¿La deshumanización del arte? Sobre Encuentro con Munch, de Sylvia Iparraguirre

En la novela Encuentro con Munch, de Sylvia Iparraguirre, la protagonista revive gracias a un cuadro del famoso pintor noruego, recuerdos de su infancia ligados al amor por su abuela. Maro Vidal Varela, participante del Laboratorio de análisis y producción de LIJ de 2018, elaboró esta recomendación de lectura.




Por Maro Vidal Varela*

La materia, dicen los físicos, se degrada, disminuye. Esto significa que las cosas son siempre las mismas. Sin embargo, sucede que el poeta somete a las cosas a lo que Ortega y Gasset llamó “un remolino, un virtual dinamismo” en las que adquieren un nuevo sentido, se convierten en otra cosa. Parafraseando al filósofo español: Los vórtices dinámicos que ponen novedad en el mundo, que aumentan idealmente el universo son los estilos.

Encuentro con Munch, de Sylvia Iparraguirre, es un libro que desafía los estilos, y más aún, se escurre al intento de clasificarlo. Definirlo como novela autobiográfica, o crónica, o ficción no basta. Su originalidad no se reduce a la imposibilidad de etiquetarlo, tiene que ver con que Iparraguirre logra convertir una anécdota personal, la de una travesía al polo opuesto para cumplir con una invitación impensada, en un viaje introspectivo que oscilará entre el presente y el pasado, y, desde las primeras líneas, tomará a sus lectores por rehenes.

Encuentro con Munch es la historia de una autora que, por haber escrito sobre el polo sur, es invitada a ser madrina de un barco espléndido: el Boreas-Austral. Un barco que navegará desde Bergen hasta Tierra del Fuego, al que debe bautizar estallando una botella como augurio de buenos viajes. Un viaje de reencuentro con un cuadro olvidado, o más bien con el sentimiento confuso que le ha dejado el recuerdo de la reproducción de ese cuadro al que deberá enfrentar, por primera vez, en Oslo. Un viaje como un descubrimiento, como un reencuentro con algo que le es propio y que la habita, pero que había hundido en lo profundo. Un encuentro con la obra de un pintor turbulento en un país frío como Noruega.

“Pero lo que quiere ser dicho, ahora lo sé, está inmóvil en lo profundo; quién sabe desde cuándo espera: necesita hondo sosiego no este fluir de la sangre (…) la mente insomne que intenta atrapar lo que quién sabe qué anclas han mantenido sujeto al fondo. Anclas del desencanto por la pobreza de las posibilidades que se le ofrecían lo han mantenido ahogado, fuera del foco del logos, en una pura latencia de dolor, o miedo…”

El cuadro: La danza de la vida, le traerá el recuerdo de la infancia asociado al amor por su abuela, un recuerdo cargado de contradicción entre belleza y amenaza. Un recuerdo que aparece, pero se le escapa dejando desasosiego. Entonces la autora, devenida en personaje, comprende que Edvard Munch se ha convertido para ella en un familiar: “una pátina de sombra entre ella y el mundo”.

“El mundo de Munch, un orbe completo que enviaba señales y poseía atracción gravitatoria, está esperándome en La danza de la vida, sobre la que, me doy cuenta ahora, abrumada por su dimensión real, había acumulados tantos recuerdos apócrifos…”

La crónica de la botadura del Boreas-Austral le sirve a Iparraguirre como marco para contar su encuentro con la obra del pintor y ambientar el relato en ese país tan cargado de protocolos predecibles, y de esa hospitalidad abrumadora que la empuja a buscar el anonimato como si abriera las puertas de la completa libertad: “No quiero intercambiar amabilidades con nadie; necesito diez minutos de silencio dentro de mi propia cápsula.”

El momento de mayor revelación de esta historia tan bien narrada nada tiene que ver con su misión en Bergen, sino con aquello que se le revela al estar frente a La danza de la vida.

“Lo único que posee el pintor es la materia humana, doliente hasta el hueso y perecedera, que él parece mezclar, destilar con una alquimia propia hasta el punto exacto en que se vuelve universal, y me toca a mí, ahora. (…) Como el que mete el puño en una herida, como el que se ahoga, como el que no tiene miedo a seguir adelante a pesar de todo, hasta el final, así había tocado Munch el tiempo. Por la herida de su pintura fluía el color del mundo, provocándome un deslumbramiento sombrío. (…) Munch como la flecha zen, había dado en el centro.”

Como reza en la contratapa: “A todos nos sucede alguna vez en la vida algo extraordinario.” Encuentro con Munch es una invitación de Sylvia Iparraguirre a ser testigos de ese suceso extraordinario y personal. Pero también es, un convite a disfrutar de la intensidad de su prosa, y como sugiere Ortega y Gasset, en La deshumanización del arte: Nada puede ser objeto de nuestra comprensión si no se convierte en imagen, en concepto, en idea; es decir, si no deja de ser lo que es, para transformarse en una sombra de sí mismo. Pero sólo con una cosa tenemos una relación íntima: nuestra vida, sin embargo, esta intimidad nuestra al convertirse en imagen deja de ser intimidad.

*Maro Vidal Varela @MaroVidalVarela
Es directora de arte, fotógrafa, periodista y escritora. Trabajó en agencias de publicidad como redactora y directora de arte. Colaboró como guionista en distintos cortos. Fue ayudante de cátedra en la carrera de diseño gráfico de la FADU. Durante doce años se desempeño como jefa de marketing en empresas de consumo masivo. Hoy como periodista escribe para distintos medios gráficos, cubre eventos culturales y reseña libros. Es autora de tres libros infanto juveniles, hace cinco años es miembro de ALIJA y acaba de terminar su segunda novela, todavía inédita. Dirije el Programa de promoción de la lectura en contextos de encierro: Puente de Libros de Fundación NET.


Encuentro con Munch
Sylvia Iparraguirre
Alfaguara, 2013.

















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