La mirada desnuda. A 30 años de la muerte de Charles Bukowski

El sábado 9 de marzo se cumplieron treinta años de la muerte del narrador, ensayista y poeta Charles Bukowski, en Los Ángeles. Había nacido en Alemania en 1920. Cuando tenía apenas tres años su familia se mudó a los Estados Unidos, escapando de la crisis económica posterior a la Primera Guerra. Allí se formó y escribió toda su obra, Libro de arena lo recuerda con esta nota de Mario Gélvez.






Por Mario Gélvez*


El mundo en el que se crió, se desarrolló, y creó Bukowski ya no existe. El mundo donde nosotros descubrimos a Bukowski, nos deleitamos con sus páginas, y lo hicimos nuestro amigo de noches de insomnio y borracheras, sin que él lo supiera, tampoco existe ya. Si su mirada desnudó la crueldad humana mientras el mundo intentaba convertirse en mariposa, es insospechado lo que podría haber escrito hoy bajo los cielos tormentosos de este mundo que está atravesando la fase en modo gusano, que no es más que una metáfora literaria y no una adjetivación biológica.

¿Qué hubiese escrito sobre el lenguaje inclusivo? ¿Qué sobre tantas drogas de diseño de tan variadas cualidades para cada uno de los sentidos más conocidos? ¿Qué de las redes sociales? ¿Habría participado en ellas, o hubiese escrito infinidad de líneas irónicas riéndose, mofándose, burlándose de todos esos hipnotizados? ¿Los que leímos toda su obra, publicada en vida y post mortem, fuimos inoculados con esa mirada desnuda, lúcida, cruel, que tenía ese azotado por el acné, la soledad, y las borracheras epifánicas.

Pensar y leer a Bukowski hoy, quizás sea ver cómo la vida cotidiana (no solo en los llamados países centrales), se degradó velozmente no sólo a fuerza de datos y algoritmos, sino además, con cantidades desaforadas de drogas y psicofármacos de diseño virtual. Ante semejante combo ¿Qué soledad era la de él en cuartuchos de mala muerte, mientras aporreaba la máquina de escribir como si disparara una metralleta para arrancarse tanto dolor? ¿Acaso no se profundizó el dolor de época, ante tanto individuo encerrado en cuartuchos de toda índole, en penumbras, con auriculares aislantes, y frente a una pantalla poblada de mentiras y noticias falsas?

Como cada uno de nosotros, Bukowski es hijo de su época. Parido bajo guerras atroces, maltratado por una sociedad que busca los parámetros de todo, y que intenta, todo el tiempo, inculcar la mente hegemónica, la psiquis hegemónica, los cuerpos hegemónicos, la verdad y la mentira hegemónica, e incluso la belleza y la fealdad hegemónicas,  y que haría de él un desclasado. Como cada uno de nosotros que, más temprano que tarde, con los ojos clavados en sus escritos, nos percibimos en un mundo real desbordante de crueldad, y no en realidades patafìsicas e ilusorias.

Fue el cronista de una era que hoy nos parece literaria, de un mundo que comenzaba a fragmentarse a una velocidad nunca vista, y cuyas generaciones, de segmentos etarios cada vez más cortos, no se parecen en nada a las anteriores. Ante este panorama, se podría casi aseverar que fue el último rabioso literario, el último en apretar las mandíbulas y los puños antes de escupir frases y poemas. Es escalofriante leerlo y levantar la vista para panear este mundo y estos humanos de hoy.

Sostenía que emborracharse cada día era como morir y poder renacer al día siguiente. Y que gracias a ello había tenido unas quince mil vidas.

Cuando lo descubrí él estaba vivo. Hace treinta años que se murió de leucemia, y yo sigo vivo, leyéndolo con el mismo asombro y goce de la primera vez.

Nunca recibió premio, beca, ni nombramiento alguno, y aún hoy el canon literario lo ignora como a un tal Henry Miller.

Su tumba cuenta con los datos protocolares de nacimiento y  muerte, y  la leyenda “Don't try” (No lo intentes), sugerencia que, por supuesto, sus lectores no tomamos en cuenta.

Su muerte fue, vista desde este presente, quizás la muerte de nuestro último retazo de inocencia.

Su admirado Rimbaud le escribió una frase póstuma para su lapida literaria:

¿Qué es mi nada al lado del futuro que les espera?


*Mario Gélvez es un pensador outsider, un lobo estepario, poeta, escritor y periodista.

Nació en Rosario, vivió en Lanús y Avellaneda, y sigue vivo.


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