Aballay, de Antonio Di Benedetto

Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Antonio Di Benedetto, una de las voces más importantes de la narrativa argentina. Cuando repasamos las notas periodísticas en las que se lo conmemora, hay una coincidencia, que incluye a los medios de su Mendoza natal: a Di Benedetto no se lo lee en la medida de su importancia.

Desde Bibliotecas para armar y Libro de arena, celebramos a Di Bendetto y su obra, recordando que Aballay la película de Fernando Spiner, formó parte de ciclo de Literatura y cine hace ya cuatro años. En esa oportunidad, la invitación a la actividad, estuvo acompañada por esta nota de María Pía Chiesino.



Por María Pía Chiesino


La primera vez que leí “Aballay” de Di Benedetto, me impresionaron las dimensiones de la operación cultural que nos presentaba a los lectores, y que se encarnaba en el protagonista.  Un gaucho argentino del siglo XlX, Aballay, abrumado por la culpa de haber asesinado a un hombre delante de su hijo, se entera de la existencia de los estilitas por un sermón: “…montaban a una columna para acercarse al cielo y despegarse de la tierra, porque en ella habían pecado”, le escucha decir a un fraile. Lo busca, le pide más detalles…
Desde el momento en el que cuenta con la información que necesita, decide hacer una penitencia “gauchesca”. Para eso va a utilizar lo más parecido a una columna que hay en su vida: su caballo, por supuesto.
Semejante decisión, más allá de quien la toma, despega al relato de lo gauchesco, y lo inscribe en cualquier línea de la literatura, que haya trabajado en profundidad el tema de la culpa en el personaje protagónico, se trate de Aballay o de Raskolnikov.
Desde que decide enfrentar el resto de sus días desde el lomo de su alazán, el protagonista va a adecuar a esa particular decisión, las diferentes situaciones cotidianas que deberá resolver, día tras día. Algunas más sencillas, otras no tanto.
Lo que indudablemente le permiten la errancia y la vida ecuestre, es la posibilidad de despegarse de las situaciones de violencia, que lo envolvieron en el pasado, que han sido las causantes de ese presente, y con las que ha decidido no tener nada más que ver en el futuro.
La violencia fue la que desencadenó el crimen que lo ha llevado a esa vida de penitencia. Esa distancia, del suelo y del contacto directo con otras personas, le va confiriendo al personaje un aura de santidad de la que el relato da cuenta: “…le reconocen las famas, que le han crecido, sin él saberlo, que son diversas y contradictorias, pero lo realizan, dentro de una concepción del bien. “Lleva su cruz”, se susurran con actitud reverente.”
Este núcleo narrativo potente, esa necesidad de expiación a la que asistimos en la lectura de “Aballay”, las retoma y muy bien Fernando Spiner, en su gran versión fílmica del relato.
Spiner rodea al personaje de la cantidad de personajes y de situaciones necesarias para que el espectador pueda explicarse la existencia reconcentrada y solitaria del protagonista.
El hombre que nunca se baja de su caballo, ya forma parte del imaginario popular de la pampa, desde el primer minuto de este impecable western argentino.
En una entrevista con Página 12, en el año 2011, el mismo Spiner inscribe su película en ese linaje: “Es un western porque toma los tópicos fundamentales del género: la venganza, un territorio sin ley, la violencia, la ley del más fuerte, hombres a caballo. “
Spiner parte de la condensación extrema del cuento y hace una película “a lo Huston”, en Amaicha del Valle.
En la película se presentan una cantidad de circunstancias que rodean al protagonista y que ayudan a construir su verosimilitud y la de la historia. Se despliega lo que en el relato puede adivinarse, suponerse o inventarse como circunstancia accesoria.




El cuento de Di Benedetto (que se presentaba a sí mismo como un hombre que prefería el silencio), se limita a exponer la culpa y la penitencia de Aballay. Las personas con la que se cruza son apenas menciones: una mirada, un tono de voz, un grupo indeterminado de gauchos que le convidan asado…
El universo que construye Spiner parte de la búsqueda y el deseo de venganza del único testigo de ese asesinato original, del que Aballay en este caso, no es el único responsable. Sí es el único que siente remordimientos, el único que se hace cargo de ese crimen gratuito.
El núcleo dramático de la película es el mismo del relato: la culpa que genera la mirada del otro. La historia de Di Benedetto late en el medio las que cuentan las vidas de hombres y mujeres de la pampa, que ya se refieren a Aballay como a un santo, alguien a quien se respeta y se le piden cosas.
La voluntad del personaje de no volver a pisar la tierra para expiar un pecado mortal, se sostiene mientras su vida no se cruza con la del hijo de su víctima, que busca venganza.
Es interesante el subtítulo que Spiner eligió para su versión de la historia: El hombre sin miedo. Es adecuado para ese protagonista que, como todos los gauchos, creció y se formó culturalmente en un medio violento, del que lo corre, únicamente, la culpa que le produce la mirada de un chico.
Acaso el único miedo de Aballay sea el reencuentro con la mirada, de ese chico del pasado al que la culpa que pueda sentir o no el asesino de su padre, le va a importar poco y nada, si llega el momento de que a vida los ponga frente a frente.  
Spiner le da una vuelta interesante a esa situación, la complejiza con la entrada de nuevos personajes y de nuevos conflictos, que van a darle a la posibilidad de venganza, un dramatismo que en el relato no aparece de la misma manera.
En los dos desenlaces, de todas maneras, el protagonista se enfrenta a la situación como a algo inevitable, como algo que lo persigue y que es inseparable de su destino, mas allá de haber elegido una vida penitente, que acaso le haya servido para perdonarse un poco a sí mismo.


Aballay
Antonio Di Benedetto
Adriana Hidalgo Editora, 2010.

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