Un hombre pasa con un pan al hombro


Acaban de cumplirse 80 años de la muerte de César Vallejo. Este mismo año se cumplen cien años de la edición de su primer libro, Los Heraldos Negros. Libro de Arena comparte hoy una lectura de Isabel Vassallo, sobre uno de los últimos poemas de quien acaso sea la voz más influyente de la poesía latinomericana del siglo XX.





Un hombre pasa con un pan al hombro 

Un hombre pasa con un pan al hombro 
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble? 

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo 
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis? 

Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano 
¿Hablar luego de Sócrates al médico? 

Un cojo pasa dando el brazo a un niño 
¿Voy, después, a leer a André Bretón? 

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre 
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo? 

Otro busca en el fango huesos, cáscaras 
¿Cómo escribir, después del infinito? 

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza 
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora? 

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente 
¿Hablar, después, de cuarta dimensión? 

Un banquero falsea su balance 
¿Con qué cara llorar en el teatro? 

Un paria duerme con el pie a la espalda 
¿Hablar, después, a nadie de Picasso? 

Alguien va en un entierro sollozando 
¿Cómo luego ingresar a la Academia? 

Alguien limpia un fusil en su cocina 
¿Con qué valor hablar del más allá? 

Alguien pasa contando con sus dedos 
¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?


De mi frecuente y prolongado recorrido por la poesía de César Vallejo, de mi experiencia de leerlo a lo largo del tiempo, ha ido surgiendo la impresión de que sus tres enormes libros de poemas (enormes no por extensos sino por la original belleza que emana de su profundidad, por su potencia) constituyen respectivamente tres momentos de un verdadero movimiento dialéctico. El primero, Los heraldos negros (1918), pone en escena cómo se abre camino una voz poética que quiere decir a su modo cómo ve el mundo, para lo cual debe discutir con las formas cristalizadas de la cultura en las que necesariamente se ha formado y de las que se ha nutrido (en Literatura, una de esas formas es el Modernismo, por ejemplo). El segundo, Trilce (1922), es un monumento al hacer poético, en que sorprende a los lectores con la construcción de una poética de vanguardia donde las huellas de lo consagrado están ausentes; en su lugar, se erige un modo de nombrar absolutamente  innovador a través de un ejercicio  incesante con la palabra, que va de lo lúdico a la profundidad de la interrogación sobre el lenguaje, el erotismo, la existencia…Y en el tercero, Poemas humanos (1937) logra la síntesis superadora de los dos anteriores: cierta transparencia en el lenguaje que conduce a una también cierta comunicabilidad, lo acerca más al primer libro; pero el dominio de un lenguaje propio, consolidado en ese gran experimento de vanguardia que es Trilce, se hace oír aquí en forma contundente, puesto al servicio de variadas representaciones del mundo.

     El poema que preside este espacio corresponde al tercer libro, precisamente, y podríamos decir que es emblemático en relación con el decir de César Vallejo poeta, tanto en lo que se refiere a la visión de mundo que deja traslucir como a la forma que elige para transmitirla.
 
     Muchas cosas llaman la atención en este poema, ya desde la primera lectura. Mencionemos algunas: por una parte, la simétrica estructuración en estrofas de dos versos, en las que siempre el primer verso es una afirmación, mientras que el segundo es una pregunta que parece postularse como reacción frente a la situación o hecho planteados en el primero. Además, ese primer verso muestra a un sujeto en situación de extrema precariedad:  corporal, (“…tiembla de frío, tose, escupe sangre”) o psíquica (“…va en un entierro, sollozando”), o moral (“…ha entrado a mi pecho con un palo en la mano”), o intelectual (“…pasa contando con sus dedos”). Sujeto al que se nombra como “un hombre”, “otro”;  solo una vez como alguien a quien puede especificarse por una marca física visible (“Un cojo…”); y pocas veces por un oficio o función (“Un albañil… / Un banquero…”). Siempre hay, entonces, unos cuantos  – tantos como estrofas – denotados de modo semejante: como uno  entre otros.  Es más: ese al que le pasa eso que se afirma en todos y cada uno de los versos primeros es Otro. Y la pregunta/reacción señala, con escándalo, y a la vez con ironía, la imposibilidad de llevar a cabo una serie de acciones que son del orden de la racionalidad y que remiten a ciertos saberes; acciones que implican haber satisfecho y superado todo lo que en ese Otro, sujeto del primer verso,  aparece vinculado al mundo de la necesidad más elemental y pura.

     Así, apelando a lo no dicho pero supuesto, se podría leer el poema de este modo: si “un hombre pasa con un pan al hombro” (desvío del “pan bajo el brazo” con el que nacen los hijos según el dicho popular), es decir: si lo que tiene para acarrear es solo un pan y nada más que un pan, ¿puedo plantear cuestiones aparentemente trascendentes, cuestiones vinculadas con la construcción de teorías…la del doble, el psicoanálisis, el concepto de infinito, el de más allá, etcétera?…Además, todas esas acciones inconcebibles para el sujeto que poetiza frente a la necesidad del otro, están con frecuencia marcadas por la idea de habla, escritura, lectura…Frente al dolor del mundo, frente al dolor del Otro, no cabe discurrir ( “¿Voy a escribir…//¿Cabe aludir…”). En cambio, el poema parece sugerir que hay que hacer. No discurrir, hacer.

     Y el primer hacer que el poema propone, justamente en el final, es el grito: “¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?”. De este modo, el poema se presenta como grito, y como acto. Porque el grito no significa lingüísticamente nada; es su carga emotiva, es el contexto los que permiten dar a esa emisión vocal que es el grito un sentido. Desde este poema de Vallejo, la mirada sobre el otro en situación límite conduce al grito, ya que el poema niega que frente al dolor se pueda hacer otra cosa que no sea hacerse cargo del dolor. Ser uno con el dolor (leit motiv vallejiano).

     Por el horror tácito que al yo del poeta le produce el no hacer a partir de esas estampas de lo humano que muestra, el texto estaría oponiéndose a las abstracciones que, frente a la materialidad del sufrimiento, el lenguaje sabe construir. Pero al mismo tiempo, al ser poema, incluso un poema–grito, se opera una contradicción, aunque una contradicción imprescindible a menos que se opte por el silencio; porque el poeta, para hacer, debe decir. Como dice Octavio Paz del poema: “es un hacer / que es un decir”.

Isabel Vassallo*. 30 de abril de 2018.


*Isabel Vasallo es Profesora en Letras, egresada del ISP Joaquín V. González. Crítica y poeta se ha dedicado durante años a la docencia secundaria y superior (universitaria y no universitaria). En el Joaquín V. Gonzaléz dicta Teoría Literaria, y está a cargo del Seminario de Teoría Literaria y Educación en la Maestría de Ciencias del Lenguaje.  Ha coordinado talleres de escritura en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Es autora de trabajos críticos sobre literatura argentina y norteamericana. En 1997 publicó el poemario "Los motivos ardientes".


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