Gringo viejo

Vida, muerte, guerra, amor. Igual que en la larga vida de un hombre ciertos relatos reúnen todos los temas por los que es posible atravesar, los que deja la experiencia. Libro de arena comparte un comentario acerca de un clásico de la literatura latinoamericana, Gringo viejo, de Carlos Fuentes.


Por Lucio Martins*


Decidído a oxigenar un poco mi humilde biblioteca separé algunos libros para cambiar por otros en una librería barrial que tolera el canje. Me entusiasmé con la posibilidad de entregar a cambio de algo esos libros que ya no pensaba volver a releer y que se estaban humedeciendo. Diez a uno terminó la transacción. Una decena de libros en desuso para dar con una edición magnífica de Gringo Viejo del escritor mexicano Carlos Fuentes fue más que un buen negocio. Impresa por el Círculo de Lectores, de Valencia España en 1985 y con los típicos grabados calavéricos de José Guadalupe Posada.
¿De qué trata el libro Gringo Viejo?, ¿de las guerras?, ¿del amor?, ¿de sexo?, ¿o del vínculo entre Estados Unidos y México? De la muerte, claro, pero también de la política o de las pérdidas y las pasiones. Un libro que tardó veinte años en escribirse no puede ocuparse de un solo tema.
Además el libro es una ficción en parte. El gringo viejo existió. Se llamó Ambrose Bierse y nació en Ohio en 1842. De viejo escribió su último renglón en una carta: “ser un gringo en México, eso es eutanasia”. Cruzó la frontera el Río Grande o Bravo (hasta en eso hay desavenencias) y nunca se supo más nada de él. Desde aquí comienza la imaginación transformada en tinta del veracruceño.
Calor. Polvo. Fin del Porfiriato. Dos yankees encastrados en medio de la guerra entre federales de Huerta y las hordas caudillescas de Pancho Villa y Zapata haciendo causa común con los “perfumados de Carranza”. Un viejo, que participó en las guerras de Secesión, que luego de concluir con su labor periodística no quiso morirse en un octogenario tropezón doméstico sino en un desierto con gente extraña, que no hablara su idioma y disputara a sangre y fuego territorios. Una joven institutriz encargada de la crianza de los niños de un rico hacendado desplazado por la revolución.
Con ellos el exotismo local: el general Arroyo, Pancho Villa y una mujer, Cara de Luna.
“Cuando murió el gringo viejo, la vida no se atrevió a detenerse”. Con esta maravillosa frase el libro pudo haber concluido, pero no; siguió y siguió. La máquina de escribir del pintor Mariano Rivera Velázquez utilizada por Fuentes continuó tecleando para suerte del lector.
La Patria Grande, hoy devenida en un mosaico de pobres populismos, es un display que funciona en nuestro cerebro. Por eso Gringo Viejo nos traslada en algunos pasajes al Facundo de Sarmiento. No solo el polvo y la desolación une a estos dos espléndidos textos.  

Gringo viejo
Carlos Fuentes
Valencia, Círculo de Lectores, 1985









* Lucio Martins: es Licenciado en administración de empresas, ha realizado talleres de narrativa, y cursos sobre cine, guión y adaptación cinematográfica, que es su gran pasión fuera del trabajo.


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