Cerca de la revolución

Se cumplen 100 años de la Revolución Rusa. Cada revolución deja su huella en la literatura (y la literatura en la revolución) con la tensión de la lucha trágica entre la atracción por lo nuevo y el apego a lo antiguo. Así pasan como fotogramas de la Historia la revolución de Gutenberg, la copernicana, la francesa, la industrial, la mexicana, la china, la cubana, la sexual, la de los claveles, la tecnológica, entre tantas otras. Otra revolución, la de mayo, es la que narra Andrés Rivera, a través de la "voz" de Juan José Castelli, su orador. Afectado por un cáncer que le impide hablar, va dejando por escrito sus ideas, que son a su vez, una interpelación a las zonas cristalizadas del pasado. 

La revolución es un trance crítico que empuja a pensarse. Por eso compartimos un fragmento de El cerebro argentino (Planeta) escrito por Facundo Manes y Mateo Niro, en el que de Rivera dialoga con los estudios neurocientíficos. De regreso a octubre, nos proponemos sacar a la luz las obras inspiradas en estos movimientos.





La necesidad de pensar en nosotros mismos

Toda revolución tiene un orador y la de 1810 lo tuvo: el abogado Juan José Castelli, vocal de la Primera Junta de Gobierno. El escritor Andrés Rivera recrearía sus últimos días en la novela La revolución es un sueño eterno, ganadora del Premio Nacional de Literatura de 1992, conmovido por el simbólico hecho de que quien fuera el orador de la revolución muriera de cáncer de lengua. Rivera imagina un Castelli que, como ya no puede hablar, escribe sus pensamientos y reflexiona sobre ellos. Así comienza la novela: “Escribo: un tumor me pudre la lengua. Y el tumor que la pudre me asesina con la perversa lentitud de un verdugo de pesadilla. ¿Yo escribo eso, aquí, en Buenos Aires, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche? Escribí: mi lengua se pudre. ¿Yo escribo eso, hoy, un día de junio, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche?”. Esta habilidad que tenemos de reflexionar sobre nuestros propios pensamientos y de evaluar la precisión de las decisiones que tomamos se denomina “metacognición”. Es aquella capacidad que nos permite emitir juicios sobre nuestras propias ideas. La metacognición también interviene en el aprendizaje cuando abstraemos una estrategia que sirvió para un problema del pasado y lo aplicamos a un problema nuevo. Así intentamos proceder en este libro: pensar cómo pensamos los argentinos. Esta es su motivación y su objetivo. Y si fuese posible, a partir de eso, hacer(nos) un país mejor. En la década del 70 el psicólogo norteamericano John H. Flavell definió “metacognición” por primera vez como el conocimiento que tenemos sobre nosotros mismos, nuestras actividades y las estrategias que utilizamos cotidianamente. Cuando hacemos esto, nos convertimos en audiencia de nuestro propio desempeño intelectual, nos volvemos observadores activos y reflexivos de nuestro pensamiento. “Yo, ¿quién soy? Yo, que me pregunto quién soy, miro mi mano, esta mano, y la pluma que sostiene esta mano, y la letra apretada y aún firme que traza, con la pluma, esta mano, en las hojas de un cuaderno de tapas rojas”: así es como se mide el Castelli de Rivera. Dos aspectos fundamentales están involucrados en esto. Estos son, por un lado, la habilidad de pensar sobre lo que pensamos, aprendemos y conocemos; y, por otro, la capacidad de planificar, autorregular y monitorear la manera en la que lo hacemos. Si bien todos tenemos esta habilidad metacognitiva, no somos igualmente exitosos al momento de ponerla en práctica. Diversas investigaciones exponen que quienes son eficientes en la resolución de problemas tienen más desarrolladas estas habilidades metacognitivas. Por lo tanto, suelen reconocer los errores en el propio pensamiento y monitorear los procesos de reflexión. Ahora bien, también es posible estimularla y desarrollarla más eficazmente. Por este motivo, sería muy beneficioso que se la considerara más, especialmente, en el ámbito educativo. Los educadores, al transmitir conocimiento, pueden contribuir con múltiples estrategias a su impulso. Si los alumnos reflexionan activamente sobre su propio proceso de aprendizaje y pensamiento, pueden ser más conscientes, por ejemplo, para la autocorrección. Además de tener un impacto positivo en la educación, la ciencia de la metacognición contribuye a la reflexión sobre culpas y castigos en el ámbito judicial, sobre los tratamientos en las enfermedades neurológicas y psiquiátricas, y en la interpretación de la propia naturaleza humana. Una sociedad que le atribuye relevancia a la propia conciencia, puede también reflexionar sobre sus decisiones, sus procesos, sus juicios, sus errores y sus proyectos. Nosotros podemos hacerlo. Así, en soledad y en sus últimos días, lo exhibe el Castelli de la novela de Andrés Rivera: “En esas desveladas noches de las que te hablo, pienso en el intransferible y perpetuo aprendizaje de los revolucionarios: perder, resistir. Perder, resistir. Y resistir. Y no confundir lo real con la verdad”.



El cerebro argentino
Facundo Manes y Mateo Niro
2016. Planeta

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