El cuento en la literatura infantil, de Dora Pastoriza de Etchebarne

En Libro de arena, seguimos trabajando con el género maravilloso y compartiendo textos críticos que lo aceptan o rechazan en distinta medida. En este caso, se trata del Capitulo lV de El cuento en la literatura infantil, en el que Dora Pastoriza de Etchebarne, hace una lectura particular de los cuentos de Charles Perrault, plantea la necesidad de hacer algunas reformulaciones  para trabajar con esos textos en el aula. 


IV. CUENTOS TRADICIONALES 

REFERENCIA A  LOS MÁS DIFUNDIDOS 


Una de las causas que nos llevaron a ocuparnos de Literatura Infantil fue la necesidad de modificar algunos cuentos tradicionales cada vez que nos disponíamos a contárselos a los niños. En efecto: pocos son los cuentos que no obligan a la supresión de ciertas partes o a modificaciones de otras. Esta actitud selectiva se viene realizando a lo largo del tiempo: basta cotejar los primitivos cuentos de PerrauIt con ediciones que están en circulación, para ver cómo han sido suprimidas o cambiadas las partes más desagradables o impropias. Así por ejemplo, La bella durmiente del bosque en su versión original no termina como muchos creen con el feliz casamiento de la princesa y el .príncipe que la despierta; sino que, efectuada la boda, tan pronto como la joven quedó libre del encantamiento, el príncipe se vio obligado a ocultárselo a sus padres. En tanto, la joven pareja tiene dos niños, Aurora. y Día (nombres que utilizan para fundamentar su teoría los partidarios del mito solar como origen de los cuentos infantiles). Muerto el rey padre, el príncipe confiesa a su madre que está casado y entonces lleva a su esposa e hijitos a vivir al palacio real. Pero sucede que la reina era una ogresa, y aprovechando un viaje de su hijo decide comer a sus nietos y a su nuera, para lo cual imparte severas órdenes a su cocinero; horrorizado el buen hombre, engaña tan anormal apetito presentándole a la mesa pequeños cervatillos asados, mientras oculta a los niños con su madre en una cabaña. Descubierta la burla, la reina resuelve darles muerte arrojándolos a un cubil lleno de serpientes y sapos venenosos; mas la llegada del príncipe los salva. La reina, enfurecida, sufre la horrible muerte que había destinado a tantos inocentes.

No habremos de reseñar, desde luego, todos los cuentos de Perrault. Nos limitaremos, simplemente, a recordar la esencia de algunos otros. En Barba Azul, el marido mata a sus mujeres por el solo hecho de haberlo desobedecido impulsadas por la curiosidad, y  cada una de ellas ve los cadáveres de las anteriores. En Piel de Asno, el rey padre desea casarse con su hija, la cual horrorizada debe huir de palacio. 

En Griselida, el marido somete a su mujer a toda clase de sufrimientos morales -llega a quitarle su hijita- para poner a prueba su paciencia y sumisión. 

En Pulgarcito, aparecen en primer lugar padres que abandonan a sus hijos porque son pobres -hecho ya comentado-; luego, un ogro que desea comer a los niños refugiados en su casa y que por equivocación -Pulgarcito había cambiado las siete coronitas de las niñas por los siete gorritos de ellos cuando se disponían todos a dormir- degüella a sus siete hijas.

Si lo dicho no fuera suficiente como ejemplo de disparatados argumentos, recogemos del último cuento citado, expresiones del tipo que sigue:


"Eran muy pobres, y sus siete hijos les estorbaban mucho,  porque ninguno de ellos podía ganarse la vida." 


"Estas diminutas ogresas (se refiere a las hijitas del ogro) tenían todas un cutis precioso, porque comían carne fresca como su padre, pero sus ojillos eran grises y redondos, su nariz encorvada y su boca enorme, con unos dientes puntiagudos y muy separados unos de otros. Aún no eran muy malas, pero prometían mucho, porque ya mordían a los niños para chuparles la sangre."


"Pulgarcito llevó las noticias aquella misma tarde y como gracias a esta primera comisión se diera a conocer, ganó cuanto quiso, porque el Rey le pagaba admirablemente por llevar sus órdenes al ejército, y una Infinidad de señoras le daban todo cuanto les pedía por tener noticias de sus amantes, y con esto fue con lo que más ganó. Hubo también algunas mujeres que le encargaban cartas para sus maridos; pero le pagaban tan mal y tenía tan poca importancia este negocio que no se dignaba tomar en consideración lo que le producía."


Adviértase en el párrafo transcripto algo que constituye casi una tónica en los cuentos de Perrault; porque, más que para deleitar e instruir a los niños, parecerían estar destinados a criticar y a la vez moralizar a las mujeres: existe pues una interferencia de "fines" que redunda en menoscabo del cuento y su valor artístico. Así en Caperucita Roja, que, dicho sea de paso, termina con la muerte de la protagonista a quien "salvarán" las versiones de Alemania y de Inglaterra (por cuanto al ser la niña una representación de la Aurora debe como ésta renacer, de allí la aparición del cazador que abre el lobo y la salva), leemos la siguiente moraleja donde la doble intención es evidente:


Vemos pues, que las niñas

y que en particular las buenas mozas

nunca deben pararse a hablar con gente

a la que no conozcan

que si hacen lo contrario es natural que el lobo se las coma. 

Digo "el lobo", y no todos son lo mismo; 

sabemos ya de sobra que los hay muy amables

y que sin hiel, sin ruido y sin bambolla, 

complacientes, corteses y rendidos.

siguen a la muchacha que va sola

 y van hasta su casa 

sirviéndole de escolta. 

Más ¡ay! que ya es sabido 

que esa casta es la más peligrosa."


Argumentos truculentos o una finalidad ajena a la niñez -agregamos a los mencionados, La princesa prudente- nos obligan a pensar que los cuentos de Perrault, salvo una que otra excepción, resultan realmente inapropiados y anticuados. 

Al decir "anticuados" hacemos una valoración de fondo y no de forma, partiendo de la base de que juzgamos y elegimos los cuentos pensando en los niños de ahora y no en los de los siglos pasados, pues han variado notablemente los sistemas educativos. No es ninguna novedad la supresión de los castigos corporales y el peligro de asustar a los niños para conseguir su buen comportamiento. Numerosos estudios han demostrado las perturbaciones psíquicas que comportan los métodos punitivos mencionados.



El cuento en la literatura infantil
Dora Pastoriza de Etchebarne
Kapelusz, 1962.

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