Treinta y cinco años de la muerte del fotógrafo Robet Mapplethorpe

El sábado 9 de marzo se cumplieron treinta  y cinco años de la muerte del fotógrafo Robet Mapplethorpe. La cantante, poeta y narradora Patti Smith, que fue su pareja en los años sesenta, y su amiga hasta la muerte, escribió dos libros relacionados con él: El mar de coral, en el que lo recuerda con poemas y textos en prosa muy breves, y el autobiográfico Éramos unos niños. Este último cuenta la historia de ambos, y es además un retrato del underground cultural neoyorquino de los años sesenta y setenta, sobre todo. En Libro de arena recordamos a Mapplethorpe con la introducción de El mar de coral y un fragmento de Éramos unos niños.




El mar de Coral- Introducción

“Varias horas antes de que Robert muriera le pregunté cómo podía serle más útil en su ausencia. Los dos sabíamos que agonizaba, y pese a ello, la conversación fluyó como podría haberlo hecho en cualquier otro momento de nuestras vidas. Hablamos de trabajo, por el que ambos sentíamos una devoción que su partida no hizo sino intensificar,

Robert me pidió que escribiera el prólogo de su libro Flores, que estaba a punto de publicarse. “Cuida de mis flores”, dijo. “Lo haré”, respondí. Me preguntó si escribiría nuestra historia. Sabía que la tenía grabada en la memoria, porque a menudo me había pedido que se la contara antes de acostarnos. Fue terrible tener que hacerle esa promesa. 

Después de su muerte escribí Una última flor, para su libro de fotografías de flores en color, publicado por la editorial Bullfinch Press. También escribí el poema “Reflejos de Robert”, para su libro conmemorativo titulado Mirrors. Pero tardé mucho tiempo en hallar la fuerza necesaria para escribir nuestra historia. 

Escribí en cambio El mar de Coral. Una temporada de dolor. Todo lo que sabía de él cifrado en una breve serie de poemas en prosa, que tratan de su amor por el arte, de su mecenas Sam Wagstaff, y del cariño que me tenía. Pero sobre todo, hablan de su férrea voluntad de vivir, que era irrefrenable, incluso en la muerte.”

De Patti Smith, El mar del Coral, Lumen, Buenos Aires, 2012. (Traducción: Rosa Pérez)


Fragmento de Éramos unos niños

“¿Adónde conduce todo? ¿En qué nos convertiremos? Aquellas eran nuestras preguntas de juventud y el tiempo nos reveló las respuestas. 

Conduce al otro. Nos convertimos en nosotros. 

Durante un tiempo Robert me protegió, después dependió de mí y después fue posesivo conmigo. Su transformación era la rosa de Genet y, al florecer, las espinas se le habían clavado muy hondo. También yo quería experimentar el mundo con más intensidad. Pero a veces esas ganas solo eran un deseo de retornar al momento en el que nuestra tenue luz era vertida por farolillos colgantes con cristales de espejo. Nos habíamos aventurado a salir de casa como los niños de Maeterlinck en pos del pájaro azul y nos habíamos quedado atrapados en las enmarañadas zarzas de nuestras nuevas experiencias.

Robert reaccionaba como mi querido hermano gemelo. Sus rizos oscuros se fundían con mi pelo enredado, mientras me deshacía en lágrimas. Me prometía que podíamos volver a nuestra antigua vida, a ser  cómo éramos, me prometía lo que fuera si dejaba de llorar. 

Una parte de mí quería hacerlo, pero sentía que no pudiéramos ingresar nunca más a aquel lugar, sólo ir y venir por nuestro río de lágrimas como los hijos del barquero. Estaba deseando viajar a París, a Egipto, a Samarcanda, lejos de él, lejos de nosotros. 

También él tenía un camino que seguir y no le quedaría más remedio que dejarme atrás.

Aprendimos que queríamos demasiadas cosas. Sólo podíamos dar desde lo que éramos, y lo que teníamos. Separados, pudimos ver incluso con más claridad que no queríamos estar sin el otro. 

Yo necesitaba alguien con quien hablar. Regresé a Nueva Jersey para el cumpleaños de mi hermana Linda, que cumplía veintiún años. Ambas estábamos en un mal momento y nos consolamos mutuamente. Le llevé un libro de fotos de Jean Henri Lartigue y, mientras pasábamos las páginas, nos entraron ganas de visitar Francia. Nos quedamos despiertas, maquinando, y, antes de darnos las buenas noches, habíamos prometido ir juntas a París, toda una hazaña para dos chicas que no se habían subido nunca a un avión.

Aquel proyecto se sostuvo durante todo el largo invierno. Hice horas extra en Scriber’s para ahorrar dinero mientras urdía nuestra ruta, localizaba talleres de artistas y cementerios, trazba un itinerario para las dos, como había hecho cuando planificaba los movimientos tácticos de nuestro ejército de hermanos. 

No creo que aquel fuera un período artísticamente productivo para Robert ni para mí. El estaba embargado por la intensidad de vivir la naturaleza que había reprimido conmigo, y hallado a través de Terry. Pero pese a estar complacido en ese aspecto, parecía falto de inspiración, si no aburrido, y quizá no podía evitar establecer comparaciones entre su vida con Terry y la nuestra.

“Patti, nadie ve como nosotros”, me dijo.  


(…)


“La noche de Navidad nevó. Caminamos hacia Times Square para ver la valla publicitaria blanca que proclamaba: “¡LA GUERRA HA TERMINADO! Si tú quieres. Feliz Navidad de John y Yoko”. Estaba encima del kiosco donde Robert compraba casi todas sus revistas para hombres, entre Child’s y Benedict’s, dos restaurantes que no cerraban de noche. 

Al alzar la vista nos sorprendió la ingenua humanidad de aquel retablo neoyorquino. Robert me cogió de la mano y mientras la nieve se arremolinaba a nuestro alrededor, lo miré a la cara. Él entrecerró los ojos y asintió, impresionado de ver que los artistas habían llegado a la calle Cuarenta y dos. Para mí, era el mensaje. Para Robert, el soporte. 

Inspirados por aquello regresamos a la calle Cuarenta y tres para contemplar nuestro espacio. Los collares colgaban de alcayatas, y Robert había clavado algunos de nuestros dibujos en la pared. Fuimos hasta el ventanal y miramos la nieve que caía más allá del cartel fluorescente del bar Oasis, con su sinuosa palmera. “Mira-dijo él- está nevando en el desierto.” Pensé en una escena de la película Scarface, de Howard Hawks, donde Paul Muni y su chica están en una ventana, mirando un cartel de neón donde pone: “El mundo es tuyo”. Robert me apretó la mano. 

Los años sesenta estaban tocando a su fin. Robert y yo celebramos nuestros cumpleaños. Robet cumplió veintitrés. Luego los cumplí yo. El número primo perfecto. Robert me hizo un corbatero con la imagen de la Virgen María. Yo le regalé una correa de cuero con siete calaveras de plata. Él se puso las calaveras. Yo me puse corbata. Nos sentíamos preparados para los años setenta. 

“Es nuestra década”-dijo él.”

De Patti Smith, Éramos unos niños, Lumen, Buenos Aires, 2015. (Traducción de Rosa Pérez)


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cincuenta años sin J.R.R. Tolkien: cómo lo cuidó un sacerdote español y qué tiene que ver la Patagonia con “El señor de los anillos”

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

La lectura del tiempo