Sesenta años sin Jean Cocteau

Hoy se cumplen sesenta años de la muerte de Jean Cocteau. Fue dramaturgo, poeta, crítico de arte, director de cine, pintor y ensayista. Escribió poesía desde muy joven. Conoció, entre otros, a Marcel Proust, Edmond Rostand, Pablo Picasso; Guillaume Apollinaire y Amadeo Modigliani. Fue uno de los primeros poetas en advertir la importancia del cine como lenguaje artístico del siglo XX y dirigió una versión inolvidable de La bella y la bestia, protagonizada por Jean Marais, con quien tuvo una  intensa relación sentimental. Libro de arena recuerda a Jean Cocteau con tres de sus poemas. 



Un amigo duerme


Tus manos por las sábanas eran mis hojas muertas.

Mi otoño era un amor por tu verano.
El viento del recuerdo resonaba en las puertas 

de lugares que nunca visitáramos.

Permití la mentira de tu sueño egoísta 

allá donde tus pasos borra el sueño. 

Crees estar donde estás. Qué triste nos resulta 

estar donde no estamos, así siempre.

Tu vivías hundido dentro de otro tú mismo, 

abstraído a tal punto de tu cuerpo 

que eras como de piedra. Duro para el que ama 

es tener un retrato solamente.

Inmóvil, desvelado, yo visitaba estancias 

a las que nunca ya retornaremos.
Corría como un loco sin remover los miembros: 

el mentón apoyado sobre el puño.

Y, cuando regresaba de esa carrera inerte, 

te encontraba aburrido, con los ojos cerrados,
con tu aliento y con tu enorme mano  abiertos, 

y tu boca rebosante de noche....






El paquete rojo 


Mi sangre se ha transformado en tinta. Convendría evitar a toda costa esta repugnancia. Estoy envenenado hasta la médula. Canté en la oscuridad y ahora es esa canción la que me da miedo. Más aún: soy leproso. ¿Conocéis las manchas de moho que simulan un perfil? No sé que encanto de mi lepra engaña al mundo y lo autoriza a abrazarme. ¡Peor para él! No me conciernen las continuaciones. Solo he expuesto llagas. Hablan de graciosas fantasías: es culpa mía. Es de locos exponerse inútilmente.. 

Mi desorden se amontona hasta el cielo. Los que amaba están unidos al cielo por un elástico. Vuelvo la cabeza… Ya no están más ahí 

Por la mañana me inclino, me inclino y me dejo caer. Caigo por la fatiga, el dolor, el sueño. Soy inculto, nulo. No conozco ninguna cifra, ningún dato, ni nombres de ríos ni lenguas vivas o muertas. Cosecho ceros en historia y geografía. Si no fuera por algunos milagros, me perseguirían. Por otra parte he robado los papeles a un tal J. C. nacido en M. L. el… muerto con 18 años tras una brillante carrera poética.. 

Esta cabellera, este sistema nervioso mal plantado, esta Francia, esta tierra, no me pertenecen. Me repugnan. Los cancelo mientras sueño de noche.. 

La madre no ve más que fuego. La amo. Me lo da. No digáis que la engaño. Como contrapartida le doy la ilusión de tener un hijo.. 

He dejado el paquete. Que me encierren, que me linchen. Que lo entienda quien quiera: Soy una mentira que siempre dice la verdad.


 


El derecho y el revés

Veo la muerte abajo, en lo alto de esta bella edad

donde me encuentro, por desgracia, a mitad del viaje;

la juventud me abandona y he recibido su golpe.

Se lleva riendo mi corona de rosas;

muerte, viva en nuestro revés, compones

la trama de nuestro tejido.

.

No podemos verte y te notamos mezclada

con los placeres, al amor cuyo calor alado

endurece los corazones, como nieve disuelta;

si bien tus habitantes reposasen en la hierba,

nosotros caminábamos despreocupados sobre la tela soberbia

y, de repente, estamos debajo.

.

Estamos tan cerca de la dulce vida

que solo por la muerte nos alegra,

abre el pasaje y nos deja la mano.

Algunas veces buscamos vencer el misterio,

y por el mismo camino volver a la tierra:

no existe más el camino.

.

Vivos podemos, toda nuestra existencia,

medir la distancia de la tierra al sol

y para no morir urdir preparativos;

leemos un lado de la página del libro;

el otro se nos oculta. No podemos seguir más,

saber qué pasa después.

.

Veo la mar demasiado corta que siempre arrebata

a la orilla un beso para besar la otra orilla;

la mentirosa arregla muy bien esos instantes.

Pronto la imitará mi amante fiel,

buscando en otra parte Abril, como la golondrina.

Voy a cumplir treinta años.

.

¡Treinta años! ¿Me tomáis el pelo? Es la gracia de los mármoles,

el sol de mediodía que cae sobre los árboles,

vuestro andar de treinta años es vuestro primer andar.

Hasta entonces sois una loca semilla;

vais… callaos. Miradme. Bostezo.

No os escucharé.

..

No quiero mentir a quien me engaña,

la rosa de mi corazón separa sus pétalos,

y pese a que aún deba vivir largo tiempo

poco importan el sol y los mármoles griegos;

hasta aquí aprendía la vida; me hiere.

Debo aprender la muerte.

.

Vuestra posada, ¡oh muerte!, no lleva ninguna enseña.

Me gustaría ver, de lejos, un hermoso cisne que sangra

y canta mientras le torcéis el cuello.

De este modo conocería aquello de lo que no dudo:

el lugar donde el sueño interrumpirá mi ruta,

y si debo caminar mucho.

.

En efecto, os acostáis como un ángel níveo,

más que el bronce pesado, más ligero que el corcho,

sobre el amante cuyo espasmo al fin os alcanza;

sobre vuestro fuego helado la carne deviene estatua,

pero, a la larga, hace falta, muerte, que me acostumbre

a recibiros en mi cama.

.

Vuestro deseo no conoce ni la edad ni el sexo,

ninguno de entre los más bellos que veja vuestro desdén;

pese a todo, vuestro amor atrae a los amantes.

Vuestro beso, a veces, los venga de una vergüenza,

o bien os acostáis entre los dos, bello ángel,

para oscuras satisfacciones.

.

Mejor que Venus, ¡oh muerte!, habitáis nuestras capas,

paráis nuestros corazones, atormentáis nuestras bocas,

nos cerráis los ojos y nos ensordecéis.

Dais a Venus un rostro ordinario,

porque, hasta donde creo gustaros,

tengo asimismo miedo del amor.

.

Rival de Venus, que me rompa y que me cosa

para siempre en las sábanas donde vuestro ángel me esposa;

que jamás me abandone, soy hijo de rey.

Y, acostado al revés, sintiendo su ala pegada,

me habla de usted, pero jamás me enseña

todo lo que dejo en al derecho.



En Obras escogidas  Editorial Aguilar, Madrid 1966, (Traducción de Enrique López Martín)


Obras escogidas
Jean Cocteau
Editorial Aguilar, 1966.

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