Canadá, de Richard Ford


Dicen que la belleza esta en el ojo de quien mira. La literatura y las artes visuales se mezclan en este fragmento de la novela Canadá, de Richard Ford. Allí, el protagonista mantiene una conversación con una mujer que está pintando un cuadro de la oficina de correos desierta, en un pueblo abandonado.



“Me quedé detrás de Florence, y a un lado, de modo que podía ver de frente lo que estaba haciendo. Solo había visto la pintura del elevador de grano en el dormitorio de Arthur Remingler, sin saber lo que era la “Escuela Nighthawk”, ni nada sobre Edward Hooper ni sobre cómo una persona podía lograr una imagen reconocible tan solo con unos simples tubos de pintura. Supongo que tienes que hacer ejercicios de ojos, como los que hacía mi padre para llegar a ver las cosas son suma precisión.
Florence estaba pintando en el medio de la calle Manitoba. Lo que pintaba era simplemente la vista en línea recta de más allá de la oficina de correos desierta, y un par de casas allanadas y expoliadas  al final de la hilera de locales comerciales por donde yo solía pasear, un lugar con vida, cuando Partreau era una ciudad en toda regla. El cielo, en lo alto de los edificios, aún no estaba pintado, y era solo un espacio de lienzo vacío. El elevador de granos y los campos de trigo que se divisaban más allá de las vías del tren, en dirección al horizonte, también estaban aún por llegar. No entendía cómo aquello podía constituir un tema para pintar, ya que todo estaba allí mismo para cuando alguien quisiera mirarlo, y no era bello; nada parecido a las cataratas del Niágara del cuadro de Frederick Church, o a los arreglos florales que mi padre solía componer coloreando estampas por números. Pero me gustaba, y debería habérselo dicho por cortesía. Lo que dije en lugar de ello ( y deseé que se me hubiera ocurrido algo mejor) fue:
-¿Por qué pinta eso?
El viento movía a un lado y a otro las hierbas secas. El día se iba poniendo gris a medida que la línea de un frente oscurecía el cielo azul del este. Los móviles colgantes de Charley giraban en el aire endemoniadamente. Oscilantes bandadas de gansos se acercaban apresuradamente desde el norte, con el último sol de la tarde. No parecía un día muy apropiado para pintar.
-Oh-dijo Florence-, pinto cosas que me gustan, ¿sabes? Cosas que de otra forma nunca llegarían a ser bonitas. -Sostenía la paleta de madera con el pulgar izquierdo metido en el agujero. La paleta tenía pequeños montoncitos de pintura de diferentes colores. Florence mezclaba dos o tres de ellos con la punta del pincel, y luego ponía la pintura en el lienzo. Lo que estaba pintando era exactamente lo que yo veía, lo cual interpreté como el estilo de la escuela Nighthawk americana, y parecía un milagro, aunque algo peculiar. Tampoco entendía lo que quería decir Florence con lo de que la oficina de correos se volvía bonita en su pintura. Como la oficina de correos que veía en ella se parecía mucho a la de la realidad, no se había vuelto bonita en absoluto-. Nunca he sido una pintora de verdad-dijo Florence-. Mi hermana Dinah Lor sí que era una pintora. Antes de que se le rompiera el corazón. Mi padre también fue pintor; en la tradición primitiva, ya que lo que realmente hacía era cortar hielo en Souris, Manitoba. Quizá por eso estoy pintando aquí, en South Manitoba Street. – Volvió hacia mí su cara redonda y regordeta. Sus ojos estrechos eran castaños y centelleantes, y sus manos de dedos cortos y fuertes y enrojecidas de tenerlas expuestas al viento helado-. Tú ni siquiera sabes lo que es eso de Manitoba, ¿verdad, Dell? ¿ O sí?
Se divertía. A mí me parecía que siempre se lo pasaba estupendamente.
(…)
Siguió oscureciendo la fachada blanca de la ruinosa oficina de correos, para que casara con el grado de deterioro actual-. Disfruto haciendo cosas al aire libre-dijo-. Y también me aburro por supuesto. Antes siempre pasaba de largo esta pequeña ciudad cuando venía de The Hat a ver a Arthur. En los días románticos del principio. Aún había gente viviendo en una o dos casas. Y un día, de alguna forma, me llamó. -Miraba la pintura y frunció el ceño. ¿Te ha pasado a ti alguna vez? Oyes una palabra siempre de la misma forma, y un día, de repente, tiene un significado completamente diferente. A mí me pasa continuamente.
A mí también me había pasado. Me había pasado con la palabra “criminal”. Siempre había significado una cosa: Bonnie y Clyde, Al Capone, los Rosenberg. Ahora significaba mis padres. Pero no iba a decirlo. Dije:
-Sí. Me ha pasado.
-¿Y? ¿Te gusta la gente de aquí?- Florence me miró por tercera vez para cerciorase de que me percataba del cuidado con que aplicaba la pintura a la oficina de correos. Le gustaba, me daba cuenta, que la observaran mientras pintaba-. Los canadienses siempre quieren que a la gente les guste su país. Y nosotros. Sobre todo, que les gustemos nosotros. – Dio una pequeña y cuidadosa pincelada a la puerta de la oficina de correos, y luego volvió la cabeza hacia un lado y miró la puerta desde ese ángulo-.”





Canadá
Richard Ford
Anagrama, 2012.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre