Basta, basta ya de lágrimas


Durante el mes de enero compartimos y recomendamos aquellos libros que nos han marcado en nuestra adolescencia. Pero a veces, nuestros recorridos lectores se encuentran con textos que hemos leído y disfrutado pero que no seríamos capaces de regalar o recomendar. Nuestra compañera, María Laura Migliarino, nos cuenta un poco de eso.


Por María Laura Migliarino

Nací en 1975 y en mi adolescencia me la pasé llorando. Claro que no lloraba por cualquier cosa, no vaya a ser. Lloraba por amor. A los 14 años, perdida y obsesivamente embelesada por la cabellera rubia de un muchacho más grande que yo -que por supuesto, no conocía de mi existencia en esta tierra- ya tenía elaborado un dispositivo regular que me permitía llorar a diario.
Cada día, cuando llegaba la noche, gracias a los servicios de inteligencia de las amigas del club, marcaba su número en el teléfono a disco marca Siemens y llamaba para oír su voz. Ya fuera que lo lograra o no, después me encerraba a escuchar música en mi cuarto y allí, a medio volumen, sonaban “Murmullo descuidado”, de Wham, “Quítame la respiración”, de Berlín, “Totalmente sin amor”, de Air Supply, y el repertorio completo de César Banana Pueyrredón.
Con este primer antecedente, que a lo largo del tiempo fue cambiando de figura pero no de práctica, y la influencia de mi hermana mayor, llegó a mis manos Cuentos para leer sin rimmel, de la autora argentina Poldy Bird. Este libro -que lleva más de 60 ediciones- es una oda a la tristeza de principio a fin: como si fuese necesario reafirmar la clave de lectura, en mi ejemplar de Orion del año 1985, el nombre de la obra aparece impreso 3 veces en una tapa coloreada en distintos tonos de azul. El texto está dividido en 4 secciones: las muertes, el amor, lo de siempre y cosas mías. Treinta relatos que no dan respiro; sufrimientos, decepciones, esperanzas rotas y la vida que siempre, siempre, puede ser mucho más cruel de lo que nos imaginamos.
Es un libro raro, tal vez demasiado obvio, demasiado explícito, sin lugar a las ambigüedades. Y si lo pienso un poco y digo que no es un libro que hoy recomendaría, apelo a la honestidad en decir que en mi historia personal su lectura fue vital.  Las adolescencias de fines de los ’80 y principios de los ’90 fueron muy distintas a esta revolución de las pibas que vemos nacer. Nuestros cuerpos y nuestros modos de ser y estar en el mundo se desarrollaban bajo ciertos mandatos que poco tenían que ver con nuestros deseos y que en muchas ocasiones llegaban a ser crueles y opresivos. Tal vez por eso llorábamos tanto, y lo del amor no correspondido era un atajo. Poldy me ayudó a llorar todo lo que tenía que llorar, y cuando terminé el secundario descubrí que la vida y el amor no siempre se parecen a las historias que aparecen en los cuentos.

Cuentos para leer sin rimmel
Poldy Bird
Ediciones Orion, 1971.

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