Apuntes sobre infancia y poesía
Cerramos el tema del mes de octubre en Libro de arena, con un hermoso aporte de Florencia Fragasso sobre Infancia y Poesía.
Apuntes sobre infancia y poesíapor Florencia Fragasso
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Escuchamos con mucha frecuencia frases como “la infancia es poética” o “todxs lxs niñxs son poetas”. ¿Qué tiene que ver la poesía con la infancia? Más allá de la imaginación como terreno común, me interesa observar los vínculos desde la experiencia material, tomando al lenguaje (sus plasticidades, sus bordes, sus ruidos y silencios) como eje.
Laura Devetach, al compartir, en un ensayo, textos poéticos escritos por niñxs, aclara que le “interesa hacer la diferencia entre las expresiones poéticas de los chicos, sus roles y posibilidades en el mundo, y la poesía elaborada por los poetas”. No estamos hablando, entonces, de la poesía como el género literario inaugurado en la antigüedad clásica sino de expresiones poéticas que derivan necesariamente de una experiencia poética. El poema es el artefacto de la poesía, con su motor siempre encendido y ronroneante y sus engranajes aceitados. Pero lo poético es otra cosa, que contiene al poema y a la vez lo excede.
Hace tiempo que me pregunto, al leer, al escribir poesía, al coordinar grupos de lectura, al compartir tiempo con mis hijos y otrxs niñxs, si la poesía es afín a lxs chicxs por una condición de parentesco material. La materia con la que trabaja el poeta es la misma con que lxs niñxs construyen sentido al nombrar el mundo, apropiándose de él de a pedazos, por saltos, por resonancias, por aliteraciones, por encastre. Rima, repetición, silencios, movimiento corporal, uso del espacio. Todos los recursos del poeta son los que lxs niñxs utilizan no para construir necesariamente algo nuevo sino para nombrar aquello que ya hay y que ellxs perciben.
La poesía moderna, digamos desde las grandes rupturas del último tercio del siglo XIX hasta hoy, es una exploración en constante movimiento, y hace (y demanda) que tanto poeta como lector entren en “estado de poesía”. Nada mejor que un puñado de versos modernos para ilustrarlo: “If you are in the right frame of mind, everything strikes you as poetry”, escribió Elizabeth Bishop. Ese “strikes”, difícil de traducir en español, sería una especie de “te pega como” en lenguaje coloquial, o “te golpea”. O sea: si estás en el marco mental adecuado, todo te pega como poesía. Marco mental, enfoque, estado de poesía. Es ese estado particular de los sentidos, esa especie de imantación, lo que llamo lo poético. El marco de la mirada/mente cambiado de lugar, trastocado, el trillado “mirar con otros ojos” (aunque sabemos que no sólo se trata de los ojos).
Lo poético, entonces, como lo que saca a las palabras de su lugar esperado, cómodo. Lxs niñxs, quienes sacan a lxs adultxs de su lugar esperado, ¿cómodo? Lxs niñxs, en todo caso, que tienen la capacidad de cambiar nuestro enfoque y, muchas veces, lo hacen desde el lenguaje.
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Elijo para desayunar la combinación de pomelos y café, apenas se despereza la mañana. Contrastan y se acompañan, son dos texturas, dos sabores, dos olores que, a fuerza de compañía y roce, logran volverse uno. El paladar los aloja. Es la casa de la poesía el paladar. Café es una palabra corta y aguda, marrón oscuro, con una efe punzante y una tilde incuestionable. Pomelo es una palabra redonda, grave, rosada, pulposa.
Siguiendo a Jorge Larrosa, los niños “esos seres extraños que no entienden nuestra lengua”, son habitados por una lengua plástica, rica en contrastes y en vecindades, mucho más flexible que la nuestra. Es una materia que se acomoda a sus necesidades, puede ser forzada, tironeada, entrechocada, gritada. Una plastilina que se pega, se estira, se adapta, y también se endurece. Todo lo que un o una poeta fantasea conquistar para su lengua propia. Una lengua que está en autoexploración constante, mutando mientras dice.
Marco, a los 4 años, acuñó el término libroteca para hablar de la biblioteca. Pura lógica, descarta la fracción etimológica de la palabra y se queda con la tangible, la sonora, la pronunciable. Igual Lucía cuando se iba de carpamento, donde las carpas eran mucho más relevantes que el campo.
Lena, desde que aprendió a hablar le dijo rallar al queso de rallar, “¿me pasás el rallar?” Verbo que se hace sustantivo porque es lo que hace. Y se come. Palabra que se come.
Catalina, de 3 años, le pide a su padre con el juguete en la mano “¡funcionalo!” Neologismo, síntesis y urgencia. Eficacia y economía del lenguaje. Como quería Pound.
Iván, antes de la cena, pide algo para “gañar la panza”. Lengua engañadora, se acorta, guiña un ojo.
Bruno, a los 8 años, sigue diciendo “anaves” y “avenas” por naves y venas, porque las palabras quedaron prendidas a su momento de pura oralidad, donde nada indicaba dónde terminaba un artículo y empezaba un sustantivo. Un resabio musical.
No sólo el material sonoro es el que acerca a niñxs y poetas, también lo es la dimensión espacial, los blancos entre palabras, el silencio graficado; aquello que propuso Mallarmé dando un vuelco en materia poética e inaugurando la modernidad formal.
Jorge, ya atravesado por la lecto-escritura hace varios años, escribe en su cuaderno de clase “hoy trabajamos en hoja a parte”. El blanco en su escritura separa, corta y pausa, materializando en la lengua esa hoja de papel sacada de una carpeta y entregada en mano a la maestra. Se-parada.
Eloísa, de 3 años, en una conversación sobre mascotas: “Solo conozco gatos varones, ¿y si nos conseguimos una gata varona?” Desintegra el género desde lo gramatical y así subvierte el orden establecido, proponiendo un juego semántico y fonético que puede ser, también, dador de nuevos significados. Nos hace “tambalear el edificio”, en palabras de Jorge Larrosa: "Sin embargo, y al mismo tiempo, la infancia es lo otro: lo que siempre, más allá de cualquier intento de captura, inquieta la seguridad de nuestros saberes, cuestiona el poder de nuestras prácticas y abre un vacío en el que se abisma el edificio bien construido de nuestras instituciones de acogida." La poesía también abre un vacío en la maquinaria del lenguaje.
Jugando con mis hijos a ese juego espontáneo que se repite en tantas familias, el ¿hasta dónde me querés?, Marco me dice, riéndose “te quiero hasta el Infierno”. Lo repite, y me abraza “te quiero hasta el infierno, mami”. Infierno por infinito, por vecindad fonética pero también por connotación de enormidad y lejanía. O, más allá (más acá), el amor es tanto que quema, o incluso en el infierno te querría. La poesía trabaja ampliando los sentidos de las palabras, abriéndolas desde dentro como cápsulas de mundos contenidos, extremando la polisemia natural de la lengua. Tal como hacen lxs niñxs.
La pregunta tan utilizada en la comprensión lectora en muchas instituciones educativas: ¿qué quiso decir el autor?, que suele ser infértil, lo es en el extremo del absurdo si la formulamos frente a un poema o frente al habla de un niñx. ¿Qué quiso decir el poeta cuando dijo “El traje que vestí mañana”? (César Vallejo en Trilce), ¿qué quiso decir la niña con “gata varona”?. Más claro, echale agua.
La propuesta, siguiendo otra vez a Larrosa, sería ser capaz de “sentir la mirada enigmática de un niño, percibir lo que en esa mirada hay de inquietante para sus certezas y seguridades y, pese a ello, permanecer atentos a esa mirada y sentirse responsables ante su mandato: debes abrirme un hueco en el mundo de forma que yo pueda encontrar un sitio y alzar mi voz!”
A la hora de escribir poesía para lectorxs niñxs, o de elegir libros de poesía para acercarles, podríamos las huellas de esta sugerencia, armar un hueco para que una voz se alce.
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Lo que para el poeta son recursos, materia de trabajo, en el niñx son búsqueda de decir el mundo, su mundo. Y en esta búsqueda, construirlo. Su lengua está “en proceso”. Del mismo modo en que el poeta contemporáneo que se mueve en la cartografía el verso libre, tiene, o quiere tener, una lengua propia “en construcción”. Lxs niños no esperan haber aprendido un sistema ni un corpus léxico para empezar a usarlo, como hacemos lxs adultxs, con pudor, al aprender una segunda lengua. Ellxs construyen su lengua como cuando arman con bloques, por encastres, compensaciones, magros equilibrios, prueba y error. El universo va trazando su contorno a medida que prueban con qué palabras decirlo. No hay miedo al error. Y ponen así de manifiesto el carácter ambiguo y arbitrario del lenguaje.
Normalmente, en nuestras sociedades urbanas contemporáneas, lxs niñxs van perdiendo esa soltura de habla a medida que se escolarizan. La escolarización trae la adecuación lingüística. Pero esa lengua que hablaron durante varios años, previa a la lecto-escritura, nunca es media, no está incompleta. Es lengua de búsqueda, experimental, lengua de conocimiento. ¿Poética?
Entonces, ¿qué tipo de poesía sería convocante para leer a lxs niñxs? Seguro no sería una poesía que intenta imitarlos, “infantilizada”, que mime sus modos de decir. ¿Pero cuál entonces? ¿Cómo elegir?
No olvidemos que la poesía no es un libro, lo poético no es un libro. Si los niños miran el mundo poéticamente (ese particular “marco mental” para Bishop) y es poética la materia con la que exploran y moldean su lengua, ¿por qué leerles poesía y acercarles libros de poesía? ¿Y por qué no?
El libro de poesía, en este sentido, sería un objeto más a ser leído poéticamente. Como para lxs niñxs puede serlo la luna que sigue en el cielo cuando ya es la mañana, un actor hablando y gesticulando por televisión, la canción que tararea un abuelo, o el ovillo que dibuja el gato al tumbarse. Porque lxs niños leen el mundo y, en él, entre las demás cosas, los libros. Y entre los libros, con fortuna, algún libro de poemas.
Un o una poeta libre, que experimenta con su lengua desde la conciencia de inestabilidad (propia y del lenguaje), puede tener una obra que haga vibrar la curiosidad de un niñx mucho más que un autor o autora con textos pretendidamente acabados y que tengan un fin conclusivo, un objetivo, un destinatario fijo. Estos últimos pueden tener buen efecto de lectura, pero los primeros se pueden colar, sin querer, en el torrente de esa lengua plástica en formación, y allí amalgamarse con su materia vecina, el lenguaje infantil. Así, pueden llegar a formar parte de la lente con la que esxs chicxs experimentan su mundo y el lugar que en él ocupan.
Sería bueno que pusiéramos atención a textos que jueguen con el lenguaje de un modo exploratorio y abran los sentidos. Poemas que, al ser escuchados, puedan despertar inquietud. Y hago foco en esta palabra, inquietud, movimiento, “cosquilleo en el cuero cabelludo” como decía Emily Dickinson que le pasaba frente a los poemas verdaderos, también algo de desasosiego. Todos fenómenos del cuerpo que pertenecen a alguna clase de emoción.
En la experiencia que me tocó compartir durante varias ediciones del festival Poesía en la escuela y en el ciclo Poeplas, poesía para las infancias, vimos que los poemas que pueden “tocar” o “golpear” a un chico (para retomar la imagen de Bishop) pueden o no estar editados bajo la categoría Literatura infantil. Hay poetas que escriben “para chicos” (como es el caso de Laura Devetach) y otros que no (Nicanor Parra). Nada de esas categorías influye en la escucha o la lectura que unx chicx hace de un poema. Pero sí, por ejemplo, en los dos casos citados, el nombre y apellido del o la poeta les gusta, les divierte. Les resuena. “¿Se llama de verdad Nicanor?”,“¡Que nombre raro!”,“¿Le dirán Nica?”, “¿Devetach cómo se escribe? “,”¿Es en otro idioma?”.
¿Entonces qué leerles? Primero, y sobre todo, volvernos nosotrxs mismxs exploradorxs de lecturas poéticas. Probar, sorprendernos, desencantarnos y curiosear. Y saber que nos van a sorprender lxs chicxs, seguramente, dándolo todo vuelta con su lengua extraña, haciéndonos sentir ese cosquilleo, inconfundible, en el cuero cabelludo.
Buenos Aires 2022
-Laura Devetach, Estar en poesía en La construcción del camino lector, Comunicarte, Córdoba 2009.
-Jorge Larrosa, El enigma de la infancia. En: Larrosa, Jorge y Pérez de Lara, Núria (compiladores) Imágenes del otro, Barcelona, Virus, 1997.
Florencia Fragasso nació en Lomas de Zamora en 1975. Es poeta. Coordina talleres y clínicas de lectura y escritura. Sus últimos libros publicados son Melliza (ed. Gog y Magog), Veinte sillas (ed. Mágicas naranjas), Raf y su puerta (ed. Pupek) y La poda (ed. Salta el pez).
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