120 años del nacimiento de Salvatore Quasimodo
La plegaria
Sé bueno, si quieres escuchar mi voz
y besa el umbral de tu casa.
Lleva dos lámparas, cálidas como el pecho de las golondrinas,
y, hacia la noche, cuando tu rostro tenga la penumbra del cielo,
abre la cancela de cristal de mi refugio azul
y, en silencio, arrímate a mí.
Te hablaré de mis sueños, que he dejado sobre los escalones,
detrás de las puertas cerradas y desconocidas,
de los sueños brotados de los jardines pobres,
sin cantos, en medio de las cicutas.
Luego, calla y regresa: la música que duerme bajo las mimosas
se despertará para ti, que has besado el umbral de tu casa.
Hombre de mi tiempo
Hombre de mi tiempo, eres aún aquel
de la piedra y de la honda. Estabas en la carlinga
con las alas malignas, los cuadrantes de muerte,
-te vi- dentro del carro de fuego, en las horcas,
en las ruedas de tortura. Te vi: eras tú,
con la ciencia precisa dispuesta para el exterminio,
sin amor, sin Cristo. Has matado de nuevo,
como siempre, como tus padres mataron, como mataron
los animales que te vieron por primera vez.
Y huele esta sangre como la de aquel día
en que el hermano dijo a otro hermano:
"Vamos al campo". Y aquel eco frío, tenaz,
llegó a ti, y llegó a tu jornada.
Olvidad, oh, hijos, las nubes de sangre
que ascienden de la tierra, olvidad a los padres:
sus tumbas se hunden en el cenizal,
los pájaros negros, el viento, cubren sus corazones.
Al padre
Donde sobre las aguas violáceas
se hallaba Mesina, entre cables rotos
y escombros, caminas a lo largo de los rieles
y agujas con tu gorro de gallo
isleño. El terremoto hierve
desde hace tres días, es un diciembre de huracanes
y mar envenenado. Nuestras noches caen
en los vagones de mercancías y nosotros, ganado infantil,
contamos sueños polvorientos con los muertos
destrozados por los hierros, mordisqueando almendras
y ristras de manzanas secas. La ciencia
del dolor puso verdad y hojas de cuchillos
en los juegos de las llanuras de malaria
amarilla y calentura inflamada de fango.
Tu paciencia
triste, delicada, nos robó el miedo,
lección fue en días unidos a la muerte
traicionada, el oprobio de los ladrones
atrapados entre escombros y ajusticiados en la oscuridad
por la fusilería de los desembarcos, cuenta
de números bajos que volvía a ser exacta,
central, un balance de vida futura.
Subía y bajaba tu gorro para el sol
por el poco espacio que siempre te concedieron,
y he llevado tu nombre
un poco más allá del odio y de la envidia.
Aquel color rojo sobre tu cabeza era una mitra,
una corona con alas de aguila.
Y ahora, en el águila de tus noventa años,
he querido hablar contigo, con tus señales
de partida coloreadas por el farol
nocturno, y aquí desde una rueda
imperfecta del mundo,
sobre una inundación de muros cerrados,
lejos de los jazmines de Arabia,
entre los que aún tú estás, para decirte
lo que en tiempos no pude -difícil afinidad
de pensamientos- para decirte, y no nos escuchan sólo
cigarras del Biviere, agaves y lentiscos,
como el campesino dice a su patrón:
"Beso tus manos".* Nada más esto.
Oscuramente fuerte es la vida.
* En el original, expresión en dialecto siciliano (N. del T.)
Los tres poemas están publicados en El Oro de los Tigres V, (selección de Minerva Margarita Villarreal), Universidad de Nuevo León, México, 2015.
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