Ese turbio fondeadero

Luminoso, refulgente, turbio o brumoso, infinito. Inagotable como sus aguas, el río abre todas las posibilidades contemplativas y reflexivas, según se presenta como un paisaje siempre cambiante. Fue y es escenario para las diferentes expresiones artísticas. Poesía, pintura y música se conjugan para representarlo e incluirlo en la serie de referentes que dan cuenta de nuestra identidad cultural. Libro de arena comparte una nota acerca de una imagen pictórica y otra musical que lo nombran.



Por Belén Leuzzi


El río es una parte sumamente importante en la constitución de nuestra identidad regional. Es por donde llegaron varios de nuestros antepasados y donde se desarrolló la actividad portuaria que construyó un paisaje particular en nuestro querido barrio de La Boca. Barrio obrero si los hay, el sur se levanta junto al alba llueve o truene. Benito Quinquela Martín comenzó a trabajar tempranamente en el puerto junto a su padre adoptivo, además de que vivía justo enfrente del Riachuelo.
En sus jornadas observaba atentamente a estos pares suyos que sacrificadamente ponían el hombro cargando y descargando pesadas bolsas de granos, carbón, u otras mercancías. Éstos se convirtieron en los elementos que le dieron vida a sus composiciones pictóricas, la temática de sus obras. Y no solamente toma de ellos sus figuras como personajes, sino que también utiliza para sus pinturas las herramientas de trabajo del obrero, tal es así que en determinado momento pasa a pintar directamente con espátulas.
Y, junto a ellos, siempre el río presente como un espejo de colores, ya sea brillante, o sumamente intenso como en su serie de “Incendios”, o hasta en sus días nublados. Es esta última opción la que vemos en su Niebla azul que esfuma parte del puente, de los barcos y de los trabajadores, pero que no quita esas líneas curvas texturadas del Riachuelo que va acariciando todo lo que encuentra a su paso. Este ambiente lleno de vida y fantasmagórico a su vez, nos presta el escenario perfecto para el tango Niebla de Riachuelo que escribiera Enrique Cadícamo con ese sabor a despedida de una “¡Niebla del Riachuelo!.../ De ese amor, para siempre,/ me vas alejando...”. Y es que nuestro río tiene tantas historias como personas que lo conocen…

Niebla de Riachuelo

Turbio fondeadero donde van a recalar,
barcos que en el muelle para siempre han de quedar...
Sombras que se alargan en la noche del dolor;
náufragos del mundo que han perdido el corazón...
Puentes y cordajes donde el viento viene a aullar,
barcos carboneros que jamás han de zarpar...
Torvo cementerio de las naves que al morir,
sueñan sin embargo que hacia el mar han de partir...

¡Niebla del Riachuelo!..
Amarrado al recuerdo
yo sigo esperando...
¡Niebla del Riachuelo!...
De ese amor, para siempre,
me vas alejando...
Nunca más volvió,
nunca más la vi,
nunca más su voz nombró mi nombre junto a mí...
esa misma voz que dijo: "¡Adiós!"

Sueña, marinero, con tu viejo bergantín,
bebe tus nostalgias en el sordo cafetín...
Llueve sobre el puerto, mientras tanto mi canción;
llueve lentamente sobre tu desolación...
Anclas que ya nunca, nunca más, han de levar,
bordas de lanchones sin amarras que soltar...
Triste caravana sin destino ni ilusión,
como un barco preso en la "botella del figón"...


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