Martín Sancia Kawamichi: “Con la escritura me formé un poco a los tarascones”.


En esta primera parte de la charla que tuvo con Mario Méndez en La nubeMartín Sancia Kawamichi cuenta sus inicios en la Literatura infantil y juvenil y sus dudas acerca de lo que escribía. Con mucha gracia relata la manera tan particular en que tuvo acceso a la edición, primero de un libro para niños y luego con Hotaru, la novela ganadora del premio Extremo negro - Ban!, con la que empezó a utilizar el apellido de su abuelo japonés, sin duda otro personaje de novela.




Mario Méndez: Buenas tardes. ¿Cómo están? Con nosotros, Martín Sancia Kawamichi. Un placer tenerte acá, Martín. Gracias por venir.

Martín Sancia Kawamichi: Muchas gracias a ustedes  por invitarme.

MM: Como sabés, y como saben los amigos que antes venían los lunes y ahora vienen los miércoles, nosotros hacíamos desde hace años un ciclo  de entrevistas a autores identificados con la literatura infantil y juvenil. Este año, empezamos orientándolo a autores no identificados con la LIJ, pero que la han transitado. En tu caso específico es diferente, es un poco más raro. Vos empezaste escribiendo LIJ, en tus primeros tres libros. Y luego salieron otros, para adultos, y además con el agregado de un apellido más. Eso es parte de la primera pregunta. ¿Cómo fue que llegaste a la literatura infantil, y cómo fue que después diste este salto a la literatura para adultos?

MSK: A la literatura infantil llegué por un corte de luz.

MM: Eso ya da para un título.

MSK: Sí. Se cortó la luz en mi casa, y yo estaba acostumbrado a escribir en computadora, no a mano. Me daba pereza escribir a mano. Y era una época en la que si no escribía todos los días me volvía loco. Así que, como tenía un fin de semana largo en el que iba a estar sin luz, me pregunté qué hacer, y me decidí a escribir cuentos cortos, muy cortos, para no saturar mi mano. Yo estaba escribiendo una novela para adultos y no me iba a poner a escribir la novela, que además estaba toda en la computadora. Entonces dije que iba a escribir cuentos protagonizados por animales, con la premisa insobornable de que fueran muy, muy cortos, así mi mano podía soportarlos. Escribí uno, que me gustó… escribí el segundo y después no pude parar. Escribí mucho, un montón, durante tres días. Me había separado… (Risas). En una situación normal no me paso tres días escribiendo como un tarado. Me habían dejado, mal. Entonces no tenía qué hacer, me puse a escribir, y llegué a tener cerca de cien cuentos muy breves, que son los que están acá (señala las Breves historias de animales sabrosos, engreídos, enamorados, malditos, venenosos, enlatados, tristes, cobardes, crueles, espinosos… y otras historias). Entonces, yo pensé que eran para adultos. Se los presento a Laura Tagliabúe, una profesora mía del Profesorado de Letra, que me dijo que le gustaría leerme, y me dijo que eran cuentos para chicos. Me dijo que los enviara a una editorial, y yo no hice nada. Entonces una amiga me dijo que los mandara a Sudamericana. Me los llevó ella y los dejó en la puerta. A los seis meses me llamó Mariana Vera para decirme que los iban a publicar. Yo incluso le pregunté si era para adultos o para chicos, me dijo que era para infantil, y que de los cien quedaban sesenta. Eligieron los que a mí más me gustaban. Y desde ahí empecé a escribir para chicos, porque realmente me había gustado mucho. Y me dediqué a eso. Escribí varias novelas, una de cuatrocientas páginas, de ciencia ficción, pero no las mostraba. Tenía problemas para llevar las cosas a las editoriales.  Pasaron cuatro o cinco años, y en el 2013 me decido mandar al Premio Sigmar, y tuve la suerte de ganar el segundo premio, entonces volví al ruedo. Y a los dos meses me dicen que había ganado, con Hotaru, un premio de novela negra para adultos. Fue una gran sorpresa, porque lo de adultos lo había dejado. Envié la novela al concurso por insistencia de mi mujer. No estaba pasando por un buen momento. Había cumplido cuarenta años y andaba muy deprimido, muy bajoneado. Me daba bronca haber publicado en Sudamericana y haberlo desaprovechado. No había hecho nada más, me parecía que había desaprovechado mi oportunidad. Entonces mi mujer me dijo que si nunca mandaba a concursos ni hacía nada, era obvio que no iba a pasar nada. Por eso ese año mandé a Sigmar y a Extremo Negro. En los dos me fue bien, y ahí ya cambió la cosa para mí, pero en realidad, más allá de que escribo para adultos, mi prioridad es escribir infantil.

MM: ¿Esa es tu prioridad?

MSK: Sí, me gusta mucho más. Lo que pasa es que los textos infantiles me cuestan. Por más que quiera, no me salen. La mayoría de las cosas que se me ocurren terminan en textos para adultos.

MM: Un par de cosas. Primero voy a decir cómo se llama el libro: Breves historias de animales sabrosos, engreídos, enamorados, malditos, venenosos, atados, tristes, cobardes, crueles, espinosos, y otras historias. Ese es el título contundente (o no, vamos a ver), de la primera publicación de Martín. Y algo interesante para contar, porque por ahí eso no se sabe. Ayer me encontré con Natalia Méndez, que era la asistente de Mariana Vera, y me decía que este es uno de los extraños casos de libro enviado como colaboración espontánea, de “libro dejado en la puerta”, como vos lo explicaste, que se publicó. Por lo general, eso no pasa. Eso es más difícil que ganarse un concurso. De verdad. En general, lo que llega a la puerta no se lee. “¿Y este quién es? ¿Martín Sancia?”… No hay una carta de presentación, y no pasa nada. Me decía Natalia que no entendías nada. Que preguntabas si era verdad que lo iban a publicar para juvenil. Y una más: la colección está un poco en el límite. Esta colección de Sudamericana se llamaba La pluma del gato, y es un límite difuso entre lo infantil y lo juvenil. Son libros medio raros… o fueron… no sé si se siguen editando. Y entraste justo ahí.

MSK: Entré justo, sí. Eso me había dicho Mariana. Con Mariana yo había hecho todo lo que no hay que hacer.  Dejar el libro, primero, sin abrochar. Ni siquiera me tomé el trabajo de abrocharlo. Era un sobre que decía “Sudamericana”.

MM: Ni el nombre de la editora…

MSK: No lo sabía. MI amiga había averiguado y le dijeron que lo dejara ahí, a nombre de la editorial y punto. Fue y lo dejó, para literatura infantil, pero sin carta de presentación, sin nada. Se ve que ese año Sudamericana tomó la decisión de editar a un estúpido. (Risas). Y caí justo, porque en serio, hice todo lo que no hay que hacer.

MM: Es raro, sí. Es un camino raro…

MSK: Aparte con un texto que ni siquiera es claramente infantil.

MM: No. Donde sí tuviste la suerte del principiante, fue que entraste en una colección que hacía gala de la rareza. Había cosas que no estaban bien definidas entre infantil y juvenil, autores nuevos… Bueno, estas breves historias que les recomiendo muchísimo, son muy divertidas, además de que son micro textos, que en general no se publican mucho, tienen algo muy bueno, que es una suerte de pelea ficcional entre el editor y el autor. ¿Eso se te ocurrió de entrada? ¿Lo presentaste con esa pelea?

MSK: Sí.

MM: Me voy a permitir leer algunas cosas. De las breves. Me gustaría leer todo lo de la pelea con el editor, pero primero la contratapa. Escuchen esto: “Seguramente el autor pretenderá que escriba aquí algunas líneas sobre lo maravilloso de su libro. Pero ¿qué puedo decir sin faltar a la verdad? Yo, como editor, hubiera preferido un título corto y contundente. Sin embargo, el autor insistió en este texto rimado y bullicioso. Asfixiante. También quise eliminar muchos de los cuentos, porque ¿puede la sensibilidad de un chico soportar textos crueles y bizarros? Pero el autor, siempre obstinado, se negó a los cambios. Hechas estas advertencias, queridos lectores, lo que suceda de aquí en más será entre ustedes y el libro”. Esa es la presentación. Completamente a contrapelo. Y dice el autor: “Siempre tuve claro que la contratapa perteneces al editor. Es más, creo que la contratapa es el verdadero hábitat del editor. Aquí, en el reverso de las cosas, tiene él su aire, su agua y su luz, su ecosistema. Por lo tanto, a quiénes sientan interés por leer al auténtico responsable de esta obra, al autor, les pido que den vuelta el libro y lo lean a través de mis palabras. Como si no existiera ninguna contratapa les pido. Léanlo como si no existiera ningún editor”. Es muy bueno. Ahora: vos no tenías experiencia de laburo con editores. ¿O sí?

MSK: No, no.

MM: ¿Y por qué tenés esa onda, que parece que el autor hubiera sufrido?

MSK: En realidad tiene que ver con mi inseguridad acerca de si los textos eran infantiles o no. La duda que tenía la pasé al libro. Y es lo que sucede. Las historias que yo no estaba seguro de que pudieran ser soportadas por un niño, el editor las cuestiona. Fue una manera de darme coraje. Después surge la historia de que el editor  se quedó con la novia del autor y toda esa historia. Me hice el canchero para esconder mis dudas. No sabía qué podía pasar, ni cómo enmarcar las historias. Porque entendía que no se hacían micro cuentos para chicos, y menos en una editorial grande. Entonces pensé que si le ponía ese marco y la pelea seguía (y sigue durante todo el libro a través de notas al pie; el editor cambia cosas a su antojo, agrega un cuento que no está escrito por el autor y se lo dedica a la novia), me servía como escudo por mis dudas con la literatura infantil.

MM: Funciona muy bien. Incluso hay algunos hallazgos: la pelea entre el autor y el editor no solo por el libro, sino porque hay una historia romántica. Y el cuento que agrega es de Bruselas, la novia actual del editor, que es la ex del autor. Y tiene toda una teoría acerca de por qué los autores no son más generosos, y no dejan que en sus libros entren cuentos de otros… Ayudame a contarla…

MSK: Claro, el editor dice que a los autores les falta solidaridad.  Se pone en el lugar del autor y se pregunta: ¿por qué no incorporar a mi libro de cuentos, el cuento de un amigo? El editor trata de egoístas a los autores porque en sus libros solo tiene que estar sus textos. Entonces, para ir en contra del ego del autor,  decide agregar al libro un cuento de Bruselas.

MM: Muy, muy gracioso. Yo le contaba a Martín que cuando el año que viene vuelva a dar clases en Introducción a la actividad editorial lo voy a usar para que se vea parte de esto que cuenta, que adivinaste en todo caso. Funciona. Pasa. No lo de los noviazgos, claro. Aunque nunca se sabe... (Risas).

MSK: Sí. Igual la edición de este libro fue absolutamente tranquila.

MM: Sí, yo le pregunté a Natalia, y me dijo que estuvo todo bien.

MSK: Sí. Me di el gusto de hablar mal del editor en mi primer libro, pero en realidad con la editora no tuve ningún problema… Al contrario.

MM: Podrían haberte hecho la cruz, tranquilamente.

Asistente: Tuvo suerte…

MM: Tuvo mucha suerte.

MSK: Aparte lo que le gustó a Mariana fue eso… la pelea. Porque lo que yo entregué tenía la advertencia que está ahí…

MM: Lo voy a leer. “Advertencia: las palabras escritas por el editor son fundamentales para la lectura posterior del libro; por lo tanto, no deben saltearse”. Y vos se lo habías entregado así…

MSK: Yo se lo entregué así. Y después venía el título.

MM: Fue  mojarle un poco la oreja al editor. Estuvo bueno…

MSK: Sí, pero igual no fue de canchero…

MM: No, pero tiene mucha gracia.

MSK: Después, cuando ella me llamó estaba tan emocionado que me ponía a llorar cada dos minutos.

MM: No… ¿Por qué?

MSK: Porque se había dado todo de una manera muy extraña. Yo hasta ese momento no tenía ninguna posibilidad. Conocía a dos o tres personas que escribían y no tenía acceso a nada. Llegar de golpe a Sudamericana me había emocionado mucho. Por ahí me consultaban algo y no sabía qué decir, porque no sabía nada. Qué podía saber yo, por ejemplo, de contratapas…


MM: ¿Cuál es tu formación como lector y como escritor? ¿Cómo dirías que es?

MSK: Con la escritura me formé un poco a los tarascones.  A los diecinueve años me puse a estudiar cine porque tenía un inconveniente. Quería ser escritor, y escribir. Había empezado con esa idea a los quince, dieciséis años, pero tenía veinte y no había podido terminar nunca un cuento. No podía pasar de la primera página, y los abandonaba. Entonces me dije que evidentemente la literatura  no era lo mío. Y como yo quería contar, me puse a estudiar cine. Y curiosamente, podía terminar los guiones.

MM: ¿En dónde estudiaste cine?

MSK: En el CIEVYC. Tuve como profesor, entre otros, a Martín Rejtman…

MM: Ah, gran escritor, y cineasta…

MSK: Sí. Él una vez me dijo que dejara de portarme como un escritor, porque yo iba a hacer cine… Claro, yo le daba mucha más bolilla a la escritura del guión. Y no podía con toda la cuestión de producción de un cineasta. Llegaba tarde a mis propias filmaciones…

MM: No era para vos…

MSK: No. Cambiaba el guión para dormir más. Si una escena transcurría en el amanecer, por ejemplo, yo hablaba con la gente de producción y cuando me decían que nos encontráramos a las cuatro de la mañana para, yo les decía: ¿Por qué a las cuatro? Y me respondían que porque la escena transcurría en el amanecer. No, qué amanecer, decía yo, y cambiaba el guión… Tampoco me gustaba tratar con gente. Una vez Rejtman me dijo si yo estaba seguro de que quería ser director de cine, y le dije que no. Que yo quería escribir, pero que no podía. Y una tarde, en mi casa, me di cuenta de cuál era mi problema. Yo hasta ese momento partía de una historia resuelta. Tenía que tener la historia resuelta en la cabeza antes de escribir; pero pasaba que hacía la primera parte del cuento y me aburría, porque se me ocurría otra historia que me entusiasmaba más. Estaba permanentemente generando historias que no concluía. Y esa tarde se me ocurrió cambiar de método,  ver qué pasaba si partía solo de una imagen. Y, para mi sorpresa, terminé un cuento con un argumento recontra armado, que parecía pensado de antemano. Ahí me di cuenta de que yo no podía terminar un cuento por la manera en la que los encaraba. Desde ese momento, empecé a terminar todo lo que escribía.

MM: ¿Viste que se dice que los cuentos, normalmente, se escriben desde el final? Vos ya tenías el final…

MSK: No.

MM: Cuando decís que no tenías toda la historia armada… ¿Qué era? ¿El argumento pero sin el remate?

MSK: Escribí la primera frase sin pensar en el argumento. Esa frase me fue llevando a otra, y cuando iba por la mitad empecé a tener la historia armada. Es algo que me pasa ahora. Yo confío en que la historia me va a cerrar, porque me gusta contar una historia, me gusta que haya un argumento, aunque no esté de antemano. Confío en la dirección a la que me va llevando la escritura.

MM: Ya que pasaste por la carrera de cine, ¿te armás una escaleta? ¿Tenés una estructura?

MSK: No. Porque eso era lo que me frenaba. Por ejemplo, no me servía para los diálogos. Si yo decía que el personaje tenía que hacer algo, el diálogo te cambia la historia. Escribir de esta manera me dio muchísima libertad. Me di cuenta de que si el cuento se arruinaba y no llegaba a ningún lado había perdido un día de laburo, o una semana. No era tan grave. Era más honesto lo que me salía de esa manera. A partir de ese momento empecé a escribir, y de esa manera también escribí las novelas. Sin preocuparme mucho lo que iba a pasar, pero sí teniendo en mente hacia qué lugar quería ir. Me voy dando cuenta cuándo es que una historia va a funcionar. No quiere decir que vaya a estar buena sino que se va a terminar. Me doy cuenta. Llega un momento, que me parece el más genial, que es cuando no puedo parar de escribir. Si yo estuviera muy estructurado, no sé si podría escribir de esa manera enloquecida.

MM: ¿Y tenés alguna especie de rutina?

MSK: No. En un momento traté de fijarme una, “me levanto a la mañana y escribo”. Y no, no puedo. Por lo general, suelo inspirarme cuando escribir me trae problemas. Cuando no debería estar escribiendo, me inspiro. Me acuerdo de que una vez se casaba un amigo, y me puse a escribir un cuento antes de ir, y no llegué al casamiento. Llegué tarde, pero re contento porque había terminado un cuento. (Risas) Eso es algo que me funciona. Si tengo algo que hacer y me pongo a escribir, sé que me va a salir algo. Por eso también suelo quedar mal en todos lados. (Risas).

MM: Menos mal que no dijiste: “Tengo que ir a una entrevista, así que me voy a poner a escribir un cuento”. (Risas).

MSK: Noooo…

MM: Bueno, vamos a ir y venir. En Hotaru, que quiere decir “luciérnagas”, en la presentación hay una especie de prólogo. Voy a leer el final, total no pasa nada y les van a quedar ganas de leerla. “Después de esa charla con Gervasio, decidí que ya era hora de encarar la historia”. Una historia que el narrador escuchó y vio en la niñez. “Aunque la información con la que contaba no fuera suficiente, aunque nada cerrara, aunque me perdiera, como le había sucedido a Gervasio. Así que llegué a mi casa, prendí la notebook, y empecé a escribir una novela. Una novela incierta, medio japonesa. Como yo, que soy incierto y medio japonés. Una novela mía sobre esos años del horror. ¿Cómo es esto de que sos incierto y medio japonés? Y contanos como es que te enteraste de tu origen.

MSK: Primero, me gustó la frase. Aunque yo no hubiera sido incierto y medio japonés la hubiera puesto igual. (Risas). Pero sí, tiene que ver con que esa parte la escribí cuando la novela estaba casi terminada. Y era una novela incierta, una novela que yo no sabía para dónde iba, y escribir el prólogo me la ordenó un poco. Sin el prólogo empezaba de manera muy abrupta, se necesitaba algo antes. Porque mezclar geishas con montoneros sin que antes hubiera una introducción, que situara al lector, que lo preparara para esto, iba a complicar mucho las cosas. Yo sabía que tenía que agregar algo al principio. Ahí se me ocurrió agregar toda esta historia de la investigación, ahí aparece lo de las luciérnagas, que al principio no estaba, lo agregué casi al final. Lo de las luciérnagas volando alrededor de la casa. Yo no sabía qué era, si era una novela negra, una novela romántica, no lo tenía bien en claro. Entonces, como hice con mi otro libro, mis dudas las puse ahí, al principio. Y traté de jugar con eso y con mi historia. Yo me llamo Martín Sancia, y a los quince años, cuando muere mi abuelo, Juan Sancia, me entero en el velatorio… porque me lo dice mi papá, de que él no era mi abuelo. Yo no sé si me lo dijo para que no me amargara tanto… “Si vas a llorar, llorá por un abuelo de verdad”. (Risas).

MM: Es una linda frase…

MSK: Parece joda, pero creo que mi viejo me lo dijo porque no aguantaba más. Y me lo dijo en ese momento…

MM: Era su papá, supuestamente…

MSK: Claro. Después me pareció que estuvo bien que me lo dijera en ese momento. Porque no tuvo la menor relevancia. Yo estaba enfrentando algo terrible, que era la vida sin mi abuelo. Lo que él me estaba contando, era una cosa muy menor. Pero sí me sacó de la realidad. Ya que se te muera un abuelo te saca de la realidad. La sensación era la de que podía pasar cualquier cosa. Ahora resultaba que no era mi abuelo, mi papá me cuenta que él era hijo de un japonés que había muerto cuando él tenía dos años. Y que la madre de mi papá, mi abuela Juana, se había casado con mi abuelo Juan cuando mi papá tenía ya seis años. Y que mi papá había llevado el apellido japonés hasta los dieciocho, se había llamado Alberto Kawamichi hasta los dieciocho años, y que a esa edad se lo había cambiado porque sentía que su papá era mi abuelo Juan. Y decidieron ocultármelo. Mi papá me dijo que la abuela no tenía que saber que yo lo sabía. Entonces mi abuela me hablaba como si el japonés no existiera. Era parte de nuestra familia mentir mucho y ocultar todo, porque la que era así era mi abuela. Tenía mucha vergüenza del pasado que arrastraba…



MM: ¿Pero ella se había casado con el japonés?

MSK: No. No sabemos qué fue lo que pasó. Lo que sabemos es que el japonés era luchador en Barracas. Medía como dos metros y hacía lucha callejera.

MM: ¿Vos te das cuenta de que es todo medio inverosímil? (Risas).

MSK: Sí, sí. Según mi abuela, peleaba por ruedas de camión.

MM: A ver… repetí eso… el japonés que medía dos metros, peleaba en Barracas por ruedas de camión…

MSK: Exacto. Ella lo había conocido así y le había gustado. (Risas). Es un buen partido un tipo que pelea por gomas de camión… (Risas).

MM: Tiene que haber dicho: “Yo, un día voy a tener un nieto novelista”. (Risas).

MSK: Bueno, estuvo con él y quedó embarazada. Después, cuando el japonés muere, lo quiere llevar a mi papá para criarlo en Japón. Y mi abuela se escapa, huye. Lo más lindo es que huye sin dejar rastro, pero se va al barrio de al lado. (Risas). De Barracas se va a Constitución. Nunca más la encontraron…

MM: Como en “La carta robada”. A la vista…

MSK: Es muy gracioso, porque después, cuando mi papá se reencuentra con los familiares, le dicen que lo habían buscado mucho… Estaba ahí al lado… (Risas). Mi abuela negó todo. Según dicen, mi abuela era una “bataclana”, que andá a saber qué significa realmente. Ella, a mí, me dijo que le gustaban mucho los hombres, pero que no había sido prostituta. Cuando se estaba muriendo me dijo que si en esa época te gustaban mucho los hombres, te consideraban prostituta. En fin, cualquiera de las dos cosas que haya sido me da lo mismo. El tema es que parece que ni ella ni mi abuelo no querían que se supiera toda esta historia, por eso lo ocultaron. Y bueno, cuando me enteré, a los quince años, lo del apellido japonés me jodía, porque yo lo quería mucho a mi abuelo Juan. Él es mi abuelo. Taru Kawamichi no es mi abuelo. O es un abuelo biológico, en todo caso. Y cuando mi papá empieza a buscaren la Embajada de Japón datos sobre sus antepasados, comienzan a aparecernos familiares japoneses. A mí eso me parecía una traición a mi abuelo y le dije que los buscara él. Después, mi papá me hizo cómplice de esa búsqueda, que fue muy payasesca, porque mi viejo se entera de que tenía una hermana en Okinawa, que era la mujer del ex intendente de la ciudad, y  mi papá pensó que íbamos a tratar con la aristocracia (Risas). Entonces empezamos a ver familiares y, como él quería que diéramos una buena impresión, me puso consiguió un traje que era de la década del cuarenta. (Risas). Una cosa impresentable, ridícula, pero era el único traje que conseguimos. Y fuimos a ver a unos japoneses que eran todos re cancheros, que se cagaron de la risa conmigo en traje y peinado para atrás a la gomina.

MM: ¿Qué edad tenías ahí? ¿Veinte años?

MSK: Veintitrés años. Era medio punk en esa época, vivía en San Telmo hecho un loco, pero tenía que ponerme traje. (Risas). Y mi papá, en la primera de cambio, habla tres palabras y pregunta si hay alguna posibilidad de que nosotros podamos viajar a Japón. (Risas).

MM: Dijeron que no…

MSK: Y… nos empezaron a cerrar las puertas. Era muy evidente el juego de mi papá. Ya perdimos todo contacto con la comunidad japonesa. (Risas). Pero  fue muy gracioso, porque mi viejo se hacía delirios. Le escribió una carta a la hermana, y se la hizo traducir. Y la carta era absolutamente estúpida. Se llamaba Ire, la hermana. Decía: “Ire: tu nombre resuena en mis oídos como una música”. (Se ríe). Yo, si soy la hermana, digo: “Este quiere guita, no puede estar diciendo estas pavadas gratuitamente.” (Risas). Al final, no pudimos conocer Japón ni ser aceptados por esta familia. Y yo estaba tranquilo, porque quería seguir siendo Sancia. Igual, mi papá se cambió el apellido y volvió a ponerse Kawamichi otra vez.

MM: Y vos decidiste agregarlo…

MSK: Eso fue cuando gané el BAN. Yo no quería recibir el premio, porque el que había salido segundo era un autor que vendía mucho. Y les dije al editor que si me daban el premio a mí no iban a recuperar nada, porque ni iban a vender. Que se lo dieran a él, pero a mí, que me publicaran. Y le propuse una cosa rara, como: “Dale el premio a él, pero a mí me das la plata…”.

MM: Ah, bueno… la escuela de tu viejo… (Risas).

MSK: Y el tipo me dijo que no, que ya estaba y que además, era un fallo del jurado. Que si me sentía tan culpable me cambiara el apellido… pero yo quería ser Sancia… así que fue Sancia Kawamichi, que es raro…

MM: Sí, rarísimo. Todo esto que contás… (Risas).

MSK: Peor. Mi papá es bailarín de tango, y se llama Cacho Sancia Kawamichi. (Risas). Yo no sé cómo la gente entra…

MM: ¿Y bailando no pudo ir a Japón con el tango?

MSK: No, pero siempre  tiene esa idea…

MM: ¿Y vos no estás más cerca, con Hotaru y con Shunga?

MSK: Sí, puede ser, lo que pasa es que no sé si en mis libros hago quedar muy bien a la cultura japonesa. La vez pasada me hicieron una entrevista de un diario, La Plata Hochi, y me decían que yo retrataba el “lado B” de Japón. No sé… a mí me da un poco de vergüenza ir a la embajada de Japón y llevar Shunga.

MM: Sí, Shunga es fuerte…

MSK: Es fuerte. Ojalá que pueda ir. Igual, mi amor por Japón tiene que ver con mi amor por el cine japonés, por la literatura, más que por mis orígenes… Me encantaría ir a Japón, pero por su cultura, por su arte, no para encontrar alguna parte pedida de mi historia.

Comentarios

  1. Esta entrevista es un viaje en colectivo en una tarde primaveral, espero la segunda parte!

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre