intensa, que, desde luego, nadie aprobó. Huyeron juntos y viajaron por Francia y por Alemania. En 1816 se instalaron en Ginebra, en Villa Dodati, una mansión en la que vivían Lord Byron y John Polidori. Allí tuvo lugar el “certamen” que propuso el dueño de casa, y que consistía en creación de un relato de terror en el transcurso de una noche. Los únicos en lograrlo fueron Polidori (que escribió “El vampiro”, relato inaugural de un género), y Mary, que relató la historia de Frankenstein, con la que dijo que había soñado.

Tenía en ese momento diecinueve años. En su libro Frankensteiniana- La tragedia del hombre artificial, Pilar Vega Rodríguez se pregunta qué es lo que lleva a una joven de esa edad a imaginar una historia tan horrorosa.

Para intentar una respuesta, hay que tener en cuenta que la novela tuvo dos ediciones. la de 1818 y la última en 1831, y que en las dos están presentes la inestabilidad, la muerte, la pérdida y el pesimismo. No debe ser ajena a esto la temprana pérdida de su madre, cuya tumba era uno de los sitios de lectura preferidos por Mary.

Su matrimonio con Shelley estuvo también marcado por la falta de certezas, la muerte y el dolor. Atravesaron serios problemas económicos, y de los cuatro hijos que tuvieron (dos niñas y dos varones), solamente el menor creció y sobrevivió. Los demás murieron muy pequeños.

Días después del naufragio en el que perdió la vida muy joven, las olas devolvieron el cuerpo de su esposo, el poeta Percy Shelley, que fue incinerado en la playa. Pero alguien le sacó el corazón y se lo hizo llegar a la viuda, que lo conservó como una reliquia el resto de su vida, cuenta Esther Cross en su gran libro, La mujer que escribió Frankenstein.

Mary Shelley pidió ser enterrada junto a su padre y su madre. Allí está también el corazón de su esposo, y, años después, fueron enterrados su hijo y su esposa.

Así como la criatura de su novela reunía en un cuerpo de más de dos metros los restos de otros cuerpos, la tumba en la que yace Mary Shelley reúne alrededor de ella a sus muertos más queridos. Excepto sus tres hijos pequeños que quedaron en Italia, todos los demás están allí. Ella solicitó esa reunión póstuma. Quizá el deseo de esa reunión final, haya obedecido a la necesidad de conseguir en la muerte la tranquilidad y la unión con los seres queridos que la vida le negó. Esa tumba es acaso, la última criatura surgida de la imaginación de Mary Shelley, armada con sus restos, y  con los restos de las personas que amó.

Comentarios

  1. Muy buena, Pía. Enfoque original lo de la tumba con restos varios como metáfora frankesteiniana.

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