Al otro lado del río. Delmira Agustini (1886-1914)

El sábado pasado se cumplieron 110 años del asesinato de Delmira Agustini. En Libro de Arena la recordamos con un comentario de María Pía Chiesino sobre la vida y la obra de esta gran poeta uruguaya.


Por María Pía Chiesino


El Silencio

Por tus manos indolentes
Mi cabello se desfloca;
Sufro vértigos ardientes
Por las dos tazas de moka

De tus pupilas calientes:
Me vuelvo peor que loca
Por la crema de tus dientes
Por las fresas de tu boca;

En llamas me despedazo
Por engarzarme en tu abrazo,
Y me calcina el delirio
Cuando me yergo en tu vida,
Toda de blanco vestida,
Toda sahumada de lirio


Cuando era muy joven conocía algunos poemas sueltos de Delmira Agustini en Antologías varias. No tenía un panorama muy claro acerca de qué cosas escribía. Además, como tenía una historia particularmente extraña para las mujeres de fines del siglo XIX y comienzos del XX, siempre me quedaba atrapada en la lectura de su biografía, en la de unos pocos poemas elegidos por alguien, y no profundizaba más. Era extraño que hubiera escrito siendo tan chica, que sus padres apoyaran de manera tan vehemente lo que ella escribía, que se la invitara a leer en “tertulias culturales” en Montevideo cuando era muy jovencita (se la consideraba una “niña prodigio”), que se publicaran sus poemas en medios gráficos también desde muy temprano. Se agregaba a esto el romance epistolar que tuvo con Manuel Ugarte. Y finalmente, el casamiento con Enrique Job Reyes en 1913. Casamiento al que su madre se oponía, al que ella misma decide renunciar a los pocos días, y que termina cuando Reyes la asesina, antes de matarse, en un último encuentro, cuando ya estaba en marcha el divorcio.

Una vida con muchos elementos como para que el árbol no nos deje ver el bosque. A esto hay que agregar la crítica literaria, de la época que no podía ignorarla, porque tenía un inmenso talento, pero sí podía minimizar el erotismo de sus poemas, diciendo cosas como esa poesía suya, desmelenada e impetuosa como un torrente, y avasalladora y deslumbrante, de la cual están muy lejos de haber sido extraídos aún todos los tesoros. Porque esos tesoros invalorables, de cuyo precio no pudo ella misma darse cuenta, estaban más allá de su propia inteligencia, en el mundo que se movía como una alucinada…”.  (Luisa Luisi).

Cuando ya estaba estudiando Letras, me enteré de que la cátedra de Literatura Latinoamericana I iba a trabajar sobre el modernismo y el post-modernismo. Como me parecía importante estudiar sistemáticamente ese movimiento literario, me inscribí. Cerca de fines del cuatrimestre, llegamos a la obra de Delmira Agustini. Y ahí, al enfrentar la lectura de gran parte de su obra, me fascinó la potencia erótica de muchos de sus poemas. Se borró la imagen de la jovencita vestida de blanco recitando frente a un auditorio adulto y a sus padres orgullosos.

Esa imagen fue reemplazada por la de una mujer que convivió como pudo con su enorme talento, y que fue creciendo y despegándose de la imagen de “jovencita virginal” con la que la crítica de la época la caracterizaba.

Me compré la Poesía Completa, y así pude leer todo lo que Agustini escribió en su corta vida. De todos esos poemas, siempre destaco los eróticos. Los que la muestran la intensidad con la que vivía la pasión amorosa. Porque en esos años “las señoritas” no debían “hablar de ciertas cosas”. Y ella lo hizo. Lo vivió. Lo escribió. Y eso quedó para nosotros, para ayudarla a bajar de ese pedestal de niña prodigio y pensarla como una mujer que se plantó frente a la realidad como quiso.

Aunque su madre despreciara a Reyes porque consideraba que no estaba a la altura de su talentosa hija. Y aunque el mismo Reyes no haya podido soportar que ella viviera la pasión como quería, que no valorara al matrimonio por encima del deseo.

Otra Estirpe

Eros, yo quiero guiarte, Padre ciego…
Pido a tus manos todopoderosas
Su cuerpo excelso derramado en fuego
Sobre mi cuerpo desmayado en rosas!

La eléctrica corola que hoy despliego
Brinda el nectario de un jardín de esposas;
Para sus buitres en mi carne entrego
Todo un enjambre de palomas rosas!

Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles,
Mi gran tallo febril…Absintio, mieles
Viérteme de sus venas, de su boca…

¡Así tendida soy un surco ardiente
Donde puede nutrirse la simiente
De otra Estirpe, sublimemente loca!


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cincuenta años sin J.R.R. Tolkien: cómo lo cuidó un sacerdote español y qué tiene que ver la Patagonia con “El señor de los anillos”

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

La lectura del tiempo