Sandra Siemens: “Cada libro, para mí, es una búsqueda”.
La escritura, al igual que la lectura es un búsqueda que ejerce un poder sobre quienes se involucran en la actividad, el poder de una verdadera pasión. En la entrevista realizada por Mario Méndez en La nube, el lunes 11 de mayo a Sandra Siemens la escritora ubicó esa búsqueda como el centro de su labor. Habló de cómo surgen los temas de los que narra, del gusto por dejarse llevar por la escritura sin un guión, de las investigaciones que ha tenido que hacer sobre algunos temas específicos acerca de los que ha escrito, y el placer por la búsqueda en sí misma. También se refirió a la edición y publicación de sus textos, a los inconvenientes y límites que algunas propuestas encuentran en la lectura de ámbitos como el escolar, además de los prestigiosos premios que ha recibido. La segunda parte saldrá el próximo viernes.
Mario Méndez: Buenas tardes. Bienvenidos ¿Cómo están? Bienvenida, Sandra. Muchas gracias por estar acá. Sandra es de Wheelwright, en la provincia de Santa Fe, vino por la Feria, y como ya lo hizo otra vez Laura Escudero que está por ahí, presente también, se quedó un día más para la entrevista, así que doble agradecimiento. Bienvenidas las caras nuevas. Por primera vez anda circulando una lista, así que anótense, así les llega información. Vemos varios autores que se han sumado para escuchar a Sandra: Andrea Ferrari, Paula Bombara…
Sandra Siemens: Si se aburren conmigo les
pueden preguntar algo a ellas… (Risas).
MM: Te cuento Sandra, el lunes
pasado, como siempre, hablamos de la obra del autor o autora invitada. Y leo la
biografía que saco de Internet, que está en primera persona. La voy a repetir
para los que no la escucharon:
“Me llamo Sandra Siemens y
nací el martes 15 de junio de 1965 en Lomas de Zamora, una localidad de
la provincia de Buenos Aires.
Mis padres, que
eran de Banfield, vivieron un tiempo en Bernardo Larroudé, La Pampa, y cuando
yo tenía unos cuatro años, se instalaron en Wheelwright, un pequeño pueblo del
sur santafesino. Allí transcurrió toda mi niñez y mi adolescencia. Hermanos varones.
Largas y calurosas siestas en verano. Amigas para toda la vida. Veredas
interminables. Primer amor. Urgencias de poemas.
Cuando
terminé el secundario decidí estudiar Antropología, así que me
tuve que ir a Buenos Aires para cursar en la UBA. Digo me tuve que ir porque es el
primer alejamiento por el que deben pasar los chicos que no viven en las
grandes ciudades. En ese entonces también asistía al Taller de Literatura
Infantil de la SADE.
Pero mi
desarraigo debió de pesarme mucho o Buenos Aires sería demasiado ajena,
quién sabe. La cuestión es que me volví a Wheelwright.
Me instalé
definitivamente allí, en el lugar donde me gustaba vivir y comencé a
transformarme en una especie de modesta Ulises. Salir, nutrirse del afuera y
volver.
Empecé a
viajar a Rosario primero, para asistir al taller de la escritora Alma Maritano,
y después para cursar la carrera de Letras en la Universidad Nacional de
Rosario.
Todavía sigo
viajando. Y todavía sigo volviendo.
Mientras tanto
me enamoré, me casé y tuve a mis cuatro hijos.
Siempre escribí.
Siento la
literatura como una fluencia. No quiero decir con esto que sea fácil o
placentera porque no siempre es así. Digo que la escritura fluye dentro de mí.
Aun cuando no escribo. Es un continuo movimiento donde no puedo marcar el
inicio, o la decisión de ser o hacer algo. No puedo marcar el momento en el
cual haya decidido ser escritora, o escribir para niños.
Sin embargo en
algún momento eso sucedió porque es lo que hago. Escribo libros para
niños y para jóvenes. En ellos trato de poner en palabras mi manera de mirar el
mundo.”
Esa es la presentación de Sandra, que ha
ganado varios concursos, entre ellos, el Premio Barco de Vapor, del que fue
finalista en los años 2004 y 2007. Lo ganó con su libro La Muralla en 2009. Un año antes había ganado el Premio
Latinoamericano de Literatura Infantil y Juvenil Norma, por El último Heliogábalo, que también obtuvo una mención en los Premios
Nacionales de Literatura infantil y juvenil. Y este año, en la Feria, hace
pocos días, recibió dos destacados de ALIJA, por este que tenemos acá, Mención
en Cuento, La tortilla de papa, que
publicó Del naranjo, con dibujos de Claudia Degliuomini, y Tatuajes, que es el primer premio, destacado de ALIJA, en novela
juvenil, del que estuvimos charlando el lunes pasado. Además, obtuvo muy
recientemente la primera Copa LIJ, (Risas), porque además de escribir es una excelente tenista. Así que
estamos con ella. (Aplausos). Hay muchos libros aquí, porque Sandra escribe mucho.
Y lo hace con un registro muy vasto, que va desde el humor más disparatado,
hasta algunos libros que son realmente muy fuertes, como El hombre de los pies murciélagos, como Mi papá es un tlacuilo, que estuvo editado en Norma de México.
¿Cómo lo explicarías? ¿Por qué hay una actitud tan amplia?
SS: Les voy a leer algo lindo,
porque recién terminé de leer una biografía de Marguerite Duras, y creo que a
mí me va muy bien: “Cuando escribo, tengo
la sensación de encontrarme en la desconcentración más extrema. No me confío en
absoluto. Soy un colador, tengo la cabeza agujereada. No puedo explicarme lo
que escribo, porque hay cosas que no reconozco en lo que escribo. Por lo tanto
proceden, por fuerza, de otra fuente. No soy yo la única que escribe, cuando
escribo”. “No soy la única que escribe cuando escribo”, qué bueno. La
verdad es que no puedo explicarlo. Habrá “otras Sandras” adentro. Hay momentos
en los que me aparece un tema, o las ganas de escribir algo, y ese algo tiene
un ritmo, tiene un tono, que me lleva a elegir algo que termina siendo humorístico,
o algo que termina siendo más profundo. O más serio. Pero no hay una decisión
anterior, ni una predisposición para escribir algo con humor, o algo que sea
más dramático. Aparecen los dos registros. Y no sé cómo los manejo, me parece
que es como una expresión natural, de respiración, cuando me pongo a escribir.
Hay libros que necesitan un aliento y una respiración, y otros, otra. No puedo
decir cómo manejo los registros. No es algo racional. Yo no soy racional.
MM: También hay un manejo muy cuidado de las estructuras. Por ejemplo, en Tatuajes, este reciente premio… Para los que todavía no lo leyeron, son capítulos que tienen los nombres de tres personajes que son una familia, están imbricados, Taia, Marcos y Amparo. ¿Cómo preparás esto? ¿Te armás un guión “de hierro” o fluye la cosa?
SS: Nunca armo un guión. Ni de
hierro ni de nada. (Risas). Generalmente, cuando empiezo a escribir, tampoco
tengo claro qué voy a escribir. Tengo una idea muy vaga. Cada vez que empiezo a
escribir un libro empiezo una búsqueda, y recién me entero de qué es lo que
estoy escribiendo cuando estoy un poco más avanzada en esa búsqueda. No lo sé
de antemano. Tatuajes es una novela
que nació de una imagen… Yo vivo en un pueblo en el campo y salimos a caminar.
Era verano, ya estaba oscureciendo, caminaba por el costado, por un camino de
tierra, estaba casi oscuro, y estaba lleno de luciérnagas. Cuando volví ya era
de noche, y parecía como si estuviera caminando en medio de las estrellas. Esa
era la imagen que tenía. De esa imagen nació este libro. Uno empieza una
búsqueda, una cosa te lleva a la otra, creo que después leí algo sobre los
tatuajes, y sobre los tatuajes polinesios de las mujeres, que se tatuaban las
piernas, y en esos tatuajes emulaban las redes de los pescadores, con las
estrellas de mar, y también las estrellas del cielo. Debo haber conectado algo
ahí, con las luciérnagas y las estrellas, y ahí empezó a formarse y a tener
cuerpo esta novela. Cuando avanzo empiezo a pensar un poco más en la
estructura; a veces tengo que reescribir, y en esa reescritura se va afinando
el tema de la estructura. Pero eso, en mi escritura aparece mucho después.
Nunca tengo armada una estructura de novela, a la cual me ciño y sigo. Jamás.
No lo hago.
MM: ¿Y sos de abrir, mientras
estás construyendo la obra? ¿O terminás y recién después mostrás?
SS: Casi siempre termino. Aunque
sea de manera provisoria. Nunca muestro algo que está en construcción. Porque
tampoco sé muy bien qué mostrar o qué decir. Porque no sé para dónde voy. (Risas).
Cuando termino una primera versión ya tengo más claro adónde quiero ir, qué
quiero contar, qué cosas retocar. Ahí sí, muestro, y además me interesa mucho
la mirada del otro.
MM: ¿Tenés un grupo amplio de
lectores o muy selecto?
SS: Voy ampliándolo. Tengo que ver
eso, tengo que manejarlo mejor. Ya es mucha gente. Uno te dice una cosa, otro
te dice otra… (Risas).
MM: ¿Y la investigación? En
Tatuajes, especialmente (después vamos a ver en los otros), está toda esta cosa
de Paul Gauguin, y los tatuajes, y la Polinesia. Hay un trabajo de
investigación importante. ¿Es común que lo hagas? ¿O es extraordinario?
SS: Lo hice en esta novela,
también en La doncella roja, en El hombre de los pies murciélago… Cuando empecé a escribir esa novela, yo no
sabía qué era el bullying. Era una
palabra que en ese momento, antes del 2010, me sonaba rara. Estaba mirando un
noticiero, y mostraban algo que había pasado en París, entre un grupo de
estudiantes y un grupo de inmigrantes del norte de África. Mostraban un video
que habían filmado con un celular, en el que este grupo de estudiantes estaba
matando a patadas a un inmigrante magrebí. Eso me espantó, y me puse a
investigar. El bullying no es nuevo,
era lo que llamábamos “acoso escolar” cuando íbamos a la escuela. Empezó a circular esta palabra, que a mí me
sonó ajena. Entonces empecé a investigar un poco, empecé una búsqueda, y me
encontré con un montón de casos que me sirvieron para escribir la novela, en
todas partes. Acá, en España, en Alemania, en Inglaterra… No es una novela en
la que se vea este trabajo de investigación, como se puede ver acá o en La doncella roja, pero lo llevó.
MM: Una escritora que está
presente, Florencia Esses, me escribió la semana pasada diciéndome que debería
ser de lectura obligatoria en las escuelas. Muy, muy fuerte. Pero vamos a
seguir con esto antes, que tienen una relación con la Antropología. Hoy, más
temprano, te preguntaba si habías estudiado, y me dijiste que estuviste un
tiempo. Pero hay un fuerte interés. En La
doncella roja, en Tatuajes, en Mi papá es un tlacuilo… ¿Hay un interés
por la investigación antropológica?
SS: Sí, es un campo que me
interesa. Ese enfoque de pensar cada tema alrededor de su eje cultural.
MM: No, pero en La doncella roja, lo que comentábamos el
lunes pasado, porque nos llamaba la atención era que el antropólogo, que además
tiene orígenes aborígenes, está repudiado por grupos originarios, pero a la vez
vos mostrás que es el que cuida de la destrucción que hacen los huaqueros. Hay
una tensión permanente. Una triple tensión.
SS: Yo estuve como cuatro años
escribiendo esta novela. Me dio mucho trabajo no mostrar personajes planos,
sino las complejidades de cada personaje. Con situaciones delicadas, porque
empecé a leer y a investigar y me di cuenta de que era la situación que estaban
viviendo las comunidades. Hay gente que visitó el Museo de Alta Montaña, en
Salta, y yo empecé a pensar esta novela cuando leí sobre el hallazgo de las
momias de Llullaillaco. Yo no fui a este Museo, pero se construyó para esas
momias. ¿Ustedes fueron? Dicen que son espectaculares. Son tres momias pero se
muestran de a una, porque las van rotando, para cuidarlas. Y abajo armaron un
laboratorio.
MM: Hay una película de la National Geographic.
SS: Sí, la vi. Y con eso hay toda
una polémica. Hay gente que ha ido y dice que es maravilloso poder ver eso, que
es un descubrimiento, que es como trasladarse en el tiempo y tomar dimensión de
lo que fue esa cultura. Un enfoque positivo. Y hay otra mirada completamente opuesta,
que se opone a la exhibición de las momias, porque dicen que es como si
estuvieran exponiendo a tu abuela. No hay una visión plana, y yo tenía que
mostrarla en esta novela. Y eso me dio mucho trabajo. No es una o la otra.
Construir los personajes y las situaciones mostrando la complejidad de la
situación. Por eso, el personaje de Manuel está tironeado entre esas dos
visiones.
MM: Incluso, otra cosa que me parece que resolviste muy bien, pero que debió ser trabajoso, es este tema de que no hay que ver con los ojos de hoy el sacrificio de la doncella.
SS: Esa fue otra cuestión que tuve
que trabajar. Me puse a leer mucho. Para esa novela tuve que leer de todo.
Sobre la cultura y la cosmovisión andinas. Algo que para nosotros es tremendo,
que se sacrifique a una chica de dieciséis años, para ellos no era ni es así.
Ellos tienen una visión cíclica, en la que la muerte no es la muerte, sino que
es pasar de un estado al otro. Por eso, estos niños en realidad no mueren sino
que son mensajeros que pasan a otro estado llevando un mensaje. Yo leí algo que
no me acuerdo si lo puse en el libro, me olvidé. (Risas). Hay otro
enterramiento inca en el Aconcagua, en el Cerro del Plomo, de un niño de ocho
años, una momia, que cuando la bajan (porque tenían que ser enterrados a cuatro
mil y pico de metros de altura), empieza a sangrar por las orejas y por la
nariz. Entonces, lo que dice la gente del lugar, es que en realidad estaba vivo
cuando estaba en la montaña, y al sacarlo de allí, lo mataron. La lectura es al
revés de la que podemos hacer acá, desde nuestra cultura. Tuve que leer sobre
eso, sobre el tráfico de bienes culturales, tuve que leer sobre las plantas y
cómo se obtenían los colores para teñir la lana, además de toda la parte
histórica.
MM: ¿Y es un trabajo que en
general te gusta hacer?
SS: Sí, creo que cada libro, para
mí, es una búsqueda. Empiezo a buscar, una cosa me va llevando a la otra, y de
pronto, como si fuera mágico, cada cosa encuentra su lugar.
MM: Ahí está el arte, quizás. Y en
Mi papá es un tlacuilo, hay toda una
investigación con los mayas, ¿no?
SS: Sí, los mixtecas. Sí, una
editorial de Rosario me pidió que escribiera un libro con “temática americana”.
Me puse a investigar y a leer y me acordé de la historia de Nezahuacóyotl, un príncipe
maya que además era poeta. Empecé a buscar por ahí y di con los tlacuilos, que
en la cultura maya, son los que escriben los libros. Pero a la vez, como la
escritura es pintura, en realidad los pintan. Esos libros eran como los libro
álbum de ahora. Por esa simbiosis entre la escritura y el dibujo o la pintura.
Me puse a leer sobre ese oficio, que me pareció hermosísimo, mágico, que además
se transmitía de padre a hijo, de un grupo selecto, como los sacerdotes. Se
preparaban para escribir cada cosa, cada libro, tenían un espacio propio. Y me
dieron ganas de escribirlo.
MM: ¿Ya salió en Rosario?
SS: No, al final ese libro no
salió, y me encontré una vez a la editora de Norma de México, y le conté sobre
lo que había escrito. Me dijo que quería leerlo, así que se lo mandé, y ella lo
publicó allá. Acá no está.
MM: ¿Sabés si circula en las
escuelas en México?
SS: Sí, circula mucho. El año
pasado fui a México, porque me invitó la editorial, así que hice una recorrida
por escuelas. Y lo había comprado el Ministerio. Hubo una compra muy grande, y
fue muy lindo, porque la editora de allá, me contó que para que el Ministerio
hiciera esa compra, hubo una Junta de la Universidad, que tuvo que evaluar el
libro, para ver si yo no decía verduras. (Risas). Estaba todo bien, y además
felicitaron a la editorial y a la editora, así que estaban muy contentos. Y yo
también.
MM: ¿El pueblo mixteca tiene
descendientes actuales? ¿Han intervenido?
SS: Sé que la lengua maya tiene
muchas variantes, pero sí hay, y se escribe y si uno quiere rastrear, hay
libros mayas, libros bilingües. Incluso se hablaba en México de hacer una
edición bilingüe.
MM: Lo que me interesaba saber es
si había lectores de origen maya, mixteca.
SS: No sé, las escuelas que visité
eran de ciudades grandes.
MM: Algo vimos el lunes pasado,
después vamos a seguir charlando. Hay otro libro, que creo que está en el medio
de los temas duros y profundos, y el tono de humor, que es La polilla. Les leí la parte del tesoro y la aventura de la lectura,
de este chico al que le dicen que le van a hacer comer los libros. ¿De dónde
salió La polilla?
SS: Creo que salió de esa
expresión, igual que ¡Ay! -dijo Filiberto. A mí me gusta jugar bastante con las
palabras, y con esas cosas que a veces dicen los maestros o las madres también:
“Te voy a hacer tragar los libros”. Jugué con eso y le hice tragar el libro.
MM: Se transforma
en una polilla. Llevás la metáfora al extremo. Es un recurso que está en ¡Ay! dijo Filiberto, y en Querido Blog.
En los tres noto una relación fuerte con esto de tomar un tema duro, con un
toque de humor. Porque en ¡Ay! -dijo Filiberto, también está el bullying. Con otro tono…
SS: En La silla de la izquierda también está.
También están la muerte, la enfermedad…
MM: La silla de la izquierda tiene un tono totalmente
humorístico, para hablar de algunos temas. En “La silla de la izquierda” no lo
encuentro, pero en “Una herida absurda”, y en el tercero de los cuentos que es
“Mi tío Hugo”. ¿Qué dicen los lectores chicos sobre ese cuento de un tío que se
ha muerto por distraído?
SS: Se murió por
consecuente. Era nadador profesional y estaba entrenando, y el tipo quería
romper un récord y tanto se esforzó que se ahogó. Pero siguió, y cuando tuvo
que competir no había categoría, así que el club lo puso en la categoría
“Póstumos”. Y ganó, porque era el único. (Risas). Con este libro no tengo mucha
respuesta de los chicos, porque cuando salió publicado yo no iba a las escuelas
porque no se usaba tanto, o a mí no me llamaban. No tengo visitas a escuelas
con ese libro, así que no sé.
SS: El primero fue
Colihue.
MM: Colihue.
Cierto. Ese no lo tengo. ¿Cuál es?
SS: Un tren a Cartagena.
MM: ¡Este no lo tenía!
Obtuviste el Premio de Novela…
SS: Yo te voy a
bajar la nota como entrevistador a vos. (Risas).
MM: Lo obtuviste en
el ’90.
SS: Sí, fue mi
primer libro publicado. Y la publicación
era el premio. Por eso acá figuro con mi apellido de casada. Sandra
Matiasevich. Ese es el apellido de mi marido. Y en Colihue sigo figurando así,
son como dos personas en una. (Risas).
MM: ¿Por qué?
SS: No sé, yo mandé
todos mis datos al concurso, me avisaron que había ganado para que fuera a la
entrega de premios, y cuando llegué ya estaba el libro…
Asistente: El que atrasó fue el que lo puso en la editorial.
SS: A lo mejor me
preguntaron, no me acuerdo, pero yo lo cambié, y en adelante seguí siendo
Sandra Siemens. Lo único que logré en Colihue fue que en la página web pusieran Sandra Siemens de
Matiasevich. Entonces, el que busca ve que soy la misma persona.
MM: Tenías
veintiséis años. Cuando ganaste el premio tenías menos. Decía en ese entonces,
Sandra: “Vivo en Wheelwright, un pueblo en el sur de Santa Fe. Estoy casada con
Tati, tengo dos hijos, Francisco y Santiago, por orden de aparición. “Me gusta
cocinar tartas de manzana”. Esto no lo hemos probado. “No me gusta hablar por
teléfono, no me gusta peinarme…”. (Risas).
SS: Sigo igual,
¿viste? (Risas).
MM: “Me gusta
salir a correr, jugar al tenis, tengo sinusitis…”.
SS: Es verdad.
(Risas).
MM: ¿”Ojos
pardos…”?
SS: Acá me
traicioné…
MM: Deberías poner
“ojos azules”.
SS: Claro.
MM: “Y no te cuento
nada más sobre mí. Al fin y al cabo, yo no sé nada de vos, y eso no es justo”.
(Risas). “Si querés escribirme, a San Martín 725”. ¿Te escribió alguien?
SS: Escribieron a
la editorial, no escribieron a casa.
MM: En la foto
están Graciela Cabal y Sandra, que parece la hija…
SS: ¡Pasemos a algo
más moderno! (Risas).
MM: Después de Un tren a Cartagena, y hasta que
llegaste al premio siguiente, ¿publicaste?
SS: Sí, en
Sudamericana, cuando Canela estaba como editora, esos de bolsillo. Ahí publiqué
El bandido de los mares, Ay dijo Filiberto, La polilla, El grito (que primero publicó Canela, ahora está en
Colihue), De Unicornios e Hipogrifos y también en Colihue, cuando estaba Roldán
como editor, publiqué El crimen del señor
Ambrosio, en Libros del Malabarista.
MM: ¿Cómo modifica
la carrera de la escritora que en los últimos dos años hayas ganado dos premios
importantísimos, de gran trascendencia, con El
último Heliogábalo y con La muralla? La llegada a Buenos Aires, al resto del
interior…
SS: No me modifica
a mí en la escritura. La verdad es que los premios siempre son una sorpresa.
Supongo que se es más conocida… Preguntale a ellos… (señala al público).
MM: No, no, a ellos
les pregunto cuando no estás vos. (Risas).
SS: Una supone que
a partir de los premios te conocen más. El premio te da como una plataforma de
lanzamiento más grande. Y conocen más al libro, por supuesto.
MM: Acabás de ganar
dos premios importantes que son los destacados de ALIJA. Yo supongo que Tatuajes va a ser un libro que va a
circular muchísimo. Además está en una colección como Zona Libre, que tiene
mucha llegada. ¿El hombre de los pies
murciélago está llegando mucho a los colegios?
SS: Sí, y eso puedo
comprobarlo un poco más, porque he visitado muchos colegios. Estuve en muchos
lugares con ese libro. Acá… estuve en Perú, en muchas ciudades, en Colombia
también, en México… Y la verdad es que los chicos se conectan con algo, me
escriben mucho, y cosas que para mí son piolas. Como: “Es el primer libro que
leo entero”. O “La profesora nos dio el libro para leerlo para la semana que
viene, pero yo me lo leí en un día”. Esas cosas están piolas, son premios.
Tampoco deja de sorprenderme, me ocurre siempre con todos los libros. Cuando
uno visita escuelas de distintos lugares, con chicos de distintas realidades,
que se conectan con el mismo libro… eso me sorprende.
MM: Y como dijiste
antes, es un tema que atraviesa casi todos los lugares en el mundo.
SS: Sí. Cuando
estuve en México, que estuve también con El
hombre de los pies murciélago, estábamos hablando y presentando el libro, y
se paró una chica que estaba sentada adelante, y me dijo que quería
agradecerme, porque mi libro le había salvado la vida. Y yo me quedé dura, y
los profesores también, porque era una chica que se había cambiado de escuela,
pero nadie sabía qué había pasado. Ella tenía una situación parecida, la estaba
pasando muy mal, y a partir de la lectura del libro se animó a hablar en su
casa, a contar lo que pasaba, y sus padres la cambiaron de escuela. Había hecho
todo un movimiento y en ese momento estaba muy bien. Esas cosas que pasan con
este y con todos los libros. Porque siempre la literatura modifica.
MM: Cierto. Salimos
de los libros un poquito cambiados.
SS: Sí.
MM: ¿Cómo fue el
proceso de edición? Me imagino que habrá habido un intercambio fuerte con la
editora… ¿Quién te lo editó?
SS: Ana Lucía
Salgado. Hizo una excelente edición pero no hubo mucha ida y vuelta.
MM: Es una
colección bastante amplia.
SS: Sí hubo con Tatuajes. Yo cambiaba mucho hasta que la
editora me dijo: “Basta, no cambies nada más, porque no leo nada más”. Yo no
había cambiado la historia, pero había cambiado como tres veces el discurso. En
la primera versión, la primera parte era muy poética. A la editora le había
gustado, pero a mí me empezó a hacer ruido. Y lo modifiqué todo.
MM: ¿Por
excesivamente poético?
SS: Sí. Me parecía
que desentonaba con las otras dos partes del libro. Era mucho. No porque
pensara que algún chico no iba a disfrutarlo, pero me pareció que me estaba
regodeando mucho en la cuestión poética. Y era una novela. Entonces, tenía que
tener más conexión con las otras partes. Y seguí trabajando esa primera parte
de una manera poética, pero desde una voz narrativa.
MM:El otro día, cuando te dieron el Destacado, dijiste que habías andado en los bordes con Tatuajes. Es una novela que podríamos decir claramente que es del sector juvenil…
SS: Es un
traicionero… ¡es traicionero! (Risas). Yo les voy a contar qué dije. Dije: “Si
me preguntan qué es la literatura juvenil, creo que no sabría qué decir”.
Entonces me dijo que me iba a preguntar…
MM: El que avisa no
traiciona. (Risas).
SS: Cuando yo iba a
la escuela, no había una literatura juvenil. La verdad es que los que teníamos
quince o dieciséis, leíamos cualquier cosa. Lo que nos caía en las manos. Y
después se fue armando un espacio que está bueno, que es piola, pero a mí nunca
me quedan muy claros los objetivos de esa literatura. Para un joven eso puede
ser atractivo, pero también le puede atraer cualquier otra literatura que no
esté destinada a eso. Es una cosa un poco difusa. Lo que sí ocurre en ese
espacio, son algunos límites o prejuicios que tienen que ver con la ubicación
de esos libros que están como más destinados, en la escuela. Cuestiones que
tienen que ver con lo sexual, o con la muerte… a veces es problemático a la
hora de escribir. Temas que para entrar en las escuelas generan algún tipo de
ruido…
Asistente: ¿En los
lectores?
SS: En los
mediadores. Por eso, con este libro yo sentí que andaba por los bordes de esos
preconceptos. Porque Tatuajes es una
novela muy sensual. Veremos qué pasa con eso.
MM: Claro, porque
salió ahora. El año pasado, pero recién está empezando a circular por los
colegios.
Asistente: Lo sexual en
los primeros años, sí lo tengo claro, porque me ha pasado. Pero en los últimos
años del secundario la cosa cambia…
SS: No son
cuestiones tajantes. De hecho, en muchas de mis novelas hay escenas
en las que está contado. En La
doncella…, Tatuajes… en una
novela que está por salir ahora en SM. Hay sugerencias… en la primera parte de
esta novela, yo cuento los últimos años de la vida de Paul Gauguin, el pintor,
que los vivió en la Polinesia Francesa. Él tenía setenta y pico de años, y sus
relaciones siempre fueron con niñas de doce, trece, catorce años. Esas fueron
sus amantes y sus mujeres. Yo invento un personaje que es una niña de catorce
años. Si bien no hay una escena en la que se cuente una relación sexual, hay un
montón de cosas que están sugeridas y que pasan por otro lado. A veces, la
cuestión no es no abordar ese tema, que ya sabemos de antemano que va a ser
conflictivo, sino buscarle la vuelta. No quiere decir que no vaya a entrar a la
escuela. Son cosas que no son tajantes, ni siquiera en el nivel de los
mediadores y de las editoriales, pero están dando vueltas como preconceptos en
este espacio de la literatura juvenil. Yo trato de no tenerlos en cuenta a la
hora de escribir.
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